La Asamblea: La responsabilidad del hombre


person Autor: Sin mención del autor

flag Tema: El estado de las asambleas


El templo que construyó Salomón era la Casa de Dios; Dios lo llenó de su gloria en su dedicación. Pero no pasó mucho tiempo antes de que el templo de Dios fuera profanado y arruinado. En tiempos de Joiada, el fiel sacerdote había reparado las brechas de la Casa. Muchos de los utensilios de oro habían sido retirados y sustituidos por otros de plata. El malvado rey «Acaz tomó la plata y el oro, todo lo que se halló en la casa del Señor… y lo envió como presente al rey de Asiria»; y no contento con eso, hizo un altar, como el que había visto en Damasco, y presentó allí sus ofrendas, desplazando el altar de bronce del Señor que «puso junto a su altar al norte» (2 Reyes 16:8-15).

Justo antes del cautiverio de Judá, había una pretensión exterior de adoración a Jehová, pero la idolatría había penetrado en el mismo lugar que llevaba el nombre de Jehová. Todavía decían: «Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste» (Jer. 7:4), imaginándose vanamente que, porque el edificio llevaba el nombre de Dios, el culto formal, aunque corrompido, los salvaría del juicio de Dios. Pero Dios había pronunciado su juicio sobre Jerusalén, y su gloria estaba a punto de abandonar el templo a causa de las horribles corrupciones que se encontraban en lo que llevaba su nombre. Ezequiel fue llevado en espíritu a Jerusalén, para ver lo que ocurría en el templo; escribe: «Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor» (Ez. 8:10); allí estaban los ancianos de Israel con incensarios, quemando incienso a los ídolos, mujeres llorando «a Tamuz» (v. 14), y adoradores del sol, vueltos hacia el este, de espaldas al templo, inclinándose ante el sol.

Al comienzo de su ministerio público en la tierra, el Señor Jesús reconoció el templo como la Casa de su Padre (Juan 2:16), incluso si tuvo que purificarlo, aunque de forma diferente a Ezequías (2 Crón. 29:5). Igualmente, hacia el final de su vida en la tierra, a pesar de toda la hipocresía y maldad ambiental, el Señor Jesús habla del templo como «mi casa»; pero cuando se lamenta por Jerusalén, dice: «vuestra casa queda desolada» (Mat. 21:13; 23:38). Aunque llamándose la Casa de Dios, el templo había perdido su verdadero carácter, por lo que se permitía en él y porque el Hijo de Dios fue rechazado.

Hoy, cuando miramos la Casa de Dios que fue erigida originalmente como morada para Dios y que lleva su nombre, ¿no vemos similitudes con la Casa de antaño? –En ella se profesa el nombre del Señor, pero han desaparecido la santidad y los caracteres propios de ese nombre.

1 - El edificio de Dios

Hay 2 aspectos distintos de la Casa de Dios, o del edificio de Dios: está la obra de Dios y de Cristo, en la que no puede infiltrarse el mal, y está lo que construye el hombre, que puede contaminarse y arruinarse. Es este último aspecto del edificio de Dios el que nos ocupa especialmente en este momento, y que el apóstol Pablo presenta en 1 Corintios 3.

En el versículo 9, Pablo se refiere a sí mismo y a sus compañeros de obra, de «colaboradores de Dios», y a los santos de Corinto «labranza de Dios, edificio de Dios». Pablo y Apolos habían trabajado en Corinto en la «viña» de Dios; Pablo había plantado, Apolos había regado, pero Dios había dado el crecimiento. Cuando el apóstol habla del edificio, dice: «Según la gracia de Dios que me fue dada, como arquitecto sabio puse los cimientos». Había puesto los cimientos de la Asamblea de Dios en Corinto dándoles a conocer la verdad del Evangelio, la verdad sobre la persona del Señor Jesucristo. Por eso añade: «Porque nadie puede poner otra base diferente de la que ya está puesta, la cual es Jesucristo» (v. 10-11).

Si Jesucristo no es el fundamento, lo que se construye no es la Asamblea de Dios. Hay muchas instituciones en este mundo, tanto entre los paganos como en el cristianismo, pero solo lo que se construye sobre el fundamento de Jesucristo es la Asamblea de Dios. El fundamento es la doctrina recibida en los corazones de los que han creído; cuando Pablo llegó por primera vez a Corinto, predicó «a Jesucristo, y a este crucificado» (1 Cor. 2:2). Este era el fundamento, y cada parte del edificio tenía que llevar su carácter.

