El camino ascendente

Salmos 130 al 134


person Autor: Frank Binford HOLE 119


Los Salmos 120 al 134, titulados «Cánticos de los grados» tienen una progresión muy marcada. Nos presentan proféticamente la evolución de los diversos ejercicios y etapas por los cuales, en el futuro, un remanente de Israel será restaurado en la tierra, en la ciudad y en la morada de Dios en Sion, y disfrutará plenamente de la bendición milenaria. Esto se desprende claramente de una lectura cuidadosa de toda la serie. Nuestro objetivo aquí es ver cuán sorprendentemente los últimos 5 Salmos ilustran el camino ascendente del creyente hoy. Estos 5 Salmos, al menos, deben ser leídos para que la lectura de este artículo sea provechosa.

1 - Salmo 130

El Salmo 130 comienza con «De lo profundo». De ahí venimos todos, ¡y qué lugares profundos son! Sin embargo, el salmista pone a Jehová ante él y le dirige su clamor. Comprueba, en primer lugar, que «Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado»; y, en segundo lugar, que no solo perdona, sino que: «Él redimirá a Israel De todos sus pecados». En un salmo anterior se oía este grito: «Redime, oh Dios, a Israel De todas sus angustias» (Sal. 25:22). Pero las angustias son, en realidad, solo síntomas y consecuencias, mientras que las iniquidades son la causa. Solo podemos empezar a remontar la pendiente si nos damos cuenta de las profundidades en las que estamos sumidos, si clamamos al Señor para salir de ellas, si gustamos su perdón por la culpa de nuestras iniquidades y si experimentamos su poder redentor que nos libera del peso de su opresión.

2 - Salmo 131

Solo esta gracia puede someter el corazón y desprenderlo del mundo. El Salmo 131 nos da una imagen de sus benditos efectos en el creyente. Antes de convertirnos, nuestro corazón era altivo y nuestros ojos se elevaban; nos ocupábamos de grandes cosas y nada era demasiado maravilloso para nosotros; además, el mundo nos fascinaba y éramos incapaces de resistirnos a sus encantos. No sucede así con los que han recibido la gracia de Dios en la verdad. Pueden decir con el salmista: «Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí» –porque han aprendido algo de su pequeñez, y en lugar de razonar, aceptan, por fe, el pensamiento de Dios revelado en su Palabra. Además, pueden añadir: «En verdad que me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre; como un niño destetado está mi alma». Un niño no destetado puede jugar con otros, pero cuando está con su madre, ella es la única que cuenta. El niño destetado, en cambio, puede estar cerca de su madre, sin sentir la atracción particular que antes lo dominaba, porque tiene otras fuentes de alimento y satisfacción. El creyente, habiendo encontrado en Cristo una fuente de alimento y satisfacción superior a las alegrías del mundo, su alma está destetada del mundo y de sus antiguas atracciones.

3 - Salmo 132

En el Salmo 132, el camino sigue ascendiendo. Se recuerda a David, sus aflicciones y lo que lo caracterizaba, por lo que Dios lo designa como «varón conforme a su corazón». Desde el principio de su vida, estuvo unido al arca de Dios, a pesar de que había ido a parar a la tierra de los filisteos y había quedado olvidada en casa de Abinadab (1 Sam. 7:1). Esta arca era el símbolo de la presencia de Dios en medio de Israel y representaba, proféticamente, cómo él estaría entre los hombres en el «hombre Cristo Jesús» (1 Tim. 2:5), como Redentor.

David oyó hablar del arca en Efrata (Belén de Judá), donde vivió en su juventud, y luego la encontró «en los campos del bosque» (v. 6), (probablemente Quiriat-Jearim, donde estaba la casa de Abinadab). Pero entre estos 2 momentos, tuvo un largo y penoso período de aflicción bajo Saúl, durante el cual, aunque había recibido la unción real, era rechazado. Durante esos años difíciles, ¿cuál era su mayor deseo? Por nuestra parte, ¿no habríamos anhelado un remanso de paz, un hogar donde pudiéramos habitar con seguridad, sin estar constantemente en guardia, y dormir un sueño tranquilo?

David sin duda deseaba esto tanto como nosotros, pero un deseo mayor lo dominaba. Este otro deseo era tan fuerte que lo expresó solemnemente en un voto a Jehová, el Fuerte de Jacob. Dejaría a un lado su propia seguridad y comodidad hasta encontrar «lugar para Jehová, morada para el Fuerte de Jacob» (v. 5), y así, habiendo encontrado un lugar adecuado para el arca, podría decir: «Levántate, oh Jehová, al lugar de tu reposo, tú y el arca de tu poder» (v. 8).

El alma del creyente está sacada «de lo profundo», perdonada y redimida de toda iniquidad, liberada de las pretensiones de la carne (interior) y de las seducciones del mundo (exterior). Pero esta liberación tiene una finalidad. Al estar identificados con un Señor rechazado, también nosotros pasamos por aflicciones y debemos ser pacientes; pero más allá del perdón, de la redención, de la liberación, e incluso del descanso que ya estamos encontrando mientras esperamos que llegue el descanso de Dios, nuestra gran preocupación es encontrar un «lugar para Jehová», “incrustar” a Cristo –la verdadera «arca del testimonio»– en nuestros afectos, mientras esperamos el día en que el Señor se levante y entre plena y finalmente en su descanso.

