Temas de la Epístola a los Romanos


person Autor: Jean MÜLLER 3

(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)


La gran finalidad de la epístola a los Romanos es responder a la solemne pregunta: «¿Cómo puede el hombre ser justo para con Dios?» (Job 9:2, V.M.). Para ello expone el mensaje del Evangelio, las Buenas Nuevas de la gracia y sus resultados prácticos para el hombre pecador. Pero esta epístola no muestra en detalle los pensamientos de Dios respecto de Cristo y de su Iglesia. Este aspecto esencial de la verdad divina –ya expuesto parcialmente en la primera epístola a los Corintios–, solo será revelado plenamente en los últimos escritos de Pablo, que datan de su cautividad en Roma (epístolas a los Efesios y a los Colosenses). Si hacemos una comparación con Israel, podemos decir que la epístola a los Romanos considera al cristiano todavía en el desierto (el mundo), la epístola a los Efesios lo considera en el país prometido (los lugares celestiales), mientras que la epístola a los Colosenses lo ve atravesando el Jordán (muerto y resucitado con Cristo). La epístola a los Romanos presenta el lado de la responsabilidad del hombre; la epístola a los Efesios, el aspecto de los designios divinos. El centro alrededor del cual gira todo, es Cristo y su obra.

1 - Introducción a la Epístola (1:1-15)

En Roma se había constituido una iglesia numerosa, sin la intervención del apóstol. Este tenía grandes deseos de visitarla, para anunciar el Evangelio a los creyentes de Roma, llamados por Jesucristo (v. 15). Este Evangelio, más allá de la salvación del alma por la fe, concierne al desarrollo de todos los designios de Dios para con el hombre, cumplidos por la obra de Cristo. De hecho, el apóstol Pablo solo debía venir a Roma como un prisionero de Jesucristo (Efe.3:1).

2 - El estado de la humanidad ante Dios (1:16 - 3:20)

El Evangelio de Dios concierne al Hijo de Dios, Jesucristo. En él se ofrece, por gracia, una salvación eterna. El Evangelio, que es poder de Dios, se dirige a todos los hombres, en el estado irremediable en el que todos, sin excepción, se encuentran. El Evangelio también revela la justicia de Dios, «por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (1:17).

El apóstol primero demuestra el estado de perdición en el que se encuentra toda la humanidad (1:18 - 3:20).

1. La ira de Dios se revela contra los hombres, quienes rechazaron el testimonio de la creación (1:19-20), olvidaron el conocimiento del verdadero Dios (v. 21) y desatendieron la voz de su propia conciencia (2:14-15). De paso observemos que la corrupción pagana (1:29-32), que demanda el juicio de Dios, ha sido superada por la corrupción de la cristiandad (2 Tim. 3:2-5).

2. Los filósofos y los moralistas (judíos o gentiles) son igualmente inexcusables en su hipocresía (2:1-16). Son tan numerosos en la época actual como lo eran en aquel entonces. Como los fariseos en el tiempo del Señor, estaban –y lo están todavía– siempre prestos para dar lecciones a los demás, pero siguen practicando las mismas cosas e incluso se complacen en los que las practican.

3. El pueblo de Israel, que gozó de tan grandes privilegios, es culpable de haber transgredido la ley, y de haber traído el deshonor sobre el nombre de su Dios (2:17-29).

El hombre (judío o no) puede presentar toda clase de objeciones (3:1-8), pero el terrible cuadro de la culpabilidad y de la ruina del hombre está completo. Seis testimonios del Antiguo Testamento lo establecen; tienen que ver con la actitud interior, las palabras, los hechos y el comportamiento general (v. 10-18). Así pues, «que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios». Ningún ser humano puede ser justificado por medio de sus propias obras (v. 19-20).

3 - El perdón y la justificación de los pecados (3:21 al 5:11)

«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios» (v. 21).

Después de ese largo desarrollo que establece la culpabilidad del hombre (1:18 - 3:20), viene la respuesta divina: una salvación gratuita, fundada en la obra propiciatorial [1] de Cristo, es ofrecida por la propia justicia de Dios a todos los hombres. El creyente es ahora justificado por medio de la fe y por la gracia de Dios. La salvación se dirige tanto a los judíos como a los gentiles (3:21-23). La «ley de la fe» (v. 27) no indica la ley de Moisés, sino una regla moral conocida, un principio de experiencia que describe cómo las causas producen siempre los mismos efectos [2].

[1] La propiciación indica el acto de cubrir el pecado, teniendo como base un sacrificio.

