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9 - Capítulo 9 — La quinta y la sexta trompeta
Libro del Apocalipsis
9.1 - La quinta trompeta (Apoc. 9:1-12)
Esta proclama un juicio particular sobre el Israel apóstata. En efecto, aquí ya no se trata de la «tercera parte» (las naciones de occidente). Los que no tenían «el sello de Dios en sus frentes» son seducidos y se someten al anticristo. Estos no forman parte de los 144.000 que son divinamente protegidos para cumplir su misión.
Los acontecimientos anunciados aquí se desarrollan durante la segunda media semana de la gran tribulación, mientras las tinieblas morales más terribles invaden la tierra. Es el tiempo en que toda seducción de «injusticia» se manifiesta en medio de los apóstatas (2 Tes. 2:3, 12).
Más adelante encontramos un mensaje similar al proclamado por el águila (cap. 8:13): «¡Ay de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido hacia vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo» (cap. 12:12).
La «estrella que había caído del cielo a la tierra» representa un hombre que, por su posición, debería haber sido un instrumento para expandir la luz y mantener el orden en la tierra. Que se trate o no del anticristo, está claro que es un conductor apóstata. Recibe «la llave del pozo del abismo» y enseguida lo abre. El abismo está mencionado 7 veces en el Apocalipsis (cap. 9:1-2, 11; 11:7; 17:8; 20:1, 3). Es el mismo citado en Lucas 8:31: «Y le rogaban (los demonios) que no los mandase ir al abismo». Es un lugar donde los instrumentos del mal –en particular los ángeles caídos, y Satanás mismo durante el Milenio– están retenidos en «abismos de tinieblasy los reserva para el juicio» (2 Pe. 2:4). Pero no es el lago de fuego, donde serán eternamente atormentados.
Cuando este lugar es abierto, no hay más consideración. En primer lugar, del pozo sube humo «como el humo de un gran horno». El aire y el sol (es decir, el estado ordinario de la tierra) se oscurecen. De este humo brotan inmediatamente instrumentos directos y numerosos del poder satánico.
Las langostas «morales» que aparecen no son comparables a las que, en la naturaleza, destruyen toda la vegetación a su paso, como antiguamente la octava plaga en Egipto (Éx. 10:12-15). Aquí estas langostas representan los poderes demoniacos. Bajo las órdenes de Satanás, son instrumentos directos de su poder en el ámbito de los poderes ocultos.
Su descripción detallada y aterradora es muy digna de atención:
1. Tienen el poder de los escorpiones: poseen un aguijón semejante al de los escorpiones de la tierra para trasmitir el veneno de las falsas doctrinas. Los sufrimientos que producen serán esencialmente morales. No atacan a las circunstancias de la vida humana (hierba, verdura, árboles), sino a los hombres mismos, para herirlos y torturarlos durante un tiempo que Dios ha limitado a «cinco meses» (el periodo de vida normal de una langosta en la naturaleza). En la Escritura, el año es la medida de tiempo de la salvación; el mes es el instrumento de medida del juicio; el día es el tiempo del testimonio. El tormento dura aquí 5 meses, es decir, 150 días, precisamente la duración del diluvio (Gén. 8:3). Esas langostas no debían matar a los hombres, pero les infligían un tormento peor que la muerte: el dolor y la angustia del corazón. Sin embargo, estos aún no son los tormentos eternos, de los cuales se hablará más adelante (cap. 14:10). En medio de tal angustia, los hombres desearán la muerte, pero no la hallarán (v. 6; Job 3:21-22).
2. Eran semejantes «a caballos preparados para la guerra», prosiguen con energía y agresividad su espantosa labor: torturar. Las malas enseñanzas difundidas solo dejan tras sí angustia moral.
3. Las coronas sobre sus cabezas, «como coronas semejantes al oro», probablemente muestran la seducción que ejercen: brillan y dan a los hombres la ilusión de poseer una verdadera dignidad. El anticristo se presentará personalmente a la vez como rey (Dan. 11:36) y como Dios (2 Tes. 2:4).