De hecho, aunque David pudo decir: «Con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios» y «por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios» (1 Crón. 29:2-3), no se le permitió construir el templo. Encontró «un lugar para Jehová» en Jerusalén y erigió allí un tabernáculo, pero era solo temporal hasta que se construyera el templo. De hecho, fue Salomón quien pronunció las palabras del Salmo 132:8-9 (comp. 2 Crón. 6:41). Del mismo modo, esperamos el momento en que Jehová y su Cristo –que es la verdadera “arca de su poder”– entren en su reposo permanente; el momento en que, en el lenguaje simbólico del Apocalipsis, «el trono de Dios y del Cordero» (22:1, 3) estará en la ciudad celestial, y «el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero» serán «el templo».

En previsión de esto, «un lugar para Jehová» se ha establecido en la escena de su rechazo. Él está construyendo su Iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán contra ella. A pesar de la bancarrota del hombre, la Asamblea, como Casa de Dios, está en la tierra; es de gran interés para nosotros. Un gran interés, pero no nuestro interés principal. La Iglesia o Asamblea de Dios es, en efecto, un lugar para el Señor, pero solo viene después de él, sin el cual no sería nada.

En términos de dispensaciones, ¡hay un gran cambio entre el tiempo de David y el nuestro! Pero los principios siguen siendo los mismos. Dios sigue actuando de la misma manera con nosotros; nos lleva a encontrar en Cristo nuestro objeto supremo, y a desear que siga teniendo un lugar aquí, aunque esté ausente, de hecho, al haber sido rechazado y condenado a muerte.

Hemos llegado a ese punto, y ¿es Él nuestro pensamiento supremo? ¿Acaso estimula a los que evangelizan a ganar almas, y se regocijan de que cada verdadero convertido es un alma nueva donde Cristo tiene «un lugar» por su Espíritu? ¿Trabajan los que enseñan la Palabra, o pastorean el rebaño de Dios, para que Cristo tenga virtualmente el lugar que le corresponde en el corazón de sus santos y así, reproducida su vida, sea visible en ellos? Los que no tienen ningún don especial, ¿pueden decir con Pablo?: «Según mi ferviente expectación y esperanza… como siempre, ahora también Cristo será magnificado en mi cuerpo, ya sea con yo viva o que muera» (Fil. 1:20).

En la última parte del Salmo 132, continuamos nuestro camino ascendente. Lo característico es la bendición. «Bendeciré abundantemente su provisión; a sus pobres saciaré de pan… sus santos darán voces de júbilo» (v. 15-16). No hay nada como la bendición y la satisfacción que experimenta el alma en la que Cristo ocupa el primer lugar que le corresponde.

4 - Salmo 133

Pero los santos no saborean Su bendición individualmente; la comparten en común. Por eso el Salmo 133 nos lleva a una nueva etapa, la de la unidad, que es buena y agradable. La unidad práctica solo es posible bajo la guía del Espíritu, «como el buen óleo sobre la cabeza». La unidad que cuenta es la que se extiende, en la gracia del Espíritu, desde la gran cabeza de la Iglesia, como el óleo precioso derramado sobre la cabeza de Aarón bajaba hasta el fondo de su manto, transmitiendo su fragancia. O, para cambiar la figura, es como «el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion». Los montes de Sion eran pequeños comparados con la cumbre del Hermón, pero el rocío del Hermón descendió sobre ellos y hubo bendición, vida para la eternidad.

La doctrina neotestamentaria de la unidad del Cuerpo de Cristo está relacionada con el propósito de Dios, no con la experiencia del creyente. El Salmo 133 trata de esta unidad práctica entre los santos, vistos como hermanos, que se relaciona en gran medida con su experiencia de lo que estamos hablando.

5 - Salmo 134

En el Salmo 134 alcanzamos la cumbre de los grados de estos himnos. Es la adoración. Hasta aquí puede llegar el santo. Todo lo que recibimos de Dios, y en lo que entramos por la fe, en la energía del Espíritu, debe volver a Dios por medio de la adoración. Los siervos de Jehová bendicen a Jehová, aunque estén en la casa durante la noche. La noche es el momento en que dormimos; todo está en silencio, todo descansa. La única voz que se oye es la del siervo que levanta las manos en el santuario y bendice al Señor.

Lo mismo sucede hoy. La noche que se instaló sobre este mundo cuando Cristo fue rechazado aún persiste. Ojalá nos acerquemos a Dios y adoremos al Señor antes de que amanezca el día en que se levantarán otros adoradores. Si Cristo tuviera el primer lugar en nuestros corazones, entraríamos mejor en el triple resultado que sigue: bendición, unidad y adoración.

El último versículo del salmo dice: «Desde Sion te bendiga Jehová, el cual ha hecho los cielos y la tierra». En efecto, cuando ofrecemos a Dios, como en la adoración, lo que ofrecemos se nos devuelve siempre con una bendición adicional, pues Dios no es deudor de nadie. Llegados a la culminación de este camino ascendente, Dios tiene la última palabra, y lo hace bendiciendo.

¡No puede ser de otro modo! ¡Él supera infinitamente la experiencia más dulce que podamos conocer!

«¿Quién le dio a él primero, y será recompensado? Porque de él, y por medio de él, y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Rom. 11:35-36).

«Scripture Truth», Vol. 14, 1922, página 187