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Caminar en paz
Autor:
Caminar en paz, buscar la paz, vivir en paz
Tema:La paz es una situación caracterizada por la tranquilidad, la armonía y la dulzura.
Como redimidos, conocemos la paz con Dios, adquirida por la muerte de Cristo en la cruz; creyendo en él, somos hechos justos, perdonados, reconciliados con Dios y protegidos de su juicio.
De ahora en adelante, podemos confiar en él y experimentar la paz del corazón en todas las circunstancias de la vida cristiana.
Como beneficiarios de esta paz, nosotros mismos estamos llamados a caminar en ella, es decir, a procurar que la paz de Dios se viva entre nosotros y a nuestro alrededor. Varios pasajes nos muestran lo que esto implica y cómo podemos conseguirlo para gloria de Dios.
1 - Orar por la paz
«Pedid por la paz de Jerusalén» (Sal. 122:6).
Jerusalén fue una vez la ciudad del templo, la Casa de Dios. Hoy, Dios ya no habita en un templo material, sino en una Casa espiritual, la Asamblea, formada por todos los creyentes.
Para nosotros, pedir por la paz de Jerusalén significa orar por la Asamblea y para que los creyentes estén en paz unos con otros.
Mientras estamos en la tierra, el diablo trata de traer malestar, contiendas y división al pueblo celestial de Dios, así que oremos e intercedamos por la Asamblea de Dios en general y, en particular, por la paz en las relaciones entre los creyentes en las asambleas locales.
Cuando una asamblea está en paz, experimenta la bendición de Dios, el crecimiento y la unidad del Espíritu (2 Cor. 13:11; Hec. 9:31; Efe. 4:3); ¡pidamos a Dios que este sea nuestro caso!
«Exhorto, pues, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones, intercesiones, acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todas las autoridades; para que vivamos tranquila y sosegadamente, con toda piedad y honestidad. Esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al pleno conocimiento de la verdad» (1 Tim. 2:1-4).
Se nos invita aquí a orar especialmente por las autoridades: son ellas las que establecen las leyes y el marco que nos permiten vivir pacíficamente como cristianos.
Es un gran privilegio cuando podemos vivir en una zona en la que tenemos derecho a:
- tener la Biblia,
- reunirnos en torno al único nombre del Señor Jesús,
- predicar el Evangelio,
- reunirnos con otros creyentes.
Seamos conscientes de esta gracia y demos gracias a Dios por ello.
Para nosotros, los cristianos, tener la oportunidad de llevar una vida «tranquila y sosegada» debe motivarnos a cumplir la voluntad de Dios: que todos los seres humanos se salven y conozcan la verdad. Para lograrlo, ¡tenemos que predicar la buena nueva de la salvación!
Las condiciones para predicar el Evangelio son más favorables en una situación de paz que cuando hay prohibiciones o guerra. Por eso, si tenemos ocasión de vivir en un clima sereno, seamos conscientes de nuestra responsabilidad, y tomemos a pecho las oportunidades de hablar del Señor Jesús. Si nos encontramos con la indiferencia, el desprecio o la burla, no nos desanimemos, sino persigamos la voluntad de Dios con gozo y perseverancia; ¡tenemos asegurada su aprobación y su bendición!
2 - Estar predispuestos a la paz
«Y la paz de Cristo, a la cual fuisteis llamados en un solo cuerpo, gobierne en vuestros corazones» (Col. 3:12-15).
Como creyentes, formamos un solo Cuerpo (el Cuerpo de Cristo), y somos miembros los unos de los otros (Efe. 4:25). Esta ilustración pone de relieve los principios de unidad (un solo Cuerpo) y unión (miembros unidos entre sí).
Para que esto se haga visible en nuestra vida cristiana, es necesario que la paz de Cristo presida (en el sentido de gobernar, dirigir) en nuestros corazones. En efecto, la armonía y la unidad –que evoca el cuerpo– solo pueden alcanzarse cuando hay paz.
Esta predisposición no se adquiere por nuestros propios esfuerzos; se implanta en nosotros cuando caminamos por el Espíritu, viviendo en dependencia y temor del Señor.
Cuando la paz reina en nuestro corazón, influye positivamente en nuestras relaciones mutuas y en el funcionamiento del Cuerpo.
Apliquémonos a este ejercicio personal para que el buen funcionamiento del Cuerpo glorifique a Cristo, la Cabeza.
