Índice general
La familia cristiana
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1 - Editorial
Cuando oímos la palabra “familia”, tendemos a pensar en un padre, una madre y unos hijos. No todas las familias tienen ambos padres, y algunas incluyen otros parientes, pero la imagen que se tiene es de una relación, amor y cuidado, y evoca una sensación de intimidad, felicidad, orden y estabilidad. Incluso si nuestra experiencia de la vida familiar no es tan positiva como esta, apreciamos su potencial para compartir y disfrutar de estas cosas, especialmente si las hemos visto en otras familias. De hecho, ¿dónde más podemos esperar encontrarlas de forma natural? La familia tradicional es el diseño predeterminado de Dios para nutrirnos y desarrollarnos en la preparación para la edad adulta.
Las familias son la base natural de una sociedad estable. Es aleccionador observar el desmantelamiento deliberado de la unidad familiar en Occidente hoy en día, a pesar de todos los beneficios que nos ha aportado a lo largo de los siglos. Rechazar el diseño de Dios, tan claramente enseñado en las Escrituras, y ante el innegable daño que esto está causando en las vidas de los directamente afectados y en la sociedad en general, es recoger una terrible cosecha. Pero los creyentes en el Señor Jesús tienen el invaluable privilegio de criar a sus familias de acuerdo con la voluntad de él, y la oportunidad de ser testigos de esta manera práctica de la bendición de conocer al Salvador.
Pero las familias cristianas no siempre son lo que deberían ser. ¿Y qué más podemos esperar si el Señor Jesús y sus cosas no son el centro de ellas? Los padres y los hijos se enfrentan a muchas presiones y problemas que pueden dañar una vida familiar sana, pero nosotros mismos la ponemos en peligro si traemos o dejamos entrar la carne o el mundo, o no disciplinamos de forma sabia y amorosa. El propósito de esta revista no es criticar, sino centrarse en los principios de la Escritura que nos guían y en los ejemplos prácticos que aparecen en sus páginas y que pueden ayudarnos a superar los retos que han amenazado a las familias en todas las épocas, pero especialmente en la actualidad.
Algunos de nosotros no somos padres, pero todos hemos sido hijos. Que podamos dar apoyo práctico y en oración a las familias del pueblo de Dios con el deseo de que se sumen y ayuden en el testimonio de nuestro Señor en los días que quedan antes de que él regrese.
Publicado originalmente en Inglés en la revista: «Truth and Testimony», 2018-3
2 - Esposo y esposa
Las relaciones de nuestro círculo doméstico deberían expresar y reflejar nuestras relaciones celestiales, pero esto solo tendrá lugar en la medida en que entremos en una comprensión profunda y más plena de las mismas en el poder de un Espíritu no contristado. Así, a lo largo de las epístolas del apóstol Pablo, el Espíritu Santo nos presenta primero la plena verdad de nuestras relaciones, bendiciones y posición celestiales. Luego, como derivadas de estas, se exponen nuestras relaciones terrenales y se abordan plenamente nuestra responsabilidad y los deberes correspondientes.
2.1 - Disfrutar de nuestras relaciones celestiales
En la medida en que estemos en casa,permaneciendo en las bendiciones de nuestras relaciones celestiales allá arriba, y tengamos a Cristo como Cabeza, ocuparemos nuestro lugar en nuestras respectivas relaciones aquí abajo. Los que no disfrutan de estas verdades celestiales no brillarán en un hogar cristiano aquí abajo.
Si el jefe de una familia cristiana no sabe cómo comportarse como cabeza de familia y como esposo, demuestra que no tiene al Señor como la Cabeza por encima ni aprecia el amor de Cristo por su iglesia. Si una esposa no comprende cómo la iglesia debe estar sujeta a Cristo y no disfruta de su bendita relación con Cristo como parte de su esposa prometida, fracasará en esta feliz relación con su marido y en la sujeción a él. Esto es igualmente cierto en la relación de los padres y los hijos. A la luz de esto, consideremos la más importante y más íntima de todas las relaciones familiares: la de marido y mujer. Es la relación básica del hogar, de la que dependen todas las demás relaciones. Es la primera relación humana que Dios dio a la humanidad y es la más bienaventurada y sagrada.
Volviendo a esa maravillosa epístola a los Efesios, donde nuestras relaciones celestiales y terrenales correspondientes se exponen tan plenamente, leemos las divinas y detalladas instrucciones en cuanto a esta bendita relación de marido y mujer. Después de que la verdad de Cristo y su iglesia está bellamente dilucidada, y las exhortaciones prácticas dadas en cuanto a caminar dignamente de nuestro llamado celestial, esta relación se retoma en el capítulo 5:22-33 bajo el maravilloso tipo de Cristo y la iglesia: «Las mujeres estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la iglesia, siendo él mismo el Salvador del cuerpo. Pero como la iglesia está sometida a Cristo, así las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, como también Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella… Así deben los maridos amar a sus propias mujeres, como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, así como Cristo a la Iglesia… Sin embargo, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su propia mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido».
2.2 - Claves para un matrimonio feliz
Los versículos anteriores no dan la suma total de los preceptos matrimoniales, sino aquello en lo que el esposo y la esposa son más propensos a fallar y olvidar. Se retoman las características esenciales de su relación mutua y se insiste en ellas para el verdadero mantenimiento de la unión dada por Dios según los pensamientos y propósitos de Dios.
Lo que debe caracterizar la relación de la esposa con su marido es la sumisión a la cabeza que Dios le ha dado, mientras que el amor debe marcar el cuidado del marido por su esposa. Estas dos cosas (el marido que ama a su mujer, y la mujer que reverencia y se somete a su marido) son los dos pilares esenciales de los que dependen la verdadera paz y la felicidad matrimonial.
Dios, que conoce perfectamente el corazón humano, sabía en qué fallarían más los esposos y esposas, y qué es contrario a nuestras inclinaciones naturales. Por eso, con sabiduría divina y en frases maravillosamente concisas, ha dado justo lo que más necesita cultivar cada miembro de esta bendita unión.
2.3 - Esposas
Es natural que la mujer ame, el afecto está profunda y fuertemente implantado en su seno, por lo que no necesita que se le diga especialmente que ame a su marido. Sin embargo, es probable que se olvide de estar sujeta a él como al Señor y busque gobernar en su lugar. Como Eva, es propensa a que olvide su lugar y tome la delantera, y caiga en pecado y desobediencia. Por lo tanto, es imperativo que se le recuerde que debe reverenciar a su marido, y consultar y someterse a él como su cabeza.
2.4 - Sumisión como al Señor
Esta sumisión de la esposa a su marido debe ser «como al Señor». El Señor se presenta como aquel de quien se deriva la autoridad de su marido. Ella debe reconocer al Señor detrás de su marido como la autoridad que dirige y gobierna la vida familiar, y recordar que, así como «la cabeza de la mujer es el hombre», «la cabeza de todo hombre es Cristo» (1 Cor. 11:3). Por lo tanto, las decisiones piadosas del marido expresarán la voluntad del Señor para ella, y ella debería rendir una sumisión alegre y dispuesta.
Su sumisión no debe medirse por el carácter del marido. Por muy difícil que sea su posición, si está unida a un marido débil, irracional o impío, su compromiso no debe medirse por el valor o la sabiduría del hombre, sino por la voluntad del Señor. Sea cual sea el hombre, es su marido, y ella se somete a él «como al Señor». Pero esta frase también marca los límites de su sumisión. Cuando la sumisión a su marido entra en conflicto con la autoridad superior del Señor y su voluntad expresada en su Palabra, debe cesar. Hay que obedecer al Señor, antes que al hombre, aunque esto pueda acarrear sufrimiento como consecuencia.
En nuestro mundo moderno, la sumisión femenina es impopular y no está de moda. Las mujeres exigen libertad e igualdad de derechos con los hombres, pero la sujeción de la mujer a su marido es un mandato expreso de Dios, y la esposa cristiana es exhortada a practicarlo. Sin sujeción, no puede haber una verdadera vida hogareña de alegría y bendición. Cuando se viola el orden de Dios, el resultado es el dolor y el caos, como se ve en muchos hogares hoy en día. No se trata de la superioridad del hombre o la inferioridad de la mujer, sino del orden y la voluntad de Dios. Una mujer que asume la jefatura de la casa, con el desprecio a su marido, es infeliz y desgraciada. Sin duda cosechará los amargos frutos de su propia rebeldía en la anarquía de sus hijos criados en tal desorden.
Finalmente, la esposa debe recordar que en su sumisión a su marido es un tipo y reflejo de la sujeción de la Iglesia a Cristo, su Cabeza. Cómo debería esto estimular el corazón para brillar más para el Señor en la esfera diaria de la vida doméstica.
2.5 - Maridos
Lo que el Espíritu Santo ha registrado como el deber más necesario del esposo para mantener una vida de hogar feliz es amar, nutrir y cuidar a su esposa como Cristo ama, nutre y cuida a la Iglesia. El maravilloso amor de Cristo por la Iglesia (en sus actividades pasadas, presentes y futuras) debe ser el modelo para la relación del marido con su esposa y el carácter de su cuidado afectuoso hacia ella.
La naturaleza del hombre no es en general tan tierna y cariñosa como la de la mujer, y ya que puede estar más expuesto a la aspereza y frialdad de un mundo malvado en su empleo diario, el marido es más propenso a ser duro y descortés y a olvidarse de actuar con gracia amorosa hacia su esposa y su familia. Por lo tanto, debe tener cuidado constante de cultivar este amor afectuoso hacia su esposa, y recordar que debe reflejar así el amor de Cristo hacia la Iglesia. Para ello está disponible el abundante poder del Espíritu Santo, que puede elevar a uno por encima de los fallos y tendencias de la naturaleza caída.
2.6 - Ejercer la autoridad en el amor
Los maridos pueden pensar y dar mucha importancia a su posición y derechos como cabeza de familia y de la esposa, y actuar con autoridad, olvidando que el amor debe caracterizar el círculo matrimonial. Aunque la autoridad en los asuntos concernientes al círculo marital recae en el esposo, él debe recordar siempre que ha de ejercerla con gracia amorosa. Ha de expresar sus criterios en términos de amor y cariño propios de quien es un canal de la voluntad divina. La verdadera unidad de la vida conyugal se manifestará así en una amalgama de autoridad y afecto. La autoridad del esposo será expresada entonces en amor, y la obediencia de la esposa será estimulada por su afecto y respeto hacia él. ¡Feliz es el hogar donde el amor gobierna y obedece!
2.7 - El doble amor de Cristo es el modelo
El pasaje de Efesios 5 presenta al marido el amor de Cristo por la Iglesia en una doble vertiente. En primer lugar, Cristo se entregó a sí mismo por la Iglesia y, en segundo lugar, cuida devotamente de ella, como se manifiesta en su servicio actual de santificarla y limpiarla con el lavado del agua por la Palabra. Guiado por esta elevada norma del amor abnegado y el cuidado devoto de Cristo, el esposo consciente y obediente al Señor tratará de manifestar el amor de la entrega total de sí mismo para asegurar el mayor bienestar de su esposa. Se preocupará en los asuntos cotidianos por complacer a su esposa antes que a sí mismo y manifestará un cuidado continuo por el bienestar de su esposa. La felicidad de aquella que le ha confiado todasu vida terrenal debe ser la principal preocupación del marido, en sumisión al Señor.
Para citar las bellas palabras de otro: “Él la ayuda, ante todo, en su vida espiritual, en el ejercicio de la adoración, de la oración y el servicio. Aligera los trabajos de ella en el hogar, lleva sus cargas de responsabilidad, la protege de ansiedades y temores, la consuela en las horas de dolor y le presta ayuda en su debilidad sin decírselo. Tampoco se olvidará de notarlos actos de respeto hacia él en respuesta a su amor, ni de alabar las muchas excelencias de ella, como manda la Escritura” (véase Prov. 31:28-29).
Por supuesto, toda esposa devota también se dará cuenta de que ha sido dada a su marido para que sea su «ayuda idónea» y para que trabaje por sus intereses, ya que él también se preocupa por el bienestar de ella. Procurará «agradar a su marido» (1 Cor. 7:34) y ser una verdadera compañera y ayuda para él, especialmente en los intereses del Señor. El amor se deleita en servir, mientras que al yo le gusta ser servido. En el verdadero amor mutuo, se olvidan los derechos propios; cada uno piensa en el otro.
