Índice general
El Hijo que suplica
Juan 17
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1 - La obra de Cristo estando terminada, él cuida de los discípulos
Es natural que, antes de dejar este mundo, Jesús sintiera profundamente todas las circunstancias en que iban a encontrarse sus discípulos. En el momento en que el Hijo había realizado su obra y glorificado completamente al Padre en medio de todas las dificultades y de toda la malicia de Satanás (momento que no ha tenido ni tendrá igual, ni en el tiempo ni en la eternidad), era natural, digo, que lo pusiera todo delante del Padre.
No solo Jesús glorificó perfectamente al Padre, sino que no hay nadie que, como él, haya sentido todos los efectos, todas las consecuencias del pecado. Se dio cuenta de todo y nos puso en las mismas circunstancias que él. Sintió y expresó toda la posición de debilidad de sus discípulos, según todas sus necesidades, y según todos los recursos que sabía que había en el Padre.
Dijo estas cosas en el mundo, donde había sido el Varón de dolores y donde había sufrido mucho. En virtud de la obra que había realizado, podía gozar de todos los privilegios de su obra; pero tuvo en cuenta el hecho de que sus discípulos habían quedado en el mundo.
2 - Las necesidades sentidas a causa del estado del mundo
El corazón natural no percibe los privilegios del hijo de Dios. El corazón natural no siente sus necesidades. El orgullo no ve las dificultades; por eso «Antes de la caída la altivez de espíritu» (Prov. 16:18). El corazón natural escapa de muchas cosas que son una carga para el hijo de Dios. Vemos esto en Jesús. Él no oculta su posición. Él dice: «Tengo que ser bautizado con un bautismo» (Lucas 12:50), y así sucesivamente. No ocultó el estado al que el pecado había reducido a los hombres, ni las consecuencias del pecado. El amor prevaleció sobre el peso que todavía tenía en el alma, como vemos en Getsemaní; sin embargo, permaneció tranquilo, porque lo entregó todo al Padre. Lo vemos totalmente, solo, pero tranquilo, lleno de amor y siempre capaz de actuar en el amor.
Cuando no sentimos la gracia, no tenemos las mismas necesidades. Los pensamientos de ser humillado, manifestados en este capítulo, no encuentran simpatía en el corazón natural. Los hombres cristianos están demasiado dispuestos a evitar experimentar este estado de humillación; pero por eso no conocen los inmensos recursos que hay en Dios. ¡Tal es la locura de nuestros corazones!
3 - Hacer la voluntad del Padre en la posición de humildad – Juan 17:10
En el versículo 10 tenemos la posición en la que Jesús coloca a los suyos en sus privilegios. Les presenta sus recursos, luego se dirige al Padre. Esta es la expresión del corazón del Hijo. «La hora ha llegado» (v. 1), –una hora más memorable que la de la creación– una hora en la que el mal y sus efectos han sido derrotados.
La gloria que él reclama no es la que brota de la voluntad del Padre, y que él poseía, como Hijo, antes de venir al mundo: es otra cosa. Es porque él mismo se humilló, no para hacer su propia voluntad, sino la del Padre, porque fue obediente hasta la muerte y tomó sobre sí las consecuencias del pecado, que pudo ser glorificado salvando a su Iglesia.
El abandono de su propia voluntad se muestra en la respuesta que dio a 2 de sus discípulos que pidieron ser colocados, uno a su derecha y el otro a su izquierda, en su reino. No está en mi poder concederlo –respondió Jesús–, sino en el de mi Padre. Esta entrega de su propia voluntad por nosotros tiene un valor infinito; así es como podemos participar de su gloria; porque si él se puso bajo el poder de Satanás, fue porque era capaz de hacerlo. Tenía que ser Hijo de Dios para cumplir esta obra, y quiso hacerlo en gracia, pues de lo contrario no tendríamos parte en ello. Tomó la gloria como hombre para que nosotros la tuviéramos, pues no podíamos tener la del Hijo.
