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La caída de tres ciudades

Sodoma, Jerusalén, Babilonia


person Autor: William C. REID 8


Aunque la mayoría de la gente no es consciente de ello, Dios se interesa profundamente por todas sus criaturas, como dijo el Señor Jesús: «¿No se venden dos gorriones por un centavo? Y ni uno de ellos caerá a tierra sin que vuestro Padre lo permita» (Mat. 10:29). Los individuos, las naciones y las ciudades están todos bajo la mirada vigilante de Dios, sus santos son cuidados de una manera particular, pero su bondad providencial y su gobierno son siempre manifiestos para aquellos que tienen ojos para ver.

Las ciudades de los hombres son las sedes del gobierno y del saber, donde se exhiben sus tesoros y su cultura, y donde se encuentran la mayor parte de sus placeres. Por desgracia, las ciudades son también centros de vicio y corrupción de todo tipo, donde la naturaleza depravada del hombre encuentra su saciedad y manifiesta el alcance de su degradación. Los rasgos definitorios de la ciudad del hombre aparecieron cuando Caín «salió… de delante de Jehová» y «edificó una ciudad» (Gén. 4:16-17). Estaba el asesinato admitido por Lamec, la actividad agrícola de Jabal, la música de Jubal y las artes y oficios de Tubal-Caín. Todo esto se presentaba de tal manera que ocupaba y encantaba al hombre, olvidando todo pensamiento de Dios y acallando la voz de la conciencia.

1 - Sodoma

Lot vio que la llanura alrededor de Sodoma que «toda ella era de riego»; era «como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar» (Gén. 13:10). Con un entorno tan rico, Sodoma probablemente llegó a ser próspera, y su prosperidad fue la causa de su caída. Esto lo explica claramente Jehová por medio del profeta, cuando dice a Israel: «He aquí que ésta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad… y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso» (Ez. 16:49). En lugar de utilizar la prosperidad que Dios, en su bondad, les había dado para aliviar las condiciones de los necesitados, utilizaron sus riquezas para satisfacerse a sí mismos en flagrante maldad.

El orgullo es la primero que menciona Jehová, y es el carácter principal de las siete cosas que son abominación para Jehová (Prov. 6:17); fue la causa de la caída de Satanás (Ez. 28:17), y la causa de la caída de muchos otros, como nos enseña la Escritura: «La soberbia del hombre le abate» (Prov. 29:23), y «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Prov. 16:18). La soberbia marca a las naciones, como indica la Escritura: «Hemos oído la soberbia de Moab» (Is. 16:6), marca a los individuos, y también a las ciudades, como aquí en Sodoma. Jehová, que odia la soberbia, la tiene en cuenta dondequiera que se encuentre y trata con ella en su gobierno.

No sabemos cuál fue la causa del orgullo de Sodoma: tal vez fue su gran prosperidad, pues los hombres están muy orgullosos de sus posesiones, especialmente si las han adquirido por su industria o habilidad natural. La «saciedad de pan» en Sodoma mostraba ciertamente prosperidad, pero en vez de dar gracias a Dios, y usar lo que les había dado para Sus intereses, los habitantes se entregaron al placer, del tipo más depravado. Ellos hicieron «abominaciones», y no «fortalecieron la mano del afligido y del menesteroso», como deberían haber hecho.

Hubo también su imprudente «ociosidad», que daba a los hombres de Sodoma mucho tiempo para sus placeres. Cuando Adán fue expulsado del Edén, tenía que comer de la tierra con dificultad todos los días de su vida, y Dios añadió: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gén 3:17-19). Los hijos de Caín, con su música y sus artes, habían intentado quitar la tristeza a la vida; los hombres de Sodoma, con su gran ociosidad, habían conseguido evidentemente comer su pan sin el sudor de Adán.

La soberbia, el lujo y el ocio de Sodoma habían producido un grave pecado, que no pasó inadvertido a Dios, pues «Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí» (Gén. 18:20-21). Desgraciadamente, cuando los ángeles estuvieron en la casa de Lot, comprobaron que el grave pecado de Sodoma estaba en acuerdo con el clamor que había escuchado Jehová en el cielo.

La intercesión de Abraham en favor de Sodoma es hermosa, y cuán grata debe haber sido a Dios, que escuchó pacientemente a su siervo, que estaba separado de Sodoma y de todo lo que se relacionaba con ella, excepto Lot, que había sido atrapado para asociarse con ella. Lot era pariente de Abraham, y probablemente Abraham suplicó a Dios que perdonara a Lot y a su familia. Un Dios paciente y misericordioso estaba dispuesto a perdonar a Sodoma si se encontraban allí 10 personas justas, pero no las encontró. Por lo que sabemos, solo había un hombre justo, y era Lot, que estaba «afligido por la perversa conducta de aquellos libertinos», y su alma justa estaba afligida porque «cada día su alma justa» veía y oía sus obras inicuas (2 Pe. 2:7-8).

