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Errores en la interpretación de las Escrituras


person Autor: Bible Treasury 3

flag Temas: Errores de interpretación El cristiano y la Palabra de Dios Los últimos días, la última hora del actual periodo de la gracia


Esta presentación se basa en el artículo “La interpretación de las Escrituras”: “Bible Treasury”, Vol 14, 1882.

«Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia. Porque jamás la profecía fue traída por voluntad del hombre, sino que hombres de Dios hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:20-21).

«Persevera en lo que aprendiste y fuiste persuadido, sabiendo de quién lo aprendiste» (2 Tim. 3:14). Ante la Palabra de Dios, las personas pueden adoptar diferentes actitudes. En este artículo, hemos identificado 3 peligros comunes: la crítica, el escepticismo y el fanatismo.

1 - La crítica

Los que critican la Biblia suelen encontrarse entre los incrédulos.

Tales hombres no son consecuentes de que la inteligencia humana es muy limitada, aunque pueda ser muy grande; ¡ni son conscientes de que la Biblia es un libro divino, el libro de nuestro Creador! «Toda la Escritura está inspirada por Dios» (2 Tim. 3:16).

Permitirse criticar la Biblia es un acto de orgullo desmedido. El hombre se permite decidir lo que está bien o mal en lo que Dios ha escrito. Para ello, se apoya en “sus conocimientos” o más bien en “su ignorancia”, en la ciencia, la arqueología, etc. En general, tratará de eliminar todo lo que aguijone su conciencia, todo lo que considere “anticuado”, todo lo que vaya contra la corriente general. Al hacerlo, el hombre se coloca por encima de Dios, por encima de su Creador ¡Qué locura!

«¿¡Oh hombre!, ¿quién eres tú que replicas contra Dios?» (Rom. 9:20).

2 - El escepticismo

El escepticismo afirma que el hombre no puede alcanzar al conocimiento de la verdad, que no existe una verdad absoluta, que es relativa, que cada uno tiene su propia verdad. Pone en duda toda doctrina religiosa, toda verdad. El escéptico se limita a leer y observar (en el sentido etimológico de la palabra), sin sacar ninguna conclusión; no tiene convicción.

Algunos escépticos temen tener convicciones porque se sienten ofendidos por las falsas doctrinas insostenibles e ilusorias que ven en unos u otros, y no quieren ser culpables de los mismos errores. Es cierto que ciertas opiniones no provienen del discernimiento espiritual, sino de suposiciones irreflexivas y apresuradas; o de algún defecto de razonamiento, de facultades mentales particulares, de un maestro favorito que las defiende, ¡o simplemente porque ellas nos agradan!

3 - El fanatismo

A diferencia del escéptico, el fanático se caracteriza por el absolutismo y la tiranía de sus convicciones. Para imponer sus creencias a los demás, o simplemente para convencerse de ellas, tratará de respaldar sus propias certezas con las Escrituras para darles autoridad.

¡Hemos visto, y seguimos viendo, las teorías más absurdas y las doctrinas más escandalosas investidas con la autoridad de las Escrituras por quienes las sostienen!

Todos podemos tener ideas preconcebidas; hay varias razones para ello. Pueden deberse a las limitaciones de la mente humana o simplemente a un principio mal entendido. El peligro es de querer revestir nuestras ideas con la autoridad de la Biblia para tener sanción. Ni que decir tiene que el error no está en considerar la Palabra de Dios como la norma única y divina a la que referirse –ella es verdad (Juan 17:17)–, sino en pretender apoyar con ella teorías falsas. Este mal no es peculiar de una secta eclesiástica o de una clase de personas. Se puede encontrar en personas sensatas y piadosas. Por otra parte, los cristianos aparentemente menos celosos pueden no tener tales defectos, normalmente porque desconfían de sí mismos o están motivados por un sentido común sencillo y sobrio.

Nadie es inmune a esta trampa, ni siquiera el hombre más ilustrado. Todos tenemos nuestras inclinaciones particulares. En los asuntos sagrados, como en los profanos, las mentes de los hombres tienden a seguir sus inclinaciones naturales, como surcos profundos.

Del mismo modo que una vista deficiente no puede ver otra cosa que lo que mira directamente, así, al considerar pasajes de la Escritura para su interpretación, si no tenemos en cuenta el contexto del pasaje, las circunstancias particulares de tiempo y lugar, y las personas a las que se dirigen esos pasajes, es obvio que podremos hacer decir lo que queramos a cualquier pasaje de la Biblia sacado de contexto. Es necesario tener una mente equilibrada y reflexiva, especialmente en los asuntos divinos.

4 - Las convicciones

El cristiano que presenta una teoría sobre la Escritura sin estar sometido al Espíritu de Dios no está, obvia o necesariamente, tratando de luchar contra ella, pero no ha terminado consigo mismo. Todavía tiene cierta confianza en sus propias capacidades y, si no es humilde, construirá sus propias teorías personales. Reconocemos la autoridad suprema de la Palabra de Dios, pero, sin una dependencia humilde, podemos ir a la deriva en un mar de errores. Incluso podemos acabar torciendo «las demás Escrituras, para su propia destrucción» (comp. 2 Pe. 3:16).

Por supuesto, es correcto y apropiado que tengamos firmes convicciones devocionales pues, en realidad no las tenemos como meras opiniones, sino que deseamos tener la mente de Cristo. Si son meramente nuestras propias opiniones, cuanto antes las abandonemos, mejor será. Pero asegurémonos de que tenemos la interpretación correcta de la Escritura, o al menos una interpretación equilibrada, porque un pasaje puede tener varios lados. Además, la Escritura es interpretada por la Escritura: «Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia» (2 Pe. 1:20). No se interpreta con “elementos humanos”.

Mirando a Dios, esta cuestión no es tan difícil. Tenemos la «mente de Cristo» (1 Cor. 2:16), como todo verdadero cristiano. Puede que un cristiano no perciba todo con finura y no siempre juzgue con delicadeza, pero si es lo suficientemente sencillo y dependiente, puede conocer o discernir la mente de Dios. La actitud confiada de un niño pequeño es la que nos conviene en presencia de Dios para considerar y comprender su Palabra.

El discernimiento espiritual es esencial para recortar rectamente en la Escritura. Es el Espíritu quien escruta las cosas profundas de Dios; y para ser guiados por el Espíritu, es necesario tener una mirada sencilla hacia Cristo, ejercitar el juicio propio y ser oradores, humildes y modestos. Pero ¿no es a menudo nuestro ojo “doble”: un poco de Cristo, un poco del mundo? ¿La oración precede siempre a nuestras meditaciones y a las conclusiones que sacamos de ellas, o a veces solo viene después (si es que recurrimos)? Y la humildad, que desaparece en cuanto nos miramos a nosotros mismos, ¿nos caracteriza realmente?

La Biblia es el único libro que ha sido sometido a tales planteamientos por parte de los hombres. Cual sea el motivo, se trata de un homenaje indirecto a la Biblia. Tanto el crítico que quiere someterla a su miserable análisis, como el escéptico que siente su poder, como el cristiano bien intencionado que intenta reforzar sus falsas teorías revistiéndolas de su autoridad, le rinden tributo. Algunos lo hacen a pesar suyo, otros erróneamente, otros deliberadamente, pero el hecho de que se le oponga particularmente o se utilice como referencia demuestra que los hombres consideran este Libro como un libro aparte. ¿No es esto un homenaje, aunque sea involuntario?