Siete razones por las que caemos


person Autor: Bruce ANSTEY 8

flag Tema: Los peligros de la vida cristiana


El Nuevo Testamento nos habla de una serie de razones por las que los cristianos caen. Me gustaría dedicar unos momentos a repasarlas, anotar las causas y, espero, extraer una lección de ellas. La mayoría de las caídas espirituales en el camino cristiano pueden ser atribuidas a una o varias de estas siete razones.

1 - Falta de ejercicio

Veamos primero 2 Pedro 1:5-10: «Por esto mismo también vosotros poned todo empeño, y añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal, amor. Si estas cosas están en vosotros y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Porque aquel en quien no están presentes estas cosas está ciego, tiene corta la vista, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, poned el mayor empeño en asegurar vuestro llamamiento y elección; porque haciendo estas cosas no tropezaréis jamás».

No pretendo repasar este pasaje versículo a versículo, sino simplemente resumirlo diciendo que es una exhortación a seguir en el camino de la fe. Pedro menciona una serie de cosas que debemos añadir a nuestra fe, y luego dice enfáticamente: «Haciendo estas cosas no tropezaréis jamás». Ahora bien, si esto es cierto, también lo es lo contrario. Si no hacemos estas cosas, caeremos. Así que es muy sencillo: si no avanzamos, retrocederemos. El estado del cristiano nunca es estático. Nos movemos hacia adelante o hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo.

Es un hecho: los que caen en el camino de la fe son a menudo los que no han hecho mucho progreso en sus almas, al principio. Un día, un niño se cayó de la cama en medio de la noche. Sus padres oyeron el golpe y entraron corriendo en su habitación para preguntar qué había pasado. Mientras se sentaba en el suelo, dijo con voz aturdida: “Estaba demasiado cerca del borde por el que se sube”. Este es el mismo problema de muchos cristianos, incluidos nosotros mismos. Somos salvos y contentos de saber que hemos sido liberados de la perdición eterna, pero, es triste decirlo, muchos de nosotros nos contentamos con eso y no vamos más allá en nuestras almas. Si nos quedamos demasiado cerca de donde hemos empezado moralmente en el camino cristiano, podríamos acabar cayendo.

Pedro nos recuerda que el Señor ha previsto a todo para nosotros en el camino cristiano. Él «nos ha dado todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad» (v. 3). Y también «nos ha dado grandes y preciosas promesas» (v. 4). Una es para equiparnos y la otra para animarnos. Luego, en el versículo 5, dice que nosotros también debemos dar algo: «Poned todo empeño, y añadid a vuestra fe…», y enumera una serie de cualidades morales que deberíamos esforzarnos por tener en nuestras vidas. El gran resultado es que, si “unimos” estas cosas a nuestra vida y haremos progresos espirituales, «no tropezaremos jamás».

Roboam es un ejemplo de este fracaso. Se dice: «Hizo lo malo, porque no dispuso su corazón para buscar a Jehová» (2 Crón. 12:14). Esto demuestra que no se puede permanecer neutral en las cosas de Dios y esperar lo mejor. No funciona así. Si no avanzamos, retrocederemos. Queridos amigos, ¿se están aplicando en las cosas de Dios? Si no lo hacen, sus pies pueden resbalar fuera del camino.

2 - Ser influenciado por hombres sin principios – por el contacto con ellos

Volviendo al capítulo 3 de esta misma epístola: «Vosotros, pues, amados, conociéndolo de antemano, guardaos; no sea que, arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra propia firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad» (2 Pe. 3:17-18).

Esta es otra de las razones por las que fracasamos. Aquí Pedro nos advierte del peligro de frecuentar a personas “sin principios”. Los hombres sin principios son personas que no tienen ningún ejercicio real en el camino de la fe. Viven con poca o ninguna consideración por los principios bíblicos. Si la Palabra de Dios dice esto o aquello sobre un tema, no tienen ningún reparo en ignorarlo si les conviene. No necesito decirles que hay “hombres sin principios” en todo el mundo cristiano. No hay que ir muy lejos para encontrarlos. Por lo que sé, ¡podría haber algunos de los que leen esto hoy!