Otros obreros estaban trabajando sobre los cimientos de Pablo, y Pablo les advirtió: «Que cada uno mire cómo edifica sobre él» (3:10). Cada obrero debe tener presente el carácter de los cimientos, que debe determinar la forma de construir y los materiales empleados. En el versículo 10, el apóstol hace hincapié en cómo se construye, y en el 12, en lo que se construye. Los motivos de los obreros deben ser conforme a Cristo, al igual que los métodos o principios por los que actúan.

El oro, la plata y las piedras preciosas son materiales valiosos y duraderos que no pueden ser dañados por el fuego. El oro evoca la justicia y la gloria divinas, la plata la gracia de Dios en la redención, y las piedras preciosas los caracteres de la naturaleza divina, vistos en perfección en Jesús aquí en la tierra. Solo lo que es de Dios y presenta a Cristo ante los santos es apto para la Asamblea de Dios.

La madera, el heno y el rastrojo son materiales que se descomponen rápidamente y no resisten el fuego. Representan las enseñanzas de los hombres, proviniendo la doctrina del corazón y la mente humana, que guía al hombre según la carne. La madera, evoca lo que es de carácter humano; el heno, la prosperidad temporal en la tierra; y rastrojo, lo que queda cuando lo que es de valor ha sido quitado; esta es la enseñanza del hombre en la carne. Esta clase de enseñanza abunda hoy en la cristiandad; procede de la mente del hombre y afecta a su bienestar temporal; es una filosofía vana que tiene la apariencia de poder edificar al hombre, pero que no es más que una cáscara vacía.

Una recompensa espera a los que construyen con materiales divinos en la asamblea local. Aquellos que verdaderamente pertenecen a Cristo, pero que han sido seducidos y han construido con materiales sin valor, serán salvos, pero sufrirán pérdidas; todo lo que hayan construido con este carácter vano será destruido. Dios prueba a veces el edificio mientras estamos todavía aquí; ¡qué bueno es ver que lo que es conforme a Él permanece en el momento de la prueba! Pero que veamos o no la prueba de fuego, «el día» revelará lo que hemos construido.

Pero hay una tercera categoría de obreros, aquellos que no son verdaderos creyentes y que han profanado el templo de Dios con sus falsas doctrinas; estos serán destruidos. Hoy en día, la cristiandad alberga a muchos hombres que niegan los fundamentos de la fe y predican doctrinas subversivas del cristianismo, mientras profesan a Cristo.

2 - La habitación de Dios por el Espíritu

Al final de Efesios 2, se relaciona a los santos con quienes les trajeron la verdad de Dios al principio. Aquí, Cristo es la piedra angular, no el fundamento, como en 1 Corintios 3; son los apóstoles y los profetas los que son el fundamento de lo que crece para ser un «templo santo en el Señor» (Efe. 2:21). Esto es lo que será la Iglesia en su plenitud en el día venidero; la estructura se considera como divina, y no vinculada con la responsabilidad del hombre.

En la actualidad, los santos están «juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (v. 22). La Iglesia es la morada de Dios porque Dios habita en ella por medio del Espíritu. No se considera aquí la responsabilidad del hombre, ni la cuestión de quién construye. El Espíritu de Dios no solo habita en cada creyente, sino también en la Casa, que es lo que aquí está representado. Sin embargo, no se trata del aspecto soberano del edificio, como en otros pasajes, sino del hecho de que Dios tiene una Casa en la tierra, ahora.

3 - La Iglesia del Dios vivo

En 1 Timoteo 3, el apóstol Pablo habla de cómo comportarse en la Casa de Dios en la tierra. Le escribe a Timoteo para que sepa cómo comportarse en la Casa de Dios. Se trata muy claramente de la responsabilidad del hombre en relación con la morada de Dios. Los hombres deben orar en todas partes; las mujeres deben vestirse modestamente, aprender en silencio y no enseñar. Los ancianos deben ser irreprochables y tener un buen testimonio al exterior; los siervos deben ser maridos de una sola mujer y guiar bien a sus hijos; las esposas de los que ocupan cargos en la Iglesia deben ser serias, no murmuradoras, sobrias y fieles en todo. Estos son algunos de los rasgos que deben caracterizar a quienes forman la Casa de Dios y sirven a Dios en ella.

