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¿Huir o resistir?
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La vida de un cristiano se asemeja en muchos sentidos a una lucha. A veces la Biblia nos exhorta a huir y otras veces a resistir. Alguien dijo: “Cuando debemos resistir, huimos, y cuando debemos huir, resistimos”.
Entonces, ¿cuál es –espiritualmente hablando– la diferencia entre los dos? Examinemos, entonces, algunos pasajes de la Palabra de Dios que nos exhortan a huir o, por el contrario, a resistir.
1 - Huye
- «Huid de la fornicación» (1 Cor. 6:18).
- «Huid de la idolatría» (1 Cor. 10:14).
- «Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas» (1 Tim. 6:11).
- «Huye de las pasiones juveniles» (2 Tim. 2:22).
En estos cuatro pasajes, se nos advierte de las tentaciones que nos amenazan debido a nuestra naturaleza pecaminosa. No se trata de cosas especialmente externas, sino de peligros que nos acechan desde el interior. El Señor Jesús habló de ellos en Marcos 7, cuando dijo: «Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen malos pensamientos, depravaciones sexuales, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaño, lascivia, ojo maligno, blasfemia, soberbia, insensatez» (v. 21-22; comp. con 1 Cor. 6:9-10). Estos versículos, en los que se nombran casi todos los pecados de los que tenemos que huir, nos muestran claramente que son cosas que vienen de dentro.
Santiago describe estas tentaciones en su Epístola en el capítulo 1:13-15. En ese mismo capítulo, también señala (v. 2) otro tipo de tentación: las tentaciones del «exterior». Más adelante examinaremos la diferencia entre las tentaciones internas y externas, ya que está estrechamente relacionada con la diferencia entre «huir» y «resistir».
¿Cuáles son, en particular, las cosas de las que debemos huir?
1.1 - La fornicación
La fornicación, en un sentido amplio, incluye cualquier degradación sexual, pero, sobre todo, la relación íntima entre dos personas no casadas. A través de la fornicación el hombre desprecia la relación íntima entre el hombre y la mujer deseada por Dios en el matrimonio. Cualquier cosa que no busque la felicidad de su cónyuge, sino solo la satisfacción de sus propias concupiscencias, es lo opuesto al amor y es, en última instancia, fornicación. El abominable pecado de la homosexualidad también forma parte de esto (véase Rom. 1:26-28). Este fue uno de los pecados más graves de Sodoma (Gén. 19:5) y la causa de su destrucción por Dios. En 1 Cor. 6:9 y 1 Tim. 1:10 se define a los que tienen tales relaciones como «afeminados… sodomitas». Son personas «sin afecto natural» (Rom. 1:31). Se mencionan en 1 Corintios 6 y en 1 Timoteo 1 junto con los fornicarios. Además, podemos clasificar en esta sección cualquier forma de pornografía [1].
[1] Derivado del griego «pornos» = fornicario.
Muchas personas a nuestro alrededor consideran estos delitos como cosas normales.
Estas personas no consideran que se trata de pecados. Ni siquiera los hijos de Dios son inmunes a estas cosas, así que es bueno para nosotros ser conscientes de estos peligros. Seguimos teniendo el mismo corazón engañoso de los incrédulos (comp. Jer. 17:9). Solo hay una manera de escapar de estos pecados: detectarlos en sus raíces en nuestros corazones, juzgarlos y huir. En Efesios 5:3 se nos exhorta: «Pero la fornicación, y toda clase de inmundicia o avaricia, ni sea nombrada entre vosotros, como conviene a santos».
Un bello ejemplo nos lo da José en Génesis 39:7-12: «Huyó y salió». Dios recompensó ricamente su fidelidad en esa tierra extranjera (Gén. 39:21). ¿Cuál habría sido la vida de José si hubiera sucumbido al pecado?