2.8 - Dada para estar con el hombre
Adán reconoció que Eva le fue dada, no como esclava, sirvienta o ayudante, sino para estar con él (Gén. 3:12, VM) como «ayuda idónea». Como se ha señalado a menudo, Dios no hizo a Eva del pie de Adán para que fuera pisoteada por él o fuera inferior a él, ni tampoco la hizo de la cabeza de Adán para que estuviera por encima de él y gobernara. Más bien, la hizo de su costado, indicando que debía estar en igualdad con él, bajo su brazo para ser protegida por él, y cerca de su corazón para ser amada por él.
Más aún, cuando Dios creó al hombre, «varón y hembra los creó». Su propósito expreso fue: «tengan ellos dominio» sobre toda la creación (Gén. 1:26-28). La intención de Dios era que Eva estuviera asociada con Adán en este lugar de dominio, y todo verdadero esposo actuará en consecuencia y pensará en su esposa como una unidad con él en cualquier rango o posición que él ocupe. También deseará su presencia con él siempre que sea posible. Asimismo, la considerará digna de ser admitida en todos los consejos y secretos de su corazón.
«Para que vuestras oraciones no sean interrumpidas»
En 1 Pedro 3:7 se exhorta a los maridos a convivir con sus esposas «Vivid con ellas con inteligencia, como con un vaso más frágil, que es el femenino; dándoles honor como a las que también son coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean interrumpidas». Las relaciones felices entre el marido y la mujer no solo son necesarias para la alegría y la paz domésticas, sino también para la eficacia de las oraciones conjuntas de la pareja unida, que son tan esenciales para una vida matrimonial feliz y el mantenimiento de un hogar cristiano que resplandece para el Señor. Cuando existen sentimientos de infelicidad entre los esposos, el Espíritu es contristado, su vida de oración conjunta es obstaculizada, y las bendiciones del cielo son retenidas, con gran pérdida para ellos.
Para terminar este artículo, queremos dar a cada esposo y esposa el siguiente lema:
“Cada uno para el otro y ambos para Dios”
Den al Señor todo el lugar en el corazón y al otro el lugar que la Palabra de Dios le asigna y vivan unidos para la gloria del Señor y sus intereses, y todo estará bien.
R. K. Campbell
Adaptado de The Christian Home [El hogar cristiano].
3 - El cristiano en el hogar
La familia es considerada especialmente en las epístolas que tratan de la Iglesia. Las epístolas que abordan el orden y el gobierno de la Iglesia, abordan también el orden y el gobierno de la familia; y aquellas epístolas que muestran a la Iglesia como el Cuerpo de Cristo, muestran también cómo esta relación, y los principios que implica, afectan a la vida familiar. Las relaciones familiares fueron instituidas por Dios en el Edén, y confirmadas después de la caída. El cristianismo no cambia su carácter exterior, sino que les infunde principios nuevos y divinos. El marido es la cabeza responsable de la casa, y la obligación mutua que subsiste entre él y su esposa, sus hijos y otras personas que también pueden formar parte de ella es el tema de la porción que ahora nos ocupa. No se trata de derechos de ninguna de las partes, sino de la forma en que cada uno, como poseedor de la vida de Cristo, debe mostrarla en su conducta hacia el otro.
«Las mujeres estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la iglesia, siendo él mismo el Salvador del cuerpo. Pero como la iglesia está sometida a Cristo, así las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo» (Efe. 5:22-24). Parte de la maldición pronunciada sobre la mujer en la caída fue: «A tu marido estará sujeta tu voluntad, y él será tu señor» (Gén. 3:16). El cristianismo confirma este orden, pero lo remodela de tal manera que desaparece todo rastro de la maldición. La sujeción del creyente al Señor, o de la Iglesia a Cristo, no es una maldición ni una esclavitud, y estos son ahora los modelos de la sujeción de la esposa; pues ella debe estar sujeta a su propio marido «como al Señor», y «como la iglesia está sometida a Cristo». Qué hermoso es ver una relación humana, que además deriva en parte de la caída, transformada en un tipo del misterio en el que Dios despliega su «multiforme sabiduría» a los «principados y potestades en los lugares celestiales» (Efe. 3:10).
El tema se amplía al tratar el otro lado. «Maridos, amad a vuestras mujeres, como también Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por la Palabra; para presentarse a sí mismo la iglesia gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efe. 5:25-27). Aquí, aunque se reconoce el afecto natural, se introduce un orden de amor mucho más elevado, de modo que la relación terrenal se refunde, por así decirlo, en un molde celestial. El amor pasado, presente y futuro de Cristo hacia la Iglesia se hace presente en el deber del esposo hacia su esposa. Y ¡qué hermoso es el despliegue de este amor! Cristo amó a la Iglesia (no solo a los santos, sino a la Iglesia) y se entregó por ella. Fue la «perla de gran valor» (Mat. 13:46) por la que vendió todo lo que tenía. Ahora él vela por ella, limpiándola de impurezas mediante la aplicación de su Palabra. Pronto se la presentará en su propia belleza, «preparada como una novia engalanada para su esposo» (Apoc. 21:2) el objeto de su propio deleite eterno.
Y aquí se introduce el orden de la creación, y se hace que se integre, por así decirlo, con ese amor de Cristo del que proporciona un tipo tan hermoso. «sí deben los maridos amar a sus propias mujeres, como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, así como Cristo a la Iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. “Por esto, el hombre dejará a padre y a madre, y se unirá a su mujer; y los dos serán una sola carne”» (Efe. 5:28-31). El modo peculiar de la creación de Eva a partir de Adán da al matrimonio una santidad especial, de modo que la esposa debe ser apreciada como una parte del propio ser del marido, y proporciona un tipo exquisito de la relación de Cristo con la Iglesia. Así como Adán no estaba completo sin Eva, Cristo, aunque es la Cabeza de todo, no está completo sin la Iglesia, «la plenitud [o complemento] del que todo lo llena en todo» (Efe. 1:23). Como Adán cayó en un sueño profundo, así Cristo entró en la muerte. Como Eva fue formada de Adán, así la Iglesia es vivificada con Cristo, y tiene la propia vida de él. Así como Adán reconoció a Eva como hueso de su hueso y carne de su carne, así Cristo reconoce a la Iglesia. Y como Adán estaba obligado a cuidar y apegarse a la mujer así formada de sí mismo, así Cristo se deleita en alimentar y cuidar a la Iglesia, que es su propio Cuerpo. ¡Cuán maravillosamente se eleva todo lo que pertenece a esta relación divinamente instituida al estar así vinculada con el amor tierno y vigilante de Cristo sobre la Iglesia!
Este, por supuesto, es el gran tema, y por eso el apóstol escribe: «Este misterio es grande; pero yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia». Aún así, la relación entre el marido y la mujer también está en su punto de vista, por lo que añade: «Sin embargo, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su propia mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido» (Efe. 5:32-33). Aunque al creyente no se le promete su porción en esta vida, se le dice que «la piedad para todo aprovecha, teniendo la promesa de la vida presente y de la venidera» (1 Tim. 4:8). Aquí tenemos una ilustración. ¿Quién no puede ver la felicidad que reinaría en la casa donde la relación del esposo y la esposa se formara según el modelo dado por Dios que aquí se presenta?
La sujeción de los hijos a sus padres es parte del orden de Dios, tal como se ve en la naturaleza; y bajo la ley se concedía una bendición especial a la observancia del mandamiento en el que se ordenaba este deber. El cristianismo retoma la obligación, pero la traslada del terreno natural al divino. «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. “Honra a tu padre y a tu madre” (es el primer mandamiento con promesa), “para que te vaya bien, y tengas larga vida sobre la tierra”» (Efe. 6:1-3). Así, la obligación de los hijos, como la de las esposas, está relacionada con «el Señor». No se trata simplemente del dictado de la naturaleza, aunque sea perfectamente correcto, sino del reconocimiento de las peticiones del Señor representadas en los padres. El bendito Señor mismo, que «aprendió la obediencia» (Hebr. 5:8), fue el hermoso ejemplo de esto. De él, en vida, se registra que fue con sus padres «a Nazaret; y les estaba sometido» (Lucas 2:51). La ley no se presenta aquí para mostrar que los creyentes están sometidos a ella, sino para demostrar el valor especial que Dios atribuye a este deber, de manera que incluso se aparta del carácter ordinario de la ley, al unirlo a una promesa que da a conocer la conexión entre este deber y la bendición terrenal.
Pero el deber no es unilateral. El apóstol añade: «Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino educadlos con disciplina e instrucción del Señor» (Efe. 6:4). Ambos progenitores deben ser obedecidos, pero esta amonestación se dirige solo a los padres. Esto puede ser en parte porque los padres son más propensos que las madres a equivocarse al provocar a sus hijos a la ira; pero la razón principal es que el padre, como cabeza de la casa, es responsable ante Dios de la educación de los hijos, y se le trata sobre la base de esta responsabilidad. Este principio, tal como se ve en el caso de Elí, está presente en toda la Escritura. Es tanto más solemne puesto que en el cristianismo los hijos son ya santos, por pertenecer a la casa de Dios; y la obligación es, por tanto, mayor: «educadlos con disciplina e instrucción del Señor». Los israelitas eran santos por nacimiento (no personalmente, sino por pertenecer a una nación apartada para Dios) y, por tanto, los padres debían instruir a los hijos en la ley, que era su vínculo con Dios. Así, los padres cristianos deben instruir a sus hijos en lo que se refiere al carácter santo que les corresponde como miembros de una familia cristiana.
T. B. Baine
Tomado de The Christian’s Friend and Instructor [El amigo e instructor del cristriano] (1879) vol. 6, p. 232.
4 - Una nueva familia, un nuevo hogar
«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer» (Gén. 2:24).
A los niños, a diferencia de los adultos, se les instruye: «obedeced en el Señor a vuestros padres» (Efe. 6:1), pero en el matrimonio esa obediencia es cosa del pasado. Aunque nunca hay un momento en el que no debamos «honrar» a nuestros padres (v. 2), el matrimonio pone fin a su influencia y control diarios sobre nuestras vidas. Por parte de cualquiera de los cónyuges, en el matrimonio, no se debe “correr a casa de mamá o papá”. Sin duda, podemos y debemos pedirles consejo, ya que aman a sus hijos y han acumulado años de sabiduría a través de una experiencia a menudo dura, de la que podemos sacar provecho. Pero la suegra entrometida no sería un chiste en este mundo si no fuera tan cierto.
Los padres cristianos tienen que darse cuenta de que Dios pretende que se desprendan de sus hijos casados. Esos hijos ya no forman parte del hogar de los padres. Un nuevo hogar, una nueva unidad familiar ha comenzado. Esto no significa necesariamente una salida geográfica. Puede no haber más distancia física que la siguiente calle, la siguiente casa o el siguiente apartamento. Pero por más cercana o lejana que sea la separación física, debe haber una separación mental que permita a la nueva unidad familiar funcionar independientemente de las unidades familiares originales de los padres.
Un punto muy importante en toda esta discusión sobre la formación de un nuevo hogar es que se requiere un cierto nivel tanto de madurez como de recursos por parte de la joven pareja para ser realmente una nueva unidad familiar a largo plazo. El “amor” no resuelve todos los problemas de ese nuevo hogar, sobre todo cuando uno o los dos nuevos miembros de la pareja no son lo suficientemente maduros como para funcionar con éxito sin sus padres, o cuando se encuentran con que, por falta de educación o por no haber aprendido un oficio, no hay un trabajo decente y razonablemente remunerado y apenas pueden permitirse comer. ¡Dos no pueden vivir tan barato como uno!
Muchos matrimonios se ven seriamente perjudicados justo en este punto, mientras que, si se esperara unos años para tener un poco más de madurez y una educación y/o formación suficiente para que hubiera una buena perspectiva de un trabajo decente, se habrían reforzado mucho las perspectivas de un matrimonio feliz a largo plazo. A medida que la sociedad avanza tecnológicamente, la necesidad de formación y educación aumenta rápidamente. Y la necesidad de un trabajo adecuadamente remunerado se vuelve aún más crítica cuando llegan los hijos. Ciertamente, necesitamos la dirección diaria del Señor en estas cosas, y el momento de pensar en ellas es mucho antes de decir “sí, acepto”. «Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu mismo entendimiento: tenle presente en todos tus caminos, y él dirigirá tus senderos.» (Prov. 3:5-6).
