Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros…el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.
(Juan 14:16-18, 26)
En cierto sentido, nuestro Señor Jesús también pasó el testimonio luego de haber completado su maravillosa obra en la tierra y haber ascendido al cielo, donde Él, como el Hombre glorificado, tomó su lugar a la diestra de Dios. Antes de ir a la cruz, Él le prometió a sus discípulos que no los dejaría huérfanos, sino que enviaría al Espíritu Santo para que estuviese con ellos y en ellos para siempre. Dios el Espíritu Santo es una Persona divina. Él es miembro de la Deidad, co-igual con el Padre y el Señor Jesucristo.
En el día de Pentecostés, diez días después de la ascensión del Señor, esta promesa se cumplió. El Espíritu Santo descendió sobre los 120 creyentes que estaban reunidos en el aposento alto y los bautizó en un cuerpo, la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Este bautismo tuvo lugar una sola vez y para siempre; jamás se repetirá. Todo verdadero creyente, al aceptar a Cristo como Salvador y Señor, es sellado con el Espíritu Santo y se convierte en un miembro de la Iglesia. De manera que no es necesario unirse a ningún tipo de organización fundada o establecida por el hombre.
El Espíritu Santo convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Él glorifica a nuestro Señor, tomando de lo de Cristo y haciéndonoslo saber. Él nos testifica, guía, enseña y empodera. De hecho, nuestro Señor Jesús le dijo a sus discípulos que les convendría que Él se fuera. ¡Demos gracias al Señor por haberle pasado el testimonio al Espíritu Santo!
Eugene P. Vedder, Jr.