El temor del Señor
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«Antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo», es una palabra saludable y necesaria (Proverbios 23:17).
La gracia de Dios ha hecho mucho por nosotros; nos ha salvado, nos ha justificado gratuitamente, nos ha redimido y nos ha reconciliado con Dios, y nosotros hacemos bien en responder a la exhortación: «Por lo cual, recibiendo un reino inconmovible, tengamos gratitud, y por ella sirvamos a Dios como a él le agrada, con temor y reverencia» (Hebreos 12:28).
Este temor del Señor no es el temor servil que caracteriza al supersticioso. Es una confianza reverente acompañada por el aborrecimiento del mal. «El temor de Jehová es aborrecer el mal» (Proverbios 8:13). «El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre» (Salmo 19:9). Donde este es mantenido, la presencia del Señor es una realidad y un gozo.
La presencia del Señor está con la Asamblea hasta que Él venga a tomarnos para estar con él en la Casa del Padre. Él nunca deja o abandona a los suyos.
Él con su iglesia ha estado siempre;
Su amorosa benignidad, ¡oh, cuán buena!
Sin embargo, una cosa es que su presencia esté con nosotros, y otra cosa es estar en un estado tal como para reconocerla, y para disfrutar de la santa paz y la bienaventuranza de ella. «Para que ninguna carne se gloríe delante de Dios» (1 Corintios 1:29), pero el descanso, la edificación, y el consuelo del Espíritu Santo son conocidos allí de manera experimental. Aquí yace el secreto de la verdadera prosperidad, como lo demuestran los tempranos registros de la Asamblea en el libro de los Hechos, leemos: «Entonces la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, siendo edificada; y andando en el temor del Señor, y con la asistencia del Espíritu Santo, se multiplicaba» (Hechos 9: 31). Cuando estas condiciones están ausentes, todo lo contrario de esto está presente. Disensiones acerca de doctrinas, de grupos, de tradiciones, de principios o dogmas distintivos, de líderes, junto con un celo jactancioso por la verdad, están muy extendidos, y no resultan ni en consuelo ni en prosperidad, sino en escuelas de opinión, de celos, de disputas, de contenciones y divisiones. Que el Espíritu no sea contristado, y el juicio propio sea mantenido en la presencia del Señor y en el temor del Señor, entonces estas cosas huirán de nuestra presencia como una bandada de aves antes del amanecer.
Es conmovedor leer que un motivo presentado, por el cual las súplicas de nuestro Señor Jesucristo fueron oídas, fue debido a su piedad o porque él temía (Hebreos 5:7). ¿Quién podría afirmar que está en la senda de la voluntad de Dios más que él? ¿Quién anduvo en la verdad y fue tan celoso de ella como él? ¿Quién amó el bien y aborreció el mal como él? No obstante, él anduvo en el temor de Jehová todo el día. «Guárdame, oh Dios», él oró, «porque en ti he confiado» (Salmo 16:1); y también: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119:11). Si nosotros colocamos los Salmos acrósticos 111 y 112 lado a lado, vemos de qué manera los que pertenecen a Cristo toman carácter de Él. El primero habla de Cristo, y el segundo de aquel que confía en Él. El primero finaliza diciéndonos que : «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Salmo 111:10); el segundo comienza hablándonos de la bienaventuranza o felicidad del «hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran manera» (Salmo 112:1). En el tercer versículo del uno la justicia de Cristo «permanece para siempre»; en el tercer versículo del otro se dice lo mismo de la justicia del creyente, y eso debe ser así porque Cristo es su justicia. Dios hizo que Cristo sea la justicia, así como la sabiduría del creyente.
El Espíritu capacita al remanente verdadero para mantener esta actitud de corazón y mente otorgada divinamente. Gracia les es dada para seguir lo que es bueno. En los momentos finales del período actual ellos siguen la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que sinceramente tienen al Señor ante sus corazones (2 Timoteo 2:22). Él mismo y su amor han ganado sus afectos, y con «corazón puro» invocan al Señor. Así ellos mismos ratifican ser de la Asamblea que Cristo está edificando sobre la revelación que el Padre les ha hecho de él, el Hijo del Dios viviente (véase Mateo 16).
Los del remanente, al final de los días del Antiguo Testamento, mostraron las mismas características. No se nos dice que ellos se dedicaron a reedificar o corregir algo. Pero un profundo y verdadero avivamiento fue de ellos. A los que no tienen interés no les importaría la compañía de ellos, porque no tendrían corazón para el tema que los llenaba de alegría inefable. Leemos: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (Malaquías 3:16, 17).
Grande fue el deleite que este remanente encontró en sus meditaciones acerca de «su nombre», pero mayor fue el deleite del Señor en ellos.