Cada cónyuge en esa nueva unidad familiar debe darse cuenta de que su pareja está absolutamente por encima de cualquier padre, pariente o amigo, e incluso de los hijos, aunque ninguno de los dos querrá descuidar a los niños de ninguna manera. Solo el Señor debe tener un lugar más importante. La relación de marido y mujer es la principal relación humana establecida por Dios. Sin embargo, si las cosas están bien espiritualmente en la vida de cada uno de los miembros de la pareja (algo que debe saberse antes de casarse), entonces cada uno querrá poner a Dios en primer lugar y la nueva unidad familiar trabajará en conjunto hacia ese fin.
En cuanto a honrar a nuestro padre y a nuestra madre, las familias jóvenes tienen que tener cuidado de no abandonar a sus padres ni dejar de atenderlos en sus necesidades, como esos padres los atendieron a ellos en sus muchas necesidades de la infancia. La situación ideal para los padres y los hijos casados es la de tener un amor, un cuidado y un respeto mutuos y prácticos, en los que cada uno ayude al otro, pero en los que todos procuren mantener cuidadosamente la independencia de cada unidad familiar. Hay una gran diferencia entre unos padres entrometidos y un cuidado y preocupación mutuos.
4.1 - Inseparable
«… y quedará unido [allegado o apegado] a su mujer, y serán una misma carne» (Gén. 2:24). «… y se unirá [o se juntará] a su mujer» (Efe. 5:31). «Así que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre» (Mat. 19:6). La unidad padre-hijo es temporal, pero la unidad esposo-esposa es mientras ambos vivan (ver Rom. 7:2-3). Las palabras traducidas en los versículos anteriores como “allegado”, “apegado” y “se juntará” tienen la idea de estar adherido o pegado. Los que antes eran dos, ahora son vistos como uno, como las diversas capas de madera contrachapada exterior que están permanentemente pegadas para formar un todo fuerte y persistente. Así como la lámina de madera contrachapada es mucho más fuerte que la suma de sus capas individuales, los dos miembros de un matrimonio conforme al modelo divino deben actuar como una unidad en la que cada uno fortalece al otro. Cada uno debe ser el complemento del otro (física, mental, emocional y espiritualmente) para satisfacer las necesidades del otro y completarlo (véase Gén. 2:18).
Cuando Génesis 2:24 dice «serán una misma carne», muchos creen que esto solo habla de la unión sexual de los nuevos esposos. Yo pienso que no. La unión sexual se llama: llegar a ser «un cuerpo» (1 Cor. 6:16). Más bien «una misma carne» es lo mismo que decir “una misma persona”. Los dos deben convertirse en uno. Esto requiere esfuerzo y tiempo, ya que durante muchos años los dos nuevos miembros de la pareja se ocuparon principalmente de sí mismos. Él tenía su dinero, ella el suyo; él tenía sus objetivos, ella los suyos; él tenía sus intereses, ella los suyos; etc. Luego llegó el matrimonio. De repente, los pensamientos, los motivos, las acciones, los recursos y los sentimientos de los nuevos esposos tienen que dirigirse al bien mutuo de la nueva unidad familiar. En el plan de Dios ya no se trata de mis intereses y tus intereses, mi dinero que gano y tu dinero que ganas, sino nuestros intereses y nuestro dinero. Para hacer fácilmente esta transición tan importante, es necesario un considerable entrenamiento mental antes del matrimonio, así como un duro trabajo después del mismo, para trabajar hacia la meta de una verdadera relación de una misma carne.
Somos espíritu, alma y cuerpo. Cuando nos volvemos uno con nuestro cónyuge, estas tres partes se unen. Cuando hay unidad espiritual, la unidad emocional seguirá. Y en el matrimonio la unión sexual de un solo cuerpo expresará la plenitud de ser una sola carne, una sola persona. ¿Cómo puede haber divorcio cuando los dos se han convertido en uno? Dios dice que los considera uno, así que «lo que Dios unió, que no lo separe el hombre», ni siquiera la propia pareja. En la práctica, esta relación de una sola carne exige que se mantengan cuidadosamente los roles de Dios para los sexos. De lo contrario, es fácil que se produzcan roces, generando calor, lo que puede hacer que el “pegamento” que mantiene unida la madera contrachapada pierda su adhesividad. Esto podría tener como resultado la deshonra de Dios.
4.2 - El orden de Dios para los sexos
«A tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti» (Gén. 3:16). El orden de Dios para los sexos se debe en parte a la caída en el jardín del Edén (Gén. 3:1-7). El pecado trajo la posición actual del hombre como el gobernante amoroso, pero dado por Dios sobre su esposa, el que en última instancia está a cargo y es responsable ante Dios por la condición espiritual y física de la familia. Pero su orden para los sexos y sus respectivos roles también se basa en algunas bellas imágenes, que Dios considera muy importantes. Él quiere que se mantenga la verdad de esas imágenes.
Aunque hay rasgos masculinos y femeninos dominantes (física, mental, emocional y espiritualmente) que hacen que el marido y la mujer sean el complemento del otro, no hay absolutamente nada en la Escritura sobre que el hombre o la mujer sean superiores o inferiores. Ninguno de los dos estaría completo sin el otro (excepto en los raros casos en los que Dios tiene un plan diferente para la persona en cuestión). Pero en la sabiduría de Dios y para cumplir con sus imágenes de su orden en la creación, y del matrimonio en relación con Cristo y su Iglesia, él ha ordenado ciertos roles para cada cónyuge. Las dos imágenes se pueden resumir de la siguiente manera:
- El marido es una imagen de Cristo; la mujer es una imagen de la Iglesia (Efe. 5);
- El marido es la imagen [1] y la gloria de Dios; la mujer fue creada como ayuda del hombre, la gloria del hombre (1 Cor. 11:7-9; Gén. 2:18).
[1] La imagen tiene el pensamiento de la representación. El hombre era y continúa siendo el representante de Dios en la tierra.
4.3 - La responsabilidad del esposo
«El marido es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la iglesia» (Efe. 5:23). «Pero quiero que sepáis que… la cabeza de la mujer es el hombre» (1 Cor. 11:3). El marido tiene el papel, dado por Dios, de ser la cabeza en la nueva unidad familiar. Ser cabeza implica dirección, control y sustento. Cada marido es responsable ante Dios de controlar amorosamente la unidad familiar, de darle una dirección en obediencia al Señor y de sustentarla satisfaciendo sus necesidades. Él necesitará la madurez, la educación, el trabajo, el entrenamiento bíblico y la práctica correcta de las Escrituras para hacer esto apropiadamente.
4.4 - La responsabilidad de la esposa
A las esposas se les dice: «estén sujetas [o sométanse] a sus propios maridos, como al Señor» (Efe. 5:22-23; Col. 3:18; 1 Pe. 3:1). «Pero como la iglesia está sometida a Cristo, así las mujeres lo han de estar a sus maridos en todo» (Efe. 5:24). La esposa es una figura de la Iglesia. La Iglesia se somete a Cristo; no pretende enseñar ni usurpar la autoridad sobre él. «Pero no permito a la mujer enseñar ni ejercer autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio [o tranquilidad]» (1 Tim. 2:12). Ella nunca debería gritar o ser abusiva con su esposo o con otros hombres. Esto incluye la reunión local.
Pero el deber de las esposas es que «gobiernen [o guíen] sus casas» (1 Tim. 5:14). Bajo la jefatura final de su esposo, ella debe estar a cargo de la casa. La casa, a lo largo de toda la Escritura (a pesar del desprecio de muchos de los llamados “movimientos feministas”), es la esfera de actuación especial de la esposa, dada por Dios, y Dios la hace responsable de ella. El marido debe reconocerlo y, en general, acatar las decisiones de ella en su esfera especial. Hoy en día, si una esposa se queda en casa y se ocupa de su hogar, de sus hijos y de los intereses del marido, se la mira como una reliquia de una época pasada, una mujer “no realizada”. Pero a los ojos de Dios, no es una desgracia ser ama de casa. De hecho, es todo lo contrario, responde a su máxima aprobación. Habría muchos menos delincuentes juveniles si no hubiera tantos niños que se quedan solos en casa y tantos padres delincuentes, delincuentes en el cuidado de sus hijos.
Lea cómo la «mujer virtuosa» de Proverbios 31:10-31 guía y cuida de su hogar y promueve los intereses de su marido: «su valor supera mucho a los rubíes. Confía en ella el corazón de su marido; y él nunca sentirá la falta de despojos de guerra. Ella le acarreará el bien y no el mal todos los días de su vida… Sus hijos se levantan y la aclaman bendita; su marido también, el cual la alaba». Nótese que, aunque su esfera es el hogar, no está atrapada allí. Ella es libre de salir y hacer los negocios que promueven el interés de ese hogar, esposo e hijos. Es una posición exaltada que muy pocas mujeres desean hoy en día.
4.5 - Cambio de roles
Los expertos en matrimonios cristianos dicen que no es el sexo, ni el dinero, sino el cambio de roles la causa número uno de que las familias cristianas tengan problemas y se destruyan. Por cambio de roles, me refiero a que los maridos cristianos no toman el lugar que Dios les ha dado como cabeza de su hogar y/o las esposas dominantes toman erróneamente ese lugar de cabeza, a menudo negándose a someterse a sus maridos. Por lo tanto, los roles dados por Dios para el esposo y la esposa son un asunto serio que no debe tomarse a la ligera.
4.6 - «Fructificad y multiplicaos» (Gén. 1:28)
La clara intención de Dios en el versículo anterior, declarado poco después de la creación de Adán y Eva, es que la mayoría de las parejas casadas deberían tener hijos. Además, el Salmo 127:3-5 dice: «He aquí, los hijos son una herencia de parte de Jehová, y premio suyo es el fruto del seno… ¡Dichoso el hombre que ha llenado su aljaba de ellos!».
Todos estarían de acuerdo en que educar a los hijos en la «disciplina y instrucción del Señor» (Efe. 6:4) es un trabajo duro, especialmente en estos días de maldad, pero los hijos, ya sea que el Señor conceda uno o una docena, son una responsabilidad del matrimonio, parte de esa madurez necesaria.
Dios dice: «Instruye al niño en el camino que debe andar…» (Prov. 22:6). Instruir implica ser uno mismo un experto en el camino que se debe seguir. Esto significa que debemos comprometernos a conocer y practicar nosotros mismos el camino de Dios, y también estar muy seguros de que, quien será nuestro futuro cónyuge, también tiene ese compromiso de agradar a Dios, cueste lo que cueste. Ahora es el momento de que los jóvenes creyentes solteros comiencen su formación personal para que puedan instruir a sus hijos. Si no ven un buen ejemplo en sus padres, del camino que deben seguir, ¿cómo podemos esperar que lo hagan bien? Es probable que sigan nuestros pasos. ¿Adónde les llevarán esos pasos? Como dice el viejo refrán: “No puedo escuchar lo que dices, porque tus acciones hablan muy fuerte”.
Roger P .Daniel
Adaptado de The Road to Marriage - Straight Ahead [El camino al matrimonio - En línea recta hacia adelante].
5 - Dejad que los niños vengan a mí
5.1 - El Señor Jesús y nuestros niños
«Le trajeron unos niños para que los tocara; pero los discípulos reprendieron a los que los presentaban. Cuando Jesús lo vio se indignó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de ellos es el reino de Dios. En verdad os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Luego los tomó en sus brazos y los bendecía, poniendo las manos sobre ellos» (Marcos 10:13-16).
Estos conocidos versículos muestran claramente el alto valor que tienen los niños a los ojos del Señor Jesús. Su voluntad es que nuestros hijos vengan a él, y que nosotros, como sus padres o abuelos, no les impidamos hacerlo. Hay más de una lección práctica que aprender de esto.
5.2 - Bien equilibrado
Hay dos grandes peligros para nuestros hijos, sobre todo si son pequeños. Corremos el riesgo de enfocarnos solo en uno y descuidar el otro, y, en consecuencia, sacar conclusiones erróneas sobre lo que es mejor para ellos y tomar medidas equivocadas para conseguirlo. Uno de los peligros es que descuidemos a nuestros hijos porque estamos tan absortos en nuestros propios intereses que no tenemos suficiente tiempo ni preocupación por ellos. Este podría ser el mayor de los dos peligros. El otro, por supuesto, es que “adoremos” a nuestros hijos y los consintamos y mimemos tanto que nuestra propia vida se centre en ellos. Debemos ser equilibrados.