La Casa de Dios está compuesta por quienes profesan el nombre de Cristo; con sus acciones, deben adornar la enseñanza de nuestro Salvador Dios. Es la Asamblea del Dios vivo; sus características deben verse en los que profesan la piedad. En el templo de Salomón había 2 pilares: Jakin, que significa «Él establecerá», y Boaz, que significa «En Él está la fuerza». La Casa de Dios es un pilar que da testimonio de Dios, exponiendo quién es él y lo que piensa (1 Reyes 7:21). Pero la Iglesia es también «la columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3:15), el fundamento que sostiene lo que se testifica. Todos los que profesan el cristianismo deberían, con su vida, sostener moralmente lo que profesan. Esto es lo que Dios espera de su Casa en este mundo. El secreto de la piedad que debería caracterizar a todo profeso se encuentra en el misterio de la piedad.

4 - Una casa grande

En 2 Timoteo, Pablo habla de la ruina que caracteriza a la Iglesia profesa. La decadencia ya existía en su época. Escribe con profunda tristeza: «Ya sabes que se apartaron de mí todos los de Asia» (2 Tim. 1:15). El capítulo 3 se abre con el estado de la cristiandad profesa «en los últimos días», ella tendrá los caracteres del mundo pagano, «teniendo apariencia de piedad, pero negando el poder de ella».

¿Es esto lo que comenzó como «una morada de Dios en el Espíritu»? Descrito en 1 Timoteo como «la Casa de Dios (que es la Iglesia del Dios vivo». Ciertamente no tiene el carácter de su primer estado, pero todavía se aferra a su nombre. Así como la casa construida por Salomón, que había estado llena de la gloria de Dios, había visto cómo la gloria se retiraba a regañadientes, y la que el Señor poseía como su casa, fue llamada después «vuestra casa», así lo que comenzó como la «casa de Dios» es comparada después con «una casa grande», en los últimos días predichos en 2 Timoteo.

En la «casa grande» de la cristiandad, «no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honor, y otros para deshonor» (2 Tim. 2:20). Timoteo era un vaso de honor en su época, pero también había 2 vasos de deshonra, Himeneo y Fileto, «los cuales se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, y trastornan la fe de algunos» (v. 17-18). No negaban la verdad de la resurrección, pero le daban una aplicación falsa, la presentaban sin su verdadero significado y poder en la vida de los santos, y reunían a su alrededor una secta herética.

En estos tiempos, quizá no podamos decir de inmediato si un hombre es un verdadero cristiano o no, pero el Señor conoce a los que son suyos y nos da un camino claro: «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor». Si somos fieles al Señor, no podemos estar en compañía de hombres como Himeneo y Fileto ni de quienes los apoyan. Serán «un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» implica separarnos de toda forma de maldad, incluida la forma religiosa mencionada por el apóstol.

Hoy, todos los grandes sistemas religiosos albergan doctores que sostienen doctrinas que derriban el cristianismo; el camino del que es fiel al Señor está fuera de tales sistemas. No podemos salir de la «casa grande», pero podemos separarnos de los vasos de deshonra. Al separarnos de todo lo malo, no estaremos solos, pues el Señor nos dice de seguir «la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22). Los días en que vivimos pueden ser difíciles, pero el camino del cristiano está trazado y la gracia del Señor nos permite recorrerlo para su gloria.

5 - Somos la Casa de Dios

Moisés es presentado en Hebreos 3 como un siervo fiel en la Casa de Dios, pero Cristo es Hijo sobre la Casa de Dios, y es juzgado digno de mayor gloria que Moisés «porque el que edificó la casa, mayor honra tiene que ella». Luego dice: «El que edificó todo es Dios». El que construyó todo el universo se edificó una Casa en la que su Hijo ocupa el lugar supremo; él está establecido sobre ella, el gran gobernador de la Casa de Dios.

La Casa de Dios no es el tabernáculo que construyó Moisés, pues hace tiempo que desapareció, ni tampoco el templo que aún existía y que pronto iba a ser destruido. El autor de la Epístola a los Hebreos dice que somos la Casa de Dios «si retenemos firme hasta el fin la confianza y la gloria de la esperanza». Como los judíos con el templo, los creyentes hebreos podían apropiarse del nombre del Señor estando en total contradicción con su profesión de pertenencia a él. Como ellos, nosotros debemos «retener firmes hasta el fin», ser fieles a nuestra profesión de pertenencia a Cristo, vivir no en las cosas presentes, sino en la fe confiada, esperando en Dios nuestra parte en el mundo venidero.

