Hijos de Dios en el lugar equivocado


person Autor: Leslie Marion GRANT 3

flag Tema: Los peligros de la vida cristiana


Es fácil para nosotros discernir los graves errores cometidos por estos amados santos de Dios allí donde estuvieron, y los daños que resultaron. Sin embargo, ¿querría nuestro corazón ignorar el triste hecho de que los mismos motivos alarmantes señalados anteriormente pueden tener la misma influencia sobre nosotros y llevarnos por el mal camino de la misma manera? Qué temibles enemigos son estos, contra los que no tenemos protección real a menos que estemos armados con «toda la armadura de Dios». Si se abandona por un momento el «escudo de la fe», Satanás utilizará sus «dardos encendidos» en su provecho. Si analizamos con calma todos estos motivos, veremos que todos ellos proceden del orgullo personal, que es el único principio en el hombre que reverbera como resultado del astuto engaño del enemigo, que ha caído él mismo a causa del orgullo. Pero es bueno que estas cosas se expongan así ante nosotros, para que podamos discernir el efecto de estos motivos en nuestros propios corazones, y juzgarlos sin misericordia.

1 - Abram en Egipto – Gén. 12:10 – La preocupación

¿Quién no ha conocido la preocupación como Abram, no solo por sí mismo, sino también por sus seres queridos, cuando el hambre asoló la tierra prometida? Impulsado por lo que veía, se fue adonde vio que había comida. Su fe se tambaleaba, porque Dios lo había traído al país, y ¿no lo sostendría él, con hambre o sin ella? ¿Vamos a abandonar el lugar del testimonio de Dios por aprensión ante el futuro, y buscar otros campos que parecen más verdes? Tanto si se trata de necesidades materiales como espirituales, «Por nada os preocupéis, sino que en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios» (Fil. 4:6). Esto es lo que trae «la paz de Dios», no buscar en otra parte recursos atractivos. Si hay duras pruebas de fe, son para ponernos a prueba. Pero «la prueba de vuestra fe» es «mucho más preciosa que el oro perecedero» (1 Pe. 1:7). ¿Por qué deberíamos contentarnos con fracasar bajo la prueba – y sufrir por ello?

2 - Lot en Sodoma – Gén. 19:1 – La ambición

Sin embargo, Abram se recuperó completamente de esta deriva: los señuelos de Egipto le engañaron durante poco tiempo. No así Lot. En lugar de curar su inquietud, dejó que se convirtiera en ambición mundana. Podemos insistir sinceramente en que es necesario ganarse la vida en la tierra; pero ¡cuántos de los que lo hacen quedan atrapados muy pronto en la búsqueda de ventajas y posición en el mundo! Puede que Lot se convenciera a sí mismo de que realmente intentaba mejorar la condición de Sodoma, igual que algunos cristianos intentan mejorar el mundo; pero ¿es eso honestamente posible? Estaba sentado como juez a la puerta de la ciudad. ¿Podría atreverse a decir que lo que realmente buscaba era la mejora de Sodoma, independientemente de su propia situación en la tierra? No, era ambicioso para sí mismo, y lo perdió todo. ¡Qué advertencia para el hijo de Dios!

3 - Jacob en Siquem – Gen. 33:18-20 – La tibieza

Trabajó duro para “proveer para su propia casa”, pero nunca olvidó que debía mucho a la gracia de Dios. De hecho, fue por esta misma gracia que Dios trató de restaurarlo plenamente, cuando le dijo que regresara a Betel, “la Casa de Dios”. Pero Jacob se quedó en el camino y, en Siquem, «compró una parte del campo» y se estableció. En lugar de abandonar el mundo por completo, compró una pequeña parte de él, y el precio que pagó después fue mucho mayor que la plata o el oro. Qué fácil es para nosotros también, a causa de los afectos divididos, conformarnos con una casa a medias, en lugar de estar en el lugar que Dios quiere para nosotros, «la Casa de Dios». Y aquí, los resultados en la familia de Jacob fueron los peores y más vergonzosos de su historia. Guardémonos de tener el corazón dividido, en parte para el Señor y en parte para el mundo; más bien exhortemos con el salmista: «Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre» (Sal. 86:11).

