Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina.
Hace pocos siglos atrás, las monarquías de Europa tenían real poder, e incluso desarrollaron la doctrina del «derecho divino de los reyes» con el fin de formalizar su poder absoluto. Sin embargo, las monarquías que permanecen hoy en día sirven principalmente como rostros representativos y ceremoniales. El poder ha sido transferido a los parlamentarios o, en el caso de las repúblicas, a las ramas legislativas y ejecutivas del gobierno. Ahora bien, independientemente del tipo de gobierno, sigue siendo cierto que las autoridades “por Dios han sido establecidas” (Ro. 13:1). Esto es cierto tanto para los gobiernos correctos como los malvados y corruptos, porque a veces Dios establece “al más bajo de los hombres” para gobernar sobre nosotros (Dn. 4:17).
En todo esto vemos la soberanía absoluta de Dios sobre los gobernantes del mundo. Podemos comprobar esta verdad a lo largo de toda la historia de la Biblia. Por ejemplo, en Esdras, los profetas Hageo y Zacarías exhortaron y animaron al pueblo para que terminaran la edificación del templo. Se habían desanimado y enfrentado oposición de parte del gobierno persa. Sin embargo, el rey Darío decretó que debía buscarse la orden original del rey Ciro, y Dios volvió a favorecer a los judíos, “por cuanto Jehová…había vuelto el corazón del rey de Asiria hacia ellos” (Esd. 6:22). También tenemos el ejemplo del rey Asuero, quien había autorizado la exterminación de los judíos bajo la influencia del malvado Amán. La noche anterior a que Amán le anunciara al rey su plan de colgar a Mardoqueo, leemos que “se le fue el sueño al rey” (Est. 6:1). ¡Esto generó que se registraran las crónicas reales y condujo a la exaltación de Mardoqueo!
Viendo que estas cosas son así, debemos estar tranquilos ante los eventos políticos del mundo. No seamos partidarios de nadie; oremos y «respetemos al rey» (1 P. 2:17 NTV).
Brian Reynolds