Fe o desesperación

¿Debemos vivir de fe o ceder a la desesperación?


person Autor: H.C.C 1

flag Temas: Ejemplos de vida de fe La decadencia, la ruina, el declive, los remanentes


1 - Las convulsiones y sus consecuencias

En todas las grandes crisis que han sacudido al pueblo de Dios y a la Iglesia, siempre ha habido un resto que, a pesar de su debilidad, ha defendido la verdad y cuya fe, gracias a Dios, ha estado a la altura de la situación. Dios siempre ha tenido sus fieles, aunque desconocidos e invisibles para los hombres, y estos choques han sido siempre un medio saludable, aunque doloroso y angustioso, de manifestar la fe de los que desean serle fieles. Así, por muy malo que sea el origen de estas perturbaciones y por muy desastrosos que sean sus efectos, tienen la utilidad de sacar a la luz lo que es realmente cierto de lo que es mera apariencia. Esto no quiere decir que no tengamos que deplorar las contiendas y divisiones entre el pueblo de Dios, cosa que todo cristiano recto seguramente siente; pero cuando el mal, ya sea en principio o en la práctica, se ha introducido, y se le permite actuar insidiosamente sin juicio, es una gran misericordia de parte de Dios permitir que todo caiga, para que al fin Su verdad y honor puedan ser defendidos y mantenidos. «Porque también es necesario que las haya [sectas] entre vosotros, para que se manifiesten los que son aprobados entre vosotros» (1 Cor. 11:19).

2 - Cuando surge la desesperación

Pero hay otra cosa que producen estos tiempos de problemas: hacen que surja y se manifieste la desesperación, y el efecto de esta en el testimonio es a menudo muy desastroso. Ahora, en tiempos de grandes crisis y pruebas, esta desesperación surge a menudo entre aquellos que desean ser fieles, pero no tienen el valor o la energía para “confiarse en Dios y hacer lo que es correcto”, y el resultado es un peso muerto sobre el testimonio y un obstáculo para el avance de los principios divinos.

Algo más puede agravar la situación: por ejemplo, cuando los israelitas salieron de Egipto y entraron en el desierto, hubo un grupo de «gente extranjera» que se unió a ellos y cayó en la codicia y trajo problemas y exasperación al campamento (Núm. 11:4).

3 - ¿Seguidores de los hombres o defensores de la causa de Dios siguiendo a Cristo?

Siempre es así, pues la historia se repite, tanto en la Iglesia como en el mundo. Mientras todo vaya bien, siempre habrá gente dispuesta a seguir a los que van en cabeza y realmente desean, en alguna medida, estar en el camino recto. Pero cuando llegan las perturbaciones, cuando llegan los tiempos de prueba, los tiempos en que uno está puesto a prueba, y surgen las dificultades, pronto se oye el grito de la desesperación: “Nunca lo lograremos; es una misión imposible: volvamos atrás. ¿Qué sentido tiene continuar cuando nuestra causa es inútil?”.

Estas personas nunca han comprendido que no se trata de “nuestra causa”, sino de la causa de Dios. Mientras estemos ocupados en hacer avanzar “nuestra causa”, inevitablemente habrá confusión y consternación ante la realidad del juicio.

El hecho es que estas queridas personas nunca han calculado los gastos antes de ponerse en camino; y nunca han tenido en cuenta que todo verdadero trabajo para Dios, es Dios quien lo hace, y que nosotros no somos más que sus instrumentos. Siendo solo canales, y no la Fuente, mientras estamos ocupados y absortos en nuestro testimonio, nuestro trabajo, nuestro progreso, etc., en lugar de estarlo de Cristo, Dios soplará sobre eso para que encontremos nuestro verdadero nivel y que solo Cristo sea exaltado.

4 - Estar entristecidos por los fracasos, pero no desesperados

Es cierto que no podemos afligirnos y lamentarnos demasiado por el triste espectáculo de las divisiones en la Iglesia de hoy. De hecho, creemos e insistimos en que este es el único estado de ánimo correcto para cualquier verdadero hijo de Dios que conozca y ame la verdad de Dios. Sin embargo, afligirse por un fracaso es muy distinto de desesperarse por ese fracaso. Ya sea para el individuo o para la Iglesia, la prueba es ciertamente permitida por Dios en su sabiduría y propósitos misericordiosos; pero cualesquiera que sean esos propósitos, no son ciertamente que la confianza en él se pierda en aquellos que profesan su nombre, ni que deban renunciar a todo, entregándose a la desesperación.

Y, sin embargo, ¡cuántas veces sucede esto cuando llegan estas pruebas! ¡Cuántos son aquellos a quienes los trastornos y las pruebas consternan y llenan de desilusión! Son suficientemente felices y serios, mientras el testimonio prospere y no haya olas; pero cuando llegan los reveses, cuando el testimonio se frena, cuando los que están a la cabeza están destituidos o demuestran ser infieles, ¡cuántos, ¡ay!, empiezan a desanimarse y a lanzar el grito de la desesperación: “El testimonio está arruinado; el testimonio corporativo ha fracasado; la unidad está rota!”

