Dos palabras a los jóvenes creyentes


person Autor: John Nelson DARBY 82


Me dirijo principalmente a vosotros, jóvenes. Los que somos de mayor edad, solemos tener mayor experiencia de lo que es el mundo y de lo que vale; pero ante vuestros ojos –ansiosos de ver y conocer– despliega todo su brillo, su boato, sus tentaciones, intentando atrae­ros. Vedlo solamente exponer delante de vosotros lo que inventa para seduciros. Sus sonrisas son engañosas, pero es a vosotros que sonríe: Os hace muchas promesas que no puede cumplir; no obstante, promete siempre. El hecho es que vuestro corazón es demasiado ancho para el mundo que no puede llenarlo; por otro lado, es demasiado estrecho para Cristo y, sin embargo, quiere llenaros de Él; sí, Dios desea que conozcáis «el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Efe. 3:19).

Estemos unidos al Señor, no al deber, a la ley o a las ordenanzas (aunque estas cosas sean buenas en su lugar), sino a Él. Bien sabe Dios cuán engañoso es el corazón y cuán dispuesto está en sustituir pronto cualquier cosa en lugar del Señor. Es menester que aprendáis a conocer lo que hay en vuestro corazón. Mora con Dios y lo aprenderás con Él y bajo Su gracia; si no tendréis que aprenderlo con el diablo, a través de las tentaciones y las redes que os tiende, y caeréis como Pedro. Pero Dios es fiel. Si os habéis alejado de Él y las cosas del mundo han venido a formar como una coraza alrededor de vuestro corazón y deseáis retornar, Dios quiere y puede romper esta coraza.

¡Ah! Recordad que Cristo os compró al precio de su propia vida, que le pertenecemos y no pertenecemos al mundo. No dejéis que el diablo se interponga entre vosotros y la gracia de Dios. Por negligentes que hayáis sido, o tan lejos como os hayáis dejado llevar de Él, ¡volveos al Señor!, no dudéis de su gozo viéndoos retornar, contad con su amor inconmensurable; considerad con horror y espanto el pecado que os apartó de Él, mas no le hagáis la injuria de dudar de su amor. Aborreceos a vosotros mismos, mas recordad cuánto os amó y quiere amaros hasta el fin.

Quisiera que recordéis tres cosas que, por gracia, nos han sido otorgadas:

  1. Un perdón perfecto,
  2. Una conciencia purificada, y por fin,
  3. La comunión con el Señor.

Como ejemplo de una conciencia limpia, o purificada, tomemos el caso del apóstol Pedro, quien había negado al Señor delante de una criada, con imprecaciones y juramentos; pero vuelto el Señor, que miró a Pedro, aquel discípulo salió llorando amargamente. Pocas semanas después (Hec. 3:14), él podía pregonar a los judíos que estaban perdidos por haber negado al Santo y al Justo, el mismo pe­cado que Pedro había cometido, con el agravante de haber disfrutado durante tres largos años de la inconmensurable amistad de Jesús. Pero la conciencia de Simón estaba purificada; sabía que había sido perdonado, y ahora podía presentarse sin temor y acusar a los demás de lo mismo que él había cometido.

La única satisfacción verdadera la encontraremos en una comunión cada vez más estrecha, más íntima, con Aquél que nos amó tanto y sigue amándonos con el mismo amor que tuvo por nosotros en la cruz.

¡No lo olvidemos nunca!

 


Mi querido amigo:

El que siembra únicamente por su propio placer, hallará, a medi­da que avanza, que todo cuanto hizo va desmoronándose y desaparece. Por el contrario, el que siembra para Dios y para la eternidad, por la gracia de Dios, recogerá abundantemente del fruto de su trabajo; por­que Él habrá dado origen a la semilla para que germine, como tam­bién Cristo se regocijará viendo el fruto del trabajo de Su alma. Él ya entró ya en la gloria por la cual sufrió la Cruz.

Espero que cada día verás más claramente que, para el cristiano, no se trata solamente de ser honesto y bueno, de vivir una vida diri­gida y moldeada por la moral del mundo y la conciencia natural, sino de andar como Cristo anduvo.

Somos llamados a ser epístola, o carta, de Cristo, conocida y leída de todos los hombres, y esto no es poca cosa. ¡Qué seriedad debería dar a nuestra vida entera!, al mismo tiempo, ¡cuánta gracia y belleza! Ser los testigos de un Dios Salvador, no solo como un profeta que publica fielmente el mensaje que Dios le confía, sino con la super­abundancia de un corazón lleno de lo que proclamamos; ¡qué glo­rioso privilegio!

Para que así sea, necesitamos alimentarnos de Cristo y estar cerca de Él, y precisamos conocerle mejor por medio de la Palabra que tes­tifica de él. Tenemos que aprender de él, conocer sus pensamientos y su voluntad. El corazón debe estar ensanchado y atraído bajo la poderosa influencia de Su amor. Nuestra senda tiene que ser siempre más estrecha, ha de ser cada vez más un sendero de obediencia completa. Esto explica las hermosas oraciones de Pablo para aquellos que amaba en Cristo: Efesios 1:15-23; 3:14-21; Filipenses 1:8-11; Colosenses 1:9; 2:1, etc…

No debemos contentarnos solamente con ser perdonados, justi­ficados, salvados, con no temer encontrar a Dios o a la muerte; sino que tenemos que vivir en comunión con Él, y servirle. No hemos de perma­necer como niños sino crecer en el conocimiento de Dios y de su volun­tad hasta la estatura de un varón perfecto. «El temor de Jehová es el principio de la sabiduría» (Prov. 9:10).

Ore y vele. Mi oración para Ud. es la misma que Pablo ofreció para los Filipenses (Fil. 1:8-11). Ore y vele Ud., a fin de que aquellos con los cuales venga a relacionarse no le sean un lazo. Piense frecuentemente en la llanura del Jordán (Gén. 13:10), en la cual Lot se deslizó gradualmente hasta hallarse en medio de Sodoma. Pero, por encima de todo, fije sus ojos en Jesús que murió por Ud., y por mí, de modo que vivamos para él. ¿Qué puede darnos el mundo? Es el lugar donde la paz, el amor de Cristo, y la salvación de Dios son desconocidos. ¿Qué más que suplicios y miserias pueden hallarse allí?

Necesitamos mayor sencillez y perseverancia de fe al pedir que él nos bendiga. Cristo nunca echa fuera al que, humildemente, acude a él.

Revista «Vida cristiana», año 1955, N° 16


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