4 - Cristo en la muerte para que podamos participar en esa gloria
En la muerte, estuvo bajo el poder de Satanás, pero no podía estar retenido por él; y fue así para que nosotros pudiéramos participar de esa gloria. Se humilló al nivel más bajo para poder decir: Padre, glorifícame; no: Yo soy glorificado. Fijaos bien: si fue humillado, era en la perfección, para que el corazón del Padre pudiera quedar satisfecho glorificándole.
¡Qué poder de Satanás no fue destruido cuando murió el Príncipe de la vida! Así, Dios fue plenamente glorificado, y también Jesús, pues como hombre tiene plenamente esa gloria. ¿Por qué debía ser glorificado el Hijo? Fue por nosotros. Él se había humillado tan bajo como nuestros pecados nos habían degradado a nosotros. Ahora glorifica al Padre en sí mismo (v. 4). Vemos que le fue dado toda autoridad «en el cielo y en la tierra» (Mat. 28:18). Este poder le fue dado porque sí mismo se humilló. Esto es muy valioso: porque era hombre que se le podía dar, porque como Hijo era suyo. Fue para que pudiera dar vida a todos aquellos que el Padre le había dado, y para que pudiera reclamar su derecho con respecto a ellos, y contra aquellos que no lo reconocían. No habla mucho de estos últimos en este capítulo, porque su corazón estaba lleno de sus discípulos.
5 - Cristo glorificado por encima de todo
Él es el Jefe de la creación: «El cual es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque en él fueron creadas todas las cosas: en los cielos y sobre la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, o dominios, o principados, o potestades; todas las cosas fueron creadas por medio de él y para él; y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas subsisten en él» (Col. 1:15-17).
Todo lo que glorifica a nuestro Jefe debe sernos precioso. Era necesario que él reconciliara todas las cosas, según lo que se dice en el mismo capítulo: «Y él es la cabeza del cuerpo, de la iglesia; él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo él tenga la preeminencia. Porque, en él, toda la plenitud se complació en habitar; y mediante él reconciliar todas las cosas consigo, sean cosas de la tierra, ya sean las de los cielos, haciendo la paz por medio de la sangre de su cruz» (Col. 1:18-20).
Cristo era el Jefe de la creación, y el Jefe de todos los hombres; ellos han sido entregados a Cristo, y él informa de todo a su Padre. Es Dios quien da. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú enviaste» (17:3).
6 - Te he glorificado en la tierra. La obra cumplida – Juan 17:4
Un poder le fue dado poder para que él diera vida eterna a todos aquellos que se le son entregados. Esta vida consiste en conocer a Dios Padre. «Yo te glorifiqué en la tierra, acabando la obra que me diste que hiciera». Jesús comienza a hablar de la obra que ha realizado en la tierra. «Acabando la obra que me diste que hiciera». «Yo te glorifiqué en la tierra». ¿Qué había hecho el primer Adán? No había poseído ni el poder ni la bondad de Dios; había negado todo lo que Dios era para él. El último Adán, en cambio, había sentido todo lo que el orgullo nos impide sentir. Había sentido el abandono de su alma por parte de Dios, y podía decir: «Yo te glorifiqué». Cuanto más mal se hacía en la tierra, más el Padre era glorificado. La irritación nunca penetró en él; ninguna contradicción le impidió tener el mismo corazón para el hombre y para Dios. Lo precioso es que fue el hombre quien ha glorificado perfectamente a Dios: Él lo quiso y él lo hizo. Fue en el hombre donde era necesario que se hiciera, porque fue en el hombre donde Dios fue deshonrado; fue allí donde Satanás reina y gobierna; fue allí donde la imagen de Dios fue desfigurada; fue allí donde Dios fue deshonrado ante los ángeles; pero fue también allí donde fue glorificado en Jesús –el hombre–, no evitando el mal, sino poniéndose en medio de todo ese mal. Cuanto más mal había, más fue glorificado al Padre.
Como hombre, Jesús hizo la obra que el Padre le había encomendado –la obra de la gracia– y la hizo perfectamente. Por eso el Padre puede descansar en su Hijo, plenamente satisfecho. Puede decir: «Este es mi amado Hijo, en quien tengo complacencia» (Mat. 3:17). Por eso Dios puede derramar su corazón en el corazón de un pecador.