1.2 - Idolatría
La idolatría consiste en rendir homenaje a ídolos ante los que uno se postra y a los que se trae ofrendas. Aprendemos de la Palabra de Dios que la idolatría es la adoración de los demonios que son los siervos de Satanás (Deut. 32:17; Sal. 106:36-37; 1Cor. 10:20). Pablo pide a los corintios en 1 Corintios 10 que huyan de la adoración de los demonios. Les presenta, como triste ejemplo de advertencia, el episodio del becerro de oro en la historia del pueblo de Israel.
¿Qué puede tener que ver un cristiano que conoce y adora a Dios con la idolatría? ¿Sigue siendo un peligro real para nosotros los cristianos? Precisamente en relación con la mesa del Señor, Pablo escribió este serio versículo: «Todas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas, como hicieron ellos. Ni os hagáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó para divertirse» (1 Cor. 10:6-7). ¡Esta es una cita de Éxodo 32:6 sobre el becerro de oro! ¡Así que son tipos de nosotros mismos, de lo que todavía está en nuestros corazones!
Tan pronto como el pueblo afirmó repetidamente que quería hacer todo lo que Jehová había dicho (Éx. 19:8 y 24:3-7) y tan pronto como Dios reveló sus pensamientos sobre el tabernáculo a Moisés –es decir, cómo el pueblo debía acercarse a Dios para servirle– que fue manifestado lo que había en el corazón del pueblo. El pueblo se reunió alrededor de Aarón y le dijo: «¡Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros!» (32:1). Todavía podemos entender que la multitud del pueblo se apartara de Dios tan rápidamente, porque leemos en 1 Corintios 10:5 que «la mayoría de ellos no agradó a Dios, pues cayó en el desierto». Pero que Aarón, que temía a Dios, ayudara a erigir el becerro de oro, e incluso a formarlo él mismo, y construyera un altar, y declarara ante el pueblo: «Mañana será fiesta para Jehová» (v. 5). ¿Podemos entenderlo? ¡Ay, somos muy capaces de hacer eso!
A la mañana siguiente, temprano, el pueblo se levantó y ofreció holocaustos y sacrificios de paz y se sentó a comer y a beber y se levantó para divertirse. Todo esto se hacía bajo el estandarte de una «fiesta para Jehová». Este era el pueblo que Dios había liberado del yugo de Egipto, es decir, de la esclavitud del pecado, para que pudieran servir a Dios (Éx. 7:16; 8:1, 20; 9:1, 13; 10:3). ¡Tipos de nosotros mismos, de la cristiandad!
Algunos ejemplos nos enseñan que estas cosas también ocurrieron rápidamente en la cristiandad. Se introdujo la adoración de las imágenes/iconos, a fiestas paganas se les dio una apariencia cristiana (Navidad, Pascua) y la autoridad del Señor de gloria en el cielo fue reemplazada por la de los hombres, y la acción del Espíritu Santo fue obstaculizada o extinguida. ¡Cuántas cosas hoy en día son llamadas servicio divino!, no son otra cosa que la manifestación de la propia voluntad para la satisfacción de la carne (Col. 2:23). ¿A quién servimos si no servimos a Dios? Recordemos que la propia voluntad (obstinación) es como la adivinación y la idolatría (1 Sam. 15:23).
Juan termina su primera epístola con la advertencia: «Hijitos, guardaos de los ídolos» (1 Juan 5:21). Todo lo que está en el corazón del cristiano, excepto Cristo, es un ídolo. Estamos fácilmente listos para venerar cosas o personas si no estamos llenos de Cristo. La raíz de toda la idolatría está en nuestro malvado corazón.
1.3 - El amor al dinero
Vamos a tratar con otra peligrosa tendencia en nuestros corazones de la que tenemos que huir, y es el amor al dinero o la codicia. El dinero puede convertirse en un ídolo para el hombre; la codicia es en verdad una idolatría (Col. 3:5; Efe. 5:5). El Señor Jesús dejó clara esta raíz del corazón humano cuando contrastó el amor al dinero con el amor divino: «Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o querrá al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mat. 6:24). El amor a Dios y el amor al dinero se excluyen mutuamente. ¡Cómo “estas dos cosas se oponen”! ¿Qué importancia le atribuye usted al dinero? El dinero no es malo en sí mismo, pero nuestra relación con el dinero puede ser desastrosa. La riqueza no es un mal en sí misma, pero puede convertirse en un ídolo si ponemos nuestro corazón en ella y, sobre todo, si deseamos «ser ricos» (1 Tim. 6:9).