4. Sus caras, «como rostros de hombre», ponen en evidencia su carácter altamente inteligente y su aparente poder.
5. Sus cabellos, «como cabello de mujeres», sugieren que su enseñanza se recomienda por su dulzura y su sumisión exterior a los demás. Su estado real no es más que debilidad; de hecho, están dominadas por Satanás.
6. «Sus dientes eran como dientes de leones»: cualquiera que sea su impacto sobre los pensamientos de los hombres, ellas muestran que están listas para apoderarse de ellos con ferocidad.
7. Sus «corazas como corazas de hierro» forman un contraste con la coraza de justicia del creyente (Efe. 6:14). Es tal vez la imagen de una conciencia endurecida, donde no subsiste ningún temor de Dios.
8. «El ruido de sus alas… como el ruido de muchos carros de caballos, que corren al combate», evoca tal vez la increíble prontitud con la cual se apoderan de los pensamientos de los hombres.
9. «Tenían colas semejantes a los escorpiones, y aguijones». La descripción empieza y termina por la analogía con el escorpión (v. 3, 10). Su poder está en su cola, alusión probable a la actividad de los falsos profetas. En Israel, el magistrado era comparado a la cabeza, y los que enseñaban la mentira eran comparados a la cola (Is. 9:13-14). El espíritu de error, inoculado por el veneno de esos escorpiones espirituales, envolverá a sus víctimas (los que no están sellados) como en una red de ceguera moral. El entendimiento de los hombres se oscurece (Efe. 4:18) y se corrompe a la vez (1 Tim. 6:5; 2 Tim. 3:8). ¡Es un mal peor que la muerte!
10. El nombre de su rey: ángel del abismo (Apolión en griego). En la naturaleza las langostas no tienen rey (Prov. 30:27), pero estas tienen uno. Ellas forman una compañía indivisible, puesta bajo la dirección de un jefe único que reina sobre las tinieblas satánicas. Es el ángel del abismo cuyo nombre, dado en hebreo o en griego, significa “Destrucción” o “Destructor”, para caracterizar los resultados de su obra.
Solo una palabra conviene para describir ese terrible estado de cosas: «¡Ay!» (v. 12), expresión de gran lamento unido a una terrible maldición. Ese primer «¡ay!», que sale de la boca de Dios, cae sobre un pueblo que había sido objeto de un amor eterno por su parte; pero aquí se trata de la suerte de los que no han sido sellados (cap. 7:4-8).
9.2 - La sexta trompeta (Apoc. 9:13-21)
De los 4 cuernos del altar de oro sale una voz. La ausencia de sangre sobre los cuernos muestra que Dios actúa en vista de un juicio general. Este altar, puesto delante de Dios, cuya gloria ha sido ultrajada, evoca la intercesión de Cristo a favor de los suyos. Ahora se da una respuesta a la petición de las almas que están bajo el altar (cap. 6:9). Es el tiempo de la venganza (Rom. 12:19). Los cuernos hablan de poder, y su número (4) muestra que toda la tierra debe ser herida.
La voz ordena al sexto ángel, quien acaba de tocar la trompeta, desatar los 4 ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Esos 4 ángeles atados estaban preparados para «la hora, día, mes y año», es decir, para una intervención en un momento muy preciso. De hecho, estos ángeles están bajo la dirección de Satanás y ejercen su influencia demoniaca para sostener al rey del norte, el asirio, quien promueve una poderosa coalición dirigida contra Israel. Pero todos los juicios son ordenados desde el cielo: el mal no puede, pues, desencadenarse sino en el momento determinado por Dios.
Teniendo a Nínive como capital, el importante imperio de Asiria incluía antiguamente a Irak, Siria, el Líbano, Jordania y una parte de Irán y de Turquía. En un momento dado, las 10 tribus de Israel también estuvieron bajo su dominio. Siria no debe ser confundida con Rusia, que es el rey del norte y al cual se unen los príncipes de Ros, Mesec y Tubal, que vienen de «las regiones del norte» (Ez. 38:15; 39:2, V. M.).