5.3 - El ejemplo perfecto
Nuestros hijos son importantes, y debemos mostrarles afecto y tener suficiente tiempo e interés por ellos (incluso cuando están en la adolescencia). Esto se ve claramente en el pasaje del evangelio de Marcos citado al principio de este artículo, donde el Señor Jesús da el ejemplo perfecto. Deberíamos tener su actitud hacia nuestros hijos. No sabemos exactamente cuándo fueron traídos los niños a él en este incidente y por qué los discípulos reprendieron a los que lo hicieron. Tal vez fue al final de un día ocupado o porque el Señor Jesús (el hombre perfecto) estaba cansado. Si es así, hay una clara instrucción para nosotros. Nosotros también podemos tener días muy ocupados y quizás llegar a casa a última hora de la tarde (o de la noche) y tratar de relajarnos un poco antes de pasar tiempo con nuestros hijos y ocuparnos de sus preocupaciones. El Señor Jesús dice: «Dejad que los niños vengan a mí». Él los ama y los quiere en su presencia. Nunca los rechaza. Esta debería ser también nuestra actitud hacia nuestros hijos.
Hay un versículo muy conocido en Ezequiel 34:11: «Ciertamente así ha dicho el Señor Dios: He aquí, yo mismo buscaré mis ovejas y cuidaré de ellas». Esta es una triple promesa del buen pastor.
Primero: «He aquí, yo mismo». En otras palabras, él promete su presencia. Está cerca de nosotros. Está siempre disponible, especialmente cuando lo necesitamos. Ahora bien, como padres no siempre podemos estar cerca de nuestros hijos (estamos limitados en el tiempo y en el espacio), pero al menos deberíamos estar disponibles si (y cuando) nos necesitan. Es triste que a menudo nos oigan decir: “Lo siento, no puedo dedicarte tiempo”.
Segundo: «Buscaré mis ovejas». Esto indica un interés vital y activo por sus ovejas que también debería caracterizarnos a nosotros. Nosotros deberíamos interesarnos por nuestros hijos, sus asuntos y sus problemas. Debemos tener los ojos y los oídos abiertos a lo que les preocupa. Debemos tener respuestas a sus preguntas. Si no es así, pueden obtener sus respuestas en otra parte y eso podría ser muy peligroso.
Tercero: «Y cuidaré de ellas». Esto describe la ayuda diligente de nuestro pastor celestial cuando lo necesitamos. De nuevo, esto puede aplicarse a nosotros como padres. Hay momentos en los que nuestros hijos no solo necesitan que estemos disponibles para ellos y que mostremos interés por ellos, sino nuestra ayuda presta en su favor. ¿Estamos preparados para apoyarles y echarles una mano?
5.4 - Dos caras
Pero, por supuesto, hay más cosas que aprender. El llamamiento que hizo el Señor Jesús para que trajeran a los niños, muestra claramente que él quiere tener a nuestros hijos para sí mismo. Pero hay alguien más que también quiere tenerlos. Como Faraón en el pasado, el príncipe de este mundo intenta todo lo que puede para lograr su fin. Este conflicto nunca se detiene. ¿Cómo podemos salir victoriosos?
Si leemos todo el pasaje de Marcos 10, vemos que hay dos caras de la moneda, y aunque debemos distinguirlas, nunca debemos dividirlas. Las encontramos en toda la Biblia. Una es nuestra cara, y la llamamos “responsabilidad” (porque tenemos que actuar). La otra es la cara del Señor, y la llamamos “gracia” (porque él actúa sin que lo merezcamos). Era responsabilidad de los que estaban a cargo de los niños traerlos al Señor («Le trajeron unos niños [pequeños]»). Fue la gracia del Señor dejar que vinieran a él y tomarlos en sus brazos [2].
[2] Hay un tercer aspecto: la responsabilidad de los hijos. Ellos tienen que tomar su propia decisión, lo cual quiere decir que pueden negarse a venir al Señor Jesús. Pero ese no es el tema de este artículo.
Consideremos estos dos aspectos con más detalle:
5.4.1 - Responsabilidad
a) ¿Qué significa para nosotros traer a nuestros hijos a él? Veamos un ejemplo del Antiguo Testamento: Ana, la madre de Samuel, dijo: «Esperaré hasta que fuere destetado el niño; entonces yo misma le llevaré para que se presente ante Jehová, y permanezca allí para siempre» (1 Sam. 1:22). Aquí encontramos a una madre que lleva a su hijo ante el Señor. ¿Cuál es su objetivo? En primer lugar, que se presente ante el Señor; en segundo lugar, que permanezca allí para siempre. Este es el gran objetivo de toda crianza y educación de nuestros hijos. En primer lugar, que se presenten ante el Señor, es decir, que acepten a Jesús como su Salvador y, al hacerlo, lleguen a conocerlo. En segundo lugar, que permanezcan con él para siempre, es decir, que lo acepten como su Señor, al que quieren seguir y servir. Por supuesto, también debemos enseñarles “habilidades para la vida” que necesitan a medida que crecen, especialmente las que tienen que ver con la forma de relacionarse con otras personas. Pero lo principal es que reconozcan a Jesús como su Salvador y Señor.
b) ¿Cómo los llevamos a él? Hay dos elementos principales. El primero es que les demos un buen ejemplo. En general, los niños se fijan mucho más en nuestras acciones que en nuestras palabras. Si nos ven seguir al Señor Jesús y vivir en comunión diaria con él, creamos las condiciones adecuadas para que ellos hagan lo mismo. Si, en cambio, se dan cuenta de lo contrario y nos ven llevar una vida egocéntrica e hipócrita, seremos un obstáculo para que se acerquen a él. El segundo elemento principal es que empecemos lo antes posible a hablarles del Señor, y a orar y cantar con ellos. Esta es la mejor semilla que podemos sembrar en sus corazones y es cada vez más necesaria en esta época.
5.4.2 - Gracia
¿Qué hace el Señor Jesús en su maravillosa gracia? ¿Rechazará alguna vez a alguien que venga a él? ¡Nunca! Él recibe a los que vienen a él, sean adultos o niños. Es conmovedor ver cómo hace mucho más de lo que deseaban los que trajeron a los niños. Querían que los tocara. ¿Pero qué hizo él? Los tomó en sus brazos, puso sus manos sobre ellos y los bendijo. Esto es lo que el Señor Jesús sigue haciendo cuando le traen niños. Él hace «infinitamente más de todo lo que pedimos o pensamos» (Efe. 3:20).
a) Los toma en sus brazos. El brazo no solo habla de fuerza y poder, sino también de cercanía y afecto. Si un niño se acuesta en los brazos de su padre o de su madre, oirá y sentirá los latidos de su corazón y sabrá: “Mi papá/mamá me ama”. Si llevamos a nuestros hijos al Señor, sabemos que los hemos llevado a quien los ama con un amor inmutable. Si vienen a él, sabrán que es el mejor amigo que podrían tener.
b) Impone sus manos sobre ellos. Hacer esto no solo habla de identificación sino en el contexto especialmente de su protección. Su poderosa mano los protegerá. Nuestros hijos deben saber (al igual que nosotros) que él es más poderoso que todas las influencias y poderes de este mundo. Hay peligros y somos conscientes de ellos, pero al mismo tiempo deben saber que tienen la mejor protección posible.
c) Los bendice, lo que significa hablar bien de ellos y desear lo mejor para ellos. Como padres se supone que debemos desear lo mejor para nuestros hijos, pero es triste decir que a menudo nos equivocamos. El Señor nunca hace esto. Él quiere bendecirnos y darnos todo lo que sea beneficioso para nuestros hijos y para nosotros.
5.5 - Un último estímulo
Vivimos en una época difícil y peligrosa. La Biblia lo llama «los últimos días» (véase 2 Tim. 3:1-5). Podemos preguntarnos: “¿Cómo sobrevivirán nuestros hijos?” Puede que escuchemos a los que dicen que es irresponsable tener hijos hoy en día. Sin embargo, la respuesta a todo esto es clara: «Vosotros… los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Tomemos el ejemplo de Amram y Jocabed, los padres de Moisés (Éx. 2). Podrían haber argumentado que era demasiado peligroso tener un tercer hijo, pero su fe era viva y eficaz (Hebr. 11:23) y se sobrepusieron a la amenaza de Faraón.
Padres, tengamos fe en nuestro Señor Jesucristo. No olvidemos esto: si estamos a la altura de nuestra responsabilidad (a pesar de todos nuestros defectos) y llevamos a nuestros hijos a él (también en la oración), todo puede dejarse en sus manos. David dijo una vez a Abiatar, que estaba en el mayor de los peligros: «Quédate conmigo; no tengas temor: que quien buscare mi vida, buscará tu vida: mas conmigo estarás en resguardo» (1 Sam. 22:23). Sus brazos están ahí para sostener a nuestros hijos. Sus manos están ahí para protegerlos. Él los ama, y su bendición está con ellos.
Ernst August Bremicker
6 - El altar familiar
«Y edificó allí Gedeón altar á Jehová, al que llamó Jehová-salom: está hasta hoy en Ophra de los Abiezeritas. Y aconteció que la misma noche le dijo Jehová: Toma un toro del hato de tu padre, y otro toro de siete años, y derriba el altar de Baal que tu padre tiene... Y edifica altar á Jehová tu Dios en la cumbre de este peñasco» (Jueces 6:24- 26).
Gedeón necesita toda su fe para este siguiente paso de obediencia. Debe derribar el altar de Baal que pertenecía a su padre, cortar la arboleda, o pilar (de Asera), y ofrecer un toro sobre un altar a Jehová. Después de todo, esto no es más que la ampliación natural del culto que acababa de disfrutar (v. 24). Dios no compartirá su gloria con Baal. Un altar o el otro deben ser derribados. Gedeón ha de hacer honor a su nombre, “el derribador”, y mostrar el vigor de su fe y la realidad de su obediencia.
Pero qué prueba de corazón se le aplica. Debe exaltar a Jehová en su propia casa. Después de haber establecido su propia relación personal con Dios, podríamos decir, después de haber ganado su victoria en privado, debe establecer esas relaciones en su propio círculo familiar. ¿Adorará y obedecerá a Dios por sí mismo? Entonces esa misma obediencia debe reclamarse para todo el círculo de sus responsabilidades. ¿Va un hombre a ser un libertador para todo Israel, mientras su propia familia está en esclavitud? ¿Va a levantar el altar de Jehová para todo Israel, y los más cercanos y queridos a él se inclinarán ante Baal? El círculo de la influencia divina se expande desde el centro.
Cuántos tienen la tentación de invertir este orden. Pueden estar suficientemente celosos por el altar de Dios para todo Israel, y sin embargo nunca lo han instalado en sus propias casas. Aplíquese esto de manera muy sencilla al altar familiar, como se le llama muy apropiadamente. ¿Cómo puede gozar de los privilegios del altar público, en su plenitud, quien desprecia este altar del hogar? Si es demasiado tímido para leer la Palabra de Dios y orar con su familia, ¿cómo puede esperar libertad y bendición en la oración pública? No pretendo limitarme a esto, pero aquí, como en muchos otros aspectos, un solo asunto muestra el estado general.
Pero no es fácil erigir el altar de Dios sobre las ruinas del de Baal. Muchos de los que han confesado osadamente a Cristo en público se han negado a hacerlo en el hogar. Pero esta es la prueba. Debe hacerse, o no habrá más progreso.
Samuel Ridout
Tomado de Judges & Ruth [Jueces y Ruth].
7 - La familia en los Salmos 127 y 128
«Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Sal. 127:1). Alguien que comienza un hogar con el Señor ciertamente no edifica en vano. Sus hijos serán «una herencia de parte de Jehová… y premio suyo» (v. 3). El padre será «dichoso» (expresión que se menciona tres veces en estos dos salmos) en la medida en que tema al Señor y ande por sus caminos. Junto a esto, leemos: «Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa» (Sal. 128:3). Aquí tenemos a la familia unida: la esposa, fuente de alegría (el vino); los hijos como olivos que producen aceite, imagen del Espíritu Santo. La bendición de Dios está ahí. Viene de Jerusalén (imagen de la asamblea). También habrá nietos: «los hijos de tus hijos» (v. 6). Sí, verdaderamente Jehová ha construido la casa aquí y el padre ha sido una bendición para toda su familia.