4 - David en el tejado – 2 Sam. 11:2 – La indolencia

Suponiendo que hayamos aprendido a rechazar la ambición mundana, ¿significa eso que podemos entregarnos a una existencia indolente? ¿Podría ser que tal pensamiento influyera en David en una época «que salen los reyes a la guerra»? Si no tenía necesidad de ganar nada para sí mismo, ¿había olvidado que aún había mucho que ganar para Dios? La indolencia conduce al pecado positivo. ¿Acaso David, un enérgico y devoto hombre de Dios, no tenía otra cosa que hacer que pasar el tiempo en el tejado de su casa mientras Israel iba a la guerra? ¿Estamos en ejercicio vital cuando se trata de las cosas de Dios? – No nos instalemos en un contentamiento egoísta, sino usemos nuestro tiempo libre para almacenar en nuestras almas la verdad de la Palabra de Dios, y demos testimonio consistente del Señor Jesús, como buenos soldados en su ejército. Si estamos dispuestos a la indolencia en nuestras vidas, el mundo tiene miles de atractivos para excitar nuestros sentidos naturales, para las cuales, si estuviéramos debidamente ocupados, no tendríamos ni tiempo ni inclinación. ¿No puede el eterno Dios de gloria proporcionarnos algo para ocupar útilmente nuestro tiempo? No tengamos excusa para no servirle.

5 - El hombre de Dios sentado bajo un árbol – 1 Reyes 13:14 – La autosatisfacción

Existe otro peligro, incluso para aquellos a quienes el Señor puede utilizar para un servicio fiel. El hombre de Dios en 1 Reyes 13 había obedecido la voz de Jehová al dar testimonio solemne contra Jeroboam y su altar idólatra en Betel. Había comenzado su viaje de regreso en obediencia porque había tomado un camino diferente. ¿Por qué se detuvo a sentarse bajo un árbol (un terebinto)? Fue allí donde fue engañado por el viejo profeta, y cayó en la trampa contra la que la Palabra de Dios le había advertido solemnemente; por eso un león lo mató. Si el horror del mal de Betel hubiera pesado sobre él, como atestigua la solemne palabra de Dios, ciertamente no se habría demorado ni un momento. Pero permitiéndose una agradable satisfacción después de haber pronunciado fielmente la Palabra de Dios, y en vez de sentir todavía la fuerza de esa Palabra en su alma, se puso en estado adecuado para ser engañado. ¡Qué advertencia! Si nos entregamos a un poco de autosatisfacción, nosotros también podemos ser engañados y desobedecer efectivamente la Palabra de Dios. Aunque el viejo profeta se hizo culpable de engaño deliberado, fue el hombre de Dios el culpable de dejarse engañar, y fue él quien sufrió. Qué bueno es tomarse a pecho las palabras del Señor Jesús: «Cuando hagáis todo lo que os he mandado, decid: Siervos inútiles somos, lo que debíamos hacer, hemos hecho» (Lucas 17:10).