Tras la orden, y de ahora en adelante, un gran número de jinetes, 200 millones, están listos para el combate. Han sido preparados para ejecutar ese juicio en el tiempo conveniente. Parece difícil asimilar la cifra indicada aquí con la expresión «miríadas de miríadas» usada para designar la innumerable multitud de ángeles (cap. 5:11).
Esta “calamidad” se parece a la anterior, solo que la primera concernía a los que, en Israel, no habían sido sellados, mientras aquí el juicio cae sobre «la tercera parte de los hombres», expresión utilizada para referirse al campo del Imperio romano (cap. 12:4), el de la cristiandad profesa. Además, aquí los hombres no son solamente atormentados, sino también matados.
La referencia al Éufrates muestra que el juicio viene del oriente. De nuevo se trata del momento en que la sexta copa es derramada. Parece que el juicio introducido por esta sexta copa explica quiénes son estos jinetes (v. 17).
El Éufrates, uno de los ríos que salían de Edén, marcaba el límite oriental de la tierra de Israel (Josué 1:4), aunque el pueblo no había habitado mucho tiempo al este del Jordán. Las dos tribus y media (Rubén, Gad y Manasés) tuvieron su heredad más allá del Jordán (Josué 13:32). Allí residieron desde el año 1.444 a.C. (Josué 22:1-6) hasta el 884 a.C. (2 Reyes 10:32-33). De hecho, el río Éufrates servía de frontera natural entre el oeste y el este, es decir, entre el Imperio romano y los reinos del oriente. La marea creciente de esas naciones se ha mantenido largo tiempo. Entonces no será más así y una gran invasión seguirá. Como el país de Israel es el más cercano, será el primero en sufrir, pero el objetivo de esas hordas invasoras será el Imperio romano reconstruido. La «tercera parte» corresponde a la confederación europea que ya está conformada. Es el último juicio parcial, todavía habrá un plazo: el arcoíris es mencionado (cap. 10:1).
Esta invasión es conducida por el rey del norte. Aquí se ve el comienzo de la ofensiva, y la sexta copa describe la manera como todo debe terminar. En ese momento los reyes situados del lado del sol naciente están concernidos. En el momento de la sexta copa, serán reunidos en vista del gran día de Dios, el Todopoderoso.
Como en los juicios precedentes (las langostas de la quinta trompeta), la descripción de los caballos y de sus jinetes es aterradora:
1. Los jinetes tienen corazas de fuego, de jacinto y de azufre (v. 17, V. M.). El jacinto es una de las piedras preciosas en la Escritura, mencionada más adelante como el undécimo fundamento de la santa ciudad (cap. 21:20). Es de color rojo, como la sangre, y posee la particularidad de perder su color bajo la acción del fuego.
2. Los caballos tienen cabezas semejantes a leones, y sus bocas echaban fuego, humo y azufre. Además, «el poder de los caballos estaba en su boca y en sus colas» (v. 19). Así, su fuerza seductora se presenta bajo la forma de una elocuencia persuasiva. Detrás de ella aparece el poder de Satanás, simbolizado por las colas, «semejantes a serpientes, que tienen cabezas», por medio de las cuales los caballos (imagen de las autoridades) causaban daño, con astucia y traición.
3. Sus armas son infernales: fuego, humo y azufre. El fuego y el azufre son el poder del juicio, de la muerte y del Hades en las manos de Satanás para perseguir a los hombres. La tercera parte de los hombres es alcanzada por esas 3 plagas. Tal vez no se trata de la muerte corporal sino, ante todo, de esta miseria moral extrema que resulta de la apostasía.
Aparentemente cierto número de hombres escapa a esta terrible seducción (v. 20-21); pero ni siquiera estos desastres sin precedentes los conducen a dejar de adorar a los demonios y a los ídolos. De hecho, «Dios les envía una energía de error, para que crean a la mentira» (2 Tes. 2:11). Satanás ya entró en ellos, porque «amaron más las tinieblas que la luz» (Juan 3:19). Esos hombres son presa del ocultismo, del espiritismo, de la hechicería y de la magia. ¡Qué terrible juicio!
Actualmente la idolatría, bajo diversas formas, ha tomado un lugar creciente en el mundo, e incluso en la cristiandad.