Para muchas personas la riqueza es un obstáculo para su conversión. Para estas personas, el evangelio cae en los espinos «son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de esta vida» (Lucas 8:14). Cuando el joven rico se acercó al Señor Jesús y el Señor le dijo el camino que debía seguir un discípulo, el Señor también se dirigió a los discípulos, diciendo: «¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!» (Marcos 10:23). Y como los discípulos se sorprendieron sobre esto, el Señor repitió sus palabras: «Hijos… Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios. Ellos se quedaban muy atónitos, diciendo entre sí: ¿Quién podrá salvarse? Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios; pues todo es posible con Dios» (Marcos 10:24-27). Por lo tanto, se necesita una gracia especial para liberar a una persona del amor al dinero para que pueda recibir las cosas del reino de Dios.
También existe un gran peligro en querer hacerse rico, es decir, querer más de lo que uno posee o necesita para la vida diaria. Otra cosa es que Dios nos conceda bienes, porque lo hace para que los utilicemos a su servicio.
«Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Tim. 6:10). No solo hay incrédulos que, por esta razón, se han precipitado en la ruina y en la perdición, sino que también hay personas que han confesado ser creyentes y luego se han desviado de la fe y se han traspasado con muchos dolores (1 Tim. 6:8-10). Solo hay una forma de escapar de estas tentaciones: Huir. No queremos utilizar nuestro tiempo, fuerza y dones para adquirir riqueza y gloria en este mundo, sino poner todo lo que el Señor nos ha dado a su servicio: «No podéis servir a Dios y al Dinero».
“Cuando tengo dinero, trato de deshacerme de él de inmediato, para que no encuentre el camino a mi corazón” (John Wesley).
1.4 - Las concupiscencias de la juventud
También es un peligro del que tenemos que huir. Algunos piensan que los deseos de la juventud se refieren a la inmoralidad. En mi opinión, el significado de la palabra “juvenil” en griego (neoterikos) no confirma esta idea. «Neoterikos» solo mencionado en el pasaje de 2 Timoteo 2:22. El verbo relacionado «neoterizo», que no se encuentra en el Nuevo Testamento, puede ser traducido por: «renovar, producir cosas nuevas, cambiar, incitar a la rebelión, provocar problemas, revoltarse». ¿No estaría en consonancia con el pensamiento principal de las Epístolas a Timoteo y, en particular, con los versículos 19-21, si la palabra «juventud» nos indicara esta dirección?
La Segunda Epístola a Timoteo es la última escrita por el apóstol Pablo (cap. 4:6). El apóstol estaba consciente de la inexorable progresión de la degradación del testimonio de Dios y la marginación de la sana doctrina. Señaló que todos los de Asia se habían alejado de él (2 Tim. 1:15); dijo que algunos se habían apartado de la verdad (2:18). Falsos maestros se habían introducido en Éfeso, no exponiendo la Palabra correctamente (cortándola rectamente), sino distorsionándola por vanas palabrerías. Pablo había dejado a Timoteo en Éfeso para que se opusiera a estos falsos maestros (1 Tim. 1:3-7). Pero también escribió que avanzarían en la impiedad y que su palabra roerá como una gangrena (2 Tim. 2:16-17). Himeneo y Fileto enseñaban que la resurrección ya había tenido lugar y así tumbaban la fe de algunos (v. 18). En el ardor de su juventud, Timoteo podía fácilmente haber sido tentado a oponerse a este estado de cosas y tratar de restaurar la verdad. Pero en el versículo 19 el apóstol exhorta a cualquiera que pronuncia el nombre del Señor a retirarse de la iniquidad. La iniquidad es una intromisión en los derechos del Señor. En este pasaje el apóstol compara la cristiandad con una casa grande con vasos a honor y a deshonor (v. 20). Los vasos a deshonor son en este contexto más bien personas que cometen o están relacionadas con la iniquidad; por lo tanto, no defienden el honor del amo de la casa ni reconocen la única autoridad de ese amo de la casa. Si alguien quiere ser útil al dueño de la casa, ser un recipiente a honor, debe purificarse de los recipientes a deshonor. Debe separarse de toda forma de iniquidad. En este punto Pablo añade esta seria advertencia a Timoteo: «Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia (lo contrario de la iniquidad), la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor».