3 - Estar en paz unos con otros
«Os rogamos, hermanos, que apreciéis a los que trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor, y os amonestan; y que los estiméis altamente en amor, a causa de la obra de ellos. Vivid en paz entre vosotros. Hermanos, os exhortamos: amonestad a los desordenados, animad a los desanimados, sostened a los débiles, tened paciencia con todos. Mirad que nadie devuelva mal por mal; pero seguid siempre lo que es bueno entre vosotros, y para con todos» (1 Tes. 5:12-15).
Esta Carta a los Tesalonicenses contiene instrucciones para nuestra vida cristiana en relación con el próximo regreso del Señor Jesús (servir al Dios vivo, amarnos unos a otros, mantenernos puros…).
Los versículos citados se refieren a nuestras relaciones mutuas. Estas exhortaciones prácticas se aplican, en particular, a las relaciones entre creyentes en una asamblea local.
Por una parte, hemos de conocer, someternos y tener en alta estima a los que están a la cabeza entre nosotros, nuestros líderes (Hebr. 13:17), que a su vez han de desempeñar su servicio «en el Señor».
Por otra parte, cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de velar para que caminemos juntos como es debido, ayudándonos y animándonos mutuamente con paciencia.
4 - Perseguir la paz
«Seguid la paz para con todos, y la santidad» (Hebr. 12:14).
«Persigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que invocan al Señor con un corazón puro; pero evita las preguntas necias e insensatas, sabiendo que conducen a disputas» (2 Tim. 2:22).
Perseguir significa buscar con sinceridad, así como correr rápidamente para atrapar algo; esta acción implica energía y perseverancia.
La paz entre nosotros no es innata, ni definitiva. Al contrario: es frágil e inestable, a causa de la carne en nosotros. A menudo, son las pequeñas cosas, aparentemente insignificantes, las que empiezan a poner en peligro esta paz: pensamientos diferentes sobre un tema sin importancia, una palabra un poco cortante, una actitud incómoda… si estas cosas no se tratan y se perdonan, pueden dar lugar a una amargura que se va arraigando poco a poco, ¡y que luego desemboca en animosidad, discordia y peleas! Dios lo ilustra con las pequeñas zorras que asolan los viñedos (Cant. 2:15).
Por eso se nos pide que busquemos la paz: pongamos toda nuestra energía en mantener la paz entre nosotros, en santidad y verdad.
Para lograrlo, debemos permanecer cerca del Señor. En su comunión experimentaremos su amor, su gracia y su apoyo, que tanto necesitamos para buscar la paz entre nosotros.
5 - Buscar la paz
«Sigamos lo que conduce a la paz y a la mutua edificación. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida… Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tropieza tu hermano» (Rom. 14:19-21).
Hablamos aquí de la paz en relación con la libertad cristiana. Emancipados (liberados) del poder del pecado, estamos llamados a conocer y vivir plenamente, por el Espíritu, la libertad en la que Cristo nos ha colocado (Gál. 5:1).
Esta libertad, sin embargo, no consiste en hacer lo que queramos, sino en actuar según las enseñanzas que entendemos de la Palabra de Dios. La libertad cristiana es un ejercicio personal de piedad, de conciencia y de fe, en el que cada uno debe discernir lo que es libre de hacer ante Dios. [1]
[1] Vean también el párrafo siguiente “Amando a nuestro prójimo”.
La libertad cristiana, sin embargo, está vinculada a la paz. Para explicarlo, el apóstol Pablo utiliza el ejemplo de la comida.
En aquella época, los paganos utilizaban a menudo la carne para sus cultos idolátricos, y las bebidas alcohólicas llevaban a muchos excesos. Por eso, muchos de los creyentes de origen pagano de Roma no se sentían cómodos comiendo carne o bebiendo vino; en cambio, otros creyentes eran completamente libres en este sentido. Entre los hijos de Dios, por tanto, había diferentes conciencias sobre los mismos temas.
Dios nos enseña entonces los principios según los cuales ha de realizarse la libertad cristiana: el amor a Dios y el amor al prójimo.
- Amando a Dios, buscaremos agradarle y ser aprobados por él en nuestra vida cristiana: en nuestras decisiones, en nuestras acciones, en nuestra actitud y comportamiento. El Espíritu Santo nos mostrará lo que somos libres de hacer y lo que no.