[2] La palabra «ley» se emplea con el mismo significado en el lenguaje científico. Por ejemplo: la ley de la gravedad.

Mediante el ejemplo de creyentes del Antiguo Testamento (Abraham y David particularmente), el apóstol muestra el lugar de la justificación por la fe respecto a las obras, la circuncisión, las promesas y el poder de la resurrección, particularmente la de Cristo (cap. 4).

1. La fe y las obras (v. 1-8): Abraham, llamado «padre de todos los creyentes» (v. 11), fue justificado por medio de la fe, sin las obras; sin embargo, estas son esenciales para probar la realidad de la fe (Sant. 2:21-24). La salvación permanece gratuita, un don de Dios.

2. La fe y la circuncisión (v. 9-12): la fe de Abraham «le fue contada por justicia» (Gén. 15:6) catorce años antes de que le fuese dada la circuncisión como señal de su separación del mundo para Dios. La circuncisión es el sello de esta justicia (v. 11), y Abraham llega a ser «padre de la circuncisión», como precursor de aquellos que son así separados del mundo para Dios.

3. La fe y las promesas (v. 13-16): Abraham recibió de Dios promesas incondicionales, cuyo cumplimiento solo dependían de la fidelidad de Dios, mucho antes de que se diera la ley a Israel.

4. La fe y la resurrección (v. 17-22): Por fin, las promesas descansan en el poder del Dios de resurrección.

En conclusión (v. 23-25), Jesús, Señor nuestro, «fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación». La fe del creyente se funda así en la sangre de Cristo (3:25) y en su resurrección (4:25).

Los resultados de esta primera parte doctrinal de la epístola son victoriosos (5:1-11). El creyente goza desde ahora la posesión de estas cosas:

  • la paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo (la de la conciencia);
  • el favor de Dios (su gracia);
  • la esperanza de la gloria de Dios;
  • el gozo en los sufrimientos (tribulación, paciencia, experiencia, esperanza);
  • el amor de Dios es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo;
  • la reconciliación con Dios y la salvación.

Con respecto a los pecados cometidos, Dios concede el perdón y la justificación. La obra de Cristo ha sido cumplida en lo que concierne a los creyentes para quitar sus pecados.

4 - La liberación del pecado (5:12 al 8:39)

La epístola trae ahora la respuesta divina a otra pregunta. Al pecado –fuente del mal que está en nosotros (y no los pecados, es decir, los malos actos)– responde la liberación. La muerte de Cristo tiene ahora consecuencias en nosotros en cuanto al pecado.

1) El creyente y el pecado (5:12 - 6:23). Aunque Adán sea la imagen del que había de venir (es decir, Cristo), el apóstol establece el contraste entre el primer hombre (Adán) y el segundo (Cristo, el postrer Adán). Tanto uno como el otro son cabezas de una familia de humanos (la familia terrestre de Adán y la familia celestial de Cristo); y cada familia manifiesta los caracteres morales de su respectiva cabeza:

  • en la familia de Adán: la desobediencia y el pecado, que trajeron como consecuencia la muerte y la condenación;
  • en la familia de Cristo: la obediencia y la justicia, que dieron como resultado la vida, la gracia y la justificación.

Si bien el creyente tiene relación con Adán por su nacimiento en el mundo, en adelante está unido a Cristo. Y ahora, para él, «la gracia reina por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo» (5:21).

El creyente es librado de la esclavitud del pecado porque está «muerto al pecado», identificado con Cristo en su muerte. Es lo que se halla simbolizado por el bautismo (6:4). Desde ahora, prácticamente vive para Cristo, manifestando la vida de Cristo: una vida nueva que produce frutos para Dios en una marcha de santidad práctica. Su «viejo hombre» fue crucificado con Cristo (6:6) y es llamado a mantenerlo efectivamente muerto (6:11). Las tres etapas de este ejercicio, puestas en evidencia por el propio ejemplo del apóstol, son:

  • «Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3, 5).
  • «Consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom. 6:11).
  • «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (2 Cor. 4:10).

La vida eterna se presenta a la vez como el término asegurado de nuestra vida cristiana (6:22), y como un don gratuito de Dios (6:23).

