El Dios de paz


person Autor: Sylvain BERNEY 2

flag Tema: El paz: El Dios de paz, la paz interior del creyente, la paz entre los creyentes


Como creyentes, tenemos el privilegio de conocer a Dios como el «Dios de paz». Este calificativo, mencionado varias veces en la Palabra, siempre está vinculado a algún aspecto de nuestra conducta cristiana, ya sea individual o colectivamente.

«En fin, hermanos, alegraos, buscad vuestra perfección, consolaos, tened un mismo sentir, vivid en paz. Y el Dios del amor y de paz estará con vosotros» (2 Cor. 13:11).

1 - Regocíjense

Nuestra vida en la tierra, como cristianos, no suele ser fácil y podría llevarnos al desánimo. Por eso estamos exhortados a regocijarnos. Este regocijo, es el gozo del Señor, aquel en el Señor, que brota de nuestra comunión con Dios. Este gozo es profundo y duradero, es independiente de las circunstancias en las que vivimos. Forma parte del fruto del Espíritu, y lo alcanzaremos caminando en el Espíritu.

PerfecciónenseAquí, perfeccionar significa “poner en orden, arreglar, completar”, en el sentido de hacer de alguien lo que debe ser. Este verbo se aplica al progreso en el camino cristiano: se nos ordena crecer espiritualmente para llegar a ser hombres hechos (es decir, maduros en la fe o perfectos –Hebr. 6:1). Es Dios quien nos da lo necesario para nuestro crecimiento espiritual por medio de su Palabra, así como por las circunstancias que él permite.

2 - Sean consolados

El gozo en el Señor no significa ausencia de pena. Mientras estamos en la tierra, pasamos por experiencias a menudo difíciles, que afectan al cuerpo, al alma y al espíritu. ¡Qué motivo de gratitud saber que nuestro Dios es el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo, el único capaz de consolarnos, sean cuales sean nuestras penas! Por eso se nos invita a buscar en él aliento y consuelo.

3 - Tened un mismo sentimiento

Tener un mismo sentimiento significa tener la misma comprensión, el mismo interés por la misma cosa; esto concierne, pues, a nuestras relaciones mutuas.

¡Cuántas veces el egoísmo y el orgullo son causa de divergencias entre los creyentes, que pueden conducir a la discordia e incluso a la ruptura de las relaciones! Por eso se nos exhorta a sentir lo mismo en Cristo Jesús; la condición para ello es permanecer cerca de él, en su comunión.

4 - Vivid en paz

Esta expresión «vivir en paz» es general; se aplica tanto a la experiencia de paz en el corazón como a la búsqueda de paz en las relaciones. Estamos animados a vivir nuestra vida cotidiana llevando las características del reino de Dios, que es «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom. 14:17).

Para poder vivir en paz, necesitamos, una vez más, depender del Señor Jesús; es él quien nos da su paz (Juan 14:27).

Estando apegados al Señor Jesús, podemos llevar a cabo estas 5 exhortaciones; como resultado, experimentaremos la presencia del Dios del amor y de paz con nosotros. ¡Qué certeza tan alentadora!

«Hermanos, todo lo verdadero, todo lo honroso, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna otra virtud, si hay alguna otra cosa digna de alabanza, pensad en esto. Lo que habéis aprendido, y recibido, y oído, y visto en mí, hacedlo; y el Dios de paz estará con vosotros» (Fil. 4:8-9).

Estamos exhortados a ocupar nuestra mente con cosas buenas, cuyas cualidades se enumeran en este versículo.

5 - Las cosas verdaderas

Esta primera cualidad –las cosas verdaderas– es el fundamento de todas las demás. En este mundo, estamos constantemente expuestos a una avalancha de información falsa y contradictoria. Si no tenemos cuidado, no solo podemos dar por verdaderas esas cosas falsas, sino que, sin saberlo, contribuimos a propagarlas.

Por eso, ante todo, vigilaremos nuestros pensamientos leyendo y meditando la Biblia, la Palabra de Dios, que es la verdad. Por este medio, Dios obra, formando en nosotros un juicio espiritual, una conciencia aguzada que nos permite identificar lo que es verdadero de lo que no lo es.

6 - Las cosas venerables

Una cosa venerable es algo respetable y noble. Jesucristo es, por excelencia, el «hombre de noble linaje» que hizo cosas nobles (Lucas 19:12; Is. 32:8).

Por eso se nos invita a ocupar nuestros pensamientos en él y en su obra.

Pero también se nos exhorta a hacer cosas venerables: procuremos honrar y adorar a Dios y abandonemos lo que ocupa su lugar en nuestra vida (los ídolos).

7 - Las cosas justas

Esta cualidad se refiere a la justicia práctica; las buenas acciones forman parte de ella, al igual que la honradez y la rectitud.