Dios podía dar bendiciones externas, como el sol y la lluvia a su tiempo, pero no podía tener comunión con el hombre. Su corazón podía hablar de Jesús –el hombre; no podía dejar de decir: «Este es mi amado Hijo»; como tampoco podía dejar de decir Juan el Bautista, cuando vio a Jesús: «He aquí el Cordero de Dios» (Juan 1:29).
El corazón del Padre quería salvar. Confió esta obra al Hijo, y esta obra es perfecta. Por eso Jesús pudo decir: «Ahora glorifícame tú, Padre» (v. 5). No hay nada más que hacer. ¡Qué descanso para el alma! No hay nada más que gloria que recibir. Todo lo demás está hecho. Esta palabra «ahora» muestra que Dios ha encontrado en Jesús lo que responde perfectamente a su corazón.
Hay descanso. Hay perfecta igualdad. Jesús puede decir, con una audacia que muestra quién es: «Glorifícame, tú, Padre, al lado tuyo, con la gloria que tenía junto a ti antes que el mundo fuese». Y nosotros, por el Espíritu Santo, estamos admitidos a estas conversaciones entre el Padre y el Hijo. Ya, por el Espíritu Santo, comprendemos, a nuestra medida, qué lugar nos ha dado el Señor.
La santidad y la justicia de Dios no encontraban reposo en ninguna parte, como la paloma fuera del arca. Pero en Jesús, encontró el descanso perfecto. Dios buscó moralmente, como se busca a un amigo; lo encontró en Cristo; no puede buscar en otra parte.
7 - Cristo da a conocer a los suyos el nombre del Padre – Juan 17:6
A partir del versículo 6, Jesús habla de lo que ha hecho por sus discípulos: «Manifesté tu nombre a los hombres que me diste del mundo. Tuyos eran, y me los diste, y tu palabra han guardado». «Manifesté tu nombre…» – es el nombre de Padre. Para Cristo, había ciertas relaciones que solo podía conocer como hombre, y como varón de dolores; pero conocía al Padre y se apoyaba en él. «Manifesté tu nombre a los hombres que diste». Ponía sus corazones ante el Padre, donde él mismo estaba. Les hacía conocer al Padre como él lo conocía.
Si alguien ha sido muy bueno conmigo, ¿cómo podría hablar de él a quien quiero darlo a conocer? Mientras estaba en la tierra, habló del Padre, contándoles todo lo que sabía de él. Les dijo que él era su Padre y el Padre de ellos.
Dios no puede buscar nada en nosotros, pero puede darnos todo, porque todo lo ha encontrado en Cristo. Oh, que comprendamos lo que Cristo nos ha revelado: que el Padre está por nosotros. ¿Es este el hábito de nuestras almas?
Nos convertimos en objetos de comunicación entre el Padre y el Hijo. Más las cosas son grandes, magníficas o íntimas, más ellas son dignas de Dios, y por gracia infinita nosotros somos los objetos. Hago cosas que no debería hacer si conociera mejor al Padre; y también debería hacer cosas que no hago. No se trata solo de no hacer lo que está prohibido, sino de estar en la relación de padre e hijo.
El alma está elevada. El Espíritu Santo nos hace sentir el amor del Padre. Nos conduce a la libertad mostrándonos, no lo pequeños que somos, sino lo grande que es Dios. Cuando estamos ocupados enteramente por él, esta libertad produce una santidad que tiene fundamentos inquebrantables. Dios y Cristo se ocuparon de nosotros cuando Cristo aún estaba en el mundo y en nuestra posición; él nos ha puesto donde él está.
Esto produce efectos de santidad, porque siempre nos acerca al Padre, que es luz y santidad. Cuando veo los frutos del Espíritu, digo: Dios está ahí, porque él es Dios. No se trata solo de que Dios hace en mí, sino también de que participo de su naturaleza por el Espíritu Santo que se me ha dado.
