No sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.
En Romanos 5 se nos dice en tres ocasiones que tenemos razones para gloriarnos o regocijarnos. Podemos gloriarnos cuando miramos al futuro, cuando estemos en la gloria de Dios. Luego, cuando enfrentamos momentos difíciles aquí sobre la tierra, podemos gloriarnos en el resultado que nuestro Dios y Padre de gracia está desarrollando en favor nuestro por medio de estas pruebas. Y la última ocasión la hallamos en el versículo 11.
En los versículos anteriores del capítulo 5, el apóstol Pablo nos presenta muchas de las bendiciones que hemos recibido por medio del Señor Jesús y su obra. En un mundo donde no hay paz, tenemos paz con Dios (v. 1). Tenemos acceso a su presencia en oración y adoración (v. 2). Conocemos y gozamos el amor de Dios; el Espíritu Santo ha sido dado para morar en todo aquel que cree (v. 5). Sabemos que seremos salvos, no sólo del juicio eterno, sino de la ira que pronto caerá sobre esta tierra (v. 9). Tenemos una salvación presente de los peligros de este mundo, y en medio de las que enfrentamos, por medio de la intercesión de Cristo por nosotros a la diestra de Dios (v. 10)
También hemos sido reconciliados (v. 11). Una vez fuimos enemigos de Dios, y estábamos enemistados en nuestras mentes por nuestras malas obras (Col. 1:21). Sin embargo, Dios nos ha reconciliado por la muerte de su Hijo (v. 10).
Luego de enumerar todas estas bendiciones espirituales que hemos recibido por medio de la obra del Señor Jesús, leemos que nos gloriamos o regocijamos en Dios mismo (v. 11). Aquel que bendice es, de hecho, más grande que todas las bendiciones. Si nos gloriamos o regocijamos en las bendiciones que hemos recibido, ¡cuánto más debemos gloriarnos en Él! Si apreciamos algo de su amor y de lo que Él nos ha dado, ¡esto producirá una respuesta en nuestros corazones para adorar y alabar a nuestro gran Dios!
Brian Reynolds