Pedro nos advierte de que no entremos en contacto con tales personas, pues sus costumbres seguramente se nos pegarán y “caeremos” de nuestra propia «firmeza». Lo que nos dice aquí, es que nuestro entorno nos afecta. Si se trata de un entorno negativo, tendrá un efecto negativo en nosotros. Sé que algunos cristianos piensan que pueden frecuentar personas sin principios sin que les afecten. Pero esto es hacer prueba de una increíble ingenuidad. Pensar así es decir que somos más sabios que la Palabra de Dios. La Biblia enseña claramente que «las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Cor. 15:33). También dice que los malos compañeros pueden hacernos caer. En los Proverbios, se nos dice: «No entres por la vereda de los impíos, ni vayas por el camino de los malos. Déjala, no pases por ella; apártate de ella, pasa. Porque no duermen ellos si no han hecho mal, y pierden el sueño si no han hecho caer a alguno» (Prov. 4:14-16). Así que, por regla general, debemos alejarnos de los hombres sin principios.

Esas personas nunca os ayudarán en vuestra vida cristiana. El peligro de que os arrastren a las cosas en las que están involucrados es muy real. Este principio está claramente expuesto en Hageo 2:11-13: «Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Pregunta ahora a los sacerdotes acerca de la ley, diciendo: Si alguno llevare carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o vianda, o vino, o aceite, o cualquier otra comida, ¿será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron: No. Y dijo Hageo: Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de estas, ¿será inmunda? Y respondieron los sacerdotes, y dijeron: Inmunda será». Consideremos este pasaje por un momento, pues ilustra lo que estoy diciendo.

Hageo fue enviado por Jehová para probar a los sacerdotes en ciertos principios de santidad. Les hizo una primera pregunta: si uno de ellos llevaba algo sagrado y entraba en contacto con algo común, ¿haría eso que lo común fuera sagrado? Los sacerdotes respondieron “no”. Y tenían razón. Luego les hizo una segunda pregunta: si una persona impura tocara una de las cosas santas de Jehová, ¿se volverían impuras esas cosas santas por el contacto con lo que es impuro? Una vez más, los sacerdotes tenían razón al decir que estas cosas sagradas se convertirían en «impuras».

La lección de la primera pregunta es que lo que es santo no puede purificar lo que es impuro por asociación con él. La lección de la segunda pregunta es que lo que es impuro contamina lo que es puro por asociación con él. Estas son dos lecciones muy importantes.

Muchos jóvenes han pensado que podrían asociarse con personas que caminan por senderos de iniquidad, y que su contacto con ellas tendría una influencia positiva en ellas y las sacaría de su camino. Pero esto no funciona. La lección de la primera pregunta de Hageo es que no podemos transmitir nuestra santidad a alguien que camina en la injusticia, frecuentándolo.

Además, algunas personas piensan que incluso si no pueden ser una ayuda positiva para estas personas, pueden seguir frecuentándolas y no verse afectadas personalmente. Pero, de nuevo, esto no es cierto. La segunda pregunta de Hageo nos enseña que solo vamos a comprometer nuestra santidad y a contaminarnos con esa asociación. Pedro dice que «caeremos» de nuestra propia «firmeza» y seremos conducidos a los caminos de iniquidad.

La conclusión de estas dos preguntas es la siguiente: las personas que caminan en un camino de injusticia no pueden ser sacadas de ese camino por nuestra asociación con ellas –lo único que sucede es que somos llevados a su nivel. Este es un pensamiento que debe hacernos reflexionar. Significa que debemos tener cuidado por dónde caminamos y con quién lo hacemos. Por eso Pablo dice: «Mirad, pues, con diligencia cómo andáis; no como necios, sino como sabios» (Efe. 5:15). La verdad es que la asociación con el mal mancilla. Puede que haya algunos de los que leen esto que no les guste oír estas cosas porque quieren andar en compañía de personas que no van con el Señor, pero eso no cambia el hecho. Recuerde, que no somos más sabios que la Palabra de Dios.

3 - Confianza en sí mismo

Pasemos a otra razón por la que los cristianos caen. «Por tanto, el que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:12). En este pasaje, el apóstol Pablo nos advierte sobre el peligro de la autoconfianza. Es algo con lo que cada uno debe tener cuidado. Nuestro corazón es engañoso; normalmente no somos conscientes de la falsa confianza que podemos tener. El gran peligro es sobrestimar nuestra fuerza y subestimar el poder del mundo, la carne y el diablo. Cuántos hombres, en relación con un pecado, han pensado: “Puedo cuidarme a mí mismo”. Pero los que dicen: “Señor, puedes contar conmigo”, ¡no cuentan con el Señor! El espíritu del Salmo 16:1: «Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado», y del Salmo 119:117: «Sosténme, y seré salvo, y me regocijaré siempre en tus estatutos», no está en ellos, y como resultado caen en el mismo pecado que creían poder manejar. Sin embargo, si tenemos conciencia de nuestra propia debilidad y miramos al Señor, seremos guardados.

