Biblia y conciencia


person Autor: Celestino SANZ-CATALA 2

flag Temas: Son acción en el corazón y la conciencia El cristiano y la Palabra de Dios


«Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz…» (Hebreos 4:12).

Cuando el desvarío de la irresponsabilidad se apodera del hombre, solamente las leyes que rigen las mutuas relaciones en la familia hu­mana y la autoridad que dimanan de ellas son capaces de evitar o ate­nuar sus fatales consecuencias. En la observancia de estas leyes y en la memoria que hacemos de las mismas, reside el orden cívico que rige la paz de la sociedad. El infringirlas trae aparejado el castigo por la falta cometida, con todo lo desagradable que encierra la conse­cuencia de la transgresión. –Esta es, en síntesis, la vida del hombre relacionada con el gobierno temporal y como estando él sujeto a la autoridad por Dios establecida.

Pero existen otras formas de transgresiones, cuyos efectos no puede paliarlos la débil y finita justicia de los hombres, pero que son transgresiones que tienen y tendrán que ver con la justicia de Dios, a quien pertenece esta justicia, tal como su divina Palabra lo manifiesta.

Cierto; los hombres más sabios no leerán nuestra mente, no dis­cernirán los pensamientos de nuestro corazón, «sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuentas» (Hebr. 4:13).

¡Solemne advertencia, amigo lector! Preste atención hacia lo que Ud. cree que es el secreto de sus pensamientos interiores, de sus motivos ocultos; lo que piensa poseer sin compartirlo con otro en lo más profundo de su alma, de su espíritu, de su mente… Hasta allá, en el abismo de sus intimidades, le alcanzará la influencia bienhechora de esa «palabra de Dios [que] es viva y eficaz, más cortante que toda espada de dos filos…» (Hebr. 4:12).

¡No tenga pena por ello! Si es indiferente, ella tiene poder de reblandecer sus sentimientos y poner en actividad el anhelo de conocer la fuente que saciará su espíritu del conocimiento de Dios. –Si es Ud. enemigo, ella tiene poder de doblegar su voluntad rebelde a la verdad, y hacerle contemplar la estampa moral de su ser interior a la luz de la gracia y de la misericordia del mismo Dios. –Si es redimido por la preciosa sangre del bendito Señor Jesús, ella ajustará su marcha diaria en el conjunto de la vida cristiana; y si algún hecho, pensamiento o palabra turbó su comunión con el Padre celestial, tam­bién le rehabilitará luego de haber escudriñado sus motivos más ocul­tos y poner en su conciencia el juicio de sí misma.

En conexión con esto, deseo transcribir unos párrafos de un siervo de Dios sobre un tema de tanta transcendencia, como es Hebreos 4:12-13:

“Vamos a extendernos y hacer notorio algo más del carácter penetrante de la Palabra de Dios. El hombre suele hablar de sí mismo como una combinación de alma y cuerpo como si esta divi­sión fuera correcta. La Palabra de Dios penetra más profunda­mente y divide entre el alma y el espíritu –o sea entre las dos partes de su ser no materiales. La distinción que de ordinario hacemos es que el alma tiene que ver con los afectos, los apetitos y los deseos que rigen el cuerpo; todo lo que tiene en más alto grado, pero en común con los animales inferiores en la escala de la creación. Estos afectos se dividen en lo que llamamos las emo­ciones, los sentimientos y pasiones.

Por el otro lado, se halla el espíritu que dirige las facultades superiores de la mente y los sentimientos morales que llamamos conciencia. La palabra de Dios viene y divide entre ambas (entre alma y espíritu). Ahora bien; hay muchas personas que al exa­minar sus experiencias religiosas, no saben distinguir entre los sentimientos –que corresponden al alma– y las decisiones es­pirituales.

Si fuera posible conseguir que las personas presentes en una reunión donde se predica la Palabra de Dios, llegasen a una con­clusión, ellas juzgarían el valor de sus experiencias religiosas por las emociones que hubiesen experimentado. Si se sienten felices y contentas al oír las verdades religiosas, creen que gozan de la sal­vación. Si se sienten conmovidos por la gravedad de sus pecados y reconocen su indignidad, llegan hasta el punto de temer que la gracia divina no es para ellos y dudan de que la salvación pueda alcanzarles. Pero, a pesar de ello, esta última alma puede estar más cerca del reino de Dios que la primera. A menudo los hombres confun­den sus sentimientos con la operación de la conciencia y son estos sentimientos los que estorban o tuercen el juicio, desviando el corazón de sus propósitos espirituales.

Pero la Palabra de Dios penetra hasta la división entre el alma y el espíritu. Es posible que Ud. sea conmovido hasta el punto de derramar lágrimas, pero esto no es una señal segura, de que haya nacido de nuevo en el reino de Dios. Puede ser que sus emociones dominen completamente todo su ser. El sentimiento de gratitud puede ser tan hondo y Ud. tan bajo en su propia estimación que este (su ser) se postre abatido ante Dios al igual que los árboles se doblan ante la fuerza del huracán; y, sin em­bargo, no se rinde el hombre interior hasta el punto de la obe­diencia.

La Palabra de Dios penetra más hondo que estas exterioridades y se presenta ante la conciencia, demandando un acto de sumisión, por parte de todo el ser; a saber, el reconocimiento por la inteligencia de la autoridad de la Palabra de Dios para presentar la verdad (o como portadora de la verdad), la aceptación por la conciencia de la purificación del pecado, hecha por la sangre del Señor Jesucristo y la entrega de la voluntad por un acto de fe, que acepta la salvación como un don gratuito de Dios” (de «Auxilios para los Peregrinos», págs. 1201-1202, año 1912).

Así obra este poderoso instrumento que es la Palabra de Dios. ¿Creemos acaso poder alegar ignorancia? En esta misma Palabra está escrito: «Si a cualquiera de vosotros le falta sabiduría, pídala al que la da generosamente y sin reproche, a Dios, y le será dada» (Sant. 1:5).

¿La tradición, justificará el religioso que ama más la gloria de los hombres que la gloria de Dios? (Juan 12:42-43.) He aquí, el Señor dice: «Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo; porque no vine al mundo para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que yo he hablado, ella misma le juzgará en el día postrero» (Juan 12:47-48).

Y el gentil, el pagano, ¿podrá acaso apoyar afirmativamente que es inocente de su incredulidad? Escrito está: «Porque lo que se conoce de Dios les es manifiesto; porque Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y divinidad, desde la creación del mundo se hacen claramente visibles en las cosas creadas, y así no tienen excusa» (Rom. 1:19-20).

Pero ahora, una vez más, la Santa Palabra sale al paso con esa gracia sin par, con esa misericordia sin límite; para triunfar sobre la obcecación, para desmenuzar la granítica indiferencia y estu­pidez espiritual que pulula en el pervertido sistema que gime bajo el peso del pecado. Otra vez, amigo lector, déjese sondear por ella, déjese guiar, dirigir, corregir, restaurar, ganar, salvar y redi­mir; oíd la Palabra de Dios: «Hoy, si oís su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (Hebr. 3:7).

Revista «Vida cristiana», año 1956, N° 21


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