Aconteció que aquella noche Jehová le dijo: Levántate, y desciende al campamento; porque yo lo he entregado en tus manos. Y si tienes temor de descender, baja tú con Fura tu criado al campamento, y oirás lo que hablan; y entonces tus manos se esforzarán, y descenderás al campamento. Y él descendió con Fura.
El Señor había escogido a sus hombres: 300 de ellos. La noche de enviarlos a la batalla había llegado. Pero primero debía animar y fortalecer a su líder, preparándolo para la contienda. Él utilizaría al mismo enemigo, que reposaba en sus tiendas, para cumplir este propósito.
Gedeón siguió las instrucciones del Señor. Él no escondió su temor, sino que llevó a su siervo junto con él. Al borde del campamento enemigo, él escuchó a un soldado contarle su sueño a su compañero: un pan de cebada (un objeto sin importancia en sí mismo) que rodaba hasta el campamento y golpeaba, trastornaba y derrumbaba la tienda. Luego, Gedeón escuchó cómo el segundo soldado interpretaba el sueño. El soldado le dijo a su amigo que Dios había entregado a Madián, y a todo el campamento, en manos de Gedeón hijo de Joás, varón de Israel; es decir, ¡en sus propias manos!
¿Qué podía ser más claro y evidente que esto? Gedeón oyó esto y adoró. ¡Cuán grande es nuestro Dios! ¡A Dios sea la gloria! En su soberanía, Él capacitó y utilizó a un soldado pagano para que interpretara el sueño de su camarada: ¡algo nunca antes visto! Por otro lado, los tiempos de Dios son perfectos, pues permitió que esto sucediera justo cuando Gedeón y Fura estaban lo suficientemente cerca de la tienda de los soldados. ¿Adoramos como Gedeón luego de atravesar experiencias asombrosas en las que la mano de Dios es evidente?
Fortalecido y animado, Gedeón volvió al campamento de Israel, levantó a sus hombres, les contó las buenas nuevas de la victoria que tendrían, y les dio armas e instrucciones. ¡Qué podamos también seguir las instrucciones y el ejemplo de nuestro gran Señor Jesucristo, nuestro Líder!
Eugene P. Vedder, Jr.