Aquí volvemos a encontrar el corazón. De un corazón puro procede: la justicia, la fe, el amor y la paz. Huyamos, pues, de las concupiscencias de la juventud y especialmente de la iniquidad, que este pasaje nos recuerda claramente. ¡La iniquidad es el desprecio de los derechos del Señor! Esta advertencia es aún más grave cuando se dejan de lado los derechos y la autoridad del Señor, especialmente en los asuntos relacionados con la Casa de Dios, es decir, los asuntos relacionados con la reunión como Asamblea y la comunión práctica de los creyentes. ¿Qué hacemos en un tiempo de ruina? ¿Buscamos consejos de nosotros mismos y tratamos de emprender cambios o reformas para así, de nuevo, despreciar la única autoridad del Señor? Lo que importa en las cosas de Dios es el apego a lo que era desde el principio, y en particular, los principios que la Palabra de Dios presenta para los días de la ruina.
1.5 - ¿Qué es huir?
Hemos tratado de averiguar de qué tentaciones debemos huir, y hemos comprobado que la única posibilidad de estar protegidos de estos peligros es huir, es decir, apartarse inmediatamente de las situaciones que podrían ser una trampa para nosotros, y evitar sin vacilar jugar con el pecado para estar protegidos de cualquier tentación. Si creemos que podemos luchar contra la carne, estamos equivocados. Dios no mejora la carne, sino que la juzgó en la cruz en el Señor Jesús (2 Cor. 5:21). En Romanos 6 leemos: «Consideraos muertos al pecado» (v. 11), «sabiendo esto, que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (v. 6). Si queremos luchar contra la carne y las concupiscencias del pecado, perderemos. Y no necesitamos participar en esa lucha, porque el Señor sufrió en la cruz por esa razón. ¿Somos conscientes de que estamos muertos con Cristo?
1.6 - Tentaciones internas y externas
Por lo tanto, hemos considerado algunos ejemplos de tentaciones internas de las que debemos huir. En principio, esto concierne a todo lo que sale de nuestra naturaleza pecaminosa. Sin embargo, a menudo sucede que el pecado es el resultado de una circunstancia externa, que nunca puede servir de excusa. La raíz del pecado habita en nosotros. Santiago define este tipo de tentación así: «Nadie diga cuando es tentado: soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, y él no tienta a nadie, sino que cada uno es tentado, arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Luego la concupiscencia, tras concebir, engendra el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (1:13-15). Entonces no es ni una circunstancia, ni una causa externa la que es responsable de un pecado cometido por nosotros, sino solo nosotros, porque nuestra concupiscencia nos seduce, produciendo así el pecado.
En el mismo capítulo, Santiago también describe un tipo de tentación completamente diferente (v. 2-3). Anima a los receptores de la Epístola a considerarla una perfecta alegría cuando se enfrentan a diversas pruebas. Estas pruebas son, de hecho, pruebas de la fe (comp. 1 Pe. 1:6-7; 4:12). Cuando son superadas producen paciencia y seguridad de fe. Encontramos un ejemplo típico de tal prueba en Génesis 22 donde leemos que Dios probó (tentó) a Abraham (v. 1). Abraham superó esta prueba (comp. Hebr. 11:17-19). Encontramos otro ejemplo en el libro de Job. Allí también vemos que las pruebas tuvieron como resultado final que Job fue purificado, y entonces Dios pudo bendecirlo más abundantemente. Las Escrituras dicen que Job tuvo paciencia (Sant. 5:11). El libro de Job nos enseña de manera ejemplar que las tentaciones y las pruebas son permitidas por Dios, pero también nos muestra el papel que juega Satanás en las pruebas. Dios lo utiliza a menudo para el cumplimiento de sus propósitos. Es por eso que a menudo tenemos que tratar directamente con el diablo en las tentaciones, sin embargo, tenemos la seguridad de que Dios permite estas tentaciones (o pruebas), no para derribarnos, sino para fortalecer y probar nuestra fe.