Estos salmos enfatizan lo deseable que es que la lectura bíblica en familia sea una alegría para los hijos, de modo que no digan, por ejemplo, “¿No podemos saltárnosla por esta noche?”. Al contrario, los devocionales deben adecuarse a su comprensión y ser así interesantes para que participen con gusto. Mientras los niños son pequeños, es mejor limitar los devocionales a historias más interesantes, pasando poco a poco a verdades más abstractas, especialmente las del Nuevo Testamento. Se les pueden hacer preguntas adecuadas a su edad para que participen activamente. Los tipos del Antiguo Testamento pueden conducir a esto.
No basta con leer unos versículos, decir unas palabras, orar y parar… ¡y los niños respiran aliviados! Por el contrario, es necesario pensar cuidadosamente en lo que estamos haciendo, incluso preparar la porción que pretendemos leer, y con la ayuda del Señor y de su Espíritu tomar de ella aquellos pensamientos que son apropiados para nuestros hijos, que son para su beneficio y alegría. Qué feliz es la familia que se reúne así en la mesa. El Señor Jesús ha dicho: «Dejad que los niños vengan a mí» (Marcos 10:14). Si les enseñamos a amar al Señor Jesús, vendrán a él. Pero podemos “obstaculizarlos” (no deliberadamente, por supuesto) haciendo que la lectura de la Biblia sea aburrida al leer porciones o comentarios que a su edad aún no son capaces de comprender. Y les perjudicamos si decimos cosas nocivas sobre algún hermano, o sobre su profesor de la escuela dominical, o sobre algún amigo o pariente de la familia.
Sobre todo, despertemos en nuestros hijos el deseo de acercarse al Señor Jesús, sin ponerles deberes que los espanten ni imponerles reglas duras. Enseñémosles más bien a obedecer, «porque esto agrada al Señor» (Col. 3:20). De este modo, a medida que el niño crece y se hace cada vez más responsable, querrá demostrar de corazón «lo que es agradable al Señor» (Efe. 5:10).
Georges André
Tomado de A Help or a Hindrance [Una Ayuda o un Obstáculo].
8 - Exhortaciones de Pablo a los padres
En Efesios 6:4 se lee: «Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino educadlos con disciplina e instrucción del Señor». La palabra griega que se encuentra en «no provoquéis» es una palabra que rara vez se utiliza (el único otro lugar donde la encontramos en el Nuevo Testamento es en Rom. 10:19). El sustantivo formado a partir de ella se encuentra en Efesios 4:26, pero en ningún otro lugar. Allí significa “irritación”; habéis sido irritados, y el apóstol dice: Que «no se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Efe. 4:26). Tal vez la exhortación a los padres podría traducirse así: “Padres, no irriten a sus hijos”. Qué fácil es irritarlos. La palabra no es tan fuerte como para hacerlos enojar. Tal vez incluya las burlas que tan a menudo tenemos la tentación de hacer a nuestros hijos. Quizás pensamos que tenemos derecho a hacerlo y que es bueno para ellos. Por el contrario, es una desobediencia directa a la Palabra de Dios, y seguramente traerá una cosecha de dolor.
Debemos “educarlos”. La palabra traducida de esta manera se utiliza de nuevo en Efesios 5:29 donde leemos que Cristo «sustenta» a la Iglesia. No debemos “conducir” a los niños, sino “educarlos”; ¡y qué diferente es! Hemos de educarlos en la «disciplina… del Señor». Esta palabra traducida como «disciplina» significa literalmente “la crianza de un niño”. La encontramos de nuevo en 2 Timoteo 3:16, donde se traduce como «instruir». Allí es la Palabra de Dios, las Escrituras, las que nos “disciplinan” o instruyen. En Hebreos 12:5, 7-8 y 11 lo encontramos de nuevo, traducido esta vez como «corrección» o «castigo». Esto incluye las acciones disciplinarias y otras sanciones que somos responsables de dar a nuestros hijos, y la Escritura nos dice que en el momento esto no parece ser «causa de gozo, sino de tristeza; pero más tarde da fruto apacible de justicia a los que son ejercitados por ella» (Heb. 12:11). Desobedecemos al Señor cuando no castigamos a nuestros hijos, como vemos al mirar a Elí y a sus hijos. Pero tengamos en cuenta que, para educar a nuestros hijos con la disciplina del Señor, se incluye el castigo. Esta palabra también incluye la formación, el aprendizaje, la instrucción, la corrección; cada una es muy importante para el niño a su manera, y todas están incluidas en la «disciplina».
Pero hay otra palabra. Debemos educarlos con la «disciplina y amonestación del Señor». La palabra «amonestación» significa literalmente “refrescar la memoria”. Tal vez la mayoría de los niños son olvidadizos, y parte de su formación es refrescar su memoria o recordarles lo enseñado. Qué paciencia se necesita para esto. Tal vez la palabra incluye la enseñanza, la exhortación y la advertencia, pero seguramente no la amenaza. Todo esto debemos tenerlo, pero todo debe ser «del Señor». Y recordemos que nunca debemos irritarlos.
Tenemos otra pequeña palabra para los padres en Colosenses 3:21. Es solo una línea en mi Testamento Griego, pero ¡cuánto se encuentra en esa línea! «Padres, no irritéis a vuestros hijos, para que no se desanimen». La palabra “irritar” (o “provocar”) se encuentra también en 2 Corintios 9:2; no en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. Dios, nuestro Padre, es el Dios de todo estímulo, y no debemos hacer nada que desaliente o desanime a nuestros hijos. Nuestro carácter hacia ellos ha de ser el mismo que el de nuestro Padre hacia nosotros: de ánimo. Que el propio Señor nos enseñe a hacerlo según su voluntad: a imitarle (literalmente: mimetizar) (véase Efe. 5:1).
Algunos de nosotros, a los que se nos ha pasado la oportunidad de atender a estas amonestaciones, recordamos con amargo pesar las veces que no les hemos prestado atención. Que los seres queridos para los que se redactaron estas líneas perdonen estos fracasos hacia ellos, y que nunca tengan tales remordimientos, cuando crezcan.
Aunque no parece haber ninguna amonestación especial para las madres, hay un mensaje muy importante para las mujeres jóvenes y está claro que este mensaje incluye a las madres jóvenes. El apóstol habla a Tito de los deberes de las mujeres de mayor edad, y parte de este deber es que «enseñen» o amonesten a las jóvenes (Tito 2:4). Se trata de una palabra notable, utilizada solo aquí en el Nuevo Testamento. Significa literalmente “hacer entrar en razón”. Palabras muy similares se utilizan en otros tres lugares de este capítulo y se traducen como “sensato” o “sobrio”. Pues bien, las mujeres mayores deben amonestar a las jóvenes a «amar a sus maridos y a sus hijos, a ser sensatas, puras, [o castas, sin mancha], dedicadas a su casa [literalmente: trabajadoras en casa, una palabra muy necesaria hoy en día cuando hay una tentación especial de trabajar fuera de casa], bondadosas, sumisas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (v. 4-5).
G. C. Willis
Adaptado de To the Parents of My Grandchildren [A los Padres de Mis Nietos].
9 - Querer lo mejor para nuestros hijos
«Entonces le dijo Noemí, su suegra: Hija mía, ¿no he de buscar lugar de descanso para ti, donde te vaya bien?» (Rut 3:1).
Al desear el descanso para su nuera, Noemí da a los padres un ejemplo encomiable. En la agitación e incertidumbre de la vida actual, nuestros hijos necesitan ser conscientes de la seguridad de la fe en Cristo. Con demasiada frecuencia los padres cristianos buscan la seguridad de sus hijos solo en las cosas terrenales, como el éxito en este mundo, y descuidan lo espiritual. Sin embargo, todo lo que en la tierra no coincide con el pensamiento de Dios es inseguro, por muy convencido que esté el hombre de unas condiciones supuestamente estables aquí abajo. La fe de los jóvenes debe fortalecerse progresivamente desde sus primeros años hasta la edad adulta, cuando se hacen responsables de su propia vida, para que aprendan a confiar plenamente en el Señor y en su guía. Solo eso garantiza el perfecto descanso.
Brian Charles Price
Tomado de The Bride from Moab [La Novia de Moab].
10 - La familia cristiana
Algunos de nosotros hemos sido criados en una familia cristiana, pero ¿nos hemos dado cuenta de que esto es una gran bendición? Los creyentes que no han tenido este privilegio conocen algo de las dificultades y desventajas que se derivan de vivir en una familia que no sigue la Palabra de Dios.
10.1 - Características que deberían marcar a una familia cristiana
En primer lugar, una familia cristiana debe ser un hogar. ¿Son nuestras familias hogares para los padres y los hijos? ¿Anhelamos ir a casa? ¿Nos gusta estar allí? Hay algunas personas que parecen no estar nunca en casa. ¿Será porque se caracterizan por los problemas y las luchas y no pueden esperar a salir? El Señor dijo en Juan 14:1-3: «No se turbe vuestro corazón; ¡creéis en Dios, creed también en mí! En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, yo os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis». Somos forasteros y peregrinos en este mundo, no tenemos una «ciudad permanente» aquí (Hebr. 13:14), pero una vez que lleguemos al cielo estaremos en casa. ¿Por qué? Porque el Padre y el Señor Jesús están allí. Eso es lo que hará que sea nuestro hogar. ¿Estás esperando eso? Esto nos muestra lo que deben ser nuestras familias ahora: un hogar. Pero si los padres casi nunca están, ¿será un hogar para los hijos? Este es un asunto serio que hay que considerar.
En segundo lugar, una familia cristiana debería ser un lugar de seguridad y refugio del mundo. ¿O es que nuestras casas están abiertas para que entre todo? Es tan fácil que el mundo entre directamente en nuestras salas de estar a través de la televisión, internet… Y si permitimos que nuestros hijos hagan lo que quieran con sus teléfonos móviles y otros dispositivos no deberíamos sorprendernos si llevan todo el mundo a sus habitaciones. Jóvenes, ya saben lo que hay ahí fuera. Por eso sus padres son responsables de proporcionarles un lugar de seguridad y refugio. Ustedes están expuestos a todo tipo de cosas en el mundo, pero cuando llegan a casa deberían estar seguros y protegidos de ello. Satanás y su mundo no tienen acceso a la casa del Padre, ella es eternamente segura.
En tercer lugar, leemos en 1 Juan 3:1: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios». Una familia cristiana debe ser un lugar donde reine el amor incondicional. Padres, ¿cómo se relacionan con sus hijos? ¿Prefieren a uno sobre los demás porque siempre les obedece? ¿Lo aman a él o ella más que a los demás? Los niños perciben rápidamente este tipo de diferencias. Piensen en la familia del Génesis en la que el padre tenía un amor especial por un hijo y la madre favorecía al otro (25:28). ¿Cuál fue el resultado? Un gran problema. ¿Por qué amas a tus hijos? ¿Es porque se portan bien? No, porque son tus hijos. ¿Por qué el Padre nos ama a ti y a mí? Porque somos sus hijos. Él nos amó antes de que el mundo existiera, con un amor eterno, no porque hubiera algo amable en nosotros, sino porque él es amor (1 Juan 4:8). Por tanto, en la familia cristiana debe reinar el amor incondicional.
10.2 - Una palabra para los niños
Dios quiere hablar a los niños personalmente. Así que la pregunta es, incluso para aquellos que son jóvenes: “¿Te das cuenta de que Dios puede hablarte directamente desde su Palabra, la Biblia?”Empiecen a leerla pronto. Pero solo tiene una cosa que decirles sobre la familia: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo [o correcto]» (Efe. 6:1). Debemos obedecerlos de tres maneras: 1) voluntariamente, 2) inmediatamente y 3) completamente. Siempre es muy conmovedor leer la historia de José. Qué ejemplo es para nosotros. Tenía una misión muy difícil. Su padre le dijo: «¿No están apacentando tus hermanos en Siquem? Ven, y te enviaré a ellos. Y le respondió: Heme aquí» (Gén. 37:13). Él sabía cómo eran sus hermanos (lo odiaban), pero obedeció de buena voluntad a su padre, al igual que Abraham obedeció a Dios cuando le pidió que ofreciera a Isaac como holocausto y «se levantó muy de mañana» para hacerlo (Gén. 22:3). José obedeció inmediata y completamente. Podría haber dicho: “Fui a Siquem, pero mis hermanos no estaban allí, así que volví a casa”. No, él los buscó hasta que los encontró. Hizo todo el trabajo, que es lo que Dios quiere que hagamos. El mejor ejemplo de todos es el Señor Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre. Aunque era perfecto, estaba «sometido» a sus padres, María y José, a pesar de las imperfecciones de ellos (Lucas 2:51). Esta es su elección, queridos hijos: pueden seguir este camino de bendición o uno que traerá mucho dolor a sus padres.
