Dios nos consuela y nos anima


person Autor: André FERRIER 1

flag Tema: Consuelos y recursos en el sufrimiento


Numerosos pasajes de la Biblia en los que se utilizan los términos «consolar» o «consolación» muestran cómo nuestro Dios sabe animar, exhortar y confortar a los suyos.

En el Nuevo Testamento, veremos el ejemplo del apóstol Pablo, que experimentó este consuelo divino, y también el ejemplo de siervos que han podido ser de consuelo a otros, o animarse mutuamente.

Por último, ¿no tenemos también, amigos cristianos, la seguridad del regreso del Señor para llevarnos a la casa del Padre, donde seremos eternamente consolados?

1 - Los consuelos divinos

«Porque lo que anteriormente fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito; para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza. Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros, según Cristo Jesús» (Rom. 15:4-5). Aquí tenemos el consuelo de las Escrituras dado por nuestro Dios, que aquí es llamado «el Dios de la paciencia y de la consolación» (v. 5).

Dios nos consuela «como aquel a quien consuela su madre» (Is. 66:13). Podemos saborear sus tiernas compasiones: fluyen como un río de su corazón lleno de amor, dice un himno.

Por medio de Cristo, «abunda también nuestra consolación» (2 Cor. 1:5). Nuestro divino José nos consuela y habla a nuestros corazones (Gén. 50:21). También Booz, que representa una bella imagen de Cristo que trae la gracia, fue capaz de tocar el corazón de Rut, la joven extranjera, y consolarla. Ella da testimonio: «Señor mío, halle yo gracia delante de tus ojos; porque me has consolado, y porque has hablado al corazón de tu sierva» (Rut 2:13). En Juan 14, Jesús nos dice dos veces: «No se turbe vuestro corazón» (v. 1, 27). No dice “vuestros corazones”, sino «vuestro corazón»; su tierno consuelo es para cada corazón individual.

Por último, está el consuelo del Espíritu Santo (Hec. 9:31), que da lo necesario para ayudar y aliviar a las almas en medio de la prueba, aportando ánimo y fuerza para afrontar la batalla y continuar la obra de fe, el trabajo de amor, en la paciencia de esperanza (comp. 1 Cor. 13:13; 1 Tes 1:3).

2 - Pablo, un creyente que Dios fortaleció y animó

El apóstol Pablo oró para que los creyentes de Tesalónica fueran consolados: «Que nuestro mismo Señor Jesucristo, y nuestro Dios y Padre, quien nos amó y nos dio eterno consuelo y buena esperanza por gracia, 17 consuele vuestros corazones y os fortalezca en toda obra y palabra buena» (2 Tes. 2:16-17). Pero él mismo experimentó los consuelos enviados por el Señor.

Al final de la Epístola a los Colosenses, Pablo menciona a tres hermanos, los “únicos colaboradores” que le servían de consuelo: Aristarco, Marcos, Jesús, llamado Justo (4:10-11). Pero, en sus cartas, el apóstol sigue hablando repetidamente de ocasiones en las que fue consolado. Experimentó que Dios «consuela a los abatidos», y esto mediante la venida de Tito; las noticias que Tito traía sobre el fruto de la obra de la gracia de Dios en los corintios eran un gran motivo de consuelo y gozo para el apóstol (2 Cor. 7:6-7, 13).

Cuando Pablo escuchó de Timoteo las buenas noticias de la fe y el amor de los tesalonicenses en medio de su dolor y aflicción, se sintió reconfortado (1 Tes. 3:6-7). Lo atestigua diciendo: «Porque ahora vivimos» (v. 8) –la firmeza de la fe de estos creyentes animó mucho al apóstol, ¡se sentía como si hubiera revivido!

Onesíforo “consolaba a menudo” al apóstol Pablo (2 Tim. 1:16). Demostró gran valor y paciencia para llegar hasta Pablo en su prisión, cuando todos los de Asia le habían dado la espalda (v. 15). Onesíforo no se avergonzó de las cadenas del anciano apóstol; lo «buscó con diligencia» y lo «halló». ¡Qué precioso debió de ser para el corazón de Pablo este servicio de amor fraternal! ¿Sabemos aprovechar la ocasión para hacer el bien, con nuestros mensajes o visitas, a nuestros hermanos y hermanas desanimados? «Confortaron mi espíritu» (1 Cor. 16:18), dice Pablo de otros siervos. Que esto también se diga de nosotros.