Proverbios 16:18 dice: «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu». Esto demuestra que lo que está en la raíz de la autoconfianza, es el orgullo. Pedro es el ejemplo más destacado en el Nuevo Testamento. Cuando el Señor anunció que todos los discípulos le abandonarían, Pedro pensaba que los demás podrían, pero no creía que él lo hiciera. «¡Aunque todos se escandalicen, yo no!» (Marcos 14:29). Pensaba ser mejor que sus hermanos, y esta auto ilusión le llevó a la caída. No tardó en negar al Señor con juramentos y maldiciones.

Amasías es el ejemplo más llamativo del Antiguo Testamento (2 Reyes 14:7-12): «Éste mató asimismo a diez mil edomitas en el Valle de la Sal, y tomó a Sela en batalla, y la llamó Jocteel, hasta hoy. Entonces Amasías envió mensajeros a Joás hijo de Joacaz, hijo de Jehú, rey de Israel, diciendo: Ven, para que nos veamos las caras. Y Joás rey de Israel envió a Amasías rey de Judá esta respuesta: El cardo que está en el Líbano envió a decir al cedro que está en el Líbano: Da tu hija por mujer a mi hijo. Y pasaron las fieras que están en el Líbano, y hollaron el cardo. Ciertamente has derrotado a Edom, y tu corazón se ha envanecido; gloríate pues, mas quédate en tu casa. ¿Para qué te metes en un mal, para que caigas tú y Judá contigo? Pero Amasías no escuchó; por lo cual subió Joás rey de Israel, y se vieron las caras él y Amasías rey de Judá, en Bet-semes, que es de Judá. Y Judá cayó delante de Israel, y huyeron, cada uno a su tienda».

Amasías, el rey de Judá, había salido a la guerra y había ganado una importante batalla contra los edomitas. Entonces pensó que todo estaba bien para él, envió un mensaje al rey de Israel para que viniera a luchar. Joás, el rey de Israel, contestó: «Ciertamente has derrotado a Edom, y tu corazón se ha envanecido; gloríate pues, mas quédate en tu casa». Pero él no quiso escuchar; así que hubo una batalla, y Amasías y Judá fueron derrotados de forma contundente. Era una lección de humildad que había que aprender.

«Castígalos, oh Dios; caigan por sus mismos consejos; por la multitud de sus transgresiones échalos fuera, porque se rebelaron contra ti» (Sal. 5:10). Esto nos dice que la gente cae porque confía en «sus mismos consejos» en lugar de en el Señor. Recuerdo haber hablado con una mujer cristiana sobre estar en un lugar de tentación y sus peligros, y me dijo: “¡Oh, yo nunca haría eso, porque confío en mí misma!” No podía creer lo que oía cuando dijo eso. En el momento de la tentación, ¡iba a confiar en sí misma! La Biblia dice: «El que confía en su propio corazón es necio; mas el que camina en sabiduría será librado» (Prov. 28:26).

La confianza en uno mismo es realmente el resultado de no juzgarse en presencia del Señor. Por eso Pablo dice: «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:12). Esto es una llamada al juicio de sí mismo. El remedio de la autoconfianza es el juicio de sí mismo.

4 - Desear ser rico (la codicia)

Consideremos otra razón por la que los cristianos caen: «Pero gran ganancia es la piedad con contentamiento; porque nada trajimos al mundo, y nada podemos sacar de él. Así que, teniendo alimento y ropa, nos contentaremos con estas cosas. Pero los que desean ser ricos, caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y perniciosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero; el cual codiciando algunos, se desviaron de la fe y a sí mismos se traspasaron con muchos dolores» (1 Tim. 6:6-10)

«Gran ganancia es la piedad con contentamiento». El apóstol Pablo nos advierte de los peligros de la codicia, ya que puede conducir a una “caída” que hace que una persona se aleje de la fe.