Esta cualidad moral puede comprenderse y ponerse en práctica desde una edad temprana: ¡obedecer a los padres significa hacer lo que es justo!

8 - Las cosas puras

Las cosas puras están relacionadas con la santidad y la separación del mal. Dios es santo; sus ojos son demasiado puros para ver el mal, y esta cualidad debería caracterizarnos también a nosotros. En este sentido, la Palabra de Dios tiene un efecto santificador en nosotros (Efe. 5:26).

Mientras vivamos en la tierra, estaremos en un entorno moral perverso y contaminado, en el que podemos caer fácilmente si no tenemos cuidado. El mundo de Internet es especialmente peligroso en este sentido, por lo que orar antes de utilizar herramientas digitales es probablemente lo mejor que podemos hacer.

9 - Las cosas amables

Las cosas amables son las que agradan y complacen a Dios. Esto se aplica sobre todo a Jesucristo, el Hijo amado de Dios, que debe llenar nuestros pensamientos y corazones. Pero también la Asamblea de Dios (o la Iglesia), que está formada por todos los que han creído en el Señor Jesús, tiene este carácter: «¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!» (Sal. 84:1).

Cuando nuestro pensamiento está ocupado por el amor de Cristo a su Iglesia, nos motiva a dar especial importancia a la vida de la Asamblea de Dios, en sus múltiples formas (oración, reuniones, hospitalidad, atención pastoral, edificación de los creyentes, visitas a los creyentes ancianos, etc.).

10 - Las cosas de buena reputación

La buena fama es la reputación positiva de algo o de alguien. Su efecto puede compararse al de un imán que atrae, o al de una fuente de calor que aporta bienestar a quienes la rodean.

Por supuesto, esto nos trae a la mente al Señor Jesús, cuya fama es incomparable. Él atrae hacia sí los corazones y ofrece la paz del corazón. Una vez más, se nos invita a centrar en él nuestros pensamientos.

Pero toda la creación, que da testimonio de la grandeza de Dios, se cuenta también entre las cosas de buena fama, y sus múltiples facetas son dignas de interés: animales, plantas, astronomía, geología… Así pues, los paseos por la naturaleza son buenos para el cuerpo y ofrecen ocasiones para alabar al gran Dios Creador.

Ocupando nuestro pensamiento en estas cosas buenas y practicándolas, contamos con la aprobación y la bendición del Dios de paz, que está con nosotros.

«Y el Dios de paz, que en virtud de la sangre del pacto eterno levantó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, os perfeccione en todo lo bueno para que hagáis su voluntad, obrando en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo» (Hebr. 13:20-21).

11 - Lo que el Dios de paz hizo por su Hijo

Dios resucitó a Jesús, el gran pastor de las ovejas, que subió al cielo en virtud del valor de su propia sangre, es decir, con la prueba de su muerte como garantía de salvación eterna para todo el que crea. Su obra perfecta se extiende a toda la humanidad: ¡quien cree en él queda perdonado de sus pecados!

12 - Lo que el Dios de paz hace por los creyentes

Después de liberarnos del poder del diablo, Dios nos llevó a él dándonos la vida eterna. Nos capacita para hacer su voluntad, es decir, para caminar en las buenas obras que nos ha preparado.

13 - Lo que el Dios de paz hace en los creyentes

Dios hace en nosotros lo que le agrada.

Como un alfarero que, con su mano, trabaja simultáneamente en el exterior y en el interior de la masa de arcilla para hacer una vasija, Dios nos forma actuando a través de las circunstancias externas, así como a través del trabajo interior.

Como un orfebre que calienta los metales preciosos a una temperatura muy alta para eliminar las impurezas, Dios también se sirve de las pruebas para purificarnos cuando lo considera necesario.Sepamos, pues, discernir la voluntad de Dios, el Dios de paz, para cumplirla, y aceptemos estar formados para su gloria.

«El mismo Dios de la paz os santifique por completo; y todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5:23)

La santificación (o separación) es la acción espiritual por la cual alguien está sacado de un ambiente moral contaminado y llevado a uno puro. Es la separación del mal.

En nuestra conversión, Dios nos salvó, nos purificó y nos apartó para él (o nos santificó) dándonos la vida eterna. Esta posición bendita y eterna se adquiere de una vez para siempre; no se puede alterar ni anular.

Sin embargo, mientras estemos en la tierra, necesitamos estar continuamente santificados, es decir, separados del mal. En efecto, no solo tenemos la carne en nosotros (es decir, el principio del mal, nuestras malas inclinaciones naturales, etc.), que nos hace cometer pecados, sino que estamos en un mundo dirigido por Satanás, que trata de atraernos con las concupiscencias.

Por eso necesitamos estar guardados en santidad práctica, es decir, separados del mal; esta es la condición para experimentar la comunión con Dios.

Es Dios, el Dios de paz, quien hace esta santificación. ¡Qué gracia es saber que lo hace por «completo»; por su parte, no falta nada!

