Juan 15
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Israel fue la viña de Dios: Salmo 80:8-16; Isaías 5:1-7. El Señor lo dice en Mateo 21:33-42; Marcos 12:1-12; Lucas 20:9-18. Dios deseaba que ella llevara fruto que regocijara su corazón; pero esta viña no ha dado más que «uvas silvestres».
Este es el resultado de la cultura del hombre en Adán, incapaz de producir lo que es agradable a Dios. Este hombre ha sido puesto de lado en la cruz, donde el Señor llevó por él el juicio que merecía en cuanto a su naturaleza y a sus obras. En Cristo resucitado, un hombre nuevo entra en escena, poseedor de una vida nueva de la cual Dios puede obtener frutos. Pero para llevar este fruto, este hombre nuevo debe depender de Cristo que es la fuente de su nueva vida; es por Él solamente que ella es alimentada. Él es el cepo, los creyentes son los sarmientos. Es lo que presentan estos versículos que nosotros hemos leído. En la dispensación anterior, cada israelita era un cepo plantado en el terreno de la naturaleza adámica. La viña ha sido reemplazada por Cristo, el verdadero Hijo llamado fuera de Egipto (Oseas 1:1). «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» dice el Señor (v. 5). Cuando estos pámpanos permanecen en la vid, la sabia divina les hace producir fruto para Dios.
Es esta verdad la que el Señor enseña en el capítulo 15 de Juan. Se presenta a sí mismo como el portador del testimonio aquí en la tierra, reemplazando al de Israel que había fallado completamente. «Yo soy la vid verdadera», dice él, «mi Padre es el viñador»; mientras que, bajo el régimen de la ley, los jefes del pueblo eran los labradores. Cada uno de los que profesan pertenecer al nuevo orden de cosas introducidas en este mundo, por la muerte de Cristo, son un pámpano.
Pero desde el tiempo en que se ha forjado la profesión, se encuentran personas que no tienen la vida de Dios; a veces, ellas son consideradas como pámpanos en razón de su profesión cristiana. Cada uno reclama en la cristiandad tener el nombre de Cristo y hace una religión; pero el Señor dice: «Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo quita; pero todo aquel que lleva fruto, lo poda para que lleve más fruto» (v. 2). «En mí»; es decir como profesión, que tengan la vida o no la tengan. ¡Desgraciadamente! Esos pámpanos que no llevan fruto son numerosos en la cristiandad. El viñador los quita. Él, de hecho, actúa sin que sea cuestión de tiempo. Judas ha sido quitado. Será igualmente así para todos aquellos que se queden cuando el Señor venga a arrebatar a los suyos.
El Padre desea obtener frutos. Cada cristiano debe pensarlo seriamente, porque esta es la razón de estar en la tierra. En el cielo no se llevará fruto, será visto el fruto que hayamos producido aquí abajo. Deseamos hacer resaltar en estos versículos los recursos que el creyente posee para llevar fruto.
En primer lugar, todo pámpano que lleva fruto es el objeto de los cuidados de su Padre, que es el viñador. Él opera en disciplina, por su Palabra; limpia al cristiano de todo brote de la carne, lo poda, a fin de que no perjudique el rendimiento del fruto. Si lleva poco fruto, esto prueba que tiene la vida, entonces el Padre desea que produzca aún más. Él no dirá nunca que es suficiente. Hay siempre progresos que hacer mientras tanto que estemos en la tierra.
Es lo que el apóstol hace comprender en sus epístolas. A los efesios, (aunque él reconocía su buen estado), no les hace creer que están en el máximo de su producción. Se dirige a Dios en oración por ellos en los capítulos 1:15-20 y 3:14-21. De igual modo en los filipenses, capítulo 1:8-11; desea que estén llenos de frutos de justicia, discerniendo las cosas excelentes. El amor del Padre se muestra ocupándose de los suyos, a fin de que, en el día de Cristo, sean portadores de mucho fruto.
Si vemos por un lado la actividad del viñador, también la de los discípulos es exigida. Su posición está asegurada: «Vosotros ya estáis limpios por medio de la palabra que os he dicho» (15:3). Palabra que, comunicando la vida, lava de todo lo que caracterizaba al viejo hombre. Pero no se puede solamente descansar en el hecho de estar convertido y de tener la vida, porque si se la posee, es para llevar fruto. Es necesario permanecer en Él. Si hay una relación vital con Cristo, la Vid verdadera, es preciso cultivarla por las relaciones prácticas del alma con él, en su dependencia en el gozo de su comunión; el corazón estará cautivado por todas las gracias y las perfecciones de su persona, y permanecerá atraído a Cristo; la apreciación y el gozo de su persona se manifestarán por el fruto que no es otro que la reproducción de sus caracteres, en las circunstancias diversas en que estamos colocados.
