Para ustedes, los que temen mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá sanidad.
(Malaquías 4:2 RVA-2015)
Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.
La primera expresión la encontramos al final del Antiguo Testamento, mientras que la segunda al final del Nuevo Testamento. Obviamente, Jesús es «el Sol de justicia» y también «la Estrella resplandeciente de la mañana». En cada caso lo que se describe es su venida. El pueblo escogido de Dios, Israel, está particularmente en vista en el Antiguo Testamento. Ellos verán al Señor Jesús venir en gran poder y majestad, es decir, como el sol que se levanta en su esplendor, con sanidad en sus alas. La belleza de su luz y calor llenarán toda la tierra con alegría.
A la Iglesia que hoy está sobre la tierra se le enseña que el Señor Jesús aparecerá como la Estrella resplandeciente de la mañana. Esta estrella aparece cuando aún está oscuro, antes que el sol resplandezca en majestad. De manera que, mientras el mundo aún duerma, este bendito Señor de gloria descenderá repentinamente del cielo y arrebatará a todos los que confían en Él como Salvador (tanto a los que han muerto como los que estén vivos), para estar para siempre con Él. ¡Qué futuro tan glorioso!
¿Cómo esto puede ser posible? Debido a que Él es «la raíz y el linaje de David». Es decir, aunque Él, por su nacimiento en la tierra, procede de David (su linaje), ¡sin duda que David proviene de Él (su raíz)! Ya que Él es el linaje de David, Él es verdaderamente Hombre en el sentido más puro, un Hombre capaz de entrar en todas las necesidades y preocupaciones de la humanidad. Sin embargo, al ser también la raíz de David, Él no es menos que «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos», el objeto de la adoración de todos los que han sido redimidos por su preciosa sangre.
Es por eso que el creyente puede esperar con ojos y corazón llenos de esperanza la venida repentina de tan glorioso Señor, ¡para así estar con Él y ser como Él por toda la eternidad!
L. M. Grant