6 - El juicio comienza por la Casa de Dios

Cuando Pedro escribió: «Llegó el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios», no faltaban Escrituras para respaldar sus palabras. Tan pronto como la Casa de Dios fue erigida en el desierto y los sacerdotes consagrados, los 2 hijos mayores de Aarón ofrecieron fuego extraño, en contra del mandato de Dios, y el juicio comenzó en la casa de Dios. Del mismo modo, 2 de los hijos de Elí perecieron a causa de su mal comportamiento.

Cuando Dios envió a sus mensajeros para destruir a los habitantes de Jerusalén a causa de las abominaciones que allí practicaban, les dijo: «Y comenzáis por mi santuario» (Ez. 9:4-6). Poco después de edificada la Iglesia como Casa de Dios, el juicio de Dios cayó sobre Ananías y Safira por su pecado. La actitud indigna de los corintios en la Cena llevó al apóstol a escribirles: «Por eso muchos de entre vosotros estáis enfermos y debilitados, y bastantes duermen» (1 Cor. 11:30), y luego añadió: «Pero si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero siendo juzgados, somos educados por el Señor, para no ser condenados con el mundo» (v. 31-32).

Dios quiere santidad en su Casa; al juzgar su Casa, castiga a los suyos, para que participen de su santidad. Podemos sufrir «como cristiano» (2 Pe. 4:16) durante este juicio, pero la sabiduría de Dios lo permite para liberarnos de las influencias del mundo y poder consagrarnos más a él. La Iglesia está purificada con la persecución; y puede ser que sean los piadosos los que sean llevados al Señor, para que los que queden sean ejercitados para ser fieles.

7 - La Asamblea: una obra divina

El proyecto del tabernáculo era divino, pues Moisés lo había recibido de Dios en el monte Horeb, pero su ejecución fue obra del hombre, aunque este hubiera recibido el Espíritu de Dios para realizarlo. Lo mismo ocurre con el templo de Salomón, que pertenecía al rey y era fruto de su sabiduría divina, tanto en su diseño como en su construcción. El templo del Milenio será construido según el plan divino dado a Ezequiel hace unos 2.600 años. En 1 Timoteo encontramos el modelo de la Casa de Dios, y en 1 Corintios tenemos los materiales que deben emplearse para su construcción. Todos estos pasajes introducen la obra del hombre y la responsabilidad del hombre en el ordenamiento de la Casa.

Moisés fue fiel «en toda su casa», pero no puede decirse lo mismo de Salomón, pues tomó esposas extranjeras que desviaron su corazón a otros dioses, y no guardó el mandamiento de Jehová. El tabernáculo, construido según el modelo divino, sirvió durante todo el desierto y fue erigido por Josué cuando entró en el país; permaneció en Silo hasta los días de Elí, y luego desapareció después de que el arca fuera tomada. Fue sustituido por la tienda que David levantó para el arca hasta que Salomón construyó el templo. Pero, debido al fracaso de Israel, el templo también fue destruido –no solo el de Salomón, sino también el templo que existía cuando el Señor vino a la tierra.

También la Iglesia ha fracasado gravemente como Casa de Dios; hoy está en ruinas, y se acerca el tiempo en que su forma arruinada desaparecerá para siempre y ya no se encontrará sobre la tierra. Pero, el otro aspecto de la Iglesia, como obra de Dios, no muestra ningún fracaso, pues la responsabilidad del hombre no entra en él; esta estructura divina no pasará nunca. Qué bueno es poder apartarse de todos los fallos del hombre y comprometerse en la obra soberana de Dios.

8 - Mi Asamblea

En Mateo 16, donde el Señor Jesús habla de edificar su Asamblea, introduce el tema preguntando a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Al oír que algunos pensaban que era «Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que Jeremías, o alguno de los profetas», el Señor preguntó a sus discípulos: «¿Y vosotros, quién decís que yo soy?». Simón Pedro respondió: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!». Pedro había recibido una revelación del Padre sobre la grandeza de la persona de Jesús, el gran Constructor, del que iba a saber más por su propia boca.

Jesús era el Mesías prometido a Israel, Aquel en quien debían a cumplirse todas las promesas de Dios a Israel, pero también era el Hijo del Dios vivo en persona. Anteriormente, hombres notables como Moisés, Josué, David, Ezequías, Jeremías y otros habían hablado del Dios de Israel como el Dios vivo, en contraste con los dioses de las naciones en los que no había vida, un Dios que intervenía para ayudar a su pueblo. Pero ninguno de estos hombres había conocido al Hijo del Dios vivo, Aquel que vino como hombre para cumplir todos los consejos y la voluntad de Dios.