«Permaneced en mí, y yo en vosotros» (v. 4). No podemos permanecer prácticamente en el Señor sin que él permanezca en nosotros. Si permanecemos en él, será visto en nuestra marcha.
«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (v. 5). La Palabra es muy exacta en las figuras que emplea para enseñarnos. El pámpano es una madera que no tiene ningún valor en sí misma. El profeta Ezequiel dice: «¿Tomarán de ella madera para hacer alguna obra? ¿Tomarán de ella estaca para colgar en ella alguna cosa? He aquí, es puesta en el fuego para ser consumida… y la parte de en medio se quemó» (15:1-5). Una vez separada de la vid, es buena solo para el fuego que no alimenta por largo tiempo. Por el contrario, como es una madera que, por su naturaleza extremadamente porosa, deja pasar una gran cantidad de sabia. El cristiano, como el pámpano, no tiene ningún valor, ninguna capacidad por sí mismo; si el no permanece unido prácticamente al Señor, no puede llevar fruto.
«Separados de mí, nada podéis hacer». Cuanto más tenga conciencia de su debilidad, de su incapacidad, mas permanecerá unido al Señor, y así será un canal lleno de la sabia divina que alimentará el fruto.
¿Se pedirá cual es el fruto que es necesario llevar? O, en otros términos: ¿cuáles obras debo cumplir para servir al Señor? Se buscará lo que se debe hacer. Se presentará en muchos campos de actividad, en diversas misiones para el aumento moral bajo todas sus formas, el bien de la juventud, etc., o igualmente la obra en las asambleas. Toda esta actividad puede provenir de un corazón deseoso de ser útil al Señor. Sin embargo, sin dudarlo, comienza buscando el bien que puede hacer, o poner el arado a los bueyes.
El Señor no dice: “Buscad lo que podáis hacer por mí”, sino: «El que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto». El asunto importante es en primer lugar permanecer en la fuente, ser atraído por el corazón, y no de otra manera, y la sabia divina correrá naturalmente y producirá muchos frutos, de formas variadas: la obediencia a la Palabra, y la fidelidad de servir en los detalles de la vida diaria, aunque sean muy humildes, en que el Señor se place colocar ante nosotros. Si la vida divina actúa, los frutos se producirán abundantemente donde el Señor los ve, aunque se trate de un servicio muy escondido o de aquel que es puesto en mas evidencia y que no tienen siempre el mismo valor. Al mismo tiempo, con la capacidad de producir fruto, el Señor dará la inteligencia para discernir su voluntad a fin de cumplir lo que él desea llevando un fruto caracterizado siempre por lo que es en sí mismo. Se habla mucho de fe para cumplir grandes obras y obtener respuestas milagrosas, sobre las cuales se podrá escribir páginas interesantes; pero lo que es agradable al Señor es, sobre todo, la obediencia a su Palabra.
En respuesta a los discípulos que pedían que se les aumentara la fe, en Lucas 17:5-10, el Señor les enseña con el siervo que, volviendo de los campos, le era preciso obedecer: «¿Le da gracias al siervo por hacer lo que le fue mandado?» Dice él (v. 9). Así que lo que debemos hacer ante todas las cosas y siempre, es permanecer unidos al Señor, vivir de él, ante él, y no fallará en enseñarnos lo que debamos hacer para llevar fruto. ¡Cómo la Palabra es bella! Desead llevar frutos para el Señor. Permaneced en él. Sí, el canal que no es alimentado por la fuente no da agua, mientras que aquel que ella alimenta dará siempre ya sea pequeño o grande.
El versículo 7 presenta otro recurso para llevar fruto: la oración: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis, y os será concedido». Permaneciendo en el Señor, es evidente que recibiremos la comunicación de sus pensamientos por sus palabras. Para los discípulos eran las palabras que les había comunicado de parte del Padre, pero para nosotros, son también todas las palabras por las cuales el Señor nos hace conocer sus pensamientos; ellas están contenidas en las Escrituras. Hay algo íntimo en «mis palabras». En el capítulo 14, ha hablado de guardar sus mandamientos, como prueba del amor por él; enseguida dice: «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (14:23). Los mandamientos dan el pensamiento del Señor expresado con autoridad. Pero el conocimiento de sus pensamientos por medio de sus palabras resulta de una gran cercanía a él mismo, y de una intimidad que permite acogerles, y de penetrar mejor en lo que a él le agrada.