2) El creyente y la ley (cap. 7). El creyente también está «muerto a la ley» (aquí se refiere a la ley de Moisés). Sus atributos esenciales permanecen inalterables: ella simplemente ha revelado el estado del hombre, sin darle ningún remedio. Pero el cristiano ha sido liberado de la autoridad de la ley, (es decir, liberado como un esclavo que ha sido rescatado) porque su muerte con Cristo ha roto la obligación que lo ataba a ella. El conflicto interior continúa mientras tanto el creyente luche solo consigo mismo. Pero Jesucristo, el gran libertador, responde a la angustia del alma para hacerle comprender la liberación. El apóstol muestra sucesivamente:

  • la liberación de la ley por la muerte (v. 1-6);
  • el conocimiento del pecado por la ley (v. 7-13);
  • el estado y la experiencia de un alma que no está liberada (v. 14-23). El apóstol se identifica con esta alma para demostrar que en la carne no mora el bien (v. 18), que existe una diferencia entre nosotros mismos y el pecado que está en nosotros (v. 20), y que en nosotros no hay fuerza alguna.

En consecuencia, no podemos liberarnos a nosotros mismos; nos hace falta la ayuda de otro: de Cristo. Nada podemos hacer, porque su obra es perfecta y completa.

3) Liberación y bendiciones (cap. 8). Las conclusiones de esta segunda parte doctrinal de la epístola son tan triunfantes como las de la primera. Liberados del pecado, de la carne y de la ley, los cristianos gozan de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. El Espíritu Santo en ellos es vida y poder:

  • el poder del Espíritu de vida nos libera de toda esclavitud (v. 2);
  • el Espíritu Santo es nuestra vida (v. 10);
  • el Espíritu de Dios nos guía (v. 14; Gál. 5:18);
  • el Espíritu de adopción da testimonio de que somos hijos de Dios (v. 14-16). La posición de hijos implica privilegios y responsabilidades. La relación de hijos con el Padre, es inseparable de la adopción y los afectos divinos;
  • las primicias del Espíritu dan testimonio de nuestra liberación final (v. 23);
  • el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (v. 26);
  • finalmente, mientras gemimos en nosotros mismos (v. 23) en medio de una creación que gime (v. 22), el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles (v. 26). También Cristo intercede por nosotros (v. 34).

En medio de los sufrimientos, somos fortalecidos por la esperanza de la gloria venidera. Como objetos del amor de Dios y de Cristo –del cual nada ni nadie puede separarnos–, nuestra seguridad es absoluta. Este maravilloso capítulo contiene una breve descripción de los eternos designios de Dios respecto de su Hijo, el «primogénito entre muchos hermanos» (v. 29-30). Los creyentes son presentados como: conocidos de antemano, predestinados para ser hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios, llamados, justificados y ya glorificados. Tales son los cinco eslabones de los consejos divinos.

5 - Israel y el Evangelio (cap. 9 al 11)

Todavía faltaba tratar una cuestión esencial con respecto al Evangelio, el cual era ahora ofrecido a todos los hombres, judíos y gentiles, sin distinción. ¿Cómo conciliar este mensaje de salvación con las promesas particulares hechas anteriormente por Dios a su pueblo Israel?

Capítulo 9: La posición de los judíos respecto a Dios y a su Evangelio deriva de tres verdades generales:

  • Dios es soberano. Sin tener que rendir cuentas al hombre, él cumple el designio de su voluntad, según la elección de la gracia (como lo muestran los ejemplos de Isaac e Ismael, de Jacob y Esaú);
  • Dios, en su gran paciencia, soporta a los malvados, como a vasos de ira (por ejemplo, Faraón), esperando ejercer su justo juicio;
  • las riquezas de la gloria de Dios se manifiestan en vasos de misericordia (nosotros, todos los creyentes).

Capítulo 10: Por su desobediencia, Israel ha perdido todo derecho a las promesas. Solo podrá ser bendecido mediante la gracia. La salvación proviene de la fe en la Palabra de Dios recibida en el corazón (v. 17); y la fe es confirmada por la confesión con la boca (v. 9). Las etapas del camino de la salvación de Dios para con el hombre son: Dios envía al evangelista. Este predica. Su predicación es escuchada. Es creída para salvación. Por fin, el pecador salvado invoca el nombre del Señor (v. 12-15).

Sin embargo, Israel había rechazado el testimonio de Dios; por eso un velo ha sido puesto sobre su corazón (2 Cor. 3:14-16).

Capítulo 11: No obstante, Dios no rechazó a Israel definitivamente. El apóstol presenta tres pruebas de esto:

  • su propio caso, él mismo era un judío que fue objeto de la gracia de Dios. También subsistía un remanente según la elección de la gracia, confirmada por el ejemplo de Elías (v. 1-10);
  • Dios quería servirse de las naciones para despertar la conciencia de Israel, y no para rechazarlo [3] (v. 11-24);

[3] El gobierno de Dios en la tierra se compara con un olivo. Las raíces y el tronco son una figura de Abraham, quien recibió las promesas de Dios. Israel se halla representado por las ramas. Dios, fuente de verdor y de fruto, injerta a las naciones en el olivo para bendecirlas con Israel.