En su misericordia, los ángeles sacaron al justo Lot de Sodoma, y el juicio devorador de Dios cayó sobre aquella ciudad y sobre Gomorra, reduciéndolas a cenizas, «poniéndolas como ejemplo a los que vivían impíamente» (2 Pe. 2:6). Todo pensamiento de Dios había desaparecido de los corazones y las mentes de los hombres de Sodoma, y solo la autoindulgencia los ocupaba, con los amargos y dolorosos frutos resultantes del juicio divino. El relato de estas cosas fue dejado a los hombres, en las Sagradas Escrituras, para que aprendieran los caminos de Dios, pero la triste historia del hombre muestra que no tiene ningún deseo de aprender de Dios, prefiriendo seguir su propio camino.

2 - Jerusalén

Poseyendo los oráculos de Dios, no había excusa para que la privilegiada ciudad de Jerusalén siguiera el camino de Sodoma. Jerusalén era la ciudad más privilegiada de la tierra, elegida por Dios, pues el arca sagrada había sido llevada allí, y la gloria de Jehová moraba en el templo que Salomón había construido. El culto de Jehová estaba allí; los sacerdotes ministraban en su santuario; su rey estaba sentado en su trono; y Dios había entregado en sus manos a todos los enemigos de Israel.

Antes de que terminara el reinado de Salomón, la idolatría había encontrado un lugar en Israel, y debido a esto Dios dijo que dividiría el reino, y entregaría 10 tribus en manos de Jeroboam (1 Reyes 11:33-36). Tan pronto como Jeroboam se sentó en su trono, condujo a su pueblo al pecado que había aparecido al pie del Sinaí, pues hizo 2 becerros de oro, y a causa de esta idolatría las 10 tribus fueron llevadas al cautiverio, pues los reyes que sucedieron a Jeroboam siguieron sus pasos idólatras.

Por graves que sean los pecados de Sodoma y los de las 10 tribus, no se pueden comparar con los excesos de la ciudad de Jerusalén. Jehová, afligido por los pecados de Jerusalén, dijo: «Sodoma tu hermana y sus hijas no han hecho como hiciste tú y tus hijas… Y Samaria no cometió ni la mitad de tus pecados; porque tú multiplicaste tus abominaciones más que ellas» (Ez. 16:48, 51). Estas terribles abominaciones se presentan en Ezequiel 8.

 

¿No es de extrañar que Jehová dijera que la maldad de Jerusalén superaba con creces la de Sodoma y Samaria? Sin embargo, había un remanente fiel a Dios en medio de la maldad, y Jehová llamó a sus siervos designados para ejecutar sus juicios sobre la ciudad culpable: «Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella» (Ez. 9:4). Lot y sus hijas fueron librados de la ruina de Sodoma: Dios tenía su remanente (residuo) en Jerusalén, que fue marcado por él para escapar de su juicio consumidor.

Más tarde, el juicio de Dios cayó de nuevo sobre la ciudad culpable, la ciudad sobre la que lloró el Hijo de Dios encarnado, y a la que dijo: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!» (Lucas 13:34). Lo que el Señor predijo sobre la desolación de Jerusalén en Lucas 21:20 se cumplió cuando Tito, el general romano, tomó la ciudad (70 d.C.). A Jerusalén le espera otro juicio, como se profetiza en Zacarías 14:1-2, cuando la idolatría de la que habla Daniel y el Señor mismo (Mat. 24:15), sea introducida por el Anticristo, el hombre de pecado.

3 - Babilonia

De la ciudad construida por Nabucodonosor, y de la cual se jactaba, había una profecía de Isaías, mucho antes de la fecha de su cumplimiento: «Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra, a las que trastornó Dios» (Is. 13:19). Tan ciertamente como se cumplió esta profecía, así se cumplirán las profecías de Apocalipsis 18. Previendo el juicio divino sobre la falsa iglesia, que profesaba pertenecer a Cristo, pero que le era totalmente infiel, un ángel del cielo «clamó con potente voz, diciendo: ¡Cayó, cayó la gran Babilonia, y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de toda ave inmunda y aborrecible!» (Apoc. 18:2).

La cristiandad, que ha sido elevada al cielo con el privilegio de poseer la luz de Dios, ha superado con creces en iniquidad los pecados de Sodoma y los pecados de Jerusalén. Bajo el manto del nombre de Cristo, la cristiandad profesa abraza sistemas de religión que son diabólicos por naturaleza, y totalmente aborrecibles para Dios y para los que valoran el santo nombre de Cristo. En la parábola del trigo y la cizaña, el Señor dijo a sus discípulos que los hijos del malvado se encontrarían entre el trigo en el reino de los cielos, es decir, en lo que profesa su nombre en la tierra.