8 - Todo lo que Cristo tiene viene del Padre – Juan 17:7
Jesús, después de haber manifestado el nombre del Padre a los suyos, viene ahora a hablarle de su posición en el mundo, mientras están separados de él. Lo introduce diciendo que los discípulos lo habían recibido no solo como Mesías, sino sobre todo que habían comprendido esta revelación del Padre, que ya no eran de este mundo, y que habían entendido que todo venía de Dios
«Han sabido», dice Jesús, «que todo cuanto me has dado viene de ti». Vieron la relación de unidad con el Padre, una relación hasta entonces desconocida, y que fue hecha manifiesta en la humillación de Jesús. El Hijo fue manifestado, no solo como judío, sino como hombre, y como hombre en la posición más baja: en esta posición, lo recibió todo del Padre. El Padre envía al Hijo, y el Hijo dice: «Han creído que tú me enviaste» (17:8).
Cuando el Señor habla a sus discípulos, les habla según la posición de gracia que les ha dado, no según la realización que ellos han tenido. Dios nos habla siempre como a niños que saben que son niños: es culpa de ellos si lo olvidan, o si no lo saben. Jesús dijo: «Sabéis a dónde voy, y sabéis el camino» (Juan 14:4). Felipe dice: «Muéstranos al Padre». Pues lo mismo ocurre con la obra del Espíritu Santo.
Muchos cristianos no han comprendido que son uno con Cristo, y debemos reprochárselo, porque Jesús dijo: Sabréis que yo estoy en vosotros cuando se os dé el Espíritu. No habla en función de lo que se ha hecho, sino en función de su amor y de los privilegios que nos ha dado. Nos ha hecho partícipes, no de su divinidad, sino de todo lo que el Padre le han dado como hombre. Tiene tanta confianza en sus discípulos que les da las palabras que el Padre le dio a Él. «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado; porque tuyos son» (17:9). Pido por los que han recibido tus palabras.
El Señor actúa como apóstol para el mundo, pero como sacerdote para sus elegidos, para los que están manifestados. Los que aún no están manifestados son, sin duda, conocidos de Dios; pero no reciben todos los cuidados necesarios a los cristianos para estar conservados en este mundo. Los que no están manifestados, por lo tanto, no son responsables; pero para los cristianos, cualquier cosa que les haga sentir su responsabilidad es muy preciosa, pues están colocados en la tierra como representantes de Cristo.
9 - Cristo, como el Padre lo envió a él, envía a los suyos al mundo – Juan 17:18
Jesús dijo: «Como me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo». ¿Dónde está aquel que, comprendiendo que es enviado como Cristo, no siente también que necesita de la gracia para representarlo? Por eso, es muy importante comprender la posición de los elegidos, encargados de representar a Cristo ante el mundo (sin que eso afecte a la salvación). Jesús dice: «Yo soy glorificado en ellos» (17:10). Son solo aquellos a quienes él ha manifestado el nombre del Padre, por quienes hace peticiones, y son ellos los que se convierten en objeto de las comunicaciones entre el Padre y el Hijo.
Lo que tiene valor para el Padre tiene valor para el Hijo; si el Hijo ama al Padre, debe orar por nosotros; si el Padre ama al Hijo, debe glorificar a su Hijo en nosotros. Esta es una posición maravillosa que el Señor nos ha dado a conocer. Estos son los 2 motivos que, una vez terminada su obra, Cristo presenta al Padre. Si Cristo hubiera sido el Mesías reconocido por los judíos, podría haber permanecido en el mundo: pero como sacerdote no podía permanecer allí; y en cuanto a nosotros, estamos expuestos a todo mal sin la presencia de Cristo, y necesitamos algo seguro en que apoyarnos. Esto nos lleva a ser sondeados mucho más profundamente en el corazón.
Cuando Jesús estaba en la tierra, no era necesario tener un corazón puro. Sus discípulos podían ir y preguntarle cuál era la voluntad del Padre; pero ahora debemos tener, por medio del Espíritu Santo, la intención de Cristo; y eso sucede cuando tenemos comunión con el Padre. Esta es una posición aún más bendita que la que tenían los discípulos. Por otra parte, el cristiano que no está en esta comunión puede extraviarse. Toda la inteligencia depende del estado del alma. No somos como un siervo al que se le dice: Haz esto. Es la presencia del Espíritu Santo la que nos da a conocer la intención del Padre: solo nosotros debemos caminar en él.