Muchas veces Pablo recibió la fuerza que necesitaba directamente del Señor. Puede decir, escribiendo a Timoteo: «Doy gracias a aquel que me dio poder, Cristo Jesús nuestro Señor, porque me consideró fiel, poniéndome en el ministerio…» (1 Tim. 1:12). En Corinto, oyó en una visión nocturna: «No temas, sino habla, y no calles, porque yo estoy contigo…». (Hec. 18:9-10). Más tarde, en Jerusalén, cuando Pablo estaba agotado y a punto de ser asesinado, el Señor mismo se puso al lado de su siervo y le dijo: «Ten ánimo… es necesario también que des testimonio en Roma» (23:11). Durante el peligroso viaje a Italia, un ángel de Dios se le acercará y le dirá: «No temas, Pablo… Dios te ha otorgado todos los que navegan contigo» (27:23-24). Y al final de su vida, escribiendo de nuevo a Timoteo y pidiéndole una visita, el apóstol encarcelado dice que nadie acudió a asistirle ante el tribunal del emperador, pero afirma: «El Señor estuvo junto a mí, y me dio poder» (2 Tim. 4:9, 17).

3 - Creyentes que consuelan a otros

Cuando hemos aprendido a dejarnos enseñar y consolar, también podemos ser útiles en la mano del Señor para ayudar a los demás. El «Dios de toda consolación… nos consuela… para que podamos nosotros consolar… por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Cor. 1:3-4). Consuelo, tonificación, paciencia, ¡cuánto los necesitamos! Dios puede usar a cualquiera de los suyos para presentar su Palabra a aquellos que especialmente necesitan experimentar su refrigerio y consuelo. «Ella es mi consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado», dice el salmista (Sal. 119:50).

El apóstol Pablo había exhortado y animado a los creyentes de Tesalónica, tratándolos «como un padre a sus propios hijos» (1 Tes. 2:11-12), y los invita a hacer lo mismo: «Hermanos, os exhortamos: amonestad a los desordenados, animad a los desanimados, sostened a los débiles, tened paciencia con todos» (5:14). Este servicio pastoral hacia nuestros hermanos y hermanas ¿No está propuesto a cada uno de nosotros? ¿Sabemos acercarnos a las personas que tienen dificultades o penas secretas, y decirles unas palabras de aliento? Sepamos depender para eso del «gran Pastor de las ovejas», que quiere perfeccionarnos «en todo lo bueno para que hagamos su voluntad» (Hebr. 13:20-21); es siguiéndolo como podremos ejercer hacia los demás un servicio que le sea agradable (comp. Jér. 17:16). Tal obra de amor fue llevada a cabo por muchos siervos como, Onesíforo (ya mencionado), Tíquico, Bernabé, Epafrodito…

Tíquico fue capaz de llevar consuelo a otros: lo hizo a los creyentes de Éfeso (Efe. 6:22) y a los de Colosas (Col. 4:8). Escribiendo a los efesios, Pablo dijo: «Para que vosotros también sepáis lo que me concierne, lo que estoy haciendo, todo os lo dará a conocer Tíquico, el amado hermano y fiel ministro en el Señor. Lo he enviado a vosotros para esto, a fin de que conozcáis lo que nos concierne, y para que consuele vuestros corazones» (6:21-22). Pablo había confiado esta misión a este «fiel ministro en el Señor», expresión que vuelve a utilizar al escribir a los colosenses. Al comunicar sus noticias de esta manera, el apóstol, que confiaba en el amor de los efesios, sabía que estos serían consolados al ver toda su preocupación por ellos.

En cuanto a los colosenses, tuvieron que hacer frente al Enemigo, que intentaba apartarlos de Cristo e introducir entre ellos falsas doctrinas (2:4-8). Por eso Pablo pide que «sean consolados sus corazones, y que, unidos en amor, alcancen toda la riqueza de una plena seguridad de comprensión, para el conocimiento del misterio de Dios, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (2:2-3). Así, el ministerio de Tíquico podía reconfortar a estos creyentes de Colosas. Pablo mencionará el nombre de este siervo por última vez al escribir su Segunda Carta a Timoteo: «A Tíquico lo envié a Éfeso» (2 Tim. 4:12).

Bernabé, un creyente judío de Chipre llamado originalmente José, recibió de los apóstoles el nombre de Bernabé, es decir, «hijo de consolación» (Hec. 4:36). Había vendido unas tierras, y donado la cantidad correspondiente (v. 37). Era él quien había ido a Tarso a buscar a Saulo y lo había llevado ante los apóstoles (9:27). Se convirtió en compañero de Pablo y compartió con él la predicación y la persecución en Antioquía, Iconio y Listra (2 Tim. 3:11). Juntos, de regreso a estas ciudades, «fortaleciendo las almas de los discípulos, animándolos a perseverar en la fe, y advirtiéndoles que era necesario pasar por muchas aflicciones para entrar en el reino de Dios» (Hec. 14:22).

