El Señor Está Cerca

Viernes
23
Julio

Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

(Romanos 5:20-21)

La superabundante gracia de Dios

El corazón de Dios es la fuente inagotable de la gracia, la cual reina en justicia y fluye ilimitadamente hacia un mundo perdido y culpa­ble. ¿Quién podría medir su plenitud? Ninguna necesidad es tan pro­funda, incluso en el corazón del más vil de los pecadores, como para agotarla. No hay herida del pecado que no pueda ser sanada por la gracia. No existe una multitud de pecadores tan grande que no pueda recibir sus dones invaluables. Todos, en todas partes, están invitados a recibir gratuitamente la gracia abundante de Dios, pero muy pocos aceptan su oferta. Y quienes la hemos aceptado, ¡cuán débiles somos en comprender su plenitud y la inmensidad de sus tesoros a nuestra disposición! Si se nos permitiera extraer, de un océano de oro fundido, un vaso para nosotros, ¿no correríamos y buscaríamos el vaso más grande para llenarlo hasta el borde? Bueno, un océano de oro es solo una débil figura de la plenitud y liberalidad de la gracia de Dios. Aun así, ¡cuán poco recibimos en el vaso de nuestras almas! ¡esto queda en evidencia por la debilidad de nuestro cristianismo!

Ninguna lengua puede declarar; ningún lápiz puede describir; nin­gún libro puede contener; y ninguna mente puede imaginar la plenitud de la gracia de nuestro Dios. Anchura, longitud, profundidad y altura son términos que expresan una medida, pero quedan completamente cortas, pues no pueden presentarnos toda la extensión y plenitud de la gracia ilimitada, la cual fluye inagotablemente hacia los hombres desde el corazón de Dios en la gloria eternal, y no tiene fin para todos los que la reciben. “Porque si por la transgresión de aquel uno murie­ron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo” (Ro. 5:15).

Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9).

E. C. Hadley

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