Además, en Hebreos 4 hay una clara explicación de la diferencia entre las tentaciones internas y externas. En los versículos 12 y 13 se trata de las tentaciones que provienen de los pensamientos e intenciones del corazón. La Palabra de Dios distingue dentro de nosotros las cosas que son del alma y del espíritu. Aprendemos en el espejo de la Palabra a juzgar los motivos que determinan nuestras acciones. La Palabra de Dios nos lleva a la presencia de Dios, para quien nada puede ser escondido, pero todo está desnudo y descubierto. Sin embargo, en el versículo 15 se trata sin duda de tentaciones externas. Leemos que el Señor Jesús fue «tentado en todo conforme a nuestra semejanza, excepto en el pecado». El Señor Jesús nunca fue, de ninguna manera, tentado por tentaciones internas, por el pecado. No conoció el pecado (2 Cor. 5:21), y no cometió pecado (1 Pe. 2:22).
Hay ejemplos típicos de tales tentaciones en Lucas 4. Aprendemos que el Señor fue tentado por el diablo, pero fue el Espíritu quien lo llevó al desierto (Lucas 4:1-2; Mat. 4:1). Por lo tanto, es la confirmación de lo que hemos visto anteriormente: El Señor fue tentado por el diablo, pero fue Dios quien, a través del Espíritu, lo sometió a estas tentaciones, para que se manifestara la forma perfecta en que el Señor servía a Dios. Salió de estas tentaciones en vencedor, porque resistió al diablo. Volveremos luego a Lucas 4.
Hemos considerado anteriormente cuatro pasajes de la Biblia que nos instaban a huir de ciertos pecados. Finalmente, hemos reflexionado sobre la diferencia entre las tentaciones de dentro y las de fuera. Descubrimos que necesitamos huir de las tentaciones del pecado que vienen de dentro. Las tentaciones (o pruebas) del exterior, por el contrario, son peligros que debemos combatir y resistir. En el resto de este artículo, queremos ampliar un poco más sobre estos peligros. Finalmente, consideraremos brevemente las tentaciones que el Señor Jesús encontró durante su camino en la tierra.
2 - Resistir
Examinemos ahora tres pasajes que nos invitan a resistir:
- «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber superado todo, estar firme» (Efe. 6:13; véase también el v. 11).
- «Resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Sant. 4:7).
- «Vuestro adversario el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe» (1 Pe. 5:8-9).
Resistencia significa lucha. Estamos llamados a luchar mientras estemos en este mundo; es la lucha de la fe. Así Pablo exhorta a Timoteo a pelear la buena batalla de la fe (1 Tim. 1:18; 6:12), y dijo al final de su vida que había peleado esa batalla (2 Tim. 4:7). Dios también nos ha llamado a esa lucha. Debemos perseverar en esta lucha para que nuestra fe pueda ser fortalecida y probada. La historia de Job nos enseña que Dios a menudo usa al diablo para estas tentaciones. Y el diablo no tiene otra intención que la de dañar o, si es posible, hacernos caer dentro de los límites que el mismo Dios ha establecido. Es interesante notar que, en los tres pasajes anteriores, siempre se trata de resistir al diablo y especialmente a sus artimañas.