Es la feliz ocupación de la Asamblea deleitarse en lo que él es, aunque él benignamente permite que ella conozca qué complacencia él encuentra en ella. El espíritu de la falsa asamblea, Babilonia, dice, «Estoy sentada como reina» (Apocalipsis 18:7); el espíritu de la Asamblea verdadera, visto en el remanente dice: «¡Todo él codiciable!» (Cantares 5:16). Donde él está, toda la Asamblea está; donde él es desplazado por la exaltación de la iglesia, o del hombre, o de cualquier otra cosa, la Asamblea no existe. Es Cristo y la Asamblea, no la Asamblea y Cristo. En todas las cosas la preminencia es de él. Y con toda razón dice el remanente: “Nuestro deseo es hacia Él” (compárese con Cantares 7:10, donde leemos: «Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento»). Este es el ejercicio santo de la esposa verdadera en la presencia del Señor. Ella reverencia a su esposo (podría leerse como “teme [respete] a su marido” (Efesios 5:33), si bien ella sabe que su marido la ama como el Señor mismo la ama.
Sintiendo, pero no siendo absorbidos por el fracaso alrededor de ellos, cuán brillantemente resplandece la gloria del Infalible, del Inmutable, delante de los corazones felices del remanente que «temían a Jehová», pues se hablaron unos a otros, y lo que él es –su nombre– fue el tema santo de ellos –ellos estimaban su nombre. Leemos: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre» (Malaquías 3:16). Y este es el tema de los que invocan al Señor con un corazón puro actualmente (2 Timoteo 2:22 – LBLA); y eso en un sentido aún más profundo que en los días de Malaquías, puesto que la plena revelación de Dios nos ha sido dada a conocer desde entonces en Cristo. Este es también el tema del Espíritu Santo, así como lo es de las Santas Escrituras inspiradas por él. «Cuando él venga», dijo el Señor Jesús, «me glorificará» (Juan 16). Qué tema tan inagotable de gloria y amor proporcionado para nuestra manera de vivir y nuestra meditación.
Ningún asunto es tan glorioso como Él,
Ningún tema nos afecta tanto.
Qué temporadas de refrigerio y edificación fueron, y son, las porciones preciosas de aquellos que temen al Señor y estiman su nombre. ¿No ha probado esto el lector? ¿No ha probado también la sutil soberbia religiosa y los procesos que privan al corazón de tales temporadas? Entonces, ¿no seguiremos nosotros en el futuro, con propósito de corazón, la senda del primer amor, la senda del Espíritu, y la senda de la Esposa?
¡Él pronto vendrá! ¡La estrella resplandeciente de la mañana, en breve brillará!
Los que han oído el testimonio de Él mismo en las asambleas están listos en verdadero amor para darle la bienvenida. A él «el Espíritu y la Esposa dicen: Ven» (Apocalipsis 22:17). ¡Qué bienvenida le espera! ¡Qué contraste con la primera venida! ¡Ah, grande y glorioso será su gozo cuando él nos arrebate para presentarnos a sí mismo!
El Esposo y la Esposa
Son vistos siempre en gloria,
Y el amor está satisfecho.
Él vendrá y resplandecerá eventualmente como el Sol de justicia en la perspectiva de la bendición del milenio, terrenal (Malaquías 4). Una estrella puesta en relación directa con la tierra puede ser más grande que el sol. El sol se ve más grande debido a su cercanía. Una estrella lejana, más allá del sistema planetario llamada “el rey de los cielos” es mil veces más grande que el sol, y está un millón de veces más lejos de la tierra. Ciertamente la estrella resplandeciente de la mañana, el Esposo celestial, implica mayores glorias que el Sol de justicia para la tierra; sin embargo, todo se centra, en este caso, en nuestro glorioso Salvador, en una y misma Persona; pero, relativamente hablando, un conjunto de glorias más vasto le rodean como estrella resplandeciente de la mañana que como Sol de justicia, aunque ambos son realmente gloriosos. Para el remanente terrenal al final del Antiguo Testamento, en la perspectiva de un día futuro, se dice: «Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación» (Malaquías 4:2). Al verdadero remanente en las asambleas, se dice al final del Nuevo Testamento: «Yo, Jesús… soy la raíz y la posteridad de David, la estrella resplandeciente de la mañana… vengo pronto» (Apocalipsis 22:16-20). Mientras tanto, la última palabra emitida por el Espíritu es: «La gracia del Señor Jesucristo sea con todos» (último versículo de la Biblia, Apocalipsis 22:21).
Conscientes de esta gracia, y de la presencia del Señor con nosotros, hemos de andar en el temor del Señor todo el día. Esto nos preservará en una condición que es agradable para él, mientras esperamos su regreso.