Jesús fue rechazado como Mesías de Israel, pero eso no impidió que se cumpliera la voluntad de Dios, pues no solo iba a restaurar las «tribus de Jacob» y a traer de vuelta a los preservados de Israel: el Hijo del Dios vivo iba a ser luz de las naciones y salvación de Dios «hasta lo postrero de la tierra» (Is. 49:6). Esto sucedería cuando Israel le diera muerte, según los designios de Dios. Fue después de que Israel lo rechazara cuando el Hijo de Dios habló de sí mismo como constructor. En Hechos 15:15-18, Santiago recuerda que Dios dijo: «Reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y reconstruiré sus ruinas», pero el Hijo de Dios construirá algo totalmente nuevo, no sobre las ruinas del tabernáculo de David.

El Padre había revelado a Pedro la grandeza de la persona de Jesús; ahora Jesús hace otra revelación a Pedro, diciendo: «Te digo a ti, que tú eres Pedro, y sobre esta Roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». El nombre de Pedro significa «una piedra», como el Señor le dijo en Juan 1:43, pero el fundamento de este nuevo edificio no era una piedra, era una Roca. Por muy fiel que fuera Pedro, habría sido un cimiento muy pobre para que el Hijo de Dios construyera sobre él.

Cristo mismo es el fundamento, como Hijo del Dios vivo. Él es el fundamento del edificio que Pablo construyó en Corinto, como escribió: «Porque nadie puede poner otra base diferente de la que ya está puesta, la cual es Jesucristo» (1 Cor. 3:10-11); allí, son los hombres los que construyen, y el edificio puede estar mancillado; pero cuando es el Hijo del Dios vivo quien construye, la mano del hombre no puede mancillar lo que él hace.

La obra del Hijo de Dios no solo está fuera del alcance de la mano del hombre, sino que no puede ser tocada por la mano de Satanás, porque «las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Las puertas del Hades han prevalecido contra todo lo que el hombre ha construido; Dios ha permitido, incluso a Satanás, que pueda dañar Su obra en el Edén, pero no se le permitirá tocar esta obra del Hijo de Dios; no tiene poder para dañarla. El mismo Hijo de Dios nos ha asegurado que el poder del enemigo no puede prevalecer sobre esta obra divina.

El Hijo de Dios debía construir lo que él llama «mi iglesia» sobre esta Roca firme. Esto era enteramente nuevo, no era una de las muchas profecías relativas a la venida de Cristo. Este anuncio era una nueva revelación divina, como la que el Padre había hecho a Pedro. Todavía no había empezado a construir, pues dijo: «Yo edificaré». Esta estructura –nueva creación– no comenzaría hasta que él hubiera muerto y resucitado. Quizá por eso se le reveló a Pedro que Jesús era el Hijo del Dios vivo. Era el Hijo resucitado, vivo para la eternidad, quien iba a construir lo que era suyo en particular, pues habla de ello como Mi asamblea.

Cuando el Señor dice: «Tú eres Pedro», parece estar indicando el carácter del material que incorporaría a su edificio. Pedro es una piedra; el Hijo del Dios vivo construiría su Asamblea con piedras vivas: aquellos que poseerían su propia vida, recibida de él resucitado, que llevarían así su propio carácter y naturaleza, como parte de él mismo. Satanás no podía tocar lo que pertenecía a la vida del Hijo del Dios vivo, lo que pertenecía a otro mundo, donde él no podía entrar.

9 - Un templo santo en el Señor

En Efesios 2, Pablo dice a los creyentes gentiles que «ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y de la familia de Dios». El Evangelio había llegado a Éfeso, y los que creyeron fueron colocados en esta posición privilegiada. Ya no estaban lejos de Dios, sino cerca de él, disfrutando de la parte de todos los que estaban introducidos en su casa. Ya no eran conciudadanos de la Jerusalén terrenal, sino de la Jerusalén de arriba, la ciudad con fundamentos, de la que Dios es arquitecto y creador.

