La unidad de los hijos de Dios
Autor:
La unidad del Cuerpo de Cristo
Tema:(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)
En una época en que mucho se habla de unidad, es necesario considerar con cuidado lo que al respecto dice la Biblia, la Palabra de Dios. Primeramente, veamos lo que no dice. No pide a los «hijos de Dios» de entablar diálogo con los «hijos del diablo» y menos aún de unirse con ellos. Afirma expresamente lo contrario: «¿Qué comunión (tiene) la luz con las tinieblas?... ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?... Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor» (2 Cor. 6:14-17). Hay, pues, una separación necesaria, indispensable, entre los «hijos de Dios» y aquellos que no lo son.
No olvidemos que la primera mujer, Eva, entabló diálogo con el diablo. ¿Cuál fue el resultado? Fue seducida, desobedeció a Dios, arrastrando a su marido y a toda su descendencia en la desobediencia, el pecado y la muerte. Hay, pues, diálogos peligrosos.
¿Que dice la sagrada Escritura a propósito de la unidad de los «hijos de Dios»? Leemos primeramente, en Juan 11:51-52, «que Jesús había de morir para… congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Según este texto, la muerte de Cristo tuvo por resultado la unión de todos los hijos de Dios en un cuerpo. Esto es, pues, un hecho consumado. Desde la muerte y la resurrección del Señor Jesús, todos los «hijos de Dios» –es decir, todos aquellos que han recibido a Jesucristo como Salvador personal, como Señor y Soberano, quienes son nacidos de nuevo, nacidos de Dios, sellados con el Espíritu Santo (véase Juan 3:3, 7; 1 Juan 5:1; Efe. 1:13)– forman un cuerpo, del cual Cristo, en el cielo, es la Cabeza glorificada. Todos aquellos que están «en Cristo» son miembros de este cuerpo. Están indisolublemente unidos los unos a los otros y a la Cabeza (Cristo) en el cielo, desde ahora y por la eternidad. Esta unidad de los «hijos de Dios» no debe ser efectuada: Está hecha. La oración de Jesús (pronunciada antes de la cruz) «que todos sean uno...» (Juan 17:21-22), es ahora una petición plenamente otorgada, puesto que Cristo estuvo muerto y resucitó. ¡A Dios sea la gloria!
En este vocablo: todos («que todos sean uno») la Iglesia primitiva no ha incluido sino a aquellos que, al llamamiento de Jesucristo, creen en él y se separan del mundo, del mal y del error, uniéndose a los otros hijos de Dios. Este vocablo tan pequeño todos no concierne más que a los auténticos cristianos, a los que han recibido la nueva vida, la vida divina, por la regeneración.
La unidad de los «hijos de Dios» es, pues, una unidad orgánica análoga a la de un organismo vivo, una unidad vital realizada por la misma vida espiritual que se encuentra en cada miembro.
Si ahora leemos en Efesios 4:4-16, encontraremos, enumeradas, las siete columnas de la unidad cristiana: «un cuerpo, y un Espíritu... una misma esperanza... un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos». Aquí no se trata más que de los «hijos de Dios»: Dios es el Padre de ellos. Son conducidos por el Espíritu de Dios, pues «por un solo Espíritu fueron todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres» (1 Cor. 12:13). Tienen un Señor, Jesucristo, y viven según la esperanza de su venida y de la gloria que debe seguirle. Los «hijos de Dios» no tienen, pues, que crear la unidad del cuerpo, ni realizarla, ni incluso conservarla. Esta existe. ¡Está hecha! Al contrario, deben ser solícitos en «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efe. 4:3).
¡Creemos que el retorno de Jesucristo está sumamente próximo! Si esa subida hacia el cielo (que será más repentina y más rápida que la de un cohete hacia el cosmos) tuviese lugar hoy o mañana, ¿formaría usted parte de ella, sería usted arrebatado, querido lector? ¿Está usted preparado?
«Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios» (1 Juan 3:1-2).