Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia.
En este evangelio, que enfatiza que Jesús es Rey, parece asombroso que Él deba ser bautizado con el bautismo de Juan, el cual era de arrepentimiento, porque Él es absolutamente sin pecado. Juan no podía entenderlo, pero el Señor le dijo que lo dejara, diciendo que así conviene que «cumplamos» toda justicia. Ninguno de nosotros puede, en la actualidad, bautizarse con el bautismo de Juan, por lo cual no es un ejemplo directo para nosotros mismos.
¿Entonces qué? Qué maravilloso que el Señor Jesús se haya identificado con aquellos que estaban confesando sus pecados. Aunque era sin pecado, Él estaba confesando los pecados de los creyentes como si fueran los suyos. El bautismo habla de muerte y sepultura. De esta forma, Él estaba comprometiéndose así prácticamente a tomar la responsabilidad de los pecados de aquellos que los confesaban y expiarlos finalmente por su gran sacrificio en la cruz del Calvario.
Los reyes y los hombres de renombre en esta tierra, por lo general, no piensan en identificarse plenamente con la condición de sus súbditos. Ellos quieren exaltarse a sí mismos por sobre el pueblo en lugar de representar a su pueblo. Este fue el carácter de Saúl, el primer rey de Israel. David, que fue el rey que Dios escogió, puso sobre sus hombres, en cierta medida y en ciertas ocasiones, la responsabilidad por los errores del pueblo. En otras ocasiones, él fracasó miserablemente en esto. Salomón, el hijo de David, tristemente careció de esta virtud por completo, y podemos decir que esto fue una realidad en casi todos los reyes que vinieron después de él en Israel. El evangelio de Mateo muestra a este Rey, según el corazón de Dios, probando y manifestando durante toda su vida en la tierra que era perfectamente apto para reinar.
L. M. Grant