10.3 - Una palabra para los padres
En Lucas 1:6 encontramos el maravilloso ejemplo de Zacarías y Elisabet: «Ambos eran justos delante de Dios, cumpliendo irreprochablemente todos los mandamientos y ordenanzas del Señor». Eran una pareja unida. En primer lugar, hacían lo que era correcto a los ojos del Señor. ¿Cuándo empezamos a hacer esto? Sin duda, debemos hacerlo ahora, incluso cuando somos jóvenes. No se trata de la justicia de Dios que los creyentes tienen en el Señor Jesús en virtud de su obra en la cruz, de la que hablamos a menudo, sino de la justicia práctica. ¿Hacemos diariamente lo que es correcto a los ojos del Señor? Aprender a hacerlo nos llevará a ser un buen ejemplo para nuestros hijos si Dios nos los concede. En segundo lugar, Zacarías y Elisabet se comportaron según las Escrituras en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Para ello, tenemos que conocer la Palabra de Dios en su conjunto (no solo unos pocos versículos favoritos) y aplicarla a nuestra vida. También tenemos que empezar a hacerlo pronto. No podemos dejarlo para cuando tengamos hijos, porque entonces ocuparán nuestro tiempo. Pero, como jóvenes solteros, es probable que tengamos tiempo ahora para estudiarla, de modo que estemos preparados en caso de tener una familia. En tercer lugar, Zacarías y Elisabet andaban en el temor del Señor, irreprensibles. Es decir, temían hacer algo que desagradara a Dios. ¡Qué ejemplo! No hablaban mucho; no tenían un largo sermón preparado para que Juan, su hijo, lo leyera. No, andaban, lo que habla de la vida que llevaban, por lo que no es de extrañar que Dios los seleccionara para ser los padres del hijo que había prometido tanto tiempo antes. Él quiere que aprendamos de esto para que nuestros hijos puedan vivir y crecer en un hogar donde ambos padres andan de acuerdo a las Escrituras, hacen lo correcto ante él y temen al Señor.
Los padres tienen otra tarea muy importante. Encontramos una imagen de esto en Hebreos 11:23: «Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido tres meses por sus padres; porque vieron que el niño era hermoso, y no temieron el edicto del rey». Al igual que los padres de Moisés, debemos dificultar al máximo que el mundo se apodere de nuestros hijos. Se dieron cuenta de que, si Faraón se enteraba del nacimiento de Moisés, lo mataría. ¿Qué hicieron? Lo escondieron, pero esto no fue suficiente. También tuvieron que cuidarlo o habría empezado a llorar, y esto se habría oído. Una cosa es esconder a nuestros hijos del mundo, pero también debemos cuidarlos y alimentarlos educándolos en la disciplina y la amonestación del Señor.
Hay algunos padres que no pueden esperar a sacar a sus hijos del hogar y llevarlos a la guardería, mucho antes de que tengan que ir a la escuela. Pero esto es exponerlos a cosas de este mundo que no son necesarias, e incluso pueden ser peligrosas, para ellos. Sin embargo, llegó un día en el que los padres de Moisés no pudieron seguir manteniéndolo en casa, y esto es lo mismo para nosotros: nuestros hijos finalmente tienen que ir al mundo de la educación o del trabajo. Los padres de Moisés prepararon un cesto y lo metieron en él, que es un tipo del Señor Jesús, a quien podemos encomendar nuestros hijos. Él es capaz de guardarlos, pero no los entregue voluntariamente al mundo. Hay muchos que han hecho eso para su gran pesar.
10.4 - Una palabra para los papás
«Y vosotros padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino educadlos con disciplina e instrucción del Señor» (Efe. 6:4). Dios, nuestro Padre, es nuestro ejemplo perfecto: «Y si invocáis como Padre al que sin acepción de personas juzga según la obra de cada cual, conducíos con temor en el tiempo de vuestra peregrinación» (1 Pe. 1:17). Los papás deben caracterizarse por dos cosas. En primer lugar, deben obtener, más que exigir, el respeto de sus familias. Si decimos a nuestros hijos cómo deben comportarse, pero no lo hacemos nosotros, perderemos su respeto. Dirán: “No practicas lo que predicas”. Pero este versículo también habla de invocar o llamar al nombre del Padre, lo que tiene que ver con el segundo aspecto de la relación que los papás deben tener con sus hijos. Debemos mantener un ambiente de confianza y seguridad para que sepan que pueden acudir a nosotros si tienen un problema y hablar de él. Hay padres que son muy rígidos, por lo que sus hijos casi les tienen miedo, si cometen un error saben que van a tener un gran problema. Si este es el ambiente que mantenemos, ellos nunca acudirán a nosotros porque tendrán miedo de nuestra reacción. Por tanto, por un lado, debe haber respeto, pero por otro debe haber confianza y seguridad.
Efesios 6:4 dice que no debemos “provocar” a nuestros hijos “a la ira”. Hay tres cosas que pueden contribuir a ello. En primer lugar, una actitud egoísta. Si constantemente exigimos cosas a nuestros hijos diciéndoles: “Haz esto rápido” o “Tráeme eso ahora”, prácticamente los tratamos como esclavos. Este comportamiento egoísta puede provocarlos y desanimarlos, así como llevarlos a dejar de intentar complacernos. En segundo lugar, un temperamento incontrolado. Si, después de un duro día de trabajo en el que todo parece haber salido mal, nuestro hijo pequeño hace una tontería en casa y explotamos, él no sabe lo que ha ocurrido. ¿Por qué? Porque él intuye cuándo debería ser castigado, pero en este caso se pregunta: “¿Qué he hecho mal?” No entiende por qué hemos reaccionado así. Deberíamos ser lo suficientemente maduros para controlar nuestro temperamento. En tercer lugar, las expectativas poco razonables. No podemos esperar que un niño de dos años haga lo que es normal para uno de cinco. Podrá intentar hacerlo, pero sin éxito, lo que le llevará a frustrarse y a provocar su ira. En 1 Juan 2:12-28 encontramos tres etapas de crecimiento espiritual entre los hijos de Dios: padres, jóvenes e hijitos. Juan se dirige a ellos de diferentes maneras según su madurez y experiencia, así que seamos sabios y eduquemos a nuestros hijos según su edad y capacidad.
Efesios 6:4 también nos dice que es responsabilidad de los papás educar a sus hijos en la «disciplina e instrucción» del Señor. Algunos padres dejan toda la carga de esto a sus esposas, pero esto no está de acuerdo con las Escrituras. Hemos leído las palabras «vosotros padres», así que el reto es: ser padre y asumir la responsabilidad de educar a los hijos. Hay dos elementos en esto. En primer lugar, la disciplina [3], que significa reconocer el mal comportamiento de un hijo y detenerlo. Hay casos en los que los padres ven a sus hijos haciendo algo malo y no hacen nada al respecto (un ejemplo de esto está en 1 Reyes 1:6). Por supuesto, cada niño tiene una personalidad diferente y debemos ajustar nuestros métodos para tener en cuenta esto, utilizando la sabiduría que el Señor nos da. En segundo lugar, la instrucción o exhortación, un asunto completamente diferente, que significa mostrar a nuestros hijos la manera correcta y buena de actuar y ayudarles a seguirla. Necesitamos un enfoque equilibrado: algunos padres hacen hincapié en la disciplina y olvidan la instrucción, mientras que otros solo instruyen y nunca actúan. Pero también leemos que estas cosas deben hacerse en «el Señor». Él es nuestra ayuda, por lo que debemos depender de él.
[3] La versión King James traduce la palabra griega original como “nutrir o cuidar”.
10.5 - Una palabra para las mamás
1 Timoteo 5:10 enumera algunas de las cualidades de una viuda cristiana: «teniendo testimonio de buenas obras; si ha criado hijos, si practicó la hospitalidad, si lavó los pies de los santos, si socorrió a los afligidos, si aprovechó para hacer el bien». ¡Qué lista! Algunas mujeres creen que no tienen nada que hacer en casa, preferirían salir a trabajar, pero esta lista muestra lo mucho que se puede hacer desde casa. En el caso de una viuda que tuvo que criar a sus hijos sin la ayuda de su marido (el padre de los hijos), ella podría hacer también las otras cosas enumeradas. Ninguna mujer debe pensar que no vale nada si se queda en casa con sus hijos. Su servicio para el Señor puede ser muy amplio y una rica bendición para su familia, así como para los santos.
Si no vemos las cosas de esta manera, quizás deberíamos considerar las palabras de Pablo a Tito cuando le dice que anime a «las mujeres de edad» a «que enseñen a las jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser sensatas, puras, dedicadas a su casa, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tito 2:3-5). Al haber pasado por la vida y criado una familia, las mujeres mayores tienen mucha experiencia. Los que somos mayores, ¿nos tomamos en serio nuestra responsabilidad de hablar de los asuntos con la generación más joven? Tal vez las hermanas más jóvenes no quieran que las mayores les hablen de esta manera, pero ¿por qué repetir los errores que otras han cometido en el pasado? ¿No sería más sabio escuchar los consejos que las mujeres mayores pueden darnos en obediencia a Dios?
Noten que dice que las mujeres mayores deben enseñar a las menores a amar primero a sus esposos. Este orden es importante porque nunca es bueno que los hijos ocupen un lugar tan importante en nuestros afectos que se interpongan entre esposa y esposo. No, es el amor al esposo lo que debe venir primero, y luego el amor a los hijos; es lo mismo, por supuesto, para los maridos con respecto a amar a sus esposas y a sus hijos. Pero luego esta escritura dice que las mujeres más jóvenes deben estar «dedicadas a su casa». Muchas mujeres dicen: “Esto no me satisface. ¿Por qué debo quedarme en casa? Mi carrera está ahí afuera. ¿Por qué debo renunciar a todas las cosas que el mundo me ofrece?” Este es el espíritu de aquellos entre los que vivimos. ¿La responsabilidad de la mujer en el hogar es algo anticuado que solo se aplicaba en el pasado o es un principio de Dios que sigue vigente hoy? El Génesis, el libro de los comienzos, nos da un ejemplo en el capítulo 18:6 donde leemos sobre los tres visitantes de Abraham. Lo encontramos fuera de la tienda cuando lo visitan, pero Sara está dentro porque ese era su lugar. Y en Proverbios 31:27, la mujer virtuosa «considera los caminos de su casa». ¿Cómo pueden hacer esto las esposas y las madres si la mayor parte del tiempo están fuera del hogar?
Cuidar de nuestros hijos en casa implica cuatro cosas. En primer lugar, usar nuestros ojos para ver lo que sucede. ¿Por qué, por ejemplo, los niños llegan a casa a las 18:00 horas cuando la escuela termina a las 16:00 horas? Si no estamos en casa, puede que ni siquiera sepamos que esto está ocurriendo. ¿Y a quién traen a casa? ¿Qué tipo de amigos tienen? Si estamos en casa, veremos estas cosas. En segundo lugar, usar nuestros oídos. Si estamos en casa podemos escuchar el lenguaje que utilizan y, si es necesario, decir: “Ese tipo de lenguaje se queda fuera. Puedes oírlo todo el día en el colegio o en la calle, pero no lo vamos a tolerar en nuestra casa”. Y ¿hemos estado alguna vez en la habitación de nuestro hijo o hija y hemos escuchado la música que ponen allí? ¿Es eso asunto de ellos? No, somos responsables de lo que ocurre en nuestras casas. ¿Sabemos qué música están descargando? Se ponen los auriculares y no podemos oír nada. Dicen: “No puedo hacer los deberes sin música”, pero sería bueno escuchar lo que ponen y poder decir, si es necesario, “No deberías escuchar ese tipo de música”. En tercer lugar, nuestra propia conducta es muy importante. Habla mucho más fuerte que todas nuestras palabras. Los niños más pequeños nos siguen con la mirada a todas partes y ven lo que hacemos. Esto significa que las madres son una tremenda influencia para ellos, para bien o para mal. En cuarto lugar, con la oración. ¿Qué hacemos si nuestros hijos llegan a casa llorando porque han tenido un mal día en la escuela? Al escucharlos, podemos decirles: “Bueno, vamos a orar juntos por aquello”. Así les enseñamos de forma muy práctica que pueden llevar todo al Señor mediante la oración y la súplica. Les mostramos con nuestro propio comportamiento cómo pueden resolver los problemas de la vida. Y al orar con ellos descubrirán la diferencia que eso hace en el problema. Pero si las madres nunca están en casa, no pueden hacer ninguna de estas cosas. Otra persona puede hacerlo, o no hacerlo. Por lo tanto, cuidar del hogar no es algo anticuado, sino algo que Dios nos ha dicho que hagamos para la bendición de nuestros hijos.