No podemos caminar en el mundo con bendición si no estamos en comunión con el Señor, y entonces somos solo como siervos. Los cristianos han olvidado esto, y por eso hay tantas tinieblas. Cristo ya no está en el mundo, pero nosotros estamos todavía, y tenemos que manifestar cosas que están fuera del mundo, que están en el cielo. Por eso es imposible discernir las cosas de Dios con la carne, sobre todo para un cristiano que no es fiel, porque pierde todo discernimiento y se rebaja al nivel de todo lo que le rodea, si no busca exclusivamente la aprobación del Padre.
10 - Guárdalos en tu nombre – Juan 17:11
Jesús dijo: «Padre santo… guárdalos», eso era para sus discípulos. Él es «Padre santo» para los discípulos, y «Padre justo» para el mundo. «Padre justo», dijo, «el mundo no te conoció» (17:25). El mundo y yo ya no podemos caminar juntos; y el Padre tuvo que elegir entre el Hijo y el mundo. «Guárdalos», no en cuanto a las cosas de este mundo, sino como a tus hijos, para la gloria; no para ahorrarles sufrimientos, sino para la eternidad.
Nos ama como un Padre que no permite que caiga un solo cabello de sus hijos sin su permiso. Las cosas que parecen insignificantes y pequeñas interesan a un padre y a una madre. Pero, Dios nos ama con amor perfecto. Él toma conocimiento de todo lo que concierne a sus hijos, y de todo lo que les concierne en cualquier grado; y toma conocimiento de todo lo que no nos lleva a la gloria. Por eso nos castiga, porque es el «Padre santo». Nos guarda del mal por las advertencias de su gracia, por su Palabra, por las reprensiones, por los gozos de la familia de Dios (gran medio que emplea el Espíritu Santo), y por los castigos que permite que caigan sobre el hombre exteriormente, para que el interior sea guardado.
11 - Temas de gozo y el escándalo de la cruz
La carne siempre se retrae, porque es egoísta. Cuando estamos en el Espíritu, siempre hay unidad. El gozo de Cristo está especialmente constituido por 3 cosas. Siendo el objeto del gozo del Padre, su corazón disfrutaba de su comunión, y eso también nos pertenece. La obediencia era su alimento, su carne, el gozo de su alma. Lo mismo sucede con nosotros. Puesto que somos los objetos del ejercicio de este amor del Padre, hay un gozo para nosotros en el ejercicio de este amor. Él nos hace partícipes de ese gozo. Si hay una conversión a través de nosotros, el gozo de Cristo está en nosotros. Fue el Espíritu quien actuó en Cristo. Podía ser fuente de amor, a pesar de que su corazón estaba “desecado” por todo lo que había en el mundo. ¡Una maravillosa posición! Posición de responsabilidad, es cierto; pero el gozo de Cristo que está en nosotros, no solo el gozo que tendremos en el cielo, sino el gozo que ya tenemos en este mundo.
El mundo detesta desde que hay una manifestación de Cristo. No puede ser de otra manera. Tenemos tener en cuenta el hecho de que, si hacemos brillar la luz, seremos detestados, incluso entre los cristianos. No encuentran eso bello; pero el Evangelio nunca será bello para quienes no quieren recibirlo. Todo lo que es bello por naturaleza no es el escándalo de la cruz.
Si debilito mi cristianismo judaizando, seré recibido; porque el hombre consentirá en dar a Dios, con tal de que él también sea glorificado un poco. Pero si no hay nada más que la cruz, el hombre tiene odio; mientras que, desde el momento que reconocemos algo del mundo, no somos odiados. Necesitamos hacer balance, para saber si, con las fuerzas que tenemos, podemos luchar, o si Satanás es más fuerte que nosotros; y no será así si permanecemos en comunión con el Padre.
Es verdad que no es agradable ser odiado. Todo lo que nos impulsa a ser aceptables al mundo y las costumbres de los hombres, nos quita el escándalo de la cruz, y nos hace agradables al mundo, pero nos aleja de Cristo.
Collected writings 21 p.161