Parece que todo el mundo clama que es necesario hacerse rico. El Señor dijo: «Porque con afán los gentiles buscan todas estas cosas» (Mat. 6:32). En Norteamérica, las posibilidades de ganar dinero y mejorar su situación de vida son grandes. Pero hay un peligro real en esto. Puede convertirse en un objeto en nuestras vidas sin siquiera saberlo. Lo excusamos diciendo: “Debemos mantener a nuestra propia familia”, pues seríamos peor que un incrédulo si no lo hiciéramos (1 Tim. 5:8); así que nos lanzamos al dinero con pasión. Sin embargo, existe un gran peligro de que los cristianos se vean atrapados en ella, ¡incluso los cristianos piadosos! Por eso Pablo exhortó a Timoteo a este fin. Era un hombre «del mismo ánimo» que el apóstol Pablo y un devoto siervo del Señor. Mientras todos buscaban sus propios intereses, él buscaba los intereses de «Cristo Jesús» (Fil. 2:20-21). Sin embargo, incluso él podía dejarse llevar por el pecado de la codicia, y por eso necesitaba esta advertencia.

Pablo no le dijo a Timoteo que el dinero era la raíz de todos los males, sino que «la raíz de todos los males es el amor al dinero». Tener dinero no es malo, ¡pero amarlo sí! Pero amar el dinero es un pecado que incluso un pobre puede cometer. Puede que no tenga mucho dinero, pero puede codiciarlo y pasar todo su tiempo pensando en cómo conseguirlo. Podríamos preguntarnos cómo puede ser tan grave el amor al dinero; pero la Biblia lo sitúa en su justa medida, diciendo: La «avaricia, que es idolatría…» (Col. 3:5). ¡Es realmente un mal grave! Esto se debe a que la idolatría se apodera de los afectos del corazón y sustituye a Cristo. Cuando se quita a Cristo del lugar que le corresponde en nuestros corazones, entonces nos apartamos y caemos en toda clase de pecados. Pablo dice que, amando el dinero, un cristiano puede quedar atrapado en «muchas codicias necias y perniciosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición». Creo que, si comprendiéramos lo que la idolatría hace al corazón, veríamos lo grave que es. La Biblia dice: «El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas» (Prov. 11:28).

Me entristece que tantos queridos cristianos parezcan estar obsesionados con ganarse la vida y tener éxito. Sus vidas parecen centrarse en satisfacer las necesidades de sus familias, y veo que su progreso espiritual se resiente. Es contra el «deseo» de ser rico que el apóstol advierte. Le dice a Timoteo que «huya» de estas cosas y persiga las espirituales: «Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna, a la que fuiste llamado y de la que has hecho la buena confesión delante de muchos testigos» (1 Tim. 6:11-12). El Señor ha prometido que, si hacemos esto, nos dará todo lo que necesitaremos materialmente en la vida: «Buscad primero el reino de Dios y la justicia de Dios; y todas estas cosas os serán añadidas» (Mat. 6:33). Usted puede contar con ello. Es una promesa del propio Señor.

Dios puede dar riqueza a uno de sus hijos, pero si es así, debe tener cuidado. Más adelante, en 1 Timoteo 6, se le dice al rico que no confíe en «las riquezas inciertas» (v. 17). «No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo» (Prov. 23:4-5). El salmista está de acuerdo con esto, diciendo: «Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas» (Sal. 62:10). En cambio, el rico debe distribuir sus posesiones materiales a los demás, asegurándose así una recompensa para el día venidero, y echar «mano de la verdadera vida» (v. 18-19). Creo que todos lo sabemos; es una prueba para nosotros, para saber cómo nos aferramos a las cosas de la tierra. Lo importante no es lo que tenemos, sino de cómo lo administramos.

5 - El legalismo

Ahora vayamos a Gálatas 5:2-4: «Os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Y de nuevo declaro a todo hombre circuncidado, que está obligado a cumplir toda la ley. Os habéis separado de Cristo, todos vosotros que os justificáis por la ley; habéis caído de la gracia».

Aquí tenemos otra cosa que puede provocar la caída de un creyente –mezclar la Ley con la gracia. Los pobres santos de Galacia sí lo hacían. Alguien les había presentado una propuesta falsa y la habían recibido tal cual. Los maestros judaizantes se habían infiltrado en sus filas y enseñaban que debían añadir la Ley a la gracia que les había llegado a través del evangelio. Pensaban que guardar la Ley les ayudaría a alcanzar la perfección cristiana, pero en realidad estaban «caídos de la gracia».

