Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.
La Biblia nos enseña que el Hijo amado de Dios, el Señor Jesús, fue el Sustituto por el pecado. Esto significa que el Señor Jesucristo murió en lugar de los pecadores. En realidad, la palabra “sustituto” no aparece en la Biblia, sin embargo, la doctrina está tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, cuando se le dijo a Abraham que ofreciera a su hijo Isaac en holocausto en el monte Moriah, hubo una sustitución de último minuto, pues se le hizo ver que había un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos. Leemos que él “lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (Gn. 22:13). En el Nuevo Testamento, el pensamiento del sustituto abarca la idea de «en lugar de» y «por el beneficio de». Esto es lo que vemos en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”.
Debían suceder tres cosas para que Él fuese nuestro sustituto. Tenía que estar disponible, calificado y dispuesto. Vemos una bella figura de esto en Mateo 8:1-4, cuando un hombre leproso se acercó al Señor Jesús. El Señor había descendido del monte, por lo que estaba disponible. El hombre creyó que Jesús estaba calificado y que era capaz de sanarlo, pero dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Entonces Jesús extendió su mano y lo tocó, diciéndole: “Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció”.
Cuando en la eternidad surgió la pregunta: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”, el Señor Jesús manifestó su disponibilidad: “Heme aquí, envíame a mí” (cf. Is. 6:8). Él es el Hijo de Dios, perfecto e inmaculado, calificado para ser “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Además. Pablo nos recuerda que Él estaba dispuesto a hacer la obra de sustitución cuando dijo: “[El] Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).
Tim Hadley Sr.