6 - Elías bajo un enebro – 1 Reyes 19:4 – El desánimo

Elías ilustra otro peligro muy real relacionado con el servicio al Señor. He aquí otro hombre de Dios que, después de un profundo ejercicio de alma, se había mantenido firme, solo, por el Dios vivo, y había hecho descender fuego del cielo, destruyendo a los profetas de Baal, y luego había orado hasta que la lluvia caiga sobre una tierra desolada. Sin embargo, inmediatamente después, lo encontramos bajo un enebro, huyendo de Jezabel, y en un estado de total abatimiento, pidiendo a Dios que le quitara la vida. Por supuesto, pensaba que con Dios obrando tales milagros de poder, Israel sería traído de vuelta a Dios; pero acababa de comprobar que estos efectos morales y espirituales no se habían producido. Sintió que sus esfuerzos no habían sido apreciados: está despreciado y solo. ¿No ha tenido que sentir lo mismo, al menos hasta cierto punto, todo verdadero siervo de Dios? Pero, ¿puede ser justo el desánimo? Jamás. Es Dios quien decide el valor de nuestro servicio por él, no el hombre. Si el servicio ha sido hecho para el Señor, los resultados pueden serle dejados enteramente. No es fácil para nosotros aplicar esto con toda sencillez de fe, y debemos recordar que solo somos siervos; la misma verdad de Dios por la que Elías fue capaz de mantenerse en pie ante Acab fue suficiente para sostener a Elías cuando fue totalmente rechazado y despreciado. Simplemente tengamos nuestros ojos fijos en nuestro Señor y su santidad, y el desánimo no nos vencerá. «Por lo cual, amados hermanos míos, estad firmes, inconmovibles, abundando en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo no es en vano en el Señor» (1 Cor. 15:58).

7 - Jonás en el barco – Jonás 1:5 – La voluntad propia

Por si fuera poco, aún hay un mal más grave que puede atacar a un siervo del Señor, y no debemos olvidar que hoy todo hijo de Dios es siervo de Dios y se espera que lo sirva «como a él le agrada, con temor y reverencia» (Hebr. 12:28). Jonás escribió sobre sí mismo y expuso sus propios motivos, lo que parece dejar claro que, al juzgar esos motivos, Dios, en gracia, restauró su alma. En lugar de ir a Nínive, adonde Dios lo había enviado, Jonás se encontró en un barco, dormido, lo que le condujo a una experiencia de intensa angustia en el vientre de un gran pez. La razón de su desobediencia la revela él mismo en Jonás 4:1-2. Pensó que, si iba a advertir a Nínive del terrible juicio de Dios, Nínive podría arrepentirse y se evitaría el juicio de Dios, ¡porque sabía que Dios está lleno de gracia! Cuando esto ocurrió, se enfadó mucho, quizá porque pensó que su reputación como profeta se resentiría, ¡o quizá porque prefería ver perecer a los paganos antes que arrepentirse! ¿Es posible que los motivos de un hijo de Dios caigan tanto? Por desgracia, es cierto. Para ser algo, puedo tener un cruel deseo de ver a otros abatidos. ¿Oramos sinceramente por todos los hombres, los más bajos, los más viles? ¿Nos alegramos cuando pecadores culpables se vuelven a Dios arrepentidos? Dejemos que nuestros corazones vayan hacia las almas, animados por un amor verdadero y activo, y seremos preservados de esa voluntad propia de corazón frío que prefiere hacer lo que le place antes que obedecer a Dios. ¿No debió alegrarse Jonás de que Dios se sirviera de su predicación para que toda una ciudad se arrepintiera y pidiera misericordia? Pero si nosotros mismos no conocemos el espíritu de arrepentimiento, entonces el arrepentimiento de otros no moverá nuestros corazones con gratitud.