Una persona puede hacer un mal uso de la Ley de dos maneras. En primer lugar, puede utilizarla para tratar de obtener la justicia ante Dios. Pero Pablo muestra en esta epístola que es imposible ser justificado por guardar la Ley. «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley; porque por las obras de la ley nadie será justificado» (Gál. 2:16). En segundo lugar, puede ser que después de ser salvo, la persona se dedique a la observancia de la Ley con el propósito de obtener una santidad personal. Pablo muestra que esto también es un error: «Porque toda la ley en esta sola palabra queda cumplida: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (véase Lev. 19:18). «Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, ¡tened cuidado que no seáis destruidos los unos por los otros! Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no deis satisfacción a los deseos de la carne. Porque lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne; pues estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que deseáis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y evidentes son las obras de la carne, que son: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, peleas, celos, iras, rivalidades, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; sobre las cuales os advierto de antemano, como os lo he dicho antes, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No seamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros» (Gál. 5:14-26). Es poco probable que alguno de nosotros aplique la Ley de la primera manera, pero es posible aplicar los principios legales en nuestras vidas para tratar de alcanzar un estándar de santidad. Puede que no lo hagamos intentando guardar literalmente las leyes mosaicas del Antiguo Testamento, pero podríamos imponernos ciertas reglas que hemos creado para nosotros mismos, y así ponernos bajo la Ley –nuestra propia ley. Buscar la perfección cristiana haciendo reglas para la carne, en lugar de tener a Cristo como objeto y motivador en nuestras vidas, es legalismo.

Siempre que mezclamos los principios legales con la libertad del cristianismo, pisamos un terreno inestable. El que se adentra en este camino suele tener el deseo de agradar al Señor y piensa que será una forma de ser más piadoso. Así que no queremos censurar los motivos de quienes se han dejado llevar por este camino. Puede que tengan buenas intenciones, pero desgraciadamente lo hacen de forma equivocada. Esto sucede a menudo cuando alguien ve a cristianos devotos actuar de forma admirable y quiere ser como ellos; entonces copia sus ejercicios con la esperanza de alcanzar su nivel de piedad. Ve lo que hace o deja de hacer tal o cual persona y lo convierte en el modelo de su vida. Sin embargo, existe un peligro en el que puede caer, sin saberlo, este observador que quiere ser piadoso. En algún momento puede perder de vista al Señor sin ni siquiera darse cuenta, y las reglas que se ha fijado para sí mismo se convierten en su objetivo. Esto es muy engañoso; a la base, el Señor está reemplazado por las reglas y los principios legales que la persona se ha establecido. Sin darse cuenta, está siguiendo sus reglas en lugar de seguir a Cristo. Esto no es cristianismo.

En esta epístola, Pablo muestra que ese legalismo es en realidad ceder el lugar a la carne. Puede no parecerlo apariencia, pero nuestra carne tiene un lado que le gusta mostrarse santa y piadosa ante los demás. Los fariseos eran el ejemplo más claro de esto. Habían perdido de vista al Señor, pero se aferraban a su sistema legal. A todos los que no eran de los suyos les decían: «Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú» (Is. 65:5). La carne se rebajará incluso a utilizar las cosas de Dios para situarse por encima de los demás. Esto podría llamarse “el espíritu de la competencia”. Es contra el lado religioso de la carne que debemos estar en guardia. Como he dicho, es muy engañoso; la persona cuya vida está ocupada con este tipo de cosas insistirá en que no es el caso.

Signos reveladores del legalismo

Como el legalismo es tan engañoso, Pablo muestra a los gálatas que había algunos signos reveladores entre ellos que deberían haberles abierto los ojos y haberles demostrado que no funcionaba. No habían logrado la super espiritualidad que buscaban. Después de pedirles que consideraran de dónde y de quién obtuvieron estas cosas (v. 7-12), Pablo expone en los términos más claros la evidencia de que habían errado el tiro. En primer lugar, había una disminución en el impulso de amor mutuo. En lugar de una mayor muestra de amor, señala: «Os mordéis y os devoráis» (v. 13-15). Los que están así atrapados en la trampa del legalismo parecen tener grandes dificultades para llevarse bien con sus hermanos. Parece que siempre están en desacuerdo con ellos en algo. Suelen considerar que esto se debe a su fidelidad y piedad. Después de todo, los cristianos de mentalidad celestial y los de mentalidad terrenal nunca verán las cosas de la misma manera. Sin embargo, las Escrituras indican que una persona verdaderamente piadosa será capaz de llevarse bien con los hermanos que puedan ser terrenales, sin comprometer los principios. Demetrio es un ejemplo. Sabía llevarse bien con «todos». Sin embargo, se dice que no comprometió nada de «la verdad». «Demetrio tiene buen testimonio de todos, y de la verdad misma; nosotros también le damos testimonio; y tú sabes que nuestro testimonio es verdadero» (3 Juan 12).