Normalmente, guardando sus mandamientos seremos conducidos a guardar sus palabras. Notad que no dice: “Si vosotros conocéis mis palabras”; sino: Si «mis palabras permanecen en vosotros». En las horas de comunión, u oyendo la exposición de la Palabra, podremos gozar mucho y desear practicar lo que es agradable al Señor. Pero la corriente de la vida nos envuelve, nos distrae, y cuando la ocasión se presenta de poner en práctica lo que conocemos, estas palabras no están presentes en nuestro pensamiento, no han permanecido en nuestros corazones. Se trata aquí de las palabras del Señor permaneciendo en nosotros para formar los deseos según Dios con el fin que pidamos lo que le conviene darnos; entonces nuestras peticiones serán conforme a su voluntad. ¡Que privilegio maravilloso podemos gozar, poseyendo los pensamientos del Señor, del Hombre perfecto, dependiente de su Dios, no deseando jamás otra cosa que la que su Dios deseaba, y pudiendo decir: «Yo sabía que siempre me oyes»! (11:42). ¿Podríamos realizar habitualmente esta comunión con el Señor para vivir prácticamente en la misma relación que él con su Dios y Padre, mientras estaba aquí?
Así comprendemos porqué tantas oraciones no tienen respuesta. Oramos para obtener cosas que nos parecen buenas; pero si nuestras demandas no son conformes a la voluntad de Dios, ellas no pueden tener la aprobación de Dios. Pedimos mucho en lo que se relaciona a nuestras circunstancias, y con razón, porque es difícil saber siempre cuál es el pensamiento de Dios al respecto, porque hay cosas en su gobierno que son muy maravillosas pero que no podemos comprender (Prov. 30:18-19). Pero si se trata de los intereses del Señor, de nuestros intereses espirituales, en una palabra, de llevar fruto, podemos tener su pensamiento permaneciendo en él y sus palabras permaneciendo en nosotros. Entonces, en nuestras circunstancias materiales, seremos conducidos a pedir lo que conviene, igualmente sin conocer el pensamiento de Dios, y después nos daremos cuenta de ser dirigidos por él. Si no podemos siempre pedir a Dios lo que le conviene concedernos, podemos siempre «en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios» (Fil. 4:6). El resultado inmediato será: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros sentimientos en Cristo Jesús» (v. 7). Esta respuesta, ¿nos es suficiente? ¿Deseamos tener nuestros corazones llenos de Cristo Jesús, antes de ver nuestras dificultades desaparecer o cambiar de rumbo? Los que hablan mucho de fe para el cumplimiento de sus oraciones, a menudo parecen olvidar que la oración es la expresión de la dependencia de Dios y que ella no debe tener el carácter de una exigencia de nuestra parte. Para orar, es preciso poner de lado nuestra propia voluntad y estar seguros de que lo que pedimos es lo que Dios desea.
Las palabras del Señor no dejaron de lado a la voluntad; ella nos conducirá para tener el mismo pensamiento que él con el fin de que su Padre sea glorificado por mucho fruto: «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto; y así seréis mis discípulos» (v. 8). Los discípulos fieles e inteligentes llevan los caracteres del Maestro que les ha enseñado. Dejémonos enseñar por el Señor y nos pareceremos a él naturalmente. Él ha llevado mucho fruto haciendo siempre las cosas que le agradaban a su Padre.
En la proximidad del Señor, teniéndolo como Modelo, gozaremos de su amor y seremos amados de él, cómo él era amado de su Padre. Desea que permanezcamos en su amor. «Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (v. 9-10). No nos gozamos de este amor de una manera pasiva, sino de una manera activa como el Señor que ha guardado los mandamientos de su Padre, y que ha permanecido en su amor; gozando no solamente del amor eterno de donde siempre es el objeto, sino del amor del Padre por su Hijo obediente. El Señor agrega aun: «Estas cosas os he dicho para que mi gozo permanezca en vosotros, y vuestro gozo sea completo» (v. 11). Todo lo que el Señor les decía a sus discípulos, y que nos lo dice hoy en día, debe producir, en nosotros como en ellos, el gozo que era propio en su marcha de obediencia y de dependencia como Hombre perfecto.
Sin embargo, pensamos en nuestros privilegios y en lo que debe caracterizar a un cristiano aquí abajo: permanecer en el Señor para llevar fruto; tener la capacidad de discernir lo que es necesario pedir a Dios para glorificarle llevando mucho fruto; gozar del amor del Señor y del amor del cual era amado de su Padre permaneciendo en el camino de la obediencia; tener el gozo del Señor, un gozo completo, que no era jamás perturbado por un deseo que no fuera según Dios. ¡Bienaventurado estado! Si mejor lo realizamos, cuan bella y simple será la vida. No nos dejaremos abatir y distraer por los detalles de la vida presente, a los cuales damos a menudo una importancia exagerada. Teniendo conciencia de que somos de Dios en este mundo, estando en la misma posición que su amado Hijo, para reproducir sus propios caracteres, permaneceremos apegados a él, este cepo divino, para llevar fruto que permanezca eternamente. Así estaremos felices de vivir algún tiempo en la tierra esperando al Señor.