Por nuestra parte, estamos exhortados a mantener todo nuestro ser separado del mal: nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo.

  • Nuestro espíritu es la sede de nuestros pensamientos y facultades intelectuales. Pidamos a Dios que nos ayude a ocupar nuestros pensamientos en cosas buenas y que nos preserve de la soberbia de la vida.
  • El alma es la sede de los sentimientos y afectos, a menudo iniciados por los ojos. Pidamos a Dios que nos ayude a hacer «un pacto con nuestros ojos» (vean Job 31:1) y nos preserve de la concupiscencia de los ojos.
  • Finalmente, nuestro cuerpo, la envoltura física que contiene el espíritu y el alma, es el templo del Espíritu Santo. Pidamos a Dios que nos ayude a cuidarlo y nos guarde de los deseos de la carne.

14 - Busquemos, pues, la ayuda de Dios para vivir a su honor

«El Dios de la paz quebrantará en breve a Satanás bajo vuestros pies. [La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.]» (Rom. 16:20).

Mediante la obra del Señor Jesús en la cruz, Satanás ha sido derrotado: su poder ha sido destruido. Sin embargo, sigue activo y trata de hacernos daño mientras estamos en la tierra.

Él no puede quitarnos nuestra salvación, pero trabaja para quitarnos la apreciación de nuestras bendiciones celestiales, y causa problemas. La carne en nosotros (es decir, nuestra tendencia natural a pecar) es, por desgracia, a menudo uno de los medios que Satanás utiliza para actuar.

Jesucristo vendrá pronto para arrebatarnos y llevarnos para siempre con él al cielo, un lugar de amor, paz y gozo eternos. Entonces ya no tendremos que luchar, y seremos definitivamente liberados de la carne, y también del diablo, ese enemigo de siempre.

Después de la gran tribulación y del reinado de 1.000 años del Señor Jesús en la tierra, el Dios de paz quebrantará a Satanás arrojándolo al lago de fuego y azufre.

Con esto en mente, ¡animémonos a velar y luchar, fortaleciéndonos en el Señor!

«Porque Dios no es Dios de desorden, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos» (1 Cor. 14:33)

El Dios de paz está presentado aquí en relación con el orden y la corrección necesarios en las reuniones de las asambleas.

Al principio de la historia de la Iglesia, Dios había dado a los creyentes la capacidad de hablar lenguas extranjeras, que antes no habían aprendido. De este modo, el Evangelio –«las grandes obras de Dios» (Hec. 2:11)– podía ser comprendido y recibido por otros pueblos, lo que no había sucedido antes. Sin embargo, este don de lenguas, que estaba en uso en la época en que Pablo escribió su Primera Epístola a los Corintios, estaba siendo utilizado de manera inapropiada. Pablo insiste en la necesidad de que todas las cosas se hagan correctamente, en orden, para la edificación.

Cuando estamos reunidos en asamblea, es decir, reclamando la presencia del Señor Jesús, recordemos que estamos ante Dios, estamos en su Casa. ¡Qué temor, qué decoro, qué actitud debe caracterizarnos! No se trata solo del aspecto personal exterior (vestido y comportamiento) o interior (estado del corazón y pensamientos), sino también de la conducta práctica en las reuniones.

Por tanto, todo ejercicio de un don, toda acción, todo servicio práctico debe realizarse en dependencia de Dios, sin prisas, con vistas a la edificación de los creyentes.

El incrédulo que entra en una sala de reuniones debe ser recibido con la solemnidad y el respeto de la presencia de Dios, el Dios de paz.

Que el Señor nos conceda experimentar esto más plenamente cuando estamos reunidos en su presencia.

«Y el Dios de paz sea con todos vosotros. Amén» (Rom. 15:33).

Este deseo del apóstol Pablo es uno de los 3 que expresa en este capítulo, cada uno de los cuales pone de relieve un carácter de Dios.

  • «Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros, según Cristo Jesús» (Rom. 15:5).

Tener el mismo sentimiento entre nosotros implica paciencia, pero también animarnos unos a otros a avanzar juntos, teniendo el mismo pensamiento. Es el Dios de paciencia y de consuelo quien puede producir esto.

  • «Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza, por el poder del Espíritu Santo» (Rom. 15:13).

Nuestra esperanza cristiana solo puede ser verdaderamente motivadora si nuestros corazones están gozosos y en paz; es el Dios de esperanza quien puede hacer esta obra en nuestros corazones.

  • «Y el Dios de paz sea con todos vosotros» (Rom. 15: 33).

Por último, sirviendo y luchando en medio de un mundo agitado, necesitamos, como creyentes, experimentar la paz, no solo la del corazón, sino entre nosotros mismos. Es Dios, el Dios de paz, quien puede asegurarla con su presencia.

Busquemos a experimentar también estas promesas.