Inédito Nuevo

Sanas Palabras… las de nuestro señor Jesucristo


person Autor: Sin mención del autor

flag Temas: La Verdad El cristiano y la Palabra de Dios


«Sanas palabras, las de nuestro señor Jesucristo» (1 Tim. 6:3).

«¡Jamás hombre habló como este hombre habla!» (Juan 7:46).

«Todos le daban testimonio y estaban maravillados ante las palabras de gracia que salían de su boca» (Lucas 4:22).

 

Las palabras del Señor Jesucristo no solo tenían el carácter de gracia, verdad y sabiduría que maravillaba a los hombres, sino que, como era una Persona divina, la forma misma del lenguaje en que se expresaban sus benditas comunicaciones era divinamente perfecta. El lenguaje era con él lo que no podía ser con ningún otro, el vehículo a través del cual transmitía perfectamente lo que deseaba comunicar. Los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento, aunque ellos mismos eran hombres débiles, también fueron divinamente guiados y protegidos en sus escritos. «Hombres de Dios hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:21). Del mismo modo, un apóstol podía afirmar que hablaba «no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino las enseñadas por el Espíritu» (1 Cor. 2:13). Además, exhortó a Timoteo a poseer «el modelo de las sanas palabras que oíste de mí» (2 Tim. 1:13) y aún podía escribir que las cosas que enseñaba eran «sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tim. 6:3).

1 - La doble responsabilidad de los creyentes de salvaguardar la exactitud de la Palabra de Dios

Los términos registrados en la Palabra de Dios siendo así salvaguardados en cuanto a su exactitud divina, en el propio lenguaje utilizado, nuestra responsabilidad es doble.

En primer lugar, el ministerio debe llevarse a cabo en los términos de la Escritura; la interpretación no es tan necesaria como la aplicación espiritual de los términos que son divinamente exactos en sí mismos. La palabra “interpretación” no parece figurar en ninguna parte de la Escritura en relación con el ministerio, aunque se encuentra con frecuencia en relación con visiones, sueños, lenguas o proverbios.

El cristianismo ha sufrido durante siglos de la insistencia de algunos en interpretar la Escritura, con consecuencias desastrosas para el individuo y para la Iglesia de Dios: grandes porciones de la Palabra de Dios han sido leídas con significados que los propios términos de la Escritura, en los pasajes en cuestión, no autorizan ni expresan claramente.

Por lo tanto, la responsabilidad del siervo en el ministerio es mantener y aplicar espiritualmente, según la medida de su propio discernimiento, el lenguaje en el que se expresa el pensamiento divino, un proceso que reivindica la exactitud de la inspiración y libera al siervo de cualquier posible acusación de interpretación arbitraria de la Palabra de Dios.


En segundo lugar, la responsabilidad y la salvaguardia de aquellos a quienes se dirige el ministerio consisten en no aceptar que aquello que se aplica claramente a los términos de la Escritura y atenerse celosamente a ellos.

La facilidad con la que las palabras divinas pueden ser deformadas, al no preservarlas en la forma en que fueron pronunciadas, nos está presentada de la manera más notable y llamativa en Juan 21:21-23, donde el Señor dijo a Pedro: «Si quiero que él (Juan) permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué a ti?». Estas palabras fueron interpretadas «entre los hermanos» en el sentido de: «que aquel discípulo no moriría». Para la mente natural, esta parecía ser la única conclusión de las palabras del Señor, y su equivalente absoluto. Pero, celoso de las palabras exactas en que se hizo la comunicación, dejando indeterminado el significado de estas, el comentario del Espíritu Santo, que equivalía a una grave reprimenda, fue: «Jesús no le dijo» (Pedro, quizá señalando el lugar donde residía la responsabilidad) «que no moriría»; sino: «Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué a ti?». Registró así, con algo más que una corrección, las palabras precisas pronunciadas por el Señor, y subrayó, de una vez por todas, la importancia concedida a las palabras inalteradas en las que la verdad está divinamente registrada.

Así, y solo así, se suministra a los «niños» la «leche pura» de la Palabra de Dios, es decir, el elemento nutritivo de la verdad clara e inequívoca en los términos de la Escritura; y el «alimento sólido» para «los adultos», los que tienen edad para recibirlo «a su debido tiempo», puede estar dispensado y distribuido, como los discípulos a la multitud, en la forma en que lo recibieron del Señor, y para nosotros en las «sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo», que son vivificadoras, que dan y sostienen la salud. (M.C.G).

«La Palabra» escrita es la regla que Dios ha dado y que contiene todo lo que ha revelado. Hoy está completa (Col. 1:25). Puede, por ser la verdad, ser el único medio de comunicar la verdad a un alma. El Espíritu Santo puede, pues, utilizarla como medio; pero, en cualquier caso, es la regla perfecta, la comunicación autorizada de la voluntad y del pensamiento de Dios para la Asamblea.


2 - Nota de Biblicom

Insistimos en 2 principios a guardar:

  1. Es peligroso aislar un texto de su contexto.
  2. La Revelación constituye un todo.

De la Palabra de Dios está dicho: «Los juicios de Jehová son verdad, todos juntos» (Sal. 19:9). Esta expresión «todos juntos» nos muestra que el significado de un pasaje debe buscarse en armonía con todas las verdades contenidas en el Libro Sagrado. Este doble principio debe guiarnos siempre al examinar cualquier porción de la Escritura. –Dicho esto, no podemos sustraernos a las palabras del apóstol Pablo: «El hombre natural no recibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede conocer, porque se disciernen espiritualmente» (1 Cor. 2:14).

Al insistir en tener en cuenta el contexto, nos referimos a todos los textos que rodean el pasaje considerado; este contexto también es la Palabra de Dios, y también tiene autoridad. Un peligro moderno es la contextualización, que pretende tener en cuenta contextos históricos, sociológicos, habituales, religiosos, filosóficos y otros. Cuando se va por este camino, la Palabra de Dios deja de tener autoridad; no solo deja de ser la norma, sino que queda anulada, al igual que la tradición anula la Palabra de Dios (Mat. 15:6 y Marcos 7:13).