Ahora formaban parte de un edificio del que «Cristo Jesús mismo» es la «piedra angular». Cuando los apóstoles fueron llevados ante Anás y Caifás y otros miembros del estamento sacerdotal, Pedro les dijo: «Esta es la piedra desechada por vosotros los edificadores, que ha llegado a ser cabeza del ángulo» (Hec. 4:11). No había lugar para Él en el edificio de los líderes de Israel, pero él es la piedra angular del edificio de Dios. Él es la roca sobre la que construye; él es la piedra angular del edificio de Dios.

En la piedra angular leemos todos los pensamientos de Dios, y su propósito de tener tal edificio, como se dice de la Piedra: «Yo grabaré su escultura, dice Jehová de los ejércitos» (Zac. 3:9). En este edificio, todo toma su carácter de Cristo, cada parte, cada línea de la estructura converge en Aquel en quien se encuentra toda la complacencia de Dios, y quien hace efectiva toda la voluntad de Dios.

Los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento, los de Cristo ascendido a lo alto, ocupan un lugar especial en el edificio, habiendo sido los primeros en ser introducidos en él, sirviéndose el Señor del ministerio de ellos para introducir otras piedras. Entre estos apóstoles están los que el Señor eligió en la tierra, pero aquí son los apóstoles que Cristo desde lo alto ha suscitado, según Efesios 4:11. ¿No nos recuerdan estas piedras de los cimientos el edificio de Salomón?, del que está escrito: «Y mandó el rey que trajesen piedras grandes, piedras costosas, para los cimientos de la casa, y piedras labradas» (1 Reyes 5:17).

Todo el edificio está “adaptado” a la piedra angular maestra, lo que significa que todas las partes del edificio se refieren a ella y miran hacia ella. Como el templo de Salomón, este templo «crece», como se dice: «Y cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas, de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro» (1 Reyes 6:7). De la misma manera, este templo santo crece en silencio, bajo la atenta mirada del constructor divino, según su propio plan.

El edificio terminado será considerado «templo santo en el Señor». Como el constructor, como la piedra angular, el edificio es santo, un santuario en el que puede morar la gloria de Dios y desde donde puede brillar en el día de la manifestación. Es ahí donde Dios puede morar, y morará. La gloria nunca se alejará de este templo, como lo hizo del templo de Salomón. El nombre del Señor nunca será deshonrado allí, como lo fue en el templo cuando Jesús estuvo en la tierra. Ningún obrero en la tierra traerá nada que mancille o que no tenga valor, como es el caso de la Asamblea considerada en su carácter responsable en 1 Corintios 3.

El último versículo de Efesios 2 ve la Casa de Dios en su aspecto actual, a diferencia del templo santo al que se refieren los versículos anteriores. Toda la gracia de la persona de Jesucristo se ve en él como la piedra angular, y toda su autoridad, como Señor en quien se ve el templo. Cada piedra del edificio reconoce el señorío de Cristo y deriva su carácter de Jesucristo, de quien ella tiene la vida.

10 - Una Casa espiritual

El apóstol Pedro, a quien el Señor había dado la revelación de: «Mi asamblea», escribió al pueblo disperso de Israel. En el capítulo 2 de su Primera Epístola, habla de la Casa espiritual formada por los que han venido a Cristo. Los exhorta a rechazar los caracteres de la carne y, «como niños recién nacidos» (v. 2), a anhelar la leche intelectual pura de la Palabra para crecer. Cualquiera que sea nuestro nivel espiritual, necesitamos alimentarnos de la Palabra de Dios para crecer en el verdadero conocimiento de Dios que ella contiene. Es a través de la Palabra que hemos probado que el Señor es bueno, la Palabra recibida por la fe y que hacemos nuestra por el poder del Espíritu Santo.

Hemos venido a Cristo después de haber oído y recibido la Palabra de Dios. Hemos venido buscando la salvación y la hemos encontrado en él. Aunque al principio no lo hayamos entendido, hemos venido a él como piedra viva. Dios tenía pensamientos más elevados que nosotros: nos habríamos contentado con el perdón de nuestros pecados, pero Dios tenía mucho más para nosotros, como muestran estos versículos. Los dirigentes de Israel no permitieron al Señor ocupar el lugar que le correspondía, pero para Dios era «escogido y precioso». ¡Qué contraste entre los pensamientos de Dios y los de los hombres! Dios conocía el verdadero valor de su Hijo amado, y lo eligió para un lugar mucho más alto que un lugar en el edificio de los dirigentes de Israel: para el primer lugar en la Casa espiritual, porque Jesús, su Hijo amado, debe tener siempre la preeminencia.