2.1 - Salvaguarda de los bienes celestiales
La Epístola a los Efesios describe, como ninguna otra, las bendiciones espirituales de los creyentes en los lugares celestiales (cap. 1:3). En esta Epístola, somos vistos como ya resucitados con Cristo y, ya viviendo con él en los lugares celestiales, ya poseyendo por la fe todas estas bendiciones. Pablo, después de haber revelado la grandeza de las bendiciones en los primeros cinco capítulos, exhorta a los efesios en el capítulo 6 a revestir la armadura completa de Dios, con el fin de poder resistir cuando el diablo venga con todas sus artimañas. También tiene grandes ejércitos de los «gobernadores del mundo de las tinieblas» mencionados en el versículo 12, que también tienen acceso a los lugares celestiales.
Su propósito es privarnos de las bendiciones espirituales, de alguna manera expulsarnos del país de Canaán (una imagen de los lugares celestiales). Qué fácilmente los creyentes pueden olvidar que están unidos a Cristo, elevados en Él en los lugares celestiales, y que son extranjeros en la tierra. Podemos perder de vista muy rápidamente la posición celestial de la Asamblea, así como la verdad de la unidad del Cuerpo. El diablo trata de apartarnos de las bendiciones celestiales con cosas terrenales. En este caso, no tenemos que huir, sino que debemos resistirle vigorosamente, habiéndo revestido toda la armadura de Dios y «orando en el Espíritu mediante toda oración y petición, en todo momento» (v. 18). El diablo no es capaz de derrotar a tal luchador.
Encontramos un bello ejemplo de tal batalla defensiva en 2 Samuel 23:11-12. En esa ocasión el pueblo había huido ante los filisteos, que no tenían ningún derecho sobre el «país», pero Sama, un héroe de David, defendió un campo y venció a los filisteos.
Los siguientes dos pasajes de Santiago 4:7 y 1 Pedro 5:8-9 nos presentan, en particular, las principales características de las artimañas del diablo. En Santiago 4, vemos al diablo presentándonos las cosas agradables del mundo, la amistad del mundo, para desviarnos del camino de la fe y de la obediencia. En 1 Pedro 5:8-9, lo vemos como un león rugiente, tratando de asustarnos y debilitar nuestra fe a través de las persecuciones y los sufrimientos.
2.2 - Las cosas agradables del mundo
El mundo con sus cosas agradables es, y sigue siendo, un peligro para cada creyente. No podemos seguir al Señor en su camino de rechazo y, al mismo tiempo, querer disfrutar de los placeres mundanos. El mismo Señor Jesús dijo que quien no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser su discípulo (Lucas 14:33). «La amistad con el mundo es enemistad con Dios» (Sant. 4:4).
Juan exhortaba a los jóvenes: «No améis al mundo, ni las cosas que hay en el mundo», y continuaba, «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:15-16). Las cosas agradables del mundo pueden clasificarse en una de estas categorías. A menudo una está vinculada con otra. Cabe destacar que, desde la primera tentación presentada por la Palabra de Dios, se incluyen los tres tipos: «Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer (concupiscencia de la carne), y que era agradable a los ojos (deseos de los ojos), y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría (orgullo de la vida)» (Gén. 3:6).
Estos son efectivamente los principios morales de este mundo del cual el diablo es el príncipe (Juan 12:31; 14:30; 16:11; Efe. 2:2) Él domina este mundo mediante ellos. Moralmente el mundo está en el malvado (1 Juan 5:19). Estos principios manifiestan la independencia hacia Dios. Incluso la satisfacción de las necesidades vitales, como comer y beber (Ecl. 3:13), que son un don de Dios y que deben ser tomadas con acción de gracias (1 Tim. 4:3), se vuelven pecaminosas si comemos y bebemos de forma independiente de Dios. Todo lo que hay en este mundo ha sido corrompido por el pecado. Y el pecado es la independencia hacia Dios (comp. 1 Juan 3:4; Rom. 14:23).
El predicador exhorta al joven a regocijarse según la mirada de sus ojos. Pero debe hacerlo en dependencia de Dios, sabiendo que Dios llevará todas estas cosas a juicio (Ecl. 11:9).