Los designios de Dios eran un misterio, el cual consistía en el endurecimiento parcial y temporal del pueblo en particular (v. 25-31).

En definitiva, los dones (de gracia) y el llamamiento de Dios están absolutamente asegurados (v. 29). Si todos los hombres son desobedientes, se ofrece a todos la misericordia. ¡La gracia y la sabiduría de Dios son maravillosas!

6 - Las exhortaciones prácticas y el servicio del apóstol (cap. 12 al 15)

1. Fundadas en la doctrina de la epístola, las exhortaciones tienen su fuente en las compasiones divinas. El cristiano pertenece a Cristo, para ofrecerse a Dios. La separación del mundo (en la marcha) y la humildad (en el corazón) permiten en la vida cristiana conocer la voluntad de Dios para agradarle (12:1-4).

2. También se le dan a la iglesia (el cuerpo de Cristo en la tierra) dones, a fin de mantener los lazos entre los creyentes (los miembros del cuerpo). Resultan exhortaciones prácticas para todas las actividades de los cristianos, ya sea en lo que se refiere a sus mutuas relaciones (v. 9-16) o a sus relaciones con el mundo (v. 17-21). Los estímulos comienzan por el amor y terminan por el bien en actividad para superar el mal.

3. El cristiano también es exhortado a someterse a las autoridades civiles; a causa del castigo (su responsabilidad es para con las autoridades humanas como ciudadano) y a causa de la conciencia (su responsabilidad es para con Dios como cristiano). El supremo motivo es el amor, una deuda que todo cristiano tiene para con Dios y que nada puede apagar (13:1-10).

4. El tiempo es corto hasta el retorno del Señor: hay que levantarnos del sueño espiritual para desechar las obras de las tinieblas y vestirnos de las armas de la luz, vestirse del mismo Señor Jesucristo, esperando la llegada del día eterno (v. 11-14).

5. Luego se desarrolla la libertad cristiana con la responsabilidad que le es propia y la debida consideración de unos a otros (14:1 al 15:7). Cristo es el perfecto modelo de abnegación y de bondad. Contemplándolo, podemos comprender los caracteres morales del reino de Dios, justicia, pazgozo en el Espíritu Santo. En la práctica, debemos guardarnos de relajamiento y de legalismo, respetando la conciencia del hermano, «aquel por quien Cristo murió» (14:15; 1 Cor. 8:11).

6. Dios es el Dios de esperanza, tanto para el judío como para los gentiles. El apóstol Pablo había predicado el Evangelio en todo el mundo griego. Ahora ignoraba cómo seguiría su servicio en el mundo latino (Italia y Europa occidental). No obstante, el Dios de paz estaría con él (15:8-33).

7 - Saludos y conclusión de la epístola (capítulo 16)

Los numerosos saludos que terminan la epístola expresan los lazos de afecto entre el apóstol y los creyentes de Roma, a los que nunca había visto, salvo a unos pocos. Pablo asocia en ellos a todas las iglesias de Cristo (v. 1-16, 21-24).

La vigilancia sigue siendo necesaria para con aquellos que perturban la iglesia con doctrinas extrañas. Hay que ser «sabios para el bien, e ingenuos para el mal», antes que el Dios de paz aplaste a Satanás bajo nuestros pies (v. 17-20).

La epístola presentó el Evangelio de Dios y sus resultados prácticos para el hombre pecador. Ella muestra que la cruz de Cristo responde perfectamente a la responsabilidad del hombre ante Dios. Además, pone la verdad de la salvación por la fe en correlación con las diversas fases de las relaciones entre Dios y el hombre en la tierra. Sin embargo, el apóstol no puede terminar su carta sin mencionar lo que él llama el misterio, el misterio por excelencia: el designio de Dios de unir espiritualmente en un solo cuerpo a Cristo y todos sus rescatados (de entre los judíos o de entre los gentiles). Ya expuesto parcialmente en la primera epístola a los Corintios, ese misterio será revelado plenamente en las epístolas a los Efesios y a los Colosenses, cuando Pablo esté prisionero en Roma.

Ante las maravillas insondables del Evangelio y de los eternos designios de Dios, el apóstol termina con una doxología al único y sabio Dios. ¡A él, como a Cristo, sea la gloria para siempre!