Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les despojaban… Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez; porque Jehová era movido a misericordia por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían. Mas acontecía que al morir el juez, ellos volvían atrás, y se corrompían más que sus padres.
(Jueces 2:16, 18-19)
La triste historia de Israel continúa. En resumen, Dios nos dice que debía salvar a su pueblo una y otra vez. Sin embargo, la liberación perduraba durante la vida del juez por medio del que Dios había efectuado la salvación, pero después de su muerte Israel nuevamente se volvía a los ídolos de sus vecinos paganos.
A lo largo de este libro vemos a Dios teniendo misericordia de su pueblo. Él los ama y no puede olvidarse de ellos. Sus oídos escuchan sus clamores. La condición de ellos empeora cada vez más. Externamente, sus libertadores son más y más fuertes a medida que avanzamos en la lectura de este libro. Sin embargo, su fuerza moral y espiritual va disminuyendo entre uno y otro. Sin embargo, hombres de quienes dudaríamos de llamar creyentes están mencionados en la lista de héroes de la fe en Hebreos 11 –¡y lo que importa es la valoración que Dios da, no la nuestra!
La Escritura muestra repetidamente la importancia de un buen liderazgo. Podemos dar gracias a Dios por los buenos líderes que, en las palabras de Hebreos 13, nos han hablado la Palabra de Dios, y velan por nuestras almas, como quienes han de dar cuenta. ¡Que aprendamos a someternos a ellos y obedecerles! Un buen líder no será un dictador, sino que será como el apóstol Pablo, quien dijo: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Cor. 11:1). ¡Seguir a Cristo es de suprema importancia! Cada paso que Él dio trajo gloria a Dios. Y Dios lo ha dado «por guía y jefe de las naciones» (Is. 55:4).
Eugene P. Vedder, Jr.
Seguid a Jesús, andad en su luz, / Sed fieles a Cristo el Señor;
Servidle de amor, luchad con valor, / ¡Sed fieles a Cristo el Señor!
E. Turral