La última de estas tres categorías es el orgullo de la vida. El orgullo se dirige principalmente contra Dios. Por eso Dios resiste a los orgullosos (Sant. 4:6; 1 Pe. 5:5). El orgullo fue el primer pecado del diablo (Ez. 28:11-19; v. 17: «Se enalteció tu corazón…») ¿No fue el orgullo lo que la serpiente usó para hacer caer a Eva? «No moriréis… seréis como Dios» (Gén. 3:4-5). Ser como Dios es lo que Eva ambicionó. ¿A cuántas personas el diablo ha procurado honor y estima en el mundo, pero a costa de sus almas? Sin embargo, nosotros también, creyentes, debemos estar atentos para discernir las artimañas del diablo, para poder resistirle apropiadamente.
Solo podemos resistir al diablo si la Palabra de Dios y el amor del Padre habitan en nosotros. Juan escribió a los jóvenes porque eran fuertes y habían vencido al malvado (1 Juan 2:14). La Palabra de Dios moraba en ellos; se había convertido en parte de sus vidas. No podemos medirnos con el enemigo con nuestras propias fuerzas, pero es en el poder de Dios que encontramos en su Palabra. Esta Palabra nos guarda en el camino de la obediencia. El diablo cuestiona la Palabra de Dios. De esa manera, la serpiente se acercó entonces a Eva con la pregunta: «¿Conque Dios os ha dicho?» Eva quiso discutir con la serpiente, lo cual fue su perdición, ya que la serpiente «era astuta, más que todos los animales del campo» (Gén. 3:1). Si Eva hubiera simplemente citado la Palabra de Dios en Génesis 2:16-17, ¿no habría huido la serpiente? (véase Sant. 4:7).
2.3 - Persecuciones y sufrimientos
En 1 Pedro 5 encontramos las cosas del mundo desagradables para nosotros, que también pueden ser un peligro para nuestra fe. En este caso, el diablo se presenta como un león rugiente, buscando a quien devorar. Aquí también se requiere resistencia y lucha. Sin embargo, no tenemos que resistir a los hombres malvados, que intentarían oprimirnos (Mat. 5:39) Nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra el diablo y el poder de maldad. Es una lucha de fe. Así pues, se dijo a los hebreos que habían soportado: «un gran conflicto de sufrimientos» en que habían sido hechos un espectáculo de oprobio y aflicción por una parte y que habían sido asociados con los que habían sido tratados de esa manera por otra (Hebr. 10:32-33). Habían aceptado con alegría la pérdida de sus bienes. Sin embargo, se les exhortó a: «No desechéis, pues, vuestra confianza que tiene una gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa» (10:35-36). Incluso tales cristianos consumados todavía necesitaban paciencia.
Estas son las tentaciones expuestas por Santiago en el capítulo 1:2-3.[2] Así, Pedro también exhortaba a los creyentes a ser sobrios y vigilantes. Debían resistir al diablo, estando firmes en la fe y por la confianza en Dios, que conoce todos los sufrimientos y persecuciones y los permite, pero que los transformará a la gloria eterna de Jesucristo, después de que hayan sufrido un poco. Dios mismo «os perfeccionará, os afirmará, os fortalecerá y os pondrá sobre un fundamento inconmovible» (v. 10). También nosotros podemos resistir al diablo en la aflicción de las tentaciones por el poder de Dios, sabiendo que estas cosas son «necesarias» (1 Pe. 1:6), y que en última instancia es Dios quien nos disciplina «para que participemos de su santidad. Al recibirla, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero más tarde da fruto apacible de justicia a los que son ejercitados por ella» (Hebr. 12:10-11).
[2] Para el apóstol Pablo, por ejemplo, la espina en la carne era tal prueba (2 Cor. 12:7). El Señor permitía que un ángel de Satanás lo abofetease para que no se sintiera orgulloso. Esta espina le hacia tomar consciencia de su debilidad para que aprendiera a confiar completamente en el Señor y en su gracia. Esto reforzó su fe y lo llevaba a gloriarse en sus debilidades (2 Cor. 11:30; 12:5, 9-10).