Los santos, tomando su carácter de Cristo, son también piedras vivas y, como tales, son «edificados como casa espiritual, un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo» (1 Pe. 2:5). Nos hemos convertido en piedras vivas al recibir la vida de Cristo; solo los que han nacido verdaderamente de Dios y han venido al Señor Jesús forman parte de esta Casa espiritual. La mera profesión no introduce a un hombre en esta estructura; solo aquellos que han pasado de la muerte a la vida forman parte de este santo sacerdocio. Pero todos los verdaderos cristianos son sacerdotes; en Israel, el sacerdocio era una clase consagrada aparte; en el cristianismo, todos los que son de Cristo tienen el Espíritu Santo morando en ellos y, por tanto, son sacerdotes ungidos y consagrados a Dios.

Esta es una imagen muy diferente de lo que vemos en todas partes en la cristiandad, donde hay, aparte, un clero de sacerdotes consagrados por el hombre. Los que son consagrados, y los que los consagran, a menudo no tienen el verdadero conocimiento de Dios; están todavía en la carne y no tienen el Espíritu de Dios. Pero estos versículos muestran que incluso los recién nacidos en la familia de Dios tienen este lugar bendito, este privilegio divino.

En la Casa espiritual, nuestros sacrificios son espirituales. Ejercemos juntos esta preciosa función sacerdotal, cuando nos reunimos en asamblea, aunque no se limita a ese momento. Alabar y adorar a Dios, en todo momento, juntos o individualmente, es ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo. Sin embargo, en la asamblea, la adoración adquiere un carácter especial. El autor de la Epístola a los Hebreos menciona estos sacrificios espirituales: «Ofrezcamos, pues, por medio de él, un continuo sacrificio de alabanza a Dios, es decir, fruto de labios que confiesa su nombre» (Hebr. 13:15), sin olvidar los sacrificios materiales (13:16).

Desde que Jacob bendijo a José, diciendo: «Por el nombre del Pastor, la Roca de Israel» (Gén. 49:24), ha habido frecuentes referencias a la piedra. Estaba la piedra especial de Israel, de ónice, fijada a los hombros del efod sacerdotal, con los nombres de los hijos de Israel sobre ella; estaba también la piedra relacionada con la Casa de Dios, la piedra que los constructores desecharon, pero que Dios hizo cabeza del ángulo. Es la piedra con este carácter la que considera Pedro, la «piedra angular» (véase Zac. 3:9 y 4:7).

Citando Isaías 28:16 y 8:14, el apóstol presenta a Jesús en relación con la voluntad y la obra de Dios, pero también en relación con su rechazo por parte de Israel. Aunque rechazado por los dirigentes de Israel, Dios pone su piedra de fundamento en Sion, donde fue rechazado. El fundamento de la Asamblea de Dios fue puesto en Jerusalén, en los hombres que acompañaron al Señor y recibieron el Espíritu, el día de Pentecostés. Fue una piedra probada la que Dios puso como fundamento, su piedra angular maestra, la que fue probada hasta la muerte, y que demostró ser fiel a Dios.

Rechazado por Israel, es elegido por Dios. Insignificante para Israel, él es precioso para Dios, y los que creen en él no están confusos; el creyente puede entrar en lo que hay de precioso en Cristo. Si es precioso para Dios –en lo que es como Hijo de Dios, en todas sus perfecciones y en lo que hizo en la cruz para gloria, voluntad y complacencia de Dios–, también es precioso para nosotros, por lo que ha hecho por nosotros, y porque ahora estamos capacitados para apreciar su belleza moral, su gloria divina, la grandeza de lo que realizó en la cruz y lo que es a los ojos del Padre.

Para Israel, la piedra que rechazaron es una piedra de tropiezo y una roca de caída. Es muy solemne que su pensamiento sobre Cristo sea tan distinto del de Dios y que lo hayan rechazado. Siempre están tropezando y fracasando con Cristo, y lo harán hasta el día en que aparezca; entonces se lamentarán y se arrepentirán de su pecado y por haberlo rechazado.

Los que han creído en Cristo son también un sacerdocio real, una raza elegida y una «nación santa, pueblo adquirido». ¡Qué lugar privilegiado para los que aceptan al Cristo de Dios! Tenemos que anunciemos «las virtudes del que nos ha llamado» de las tinieblas a su luz admirable.