No es fácil educar a los hijos en obediencia a Dios. Cuando los que somos padres mayores miramos hacia atrás en nuestras vidas, a menudo sentimos que hemos sido demasiado duros o demasiado blandos con nuestros hijos. Sabemos que todos cometemos muchos errores, por lo que animamos a nuestros hermanos más jóvenes a que aprendan estos principios ahora en lugar de dejarlo para más adelante cuando se encuentren con las dificultades que hemos descrito, cuando ya tengan hijos y quizá muchas otras responsabilidades que gestionar. Recordemos que una familia cristiana debe ser un hogar, y un lugar de seguridad y refugio donde reina el amor incondicional. Como tal, es un baluarte contra Satanás y el mundo. Que el Señor, que es nuestro ayudador (Hebr. 13:6), nos bendiga a nosotros y a nuestras familias.
Hansruedi Graf
11 - El orden de Dios en el hogar
No hay que olvidar que una gran parte de nuestra vida transcurre en nuestros hogares, y que, por tanto, el hogar es el principal escenario de nuestro testimonio. En la incesante pregunta sobre cuál es el testimonio, sería bueno recordar que una parte de él debería ser ciertamente la expresión de Cristo en el hogar, Cristo en todas las diversas relaciones del hogar. «Para mí el vivir es Cristo». Este es el testimonio, ya sea en el hogar, en la Iglesia o en el mundo.
Edward Dennett
Tomado de The Christian's Friend and Instructor [El Amigo e Instructor del Cristiano] (1882) vol.9, p.225.
12 - Hogares y familias en las Escrituras
Muchos de nosotros estamos familiarizados con el versículo de arte cristiano de la pared que dice: “Cristo es la cabeza de esta casa, el invitado invisible en cada comida, el oyente silencioso de cada conversación”. Apreciamos el sentimiento, pero no es estrictamente exacto desde el punto de vista bíblico. Realmente, en el caso de un hogar compuesto por el padre, la madre y los hijos, y tal vez otros dependientes, el hombre es la cabeza del hogar. Leemos: «La cabeza de todo hombre es Cristo; la cabeza de la mujer es el hombre» (1 Cor. 11:3) y también: «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es agradable en el Señor» (Col. 3:20). Este es un asunto muy serio para todo hombre cristiano con un hogar: diga lo que diga el mundo, Dios le hace responsable de lo que consiente en su casa. [4]
[4] Esto era cierto bajo la ley, véase Números 30:2-15.
12.1 - Llevar al Señor Jesús a nuestros hogares
Sin embargo, es un inmenso privilegio dirigir un hogar cristiano y una maravillosa bendición formar parte de una familia cuyos padres aman y buscan seguir al Señor. ¡Qué ventaja tenemos al conocer a quien diseñó la unidad familiar y puede ayudarnos a ponerla en práctica! Incluso los hogares mejor dotados del mundo que nos rodea se desmoronan como el de Jairo cuando algo va mal. Cuando el Señor Jesús llegó allí para resucitar a su hija de entre los muertos, vio «a los flautistas, y al gentío que alborotaba» (Mat. 9:23). Sin duda esto era habitual en aquellos días, pero era una escena de pandemonio. Hoy en día, muchas personas, cosas e influencias han invadido a las familias que son ajenas a lo que Dios quiere. Ciertamente, los de la casa de Jairo se burlaron del Señor por lo que dijo, pero el jefe de la sinagoga estaba lo suficientemente desesperado como para seguir sus instrucciones. Cuando la multitud fue echada fuera y el Señor entró y tomó la mano de la hija de Jairo, ella se levantó y «se difundió esta noticia por toda aquella tierra» (v. 26). Esto es lo que Dios quiere que sean nuestros hogares: faros de luz y de paz en un mundo oscuro y agitado. Para que esto sea así, debemos dejarle entrar y obedecerle como hizo Jairo.
El ambiente era totalmente diferente en la casa de Simón y Andrés. Cuando el Señor Jesús llegó de la sinagoga y encontró a la suegra de Simón con fiebre, «enseguida le hablaron de ella», y él «acercándose, la levantó tomándola de la mano; y la fiebre la dejó, y les servía» (Marcos 1:30-31). Había urgencia, pero no desesperación, porque los ocupantes de la casa ya conocían al Señor y confiaban en él. Las palabras de ellos hacia él son una imagen de la oración. Qué natural debería ser dirigirse a él en busca de la ayuda y orientación que necesitamos en nuestras familias y, de hecho, en todos los aspectos de nuestra vida.
Muchas escenas del evangelio de Lucas se desarrollan en hogares. La primera pertenece a Zacarías y Elisabet y nos enseña que un hogar no consiste en el número de sus habitaciones ni en la calidad de su mobiliario, sino en el carácter de las personas que lo habitan. En esta pareja «ambos eran justos delante de Dios, cumpliendo irreprochablemente todos los mandamientos y ordenanzas del Señor» (Lucas 1:6). Esto significaba que eran aptos para recibir al huésped más ilustre que jamás hubiera cruzado su umbral, antes de que él naciera (v. 39-43). Debemos observar dos cosas en particular. Primero, Zacarías y Elisabet compartían las cualidades que el Espíritu Santo enuncia en el versículo 6: estaban unidos en su fe en Dios y en su deseo de agradarle en sus vidas. En segundo lugar, «no tenían hijos, porque Elisabet era estéril; y ambos eran de edad avanzada» (v. 7). Habían vivido con esta decepción natural durante mucho tiempo y, sin embargo, su hogar seguía siendo uno que Dios podía utilizar. Que esto anime a los lectores que no han sido bendecidos con hijos propios.
Más adelante en el evangelio leemos que Simón el fariseo le rogó al Señor Jesús «que comiera con él» (7:36). El Señor leyó sus pensamientos en relación con la mujer de la ciudad que se aventuró a entrar y se puso a sus pies. Le dijo: «¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para mis pies; pero ella ha lavado mis pies con lágrimas y los limpió con sus cabellos. No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ella con perfume ha ungido mis pies» (v. 44-46). Él también conocía los pensamientos de Zaqueo antes de levantar la vista y verlo en el sicómoro, pero qué diferentes son las palabras que le dirigió: «Date prisa y baja, porque hoy tengo que quedarme en tu casa». La acogida de Zaqueo también fue diferente: «Él bajó rápidamente y lo recibió gozoso» (19:5-6). Aquí había un pecador que lo buscaba, y eso marcó la diferencia: El hogar de Simón seguía siendo un lugar frío y crítico cuando el Señor partió; el de Zaqueo se llenó de calor y gozo con su presencia permanente. No se menciona que Zaqueo tuviera familia; es posible que tuviera esposa e hijos, pero la Escritura no lo dice. Esto significa que su historia puede leerse como un estímulo para los que somos solteros. [5]
[5] Véase también en este sentido el caso de Juan, a quien el Señor Jesús encomendó el cuidado de su madre (Juan 19:25-27).
Piense en otros casos de este evangelio en los que la gente llevó al Señor a sus hogares. «Leví le hizo un gran banquete en su casa, y había muchos cobradores de impuestos y otros que estaban a la mesa con ellos» (Lucas 5:29). Esto nos recuerda el gozo que debe distinguir nuestros hogares. «Marta lo recibió en su casa» (10:38). Qué bendición supuso para ella, María y Lázaro, y para el Señor cuando estaba en Betania. Cleofas y su acompañante (tal vez su esposa) «insistieron, diciéndole: Quédate con nosotros» (24:29). ¡Qué visión tuvieron del Señor resucitado en su mesa de Emaús! Esa misma noche volvieron a Jerusalén para compartirlo con los demás discípulos. Personas cambiadas, hogares cambiados.
No podemos terminar esta parte de nuestra meditación sin destacar la importancia de la Palabra de Dios en todo esto. El mismo Señor dijo de las Escrituras: «Ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). Cuando se acercó a Cleofas y a su acompañante en el camino de Emaús, «les interpretó en todas las Escrituras las cosas que a él se refieren» (Lucas 24:27). En nuestros hogares debería ser algo natural leer y hablar de ellas a diario. Al hacer esto, obtenemos «luz [espiritual] en [nuestras] habitaciones» como fue el caso de Israel, físicamente hablando, en Egipto (véase Éx. 10:23). Para utilizar de nuevo las palabras del Señor, la ponemos «en el candelero; y alumbra a todos los que están en la casa» (Mat. 5:15).
12.2 - Nuestros hijos
El salmista declara: «He aquí, los hijos son una herencia de parte de Jehová» (Sal. 127:3). Naturalmente, amamos y cuidamos su desarrollo físico, mental y personal, pero ¿qué hay de su bienestar espiritual? La abuela de Timoteo, Loida, y su madre, Eunice, evidentemente le animaron a hacer suyas las Escrituras (véase 2 Tim. 1:5; 3:15). Esto era especialmente importante en su caso si, como parece, su padre era incrédulo. Por lo general, las madres y los padres tienen funciones diferentes, aunque complementarias, en la educación de sus hijos. Pablo alude a esto en 1 Tesalonicenses 2; escribe de sí mismo, de Silas y de Timoteo que habían sido «amables en medio de vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos; así, teniendo un tierno afecto por vosotros, queríamos comunicaros no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras mismas vidas, por cuanto llegasteis a sernos muy queridos» (v. 7-8). Este es el carácter de parte de la madre en la crianza de los hijos. Luego escribe: «como un padre a sus propios hijos, os hemos exhortado, consolado y testificado para que andéis como es digno de Dios» (v. 11-12). Esta es la responsabilidad del hombre. Comparando Hebreos 11:23 y Hechos 7:20, encontramos que los padres deben apoyarse mutuamente en sus respectivas funciones: «Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido tres meses por sus padres; porque vieron que el niño era hermoso, y no temieron el edicto del rey» y «fue criado tres meses en casa de su padre».
No temamos al rey que pretende aventajar un genero respecto del otro y así anular el orden de la creación de Dios en los países occidentales, sino celebremos los diferentes atributos que Dios ha dado a los hombres y a las mujeres para que puedan desempeñar sus funciones en la creación para su gloria y la bendición de nuestros hijos. Y no nos desacreditemos nunca los unos a los otrosen las funciones que Dios nos ha dado.
Por supuesto, debemos reconocer que hay niños que resultan muy difíciles de educar por todo tipo de razones: algunas psicológicas, otras físicas y otras que son una combinación de ambas. Esto y los problemas económicos a los que se enfrentan los padres que, encuentran un reto constante para llegar a fin de mes, exigen nuestras oraciones y cuidados. El mundo ha cambiado, y esto ha afectado a los niños y a las circunstancias de tal modo que a menudo la vida familiar es apenas reconocible de lo que era hace unas décadas. Debemos estar atentos a las familias con niños pequeños entre el pueblo del Señor y, si es necesario, estar preparados y dispuestos a ayudarles de forma que no les culpe, sino que promueva su bienestar, dignidad y bendición espiritual (la necesidad de tal ayuda práctica puede explicar el número de referencias a nodrizas y criadas en la Biblia). Es posible que también podamos dar consejos, pero asegurémonos de que proceden del Señor y de que tenemos la información necesaria y el conocimiento práctico para hacerlo, especialmente cuando se trata de ayudar con los problemas que sufren algunas familias en sus relaciones. Sin duda, esto exige primero la oración. Que el Señor Jesús nos dé la gracia para ese servicio. [6]
[6] Debemos añadir que, los pensamientos de este párrafo, también se aplican a los casos de dificultad que surgen del cuidado a familiares de edad avanzada (véase 1 Tim. 5:3-8).