5 - Ejemplos de hombres de fe del Antiguo Testamento

No me cabe duda de que hombres como Nehemías y Daniel tuvieron que enfrentarse a este tipo de cosas. Sin duda hubo muchos en su día que gimieron desesperados y dijeron: “Los hijos de Judá están dispersos; la nación está rota; el testimonio del Señor y de la unicidad de Dios está arruinado: ¿Qué haremos? ¿De qué sirve en Babilonia aferrarse a una causa arruinada? Hagamos algunas concesiones sin sentido, comunión con la gente que nos rodea, ¡y hagamos lo mejor individualmente según las circunstancias!”.

Pero los hombres de fe –los Moisés, los Gedeón, los Nehemías, los Daniel– no hablaban así. Aunque solo fueran dos o tres, o incluso solo uno, estaban decididos a ser fieles, aunque eso significara perder la vida. Es cierto que tal vez se burlaron de ellos y se rieron de ellos; tal vez tuvieron que sufrir y ser metidos en un horno de fuego, ¿y qué? No era asunto suyo; al menos eso creían. Actuaban por Dios y le dejaban a él las consecuencias.

Es cierto que también hubo hombres como Jeremías, cuyas lágrimas ardientes daban un testimonio elocuente, aunque silencioso, del dolor y la contrición de corazón que sentían por el pecado de sus conciudadanos; y aunque lloraron como quizá ningún otro lo haya hecho antes o después, tenían fe en Dios y no desesperaron. Ezequiel vio un valle lleno de huesos de muertos, pero cuando Dios le dijo que esos muertos volverían a vivir, le creyó. Si se hubiera atormentado, si se hubiera quejado y desesperado, nunca habría sido el verdadero, fiel y honrado hombre de Dios que fue. ¿Acaso no sintió la apostasía y la corrupción del amado pueblo de Dios? Por supuesto que lo sintió, y profundamente; pero esto solo hizo que se echara sobre la fidelidad de Dios.

Mirad de nuevo a Nehemías y Daniel, que se identificaron totalmente con los pecados de su pueblo y tomaron toda la carga sobre sí, confesando todo a Dios con dolor y vergüenza (véase Neh. 9 y Dan. 9). Pero no se vieron abrumados ni paralizados. Confesaron que ellos y su pueblo les convenían la confusión de rostro, ¡pero no se hundieron en la confusión y la desesperación! No, eran hombres de fe, y la fe nunca desespera, porque mira a Dios. Cuando todos los demás habían fallado, ellos sabían que Dios no había fallado, y no podía fallar; y así se levantaron de sus oraciones, refrescados, fortalecidos y facultados por Dios para hacer lo que Él quería que hicieran.

6 - Procurando guardar la unidad del Espíritu

Querido lector, ¿no necesitamos que nos animen estas lecciones? No oímos el grito de desesperación: “¡El testimonio está totalmente quebrado, el testimonio corporativo está arruinado y todo está en confusión; ahora solo nos queda caminar individualmente sin preocuparnos de los asuntos eclesiásticos!”. Pero preguntamos: ¿Está arruinada la verdad de Dios? ¿Es la Iglesia de Dios un fracaso? ¿Han prevalecido contra ella las puertas del hades? –“La unidad es un fracaso”, dicen; ¿la unidad de quién, la de los hombres o la de Dios? Que los hombres han fracasado en mantener la unidad de Dios, lo confesamos con dolor; pero decir que la unidad del Cuerpo de Cristo, que es hecha por el Espíritu Santo (la unidad del Espíritu), es un fracaso, es pura incredulidad, la negación directa de la verdad de Dios. A pesar de toda la confusión y el sectarismo que la incredulidad y la infidelidad del hombre han introducido, la verdad permanece: «Hay un solo Cuerpo»; y nuestra responsabilidad de «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz», no es hoy menor que nunca. Los fallos de los hombres no nos eximen de nuestra responsabilidad de mantener la verdad de Dios. No es que Dios quiera que lancemos un grito de partido, ni que hagamos una organización humana, ni que inventemos ningún tipo de unidad, sino que mantengamos esa unidad que ya está hecha por el Espíritu Santo –la unidad del Espíritu–, la unidad del judío y del gentil, del esclavo y del hombre libre, del varón y de la mujer, en un solo Cuerpo –el Cuerpo de Cristo–, la morada de Dios por el Espíritu. ¿Mantenemos esta unidad? No se trata de “esforzarse” por guardarla, como si fuera dudoso que lo consiguiéramos, sino de «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efe. 4:3).

7 - Tener fe en Dios

Querido lector, le preguntamos de nuevo: ¿Está haciendo algo que niegue prácticamente esta unidad tan preciosa para Dios y Cristo? ¿Está contribuyendo de alguna manera a esta ciudad de desesperación e incredulidad: “El testimonio está arruinado, el testimonio corporativo está en bancarrota”? No, más bien «tened fe en Dios» (Marcos 11:22). Él no ha fallado: ni un ápice ni un trazo de su verdad caerá al suelo. Asegurémonos, pues, de obedecer la palabra de Aquel a quien invocamos como nuestro «Señor y Maestro», «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Porque «hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también fuisteis llamados a una sola esperanza de vuestro llamamiento; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, y a través de todos, y en todos» (Efe. 4:4-6).