Esta debe ser la respuesta a la gracia y a la misericordia de Dios por parte de aquellos a quienes él ha bendecido tan ricamente. Las bendiciones y privilegios que nos ha concedido son maravillosos, y desea que manifestemos sus propios caracteres, nosotros, a quienes ha llamado a salir de las tinieblas en que estábamos por naturaleza, para entrar en la luz admirable que nos ha llegado en la persona del Hijo.

11 - La Asamblea: su manifestación

Mientras Cristo está ausente de este mundo, Dios forma la Asamblea para que sea testigo de él a la espera de ser arrebatada al cielo para ser su compañera en el día de su gloria, y estar con él para siempre en la Casa del Padre. La Asamblea es un vaso de la nueva creación, formado por aquellos que, según la naturaleza, en otro tiempo estaban lejos de Dios, pero que han sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo y han sido formados por la gracia en un vaso en el que puede manifestarse Su propia naturaleza y que será apto para la manifestación de su gloria, cuando Cristo venga a tomarlos para estar con él. Aquí estamos en cuerpos de humillación, sostenidos por Dios y llevando en nuestros vasos de barro un tesoro celestial; pero cuando venga el Señor, recibiremos cuerpos de gloria aptos para la manifestación que Dios se ha propuesto.

12 - La manifestación del amor

En su oración al Padre en Juan 17, el Señor dice: «La gloria que me has dado, yo les he dado; para que sean uno, como nosotros somos uno» (Juan 17:22). Habla de sus discípulos, porque esa era la relación que sus discípulos tenían con él. Todavía no habían sido introducidos en la nueva relación que se formaría en la resurrección, cuando serían considerados sus hermanos y podrían decir «Padre», al haber recibido el Espíritu de adopción.

El Señor compartiría con los suyos la gloria que recibiría del Padre como hombre, y en esa gloria serían uno. En el Evangelio según Juan, la verdad de la Iglesia, que sería formada con la venida del Espíritu Santo, no está enseñada; pero los que están formados en esta unidad divina en la gloria son los que constituirían la Iglesia. Es la misma compañía que está contemplada, pero en una relación diferente. La gloria manifestada en la Iglesia es la gloria que pertenece a la compañía privilegiada de la que el Hijo habla aquí al Padre.

En Juan 17:21, el Señor habló de la unidad de los suyos en la tierra. Esta unidad, que existe en la vida y naturaleza divinas de toda la familia de Dios, es muy superior a las diferencias que puedan marcarlos en su testimonio responsable. El Señor también rogaba para que esta unidad caracterizara a los 12 (Juan 17:11), y esta unidad caracterizó a los apóstoles en la publicación de su testimonio.

La unidad en la gloria no depende de los esfuerzos de los santos, porque entonces cada uno habrá sido hecho conforme a la imagen del Hijo de Dios y «seremos semejantes a él» (1 Juan 3:2). Esta semejanza será manifestada en la familia de Dios, el día en que los hijos de Dios sean manifestados con el Hijo de Dios. En la tierra, estamos en una escena en la que el Señor Jesús ha sido deshonrado, y compartimos el lugar que el mundo le ha dado, pero habrá un gran cambio cuando el Señor venga para llevarnos a estar con él.

Nadie puede participar de la gloria personal del Hijo, pero la contemplaremos, como él deseaba: «Padre, deseo que donde yo estoy, también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria que me has dado, porque me amaste desde antes de la fundación del mundo» (Juan 17:24). Al venir al mundo, el Hijo dejó a un lado su gloria; pero al ir al Padre, recibe del Padre, como hombre, la gloria que tenía con el Padre «antes de que el mundo fuese» (Juan 17:5). Nosotros no podemos compartir esa gloria, pero la veremos en el Hijo, en la Casa del Padre.

Por su obra en la cruz, el Hijo ha adquirido una gloria que se manifestará en su reino; quiere que la compartamos, y ya nos la ha dado, aunque todavía no la poseamos de hecho. Pronto entraremos en esa gloria, y los santos serán vistos entonces en esa unidad de gloria. El mundo que no recibió el testimonio del Hijo, también ha rechazado el de sus discípulos; pero en aquel día, el mundo verá la unidad divina de los discípulos del Hijo de Dios.

Cuando la gran compañía de los santos será vista en la gloria de Cristo, el mundo bien podrá preguntarse: “¿Quiénes son estos?”. Son aquellos que han creído en el Hijo y han sido llevados a esta posición privilegