La parábola del sembrador
Extracto de una meditación sobre Mateo 13
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En Mateo 11, el Señor Jesús proclama el momento del cambio. En este capítulo, en lugar de ser el rey presentado a su pueblo, dice: «Venid a mí todos», no solo los judíos. Es una invitación universal: «Venid a mí todos los que estáis trabajados», y este llamado se ha hecho en todo el mundo a lo largo de los siglos «y yo os daré descanso» (v. 28). La madre y los hermanos de Jesús intentan verlo, hacer valer los lazos naturales, y el Señor responde al final del capítulo 12: «Cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre» (v. 50). En otras palabras, se rompen las antiguas relaciones; se rompe todo lo que podía vincular a un judío con el Mesías presentado y se forman nuevos vínculos por la recepción de la Palabra de Dios. Entramos en relación con Dios por la fe en la Palabra de Dios: El que oye la Palabra de Dios y la guarda, «ese es mi hermano, y hermana, y madre». «La fe viene del oír; y el oír, por la palabra de Dios» (Rom. 10:17). El que ha creído tiene una relación con Dios.
¿Está cada uno de nosotros en una relación vital con Dios? ¿Tiene cada uno el amor de Jesús en su corazón? ¿Puede cada uno mirar al Señor a la cara, por decirlo así, y decirle en el secreto de su alma lo que la gratitud sabe decir, sin copiar a los demás, sin repetir lo que otros dicen? El amor siempre sabe qué decir al objeto de sus afectos, siempre.
La relación con Dios se establece por la Palabra de Dios, el Espíritu de Dios la aplica al corazón, a la conciencia, y he aquí un hombre que estaba allí, enemigo de Dios, y que ahora ama a Dios; no necesitamos obligarlo a decir que ama al Señor. Y no tenemos el derecho de forzarlo, de obligar a un hombre a hacer algo, porque eso sería infringir los derechos de Dios. Tenemos que orar por él, si es necesario ayudarlo; pero cuando alguien goza de la presencia de Dios, no es posible que eso no se vea; el gran afecto no es silencioso, no es ingrato, se ve.
Ahora llegamos a nuestras parábolas, que inauguran un nuevo período. El Señor sale: sale y siembra. Si siembra, es porque hasta entonces no había nada que cosechar. Trabajó, pero tuvo que decir: «¿Por qué cuando vine… nadie respondió?» (Is. 50:2; 66:4).
Así que sale y siembra. No tenemos que esforzarnos en buscar explicaciones: la parábola está explicada. El Señor se presenta como el sembrador, no como el Mesías. El Mesías habría venido a reinar; recibido por su pueblo, habría reinado en el mundo y habría sido fuente de bendición para la tierra. Pero esto no fue posible y Dios tenía otros planes. Él siembra en el mundo.
La semilla es la Palabra del reino, la Palabra de Dios. El Señor siembra la Palabra de Dios, que es viva y eficaz; la Palabra de Dios de la que Santiago dice que, como Palabra implantada, tiene el poder de salvar nuestras almas. No es la Palabra de Dios leída de prisa, entre dos actividades febriles, es la Palabra implantada. Es esta Palabra la que es una semilla; y no es de la tierra; no hubo tal semilla en ninguna parte del mundo; es del cielo.
Hay muchos hombres que siembran sus palabras, sus escritos. En este mundo, hay escritos por todas partes y los hombres, cuando publican algo, están muy orgullosos de su pensamiento, de su espíritu, como otros están orgullosos de las capacidades de su cuerpo. Todo el mundo está orgulloso de algo, pero Dios pedirá cuentas a cada uno de su cuerpo, de su mente y de su corazón. Preguntará a cada uno qué ha hecho con todo lo que se le ha prestado.
Los hombres están orgullosos de sembrar semillas, de difundir sus pensamientos: ¡eso es lo que hace todo el mundo, en todas las esferas! Pues bien, de todas las semillas que se han sembrado, de ninguna brotará una planta, una verdad, que pueda Dios reconocer.
Probablemente se dirá que somos demasiado pesimistas. Pero si sugiriéramos por un momento que, del esfuerzo de un hombre, de su pensamiento, pudiera brotar algún día algo que Dios pudiera aceptar, seríamos como Caín, que hizo esto hace mucho tiempo, y su actividad será recordada en los últimos días (Judas 11).
Hay una semilla que se siembra –y no se sembrará siempre– y es la Palabra de Dios. No hay nada como ella porque su origen es celestial, su carácter y naturaleza son divinos. Es la única que es así. Por la gracia de Dios, todos los esfuerzos del hombre por tocar esta semilla divina que es la Palabra de Dios no hacen sino confirmar y aumentar su valor para el corazón del creyente.
Consideremos las diferentes actitudes ante la recepción de esta semilla y los efectos que se producen. Estos efectos diferentes solo pueden provenir de la diferencia de terreno; no pueden provenir de la semilla, es la misma semilla que se lanza por todas partes: la Palabra de Dios. La semilla es la Palabra misma, en su pureza; siempre lleva en sí su propio poder. ¿De qué modo se ha abierto o cerrado nuestro corazón para recibirla? Esta pregunta vale tanto para nosotros, los creyentes, como para los incrédulos.
Hay 4 casos diferentes, como bien sabemos, y esto siempre es así.
Primer caso: La Palabra cae en el camino. Este caso representa, ante todo, el estado de un inconverso que ha entrado en contacto con la Palabra de Dios y cuyo corazón es tan duro como un camino bien transitado; todo el mundo pasa por él. Pero el corazón de un cristiano puede ser como este camino lo mismo que el corazón de un incrédulo; ¡no pensemos que solo el corazón del incrédulo puede ser como un camino! Las aves del cielo, es decir, el diablo, vienen inmediatamente, se llevan la semilla y el resultado es que el estado parece ser exactamente el mismo que si la semilla nunca hubiera caído en su corazón. Pero hay una gran diferencia: Dios le preguntará a esta alma: ¿Qué has hecho? ¿Cómo es que la Palabra de Dios que te envié en una reunión, o en una lectura, o en una conversación, cómo es que ignoraste esa Palabra? Dios pedirá cuentas. Él conoce a todo el mundo; en todo momento conoce el camino de cada uno, su camino secreto, y todo lo que pasa en su corazón.
Decíamos que no solo los infieles tienen el corazón como un sendero; también hay creyentes, y, sin duda, cada uno de ellos puede, a este respecto, tener que reconocer ante el Señor: Señor, tal día, tu Palabra fue arrancada de mi corazón; me diste a leerla, a escucharla; fue arrancada de mi corazón, ¿por qué y para qué? ¡Porque en aquel momento mi corazón era como un camino pisoteado por el mundo! Ah, queridos amigos, ¿cómo puede el mundo pisotear nuestros corazones? Cada uno de nosotros tiene la respuesta en su conciencia; no busquemos en otra parte la razón de tantos acontecimientos humillantes. La Palabra de Dios, enviada como maná para un día, necesaria para nuestra alma para la etapa del día, en lugar de hacer su obra de gracia en nosotros, solo tendrá el efecto, si nuestros corazones no están preparados, de cargarnos con una nueva responsabilidad.
Nos excusamos preguntando: “¿Qué hay de malo en esto?” Nos apresuramos a usar la palabra legalismo, pero lo que sí sabemos es que sufriremos la pérdida de nuestra infidelidad cuando el Señor nos haga mirar de nuevo nuestros caminos y sentir por qué, cuando se dio tal o cual palabra, no la aprovechamos para nuestro caminar cristiano. ¿Por qué un cristiano no progresa? Sin embargo, escucha la Palabra todos los domingos, hojea su agenda todas las mañanas; ¿por qué esta Palabra, que es viva y operante, espada aguda de dos filos, no da fruto? La razón es el estado de nuestros corazones. Dios podría haber dicho: la Palabra que te di era una palabra muy buena. Pero esta misma Palabra juzga vuestro estado porque no habéis sabido aprovecharla. Seguramente tendremos cosas que arreglar con el Señor. Que él nos permita arreglarlas ahora, hoy; esa es la manera de ser feliz. Un cristiano no es feliz cuando tiene dificultades con Dios; es mejor tener dificultades con los hombres que con Dios. Si uno está, por así decirlo, en buenas relaciones con Dios, puede soportar muchas cosas de los hombres. Pero quien tiene controversias con Dios, ah, queridos amigos, ese es otro asunto para el cristiano, y más aún para el inconverso. ¿Alguien tiene controversias con Dios? ¿Cosas acerca de las cuales mantiene a Dios fuera del secreto de sus pensamientos? En fin, ¡que Dios nos cuide para que el diablo no nos quite la Palabra del corazón!
Segundo caso: Los pedregales; el que escucha la Palabra la recibe inmediatamente con gozo, pero aquí está el segundo estado, la Palabra de Dios no se quita inmediatamente; al contrario, parece producir efectos muy felices, se recibe inmediatamente con gozo. Un juicio prematuro nos llevaría a concluir que ha habido obra divina en el alma y que el fruto es real. Esto no es cierto en absoluto. Lo recibe inmediatamente con gozo, se dice, pero no tiene raíz en sí mismo y cuando «llega la tribulación o la persecución por causa de la Palabra, al momento se escandaliza» (v. 21).
Otros pasajes nos muestran que, cuando la Palabra está verdaderamente recibida en un alma, no produce solo gozo, o no al principio; porque cuando la Palabra de Dios actúa en un alma la pone en relación con Dios. Y si Dios es la única fuente de gozo, de paz y de felicidad, hay, sin embargo, para el inconverso, todo un pasado que saldar, y no solo hechos, sino un estado (lo que éramos antes de convertirnos) un estado que Dios ha condenado. Cuando la Palabra actúa, todo esto provoca una tristeza interior hacia la salvación. Esto no significa que un alma no pueda alegrarse cuando recibe la Palabra de Dios, e incluso que pueda tener gozo, si los ejercicios y sufrimientos han precedido a la recepción de la Palabra. Se puede ver un alma trabajada y arada antes de convertirse, agobiada por sus pecados; tiene miedo de encontrarse con Dios, teme las amenazas del juicio. Si ese trabajo profundo se hace de antemano, la recepción de la Palabra de Dios trae paz y gozo. Pero aquí se trata de la ilusión en que se encuentran las almas cuando oyen una buena palabra. Puede tocar el corazón natural, mover ciertos sentimientos. Mirad aquellas mujeres que lloraban y se golpeaban el pecho cuando vieron al Señor ir al Calvario; pero cuando solo se tocan los sentimientos naturales, no se hace nada. Por eso, queridos amigos, todos los que tratamos con las almas no debemos adelantarnos a la obra de Dios en ellas, sino esperar a que se manifiesten los frutos divinos; no debemos interponernos entre Dios y un alma.
Tercer caso: la Palabra cae entre las espinas que son los afanes de este mundo ¡Este es un caso muy frecuente! La Palabra ha echado raíces, pero junto con ella crece una masa de pensamientos y sentimientos que son espinas: las preocupaciones de este mundo. El mundo vive en la preocupación, y en el engaño de las cosas que ama. No es necesario insistir en esto, porque cada uno sabe que debe estar vigilante para que, en su vida cotidiana, estos elementos tan poderosos no ahoguen la Palabra de Dios. ¡La Palabra está sofocada! Nadie puede servir a 2 señores: el Señor lo ha dicho. ¿Por qué a veces el progreso es tan lento? ¿Por qué se retrocede? ¡Ah! Debemos examinar con el Señor lo que anda mal, y pedir al médico divino, al que sana nuestras almas, que nos revele nuestro estado y ponga el dedo en las causas de nuestra languidez, o de nuestro retroceso. Él nos lo mostrará. Es un examen serio. Dios sabe qué llama secreta arde en el templo de cada uno de nosotros.
A menudo he estado animado por estra palabra de Juan en su Epístola: «Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4); sí, el Espíritu Santo que está en nosotros es más poderoso que el espíritu que está en el mundo. Sin eso, ¿quién ganaría? Ha habido demasiadas derrotas, demasiados desastres, demasiadas infidelidades para que no nos tomemos en serio estas consideraciones. ¡Que el Señor nos anime a hacerlo!
Si Jesús nos es más querido que todas las cosas que nos rodean y que el mundo nos presenta, no les prestaremos ninguna atención, ¡ese es el secreto! Sin decirlo ni proclamarlo en voz alta, volvámonos al Señor con un corazón decidido. Entonces nuestros pies pisarán el camino de Jesús, el que fue odiado. ¿Nos conformamos con recibir del mundo lo que el Señor recibió de él? (Por supuesto, tenemos que ocuparnos de nuestros asuntos, hacer frente a nuestros deberes en la situación que hemos aceptado. Si estamos donde el Señor nos ha colocado, tenemos que honrarle en el cumplimiento de nuestros deberes recordando que el primero de nuestros deberes es amar y seguir a Jesús). ¿Con qué honor subió Jesús al cielo? ¿Con qué honor queremos ir al cielo? ¿Quieren ustedes ir al cielo con los honores que le ha dado el mundo? ¿Es nuestro corazón tan insensato como para esperar de él otra cosa del mundo que lo que Jesús recibió de él?
Que nuestro corazón nos prive por completo y cada vez más de todo lo que el mundo ama; todo lo que el mundo ama se ha movilizado contra Jesús para impedirle ir a la cruz. ¿Con qué subió al cielo, desde la cruz (se podría decir), a través de la muerte, con qué subió? ¿Qué estigmas grabó el mundo en su cuerpo para siempre? ¿Qué heridas tiene en las manos y en los pies?» y él dirá: «Con ellas fui herido en casa de mis amigos» (Zac. 13:6).
Que nuestros corazones estén abiertos, que estén preparados como el cuarto terreno, para escuchar cuando el Señor nos habla. Cuando el Señor nos tiene cerca de él, 1.000 preguntas que nos hacemos caen por sí solas, y cuando surgen en nuestro corazón, solo revelan su mal estado. Que el Señor nos haga gustar la felicidad de su comunión. Él vendrá pronto. ¿No es eso lo que cada creyente quiere? ¿Hay alguien que, por alguna mala razón, no lo quiera?
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1987, página 225