8 - Pedro junto al fuego – Lucas 22:55 – El temor

El caso de Pedro es más común; ¿no nos hemos encontrado en la misma situación demasiadas veces? ¡Qué triste fracaso, mientras su Maestro afrontaba la hora más cruel de la persecución humana! ¿Qué poderoso enemigo fue el que consiguió debilitar a este ferviente discípulo que amaba al Señor Jesús? Sencillamente, porque «el temor del hombre pondrá lazo» (Prov. 29:25). ¿Puede ser que este hombre, naturalmente tan audaz y valiente, retroceda y diga mentiras cuando se enfrenta a una mujer? ¡Ay, qué débiles son nuestros corazones! Pero, ¿por qué tenía miedo? Antes le había asegurado al Señor que estaba dispuesto a ir con él a la cárcel y a la muerte (Lucas 22:33). Pero cuando el Señor tuvo que ir al huerto de Getsemaní, donde su alma se había derramado en angustiosa oración a Dios, en santa preparación para la profunda agonía de la cruz, Pedro había descuidado su preparación y se había dormido. ¡Qué lección para nosotros! En las cosas de Dios, el valor natural falla. Solos el poder divino y la gracia de Dios pueden sostenernos y preservarnos del temor. «En el día que temo, yo en ti confío» (Sal. 56:3). «Me aseguraré y no temeré» (Is. 12:2). Y lo que es más sorprendente, Isaías 51:12-13 muestra que el temor, no menos que los otros males que hemos señalado, es producto del simple orgullo, aunque no lo creamos: «¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno? Y ya te has olvidado de Jehová tu Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra». ¿No es esta una severa y justa reprensión de nuestro insensato temor al hombre? Los resultados del temor de Pedro fueron sumamente humillantes, y tampoco nosotros escaparemos al hecho de que cosechamos lo que sembramos. Sin embargo, la gracia divina ha restaurado y sigue restaurando maravillosamente.

9 - Pablo en Jerusalén – Hec. 21:15-26 – El exceso de celo espiritual

Este elemento de temor, por otra parte, no tenía cabida en el ascenso de Pablo a Jerusalén, a pesar de que el Espíritu de Dios le había advertido claramente contra ello. Ciertamente no estaba en el lugar adecuado, a pesar de su audacia. De hecho, fue un amor devorador por su pueblo, Israel, y un deseo de su salvación lo que le impulsó tan poderosamente a tratar de atraer sus oídos al Evangelio. Pero el deseo espiritual más sincero no sustituye la dirección de Dios, que sabía que el testimonio de Pablo no sería recibido en Jerusalén. Esta no es una lección fácil de aprender en la práctica, una lección muy humillante y necesaria para los más fervientes siervos de Dios. El hecho de que Pablo haya sido tan bien utilizado por Dios para la salvación de los gentiles en otras tierras no era indicio de que fuera a serlo también en Jerusalén para con su propio pueblo, los judíos. ¿Cómo podemos escapar a la triste conclusión de que había un elemento de orgullo en su sentimiento de que podía persuadir a estos judíos, especialmente después de que Dios le había dicho que no podía? ¡Cuánto necesitamos la clara Palabra de Dios a cada paso! No es que el celo espiritual sea un mal en sí mismo: no lo es; pero si confiamos en él, descubriremos que es engañoso y cosecharemos las recompensas. La comunión constante y coherente con Dios y la sumisión a su Palabra son nuestra única protección real, y de todos estos casos, el último tiene sin duda la intención de enfatizar este punto de la manera más positiva.

10 - En conclusión

Estos no son todos los casos de santos en el lugar equivocado registrados en la Palabra de Dios, y haríamos bien en considerar historias tales como la de Abraham descendiendo a Abimelec el filisteo, los muchos compromisos de Sansón con los filisteos, Elimelec y Noemí bajando a Moab, David quedándose en Gat y luego en Siclag, la elección de Jonatán para la corte de su padre Saúl cuando David fue rechazado, la visita amistosa de Josafat al malvado rey Acab, y Abdías, un siervo de Jehová, sirviendo a Acab. Son tantos los casos de fracaso que sin duda constituyen serias advertencias. Ciertamente no pretenden proporcionarnos una excusa para nuestros propios fallos, pero sirven como indicadores para evitar las mismas trampas y para encontrar en el Señor Jesús la fuerza y la gracia para hacer frente a estas cosas, cultivando los motivos positivos de la fe en el bendito Hijo de Dios, y el amor por él y por los demás.

«Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, después de haber superado todo, estar firmes» (Efe. 6:13).

Fuente: Verdad y Testimonio 1993-1