12.3 - Hogares devotos
Qué bueno es que nuestros hijos se vuelvan al Señor Jesús como su Salvador y lo sigan como su Señor. Lo atribuimos con gusto a la gracia de Dios y, sin embargo, nosotros como padres tenemos la responsabilidad de enseñarles los términos del evangelio. Noé es un ejemplo para todo padre creyente de hoy: «con reverente temor preparó un arca para la salvación de su casa» (Hebr. 11:7). Su familia no solo aprendió la verdad que predicaba, sino que le vio practicarla, y esto tuvo un profundo efecto en ellos. Cuando nadie más en el mundo tomó en serio sus advertencias de juicio, su esposa, sus hijos y las esposas de estos lo acompañaron en el arca y se salvaron. En los Hechos leemos que «Crispo, jefe de la sinagoga» de Corinto, «creyó en el Señor con toda su casa» (18:8). A Dios le gusta salvar a las familias, como vemos varias veces en los Hechos (véase 16:31). Pero es especialmente alentador leer las referencias a hogares de creyentes que atesoraban las cosas del Señor y se dedicaban a los intereses de su pueblo. Por ejemplo: «los de [la casa de] Cloe» (1 Cor. 1:11), que estaban tan apenados por las divisiones en Corinto que informaron al apóstol Pablo pues era el único que conocían que podía ayudar a resolver la situación. Eso requirió un poco de valor porque él tenía que nombrarlos en su carta. Luego está «la casa de Estéfanas… las primicias de Acaya», que «se han consagrado al servicio de los santos». Pablo exhorta a los corintios diciéndoles: «que también vosotros os sometáis a ellos» (1 Cor. 16:15-16). ¿Por qué? Porque eran adeptos al bienestar de una familia aún más maravillosa de la que todos formamos parte: la familia de Dios. En 2 Timoteo 1:16-17 el apóstol pide misericordia para «la casa de Onesíforo». ¿Cuántas veces esta familia lo había confortado, cuando estaba en Roma, y consolado al apóstol? Demasiadas, porque parece que ahora estaba en problemas por no haberse “avergonzado de la cadena de Pablo” y haberlo buscado «con diligencia». La familia de Onesíforo había estado haciendo este tipo de cosas durante años porque, al seguir leyendo, descubrimos que había prestado muchos servicios en el pasado, en Éfeso (v. 18). Ahora parecía que iban a hacer el sacrificio supremo.
Los santos también utilizaron sus casas para el Señor con gran efecto. Hechos 9:43 nos dice que Pedro «se quedó muchos días en Jope, en casa de un hombre llamado Simón, curtidor». Teniendo en cuenta el negocio de su anfitrión, puede que no fuera el lugar más agradable para quedarse, pero le dio al apóstol muchas oportunidades para orar mientras disfrutaba de la hospitalidad de su hermano. Fue allí donde Dios le envió la visión del gran mantel del cielo lleno de criaturas de todo tipo, desafiándolo a matar y comer. Esto lo preparó para su misión a casa de Cornelio y la predicación del evangelio a los gentiles (véase Hec. 10). Más tarde, cuando estaba en la cárcel de Jerusalén esperando su ejecución, «muchos estaban reunidos orando» por él en «casa de María, madre de Juan, llamado Marcos» (12:12). Aquel era un trabajo peligroso, especialmente cuando el ángel le había liberado (véase el v. 19). No es de extrañar que, cuando llegó a la casa donde estaban orando, les hiciera «seña con la mano para que callasen» (v. 17). La última vez que Pablo viajó a Jerusalén, se alojó en la «casa de Felipe». Se trataba de hospitalidad de nuevo, pero el hecho de que Felipe se llame aquí «el evangelista» puede indicar que utilizaba su casa como base para continuar la labor del evangelio. Ciertamente, la Palabra de Dios era valorada allí porque «tenía cuatro hijas solteras que profetizaban» (Hec. 21:8-10). [7]
[7] Gayo es otro ejemplo de un santo que usaba su hogar para ofrecer hospitalidad al pueblo del Señor y ayudar en la obra del evangelio (3 Juan 5-7). Sin embargo, debemos notar también que el apóstol da la responsabilidad a la señora, en 2 Juan 10-11, de no recibir a un falso maestro «en casa» ni saludarlo «porque el que lo saluda, comparte sus malas obras».
También pensamos en Priscila y Aquila, que pusieron su casa en Corinto y luego en Roma a disposición de la asamblea local para sus reuniones periódicas (1 Cor. 16:19; Rom. 16:3-5). [8] Otros hicieron lo mismo (Col. 4:15; Flm. 1-2), y seguramente todos estos hogares se llenaron del olor del incienso de la adoración como la casa de Betania «se llenó del olor del perfume [de María]» cuando «ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos» (Juan 12:3). Por supuesto, no es necesario que prestemos nuestras casas a los hermanos para las reuniones para que esto ocurra, puede ser el caso cuando la familia se une en alabanza, agradecimiento y adoración al Padre y al Hijo (Efe. 5:18-21).
[8] Parece ser que cuando vivieron en Éfeso y Apolos llegó allí, ellos se volvieron como padres para él, y en la calidez de las circunstancias de su hogar «le expusieron más exactamente el camino de Dios» (Hec. 18:26). Nótese que en el versículo se menciona a Aquila primero [Nota del traductor: en la versión original de la Biblia en griego y en la mayoría de las versiones en español se menciona primero a Priscila], indicando que él tomó la iniciativa en esto y Priscila lo apoyó sin enseñar ella misma (véase 1 Tim. 2:12).
12.4 - Reflexiones finales
Abraham tuvo su tienda y su altar durante toda su vida. Era un peregrino y un adorador, pero los hogares tienen que estar ordenados según Dios para que esto sea así. Dios pudo decir de él: «Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio» (Gén. 18:19). Qué contraste con Lot en Sodoma, que no tenía autoridad moral sobre sus hijas y yernos. Al considerar las historias de esos dos hogares, no podemos evitar la conclusión de que armar a nuestros hijos con las Escrituras y educarlos «con disciplina e instrucción del Señor» (Efe. 6:4) es esencial para que sean fieles a Dios en sus vidas, especialmente en la escuela, la universidad y el trabajo. Pablo escribe sobre aquel que aspire a velar por el bienestar espiritual de sus hermanos: «si alguno no sabe dirigir su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?» (1 Tim. 3:5). Tal fidelidad puede traer su propia marca de dificultad a nuestros hogares, como lo hizo con el de Jasón en Tesalónica y sin duda con el de Ticio Justo en Corinto (Hec. 17:5; 18:7). Pero los hogares construidos sobre la roca no se caerán, aunque descienda la lluvia, vengan las inundaciones y soplen los vientos (véase Mat. 7:24-25). Sean cuales sean sus circunstancias, las familias cristianas pueden contar felizmente con el «Padre de las misericordias y Dios de toda consolación» (2 Cor. 1:3) cuya casa está lista, preparada para todos y cada uno de sus hijos por su Hijo, nuestro Salvador (Juan 14:1-4).
Simon Attwood
13 - Educar a un niño…
«Críese al niño en el camino en que debe andar y cuando fuere viejo no se apartará de él» (Prov. 22:6).
Algunos padres cristianos se torturan con este versículo si un niño crece rechazando al Señor Jesús. Creen que significa que tienen la culpa, pero no tiene que ver con eso, sino que es una exhortación y un estímulo para encomendar a nuestros hijos al Señor como Ana hizo con Samuel (1 Sam. 1 - 2). Significa que los preparamos para la vida lo antes posible, instruyéndolos y guiándolos desde la Palabra de Dios.
Por supuesto, puede que no hayamos tomado esta responsabilidad suficientemente en serio cuando Dios nos dio hijos. Tal vez los consentimos como David hizo con sus hijos en lugar de advertirles sobre el pecado (véase 1 Reyes 1:6), o lo hacemos demasiado tarde como Elí en 1 Samuel 2:22-25. O tal vez fuimos demasiado duros con ellos y los provocamos hasta el punto de rebelarse (Efe. 6:4). ¡Cuánto necesitan los padres aprovechar la sabiduría «de arriba»! (Sant. 3:17).
Pero la frase «no se apartará de él» supone que las palabras dichas y el ejemplo dado por los padres han tenido un efecto moral en el hijo. Puede haber habido debilidad y fracaso, pero con la ayuda de Dios él o ella ha escuchado y visto algo del Señor en los padres como Rut lo hizo en Noemí (Rut 1:15-18). Sin duda, en nuestros días cristianos, esto los lleva a volverse al Señor Jesús en verdadero arrepentimiento y fe.
Qué alegría nos produce cuando un niño da este paso; lo atribuimos con gusto a la gracia de Dios, no a nuestros propios esfuerzos. Pero nada niega la propia responsabilidad del niño, que aumenta con la edad. Es un privilegio crecer en un hogar cristiano y una tragedia dar la espalda a Dios a pesar de ello. Mientras los niños hagan esto último, no podrán empezar a vivir en el caminodel Señor, sino que se arriesgan a endurecerse contra el Evangelio.
Dios les pedirá cuentas en el gran trono blanco donde no podrán culpar a nadie más que a ellos mismos. Por supuesto, esto no es un consuelo para nosotros, sino un estímulo para seguir orando por ellos todo lo que podamos. Puede que no haya nada más que podamos hacer, pero es el espíritu del padre que veló y esperó a que su hijo volviera sobre sus pasos y lo vio «estando todavía lejos» (Lucas 15:20).
Proverbios 22:6 no debería abatirnos, sino animarnos a confesar nuestros fracasos y a confiar en «el Dios de toda gracia» (1 Pe. 5:10).
Simon Attwood
14 - Nuestras habitaciones
«Y os contaréis siete semanas (semanas cumplidas serán), desde el día siguiente al sábado de la Pascua, día en que ofrecisteis la gavilla de la ofrenda mecida, hasta el día siguiente al séptimo sábado; contaréis cincuenta días; entonces presentaréis ofrenda vegetal nueva a Jehová» (Lev. 23:15-16).
Llegamos aquí a la conocida fiesta de Pentecostés, cincuenta días, como significa esa palabra. Esta fiesta de la “ofrenda nueva” (u oblación) surge de la gavilla de las primicias. La mañana del «día siguiente al sábado» es la maravillosa mañana de la resurrección y aquí es donde empezamos a contar para esta fiesta. La nueva ofrenda tiene entonces un vínculo directo con Cristo, que data de la mañana de su resurrección. Si nos fijamos en el cumplimiento de esta fiesta tal como se da en Hechos 2, aprendemos de inmediato cuál es ese vínculo directo. Es la asociación por el Espíritu con un Cristo resucitado y glorificado. Ahora preguntamos de nuevo: ¿Por qué es esto? Es para que se reproduzcan en este mundo las cualidades de Cristo. Él fue la “ofrenda”. Por el Espíritu nosotros somos la “nueva ofrenda”. Dios ha obrado para reproducir los rasgos de Cristo en una compañía en este mundo, vinculada por el Espíritu con él en el lugar al que ha ido.
«De vuestras habitaciones» (Lev. 23:17). Aquí es donde debe producirse la «ofrenda vegetal nueva». No en la reunión sino en las casas. ¿Dónde, pues, ha de verse a Cristo en nosotros? En el círculo responsable en el que nos movemos. Es tan fácil hacer cosas correctas y decir cosas correctas cuando nos reunimos colectivamente, pero es en nuestras casas donde la prueba de estas cosas realmente viene. Si volvemos a Colosenses 3, veremos cómo las cualidades de Cristo se manifiestan en los tres grandes círculos en los que todos encontramos nuestra vida. En los versículos 18-21 tenemos el círculo familiar, que responde a las «habitaciones». Ahora bien, cómo podemos aplicar estas diversas relaciones a Cristo es una pregunta que se hace a menudo aquí. Sabemos que él nunca entró en relaciones tales como la de una esposa, marido y padre. ¿Cómo puede entonces su vida en este mundo ser un ejemplo para nosotros aquí? De esta manera. «Esposas, someteos a vuestros maridos». La sumisión se vio en Cristo. «Maridos, amad a vuestras esposas». El amor se vio en Cristo. «Hijos, obedeced a vuestros padres». La obediencia se vio en Cristo. «Padres, no irritéis a vuestros hijos». La gracia se vio en Cristo. Estas son las marcas de la nueva ofrenda vegetal, vistas en el círculo familiar.
George Davison
Extraído de My Feasts [Mis Fiestas].