Pablo advirtió a los ancianos de Éfeso de los temibles lobos que entrarían en el círculo cristiano, sin perdonar al rebaño. Juan habló de anticristos que estaban dentro, pero que salieron. Judas escribió que «han entrado con disimulo ciertos hombres… impíos que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo» (v. 4). El apóstol Pedro se une a estos siervos del Señor al decirnos que: «habrá falsos maestros, los cuales introducirán furtivamente herejías destructoras, negando al Señor que los compró… Y muchos seguirán su libertinaje» (2 Pe. 2:1-2).

El orgullo que se encontraba en Sodoma también se encuentra en la profesión cristiana de los últimos días, donde «los hombres serán egoístas, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, incontinentes, crueles, aborrecedores del bien, traidores, impetuosos, presuntuosos, amigos de placeres más bien que amigos de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero negando el poder de ella» (2 Tim. 3:1-5). En los países occidentales, donde ha brillado la luz del Evangelio, los hombres se apartan de la verdad, y las cosas que marcaron a Sodoma, la corrupción y la violencia, se encuentran por todas partes.

Hay orgullo en los logros humanos, jactancia en los círculos religiosos de progreso, «confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan» (Sal. 49:6), y hay evidencias de lujo por todas partes que los reyes de los siglos pasados habrían envidiado. Nadie necesita pasar hambre, pues hay abundancia de pan, igual que en Sodoma, y hay mucho ocio, o como se dice de Sodoma, «abundancia de ociosidad». Los hombres no buscan a Dios en su ocio, pues están más apegados a sus placeres que a Dios, y en sus placeres no está ausente el pecado de Sodoma.

Tampoco ha olvidado Dios la persecución de sus santos por la falsa iglesia, en la cual «fue hallada la sangre de los profetas y de los santos y de todos los que han sido degollados en la tierra» (Apoc. 18:24); y cuando llegue su juicio, será celebrado en el cielo, pues el Señor dijo: «¡Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros los santos, los apóstoles y los profetas! Porque Dios os ha hecho justicia, juzgándola» (v. 20). La venganza divina será terrible, como indica el versículo siguiente: «un ángel poderoso alzó una piedra, como una gran piedra de molino, y la arrojó al mar, diciendo: Así, con la misma violencia, será arrojada Babilonia la gran ciudad, y jamás será hallada» (v. 21).

Todos los aspectos de Babilonia serán juzgados; su mundo de música «no se oirá más» en ella; su mundo de ciencia no se encontrará más; su gran sistema industrial, que la ha hecho tan rica, pasará para siempre en juicio; su cultura y filosofía no «se hallará más» en ella (v. 22); y lo que habla del más puro gozo de la naturaleza no se encontrará en ella, porque todo el sistema pasará para siempre al juicio consumidor de Dios.

A nuestro alrededor, vemos hoy este gran sistema de religión mundana, que va rápidamente a juicio, y hay una voz para los santos de Dios, que resuena desde el cielo: «Salid de ella, pueblo mío, para que no participéis en sus pecados, y para que no recibáis de sus plagas» (Apoc. 18:4). Los suyos reconocerán en este llamado la voz del Señor mismo, pues ningún otro puede decir: «Pueblo mío». Él no querría que los suyos se mezclen con un sistema tan perverso, porque la asociación con el mal contamina.

El hombre fue probado en inocencia en el Edén, en condiciones perfectas, pero fracasó totalmente. En Sodoma vemos lo que es el hombre, no en la inocencia, sino en un entorno muy parecido al del Edén, pues la llanura del Jordán, donde estaba Sodoma, era como «el huerto de Jehová». Junto con el lujo y el ocio, había orgullo, y a su paso corrupción y violencia que trajeron sobre ella el juicio divino. Entonces Dios tomó a Israel como nación, los separó de las naciones idólatras que los rodeaban, habitó entre ellos, les mostró su gloria, señales y maravillas, les dio sus oráculos vivos, los protegió de sus enemigos, los llevó a una tierra que mana leche y miel, les dio un sacerdocio por el cual podían acercarse a él, y les dio un rey para que se sentara en su trono entre ellos. Sin embargo, a pesar de todos estos privilegios, Israel se rebeló contra Dios, y Jerusalén, la ciudad de su rey y el centro de su culto, se convirtió en escenario de idolatría y violencia. Dios intervino a menudo en su gobierno, castigando a su pueblo rebelde, hasta que el único remedio fue el cautiverio y la destrucción de la ciudad.

¿Y qué diremos de la cristiandad? Fue muy favorecida, favorecida más allá de los privilegios naturales de Sodoma o de los privilegios religiosos de Jerusalén, teniendo toda la revelación de Dios en la Palabra de Dios completa, y la presencia del Espíritu de Dios en su Casa. Sus iniquidades han merecido el terrible juicio que le espera y que pronto será ejecutado por un Dios justo.