- Amando a nuestro prójimo, actuaremos hacia él con vistas a la paz. Por amor a él, nos abstendremos, so pretexto de nuestra propia libertad, de hacer nada que pueda molestarle, ofenderle o llevarle a actuar donde no es libre (lo cual es pecado). El amor nos lleva, pues, a «adaptar» nuestra libertad personal (que tenemos ante el Señor) a la del prójimo, y no al revés.
Pidamos a Dios que nos ayude a poner esto en práctica.
6 - Procurar la paz
«Bienaventurados los que procuran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mat. 5:9).
«El fruto de la justicia se siembra en paz los que procuran paz» (Sant. 3:18).
Procurar la paz significa “actuar para llevar la paz en las relaciones fraternas”.
Caminando en el Espíritu, estaremos guardados en paz (Gál. 5:22).
Por desgracia, todavía tenemos la carne en nosotros. Si los agravios no se arreglan a medida que surgen (pecados, malentendidos, reproches o palabras hirientes, actitudes y comportamientos inadecuados), pueden producirse heridas. Con el tiempo, la desconfianza, la amargura y el resentimiento se instalan. El Espíritu Santo se entristece y, en el contexto de la vida local de la asamblea, esto puede notarse en la contención, la falta de alimento espiritual, así como en abandonos o abstenciones.
Para recuperar la paz según Dios, es necesario resolver la situación. Sin embargo, en estos casos, es una tarea difícil, porque, al tratarse de cosas generalmente antiguas, implica llegar a la raíz del problema, sacar a la luz lo oculto; no obstante, esta es la condición para la confesión, el perdón y la reconciliación.
Nuestro orgullo personal puede ser un obstáculo para el soporte o el perdón. A veces también nos falta valor para hablar con el ofendido o el ofensor.
Es entonces precioso cuando un tercero (hermano o hermana) se siente impulsado a intervenir como pacificador (este es el sentido de la expresión «procurar la paz») en el asunto. Este servicio discreto requiere una sabiduría especial en la dependencia de Dios y en el juicio de sí mismo. ¡Qué gloria para el Señor y qué gozo para los creyentes cuando se restablece la paz!
Estos pacificadores son bienaventurados, se les llama «hijos de Dios», porque han manifestado el carácter de Aquel que es el Dios bendito y el Dios de la paz.
7 - Vivir en paz
«Procuras lo honroso delante de todos los hombres. Si es posible, en lo que depende de vosotros, vivid en paz con todos los hombres» (Rom. 12:17-18).
«Consolaos, pues, los unos a los otros con estas palabras» (1 Tes. 4:18).
Hablamos aquí de nuestra actitud y comportamiento en relación con nuestro entorno social y el mundo en general.
Como creyentes, somos extranjeros en la tierra y no tenemos ninguna función que desempeñar en la mejora de la sociedad. Sin embargo, seguimos en este mundo y estamos llamados a vivir en él como testigos.
Por eso se nos exhorta a hacer todo lo que esté en nuestras manos y dentro de nuestra propia responsabilidad para que nuestras relaciones con quienes nos rodean sean pacíficas: nuestros vecinos, nuestros colegas, nuestros superiores, etc.
En los aspectos prácticos, por ejemplo, estando disponibles para ayudar, haciendo nuestro trabajo con seriedad y fiabilidad… podemos contribuir a mantener un clima de paz en nuestro alrededor.
Demos gracias al Señor cuando tengamos buenas relaciones con los que nos rodean, y aprovechemos estas oportunidades para ser testigos.
8 - Resumen
Estos pasajes muestran cómo podemos caminar en paz.
- Es necesario orar por la paz, ya sea por la Asamblea de Dios o por nuestras autoridades.
- La predisposición de todos a la paz es una condición para que el Cuerpo de Cristo funcione correctamente.
- Se nos exhorta a estar en paz unos con otros, lo que nos permite caminar juntos en sumisión unos a otros, animándonos mutuamente.
- Se nos exhorta a buscar la paz, lo que requiere energía y perseverancia, así como amor, sustento y paciencia.
- Como parte de la realización de la libertad cristiana, se nos invita a luchar por la paz.
- A través de los que procuran la paz, se puede redescubrir el gozo, la comunión y la libertad del Espíritu.
- Por último, como testigos en la tierra, estamos llamados a vivir en paz con quienes nos rodean.
Pidamos al Señor que nos ayude a poner en práctica estas exhortaciones, para su gloria y nuestra bendición.