Epafrodito había sido enviado por los filipenses para entregar un don a Pablo (Fil. 4:18); Pablo, a su vez, confía la carta destinada a estos creyentes de Filipo. En el capítulo 2 de esta epístola, se menciona a Epafrodito, junto con el propio Pablo y Timoteo, como reflejando el modelo perfecto de Cristo presentado en los versículos 5 al 8. El vivo afecto de este «mensajero fiel» (Prov. 25:13) hacia los filipenses bien podía ser motivo de gozo para ellos, pero también un rico consuelo para Pablo (v. 28).

4 - Consolados y animados juntos

Pablo deseaba ver a los creyentes de Roma para que tanto él como ellos sean mutuamente animados, «cada uno por la fe del otro» (Rom. 1:12). El apóstol quería compartir con los romanos lo que había recibido y, al mismo tiempo, ser consolado por ellos. En el capítulo 15, expresa su confianza en los felices frutos de la gracia de Dios producidos entre los romanos: «Estoy persuadido yo mismo de vosotros, hermanos míos, de que estáis llenos de bondad, llenos de toda clase de conocimientos, capaces también de amonestaros los unos a los otros» (v. 14).

El apóstol Pedro dice que cada uno de nosotros ha recibido algo de Dios y que debemos utilizarlo para el bien de los demás, para la edificación de todos; entonces habrá gloria para Dios. «Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo» (Prov. 27:17). Qué felices somos de poder animarnos unos a otros, de encontrar en nuestros hermanos o hermanas en Cristo una fuente de consuelo, de escuchar palabras que hacen bien, especialmente en los días de tristeza, sufrimiento y duelo.

Otros pasajes de las epístolas nos animan a exhortarnos (o: animarnos) unos a otros. Leemos en la Epístola a los Colosenses: «La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, en toda sabiduría, enseñándoos y amonestándoos unos a otros…». Así, se puede elevar a Dios un cántico de alabanza «con salmos e himnos y cánticos espirituales» (3:16).

A los hebreos se les exhortaba a velar «unos por otros para estimularnos al amor y a las buenas obras», a exhortarnos «unos a otros», sobre todo al ver que «el día se acerca» (Hebr. 10:24-25).

Al recibir la carta redactada por sus hermanos de Jerusalén, los creyentes de la asamblea en Antioquía se alegraron (Hec. 15:30-31). La mente del Espíritu (v. 28), que había sido revelada a los hermanos reunidos en el concilio de Jerusalén, se comunicaba ahora a Antioquía; de este modo un real consuelo era traído a aquella asamblea. Luego Judas y Silas muestran los lazos de afecto y comunión con sus hermanos exhortándolos mucho y fortaleciéndolos (v. 31). Este es un buen ejemplo del ánimo que puede producir la visita de siervos que vienen a ministrar proféticamente en una asamblea local, y realiza prácticamente lo que Pablo enseña sobre la edificación de los santos: «El que profetiza, habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Cor. 14:3).

5 - La venida del Señor, un gran consuelo

Pronto se hará realidad lo que el apóstol Pablo dice a los Tesalonicenses en su Primera Epístola: «El Señor mismo… descenderá del cielo… Y así estaremos siempre con el Señor». Y añade: «Consolaos, pues, los unos a los otros con estas palabras» (1 Tes. 4:16-18). Los redimidos del Señor esperan el momento en que Dios «enjugará toda lágrima de sus ojos; y ya no existirá la muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apoc. 21:4).

Nosotros que atravesamos días de sufrimiento (enfermedad, duelo, persecución…), pensemos en esta «bendita esperanza» (Tito 2:13). «¡El Señor está cerca!» (Fil. 4:5). Él está ahí, cerca de nosotros, y también listo para venir y llevarnos a estar con él para siempre. “El amor que le hace venir por nosotros, y que se manifestará entonces, ya lo conocemos hoy. Un signo sorprendente de su amor es que vendrá para llevarnos a la casa de su Padre” (G. V. Wigram).

Mientras esperamos su inminente regreso, fortalezcamos nuestros corazones (Sant. 5:8). La mano de nuestro Pastor fiel, de la que nadie puede arrebatarnos (Juan 10:28), nos sostendrá todo el camino hasta el descanso eterno.

En nuestro cuerpo, frágil carpa,
Agobiados, sufriendo, suspiramos
Por el hogar eterno
Que en la gloria vestiremos.

Pero a través de lágrimas y penas
Tu voz nos llega desde lo alto,
Preludio de las delicias venideras,
Repitiéndonos: «Vengo pronto».

Traducido del himnario en francés, n° 212, estrofas 2 y 3