¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? Pues si no podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?
Nuestro crecimiento físico es un proceso natural que progresa según el ritmo que Dios ha diseñado para nosotros. En este aspecto, se trata de la parte más simple de nuestras vidas, pues progresa completamente aparte de nuestros esfuerzos. Por lo tanto, como el Señor les recordó a sus discípulos en este pasaje, si no somos capaces de hacer algo en el más pequeño de los detalles, ¿por qué deberíamos preocuparnos por otras cosas? Después de todo, tenemos un Padre celestial que conoce nuestras necesidades.
Este recordatorio es lo suficientemente importante en sí mismo. Pero se magnifica mucho cuando contrastamos nuestra debilidad e incapacidad con el poder ilimitado de Dios. Él es capaz de hacer «mucho más abundantemente de lo que podemos o entendemos» (Efe. 3:20). Él es capaz de salvarnos perpetuamente y es capaz de guardarnos sin caída (He. 7:25; Judas 24). En nuestro servicio a Él, es «poderoso… para hacer que abunde… toda gracia» (2 Cor. 9:8); cuando sufrimos por Él, es poderoso para guardar lo que le hemos confiado hasta el día de las recompensas (2 Tim. 1:12), Si las tentaciones nos perturban, Él es poderoso para socorrernos (He. 2:18); si alguien nos acusa, Él es poderoso para hacernos estar firmes (Rom. 14:4).
De hecho, ¡tiene «poder» para «sujetar a sí mismo todas las cosas» (Fil. 3:21)! ¿Quién no se sujetará a su autoridad? ¿Hay alguna prueba que resista a su poder? ¿Existe alguna tentación o desánimo que pueda abrumarnos cuando nuestras miradas están puestas sobre Él? Cuando Moisés se dio cuenta que no podría sobrellevar solo la carga y las dispuestas del pueblo, el Señor consagró a setenta varones para suplir aquella necesidad (Núm. 11:11-17. Cuando llegamos al fin de nosotros mismos y decimos: «No soy capaz» –ni siquiera para hacer lo más pequeño– hallamos los abundantes recursos del Dios todopoderoso.
Stephen Campbell