«Resistidle firmes en la fe» (1 Pe. 5:9)
«Sabemos que todas las cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios» (Rom. 8:28). «Ya que nuestra ligera aflicción momentánea produce en medida sobreabundante un peso eterno de gloria» (2 Cor. 4:17). Aceptar por fe las pruebas de la mano de Dios es nuestra mejor protección contra este engaño del diablo. Con el escudo de la fe, podemos apagar los dardos de fuego del malvado (Efe. 6:16). Y podemos recordar que el Señor también fue tentado en todas las cosas, como nosotros, excepto el pecado. Estas tentaciones del Señor, nuestro modelo perfecto, las presentamos ahora.
2.4 - Las tres grandes tentaciones de Lucas 4
Es Lucas quien nos presenta de la manera más impresionante las tentaciones del Señor como un verdadero hombre, el Hijo del hombre**. Las tres tentaciones de este pasaje no fueron, con mucho, las únicas, sino las últimas grandes tentaciones. El Señor fue guiado por el Espíritu en el desierto durante cuarenta días, siendo tentado durante este tiempo por el diablo.
**Es cierto que Mateo también relata estas tres tentaciones, pero más bien en relación al Señor como rey de Israel, y culminan en el intento del diablo de hacer que el Señor acepte el dominio de la tierra de su mano.
En la primera tentación, el diablo propuso al Señor convertir las piedras en pan para satisfacer su hambre. Sin embargo, el Señor siguió estando perfectamente dependiente de Dios y prefirió no comer, antes que hacer algo que Dios no le había ordenado. Su perfecta obediencia iba tan lejos que no comió, a pesar de su hambre, sin que Dios se lo ordenara. El Señor respondió al diablo: «Escrito está», y citó un versículo: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (véase Deut. 8:3).
En la segunda tentación, el diablo le mostró al Señor todos los reinos de la tierra y le prometió autoridad sobre ellos si se inclinaba ante él. El diablo le ofrecía al Señor la posibilidad de obtener la autoridad sin pasar por el camino del sufrimiento y de la cruz. ¿Cuál fue la respuesta del Señor?: «Escrito está» y: «Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás» (véase Deut. 6:13).
En el tercer caso, el diablo propone al Señor ofrecer un espectáculo al mundo dejándose caer del templo. Esta vez el diablo incluso utiliza versículos de la Biblia, del Salmo 91 (11 y 12), suprimiendo deliberadamente en medio «en todos tus caminos». Dios ciertamente lo habría guardado. Pero la fe se manifiesta confiando en Dios y en su Palabra sin “ponerla a prueba”. El Salmo 91 nos presenta precisamente al Mesías confiando en Jehová en medio de un pueblo alejado de Dios. ¿Debería el Señor abandonar esta posición de dependencia y dejar este camino de Dios? No, el Señor opone una vez más al diablo un «Escrito está» y «No tentarás al Señor tu Dios» (véase Deut. 6:16).
Así, el Señor Jesús, nuestro modelo perfecto, resistió estas tres tentaciones por el medio que también está a nuestra disposición: la Palabra de Dios. Habiendo cumplido la tentación, el diablo se retiró por un tiempo (Lucas 4:13).
Las tentaciones del Señor nos muestran, en particular, que el diablo es un adversario vencido. Es una certeza para la fe. Si surge una tentación de pecar, tenemos el recurso de recordar que el Señor ha expiado nuestros pecados y ha muerto por nosotros. Podemos comprender por la fe que el viejo hombre fue crucificado con el Señor cuando murió en la cruz. Si hay tentaciones del exterior, estamos seguros de que el Señor ha experimentado todas estas cosas por sí mismo, y que nos entiende en todas las circunstancias. Simpatiza con nuestras debilidades. Solo él puede sostenernos. «Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, para que recibamos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro» (Hebr. 4:16).
Y cuando seamos tentados por el pecado, huyamos, mejor en la oración, en la inmediata presencia del Señor. Nos dará entonces la victoria en cualquier circunstancia, ya sea que tengamos que huir o que seamos llamados a resistir.
«… Resistidle, firmes en la fe…».
Publicado originalmente en alemán en la revista: «Folge mir nach», 1999