Pablo muestra que estas peleas y controversias entre los gálatas eran síntomas de la carne, y enumera una serie de cosas horribles que la carne busca (v. 18-21). Al señalar esto, les estaba mostrando que, si continuaban buscando la santidad a través del legalismo, ¡podrían esperar ver la manifestación de estas cosas en medio de ellos! Esto debería haber conmocionado a los gálatas y haberles hecho comprender que estaban en el camino equivocado. A continuación, Pablo contrasta las obras de la carne con el fruto del Espíritu, enumerando muchas gracias que se manifiestan en los que caminan en el Espíritu con Cristo como objeto (v. 16, 22-23). Aquí es donde se encuentra la verdadera piedad.

Al final del capítulo, Pablo dice: «No seamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros» (v. 26). Aquí muestra que en la raíz del legalismo está el deseo pecaminoso de «vanagloria» –el deseo de ser visto por los demás como super espiritual y santo. Este deseo se manifiesta a menudo en el intento de superar a los demás en espiritualidad y separación: el “espíritu de superación”. Pero lo único que esto hace es provocar envidias y disputas entre el pueblo de Dios, como experimentaron los gálatas. Las reuniones que tienen dificultades con el legalismo en su seno suelen estar aquejadas de muchas disputas internas. En una palabra, podemos decir que tratar de lograr la piedad a través de los principios legales estableciendo reglas no funciona.

6 - Involucrarse en la administración de la asamblea sin tener la madurez para ello

Volvamos entonces a 1 Timoteo 3:6: «No un neófito, no sea que lleno de orgullo caiga en la condenación del diablo». Esta es otra forma en la que podemos caer. Este peligro, por supuesto, concierne especialmente a los hermanos, ya que las hermanas no deben involucrarse en las reuniones de administración de la asamblea.

El apóstol habla en particular de los hermanos jóvenes, o de los nuevos conversos que tendrían la ambición de imponerse en los asuntos administrativos de la asamblea. Un nuevo converso es un «neófito». Puede ser un joven cristiano o una persona mayor recientemente salvada. Ambos son novatos. No tienen experiencia en el camino de la fe, ya que han empezado a caminar en él recientemente. Pablo advierte que estas personas no deben participar en la supervisión de la asamblea local. Esto puede ser peligroso, ya que el diablo trabajará en sus corazones sin que lo sepan para «llenar» su orgullo, lo que los llevará a caer.

La labor de supervisión en una asamblea requiere una comprensión de los caminos de Dios con las personas que solo se adquiere a través de la experiencia de recorrer el camino de la fe durante muchos años. En condiciones normales, la supervisión no es un trabajo para hermanos jóvenes. Cuando se trata de asuntos administrativos de la asamblea, las Escrituras indican que los hermanos jóvenes (y las hermanas) no deben involucrarse. Se dice en Hechos 15:6 que los apóstoles y los ancianos se reunieron para considerar este asunto.

En la asamblea, puede haber lo que podríamos llamar “ancianos adolescentes”. Se trata de hermanos más jóvenes que se creen preparados para asumir el liderazgo de una asamblea local y empiezan a imponerse. Pablo dice que esto es peligroso. Una persona más joven en una posición de supervisión puede «llenarse de orgullo» y caer en la condenación del diablo.

Tenemos la advertencia: «¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es muchacho!» (Ecl. 10:16). Una persona que comienza a administrar antes de haber madurado espiritualmente, aunque sea mayor, sigue siendo «un muchacho» en cierto sentido. Por falta de comprensión de los principios bíblicos, esa persona puede estar influenciada para hacer cosas que podrían causar estragos en la asamblea. Esto es exactamente lo que ocurrió en los últimos años de Israel en la tierra. «Les pondré jóvenes por príncipes, y muchachos serán sus señores» (Is. 3:4). Todos sus reyes eran niños que se dejaban llevar fácilmente por caminos y principios erróneos; finalmente llevaron la nación a la ruina.

Incluso los que se acercan a la edad madura deben tener cuidado de no oponerse a sus hermanos mayores que llevan muchos años dirigiendo la asamblea y se han dedicado al cuidado de los santos. Dios no los apoyará si lo hacen. «Os rogamos, hermanos, que apreciéis a los que trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor, y os amonestan; y que los estiméis altamente en amor, a causa de la obra de ellos» (1 Tes. 5:12-13); «Los ancianos que dirigen bien sean tenidos por dignos de doble honor, especialmente los que trabajan en la palabra y en la enseñanza» (1 Tim. 5:17). Incluso si pensamos que «los que dirigen» están en un estado carnal, no tenemos derecho a desafiarlos e intentar tomar el control. Aunque David fue ungido para ser rey en Israel, no levantó la mano contra «el ungido de Jehová» (Saúl), a pesar de que era un hombre carnal ciertamente en el error.

«Y dijo a sus hombres: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová… He aquí han visto hoy tus ojos cómo Jehová te ha puesto hoy en mis manos en la cueva; y me dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Jehová» (1 Sam. 24:7, 11).

Y de nuevo: «Y David respondió a Abisai: No le mates; porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente? Dijo además David: Vive Jehová, que si Jehová no lo hiriere, o su día llegue para que muera, o descendiendo en batalla perezca, guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jehová. Pero toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija de agua, y vámonos» (1 Sam. 26:9-11). David avanzaba en las cosas relativas al liderazgo de Israel como rey, según Jehová lo guiara en su tiempo. David nunca se impuso en esa posición. Estas cosas son instructivas para nosotros. Si los jóvenes hermanos siguen este modelo, estarán protegidos de tal caída.

7 - Seguir a personas que siembran discordia

Pasemos a una última cosa que el Nuevo Testamento advierte que puede hacer caer a un cristiano. «Pero os ruego, hermanos, que estéis atentos a los que causan divisiones y escándalos, contrarios a la enseñanza que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos; porque esos no sirven a Cristo nuestro Señor, sino a su propio vientre; y con palabras suaves y lisonjeras engañan los corazones de los ingenuos» (Rom. 16:17-18). Aquí el apóstol Pablo advierte que no hay que seguir a los que siembran la discordia. Nos dice que los “evitemos” porque acabarán creando una brecha abierta en la comunión de la asamblea, y podríamos ser arrastrados.

Creo que podríamos decir que este es el error de Jonatán, el padre de Mefiboset. «Después de haber tomado posesión del reinado de Israel, Saúl hizo guerra a todos sus enemigos en derredor: contra Moab, contra los hijos de Amón, contra Edom, contra los reyes de Soba, y contra los filisteos; y adondequiera que se volvía, era vencedor» (1 Sam. 14:47). Había conducido al pueblo tras él y contra David. Por desgracia, Jonatán nunca se separó de Saúl y murió apoyando la causa de su padre («Saúl y Jonatán, amados y queridos; inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados; más ligeros eran que águilas, más fuertes que leones», 2 Sam. 1:23). Como resultado, la familia de Jonatán pagó el precio de seguir al hombre equivocado.

Hermanos, dejémonos advertir por estos versículos, pues no fueron escritos por el Espíritu de Dios sin razón. En los últimos años hemos visto divisiones, y muchas personas se han dejado llevar por su simplicidad. Es triste, de verdad. ¿Qué se podría haber hecho para evitarlo? Si los que se fueron hubieran sido más cautelosos con la influencia de ciertas personas que siembran la discordia y las hubieran evitado, tal vez se habrían librado. Son “dulces palabras y un bello lenguaje” lo que engaña a la gente. Pueden ser capaces de explicar su caso de forma argumentada, pero el resultado es que las personas se ven arrastradas a comuniones divergentes. Recordemos que a Dios no le gusta la división. El Señor rogó que no fuera así: «Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre para que sean uno, como nosotros lo somos» (Juan 17:11). Si queremos guardar su palabra y no negar su nombre («Conozco tus obras. Mira, he puesto delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Apoc. 3:8), no nos dejemos llevar por una división en el pueblo de Dios.

Resumen de las razones por las que caemos:

  • Falta de ejercicio.
  • Estar influenciado por hombres sin principios.
  • La confianza en sí mismo.
  • El deseo de ser rico.
  • El legalismo.
  • Involucrarse en la administración de la asamblea sin tener la madurez para hacerlo.
  • Seguir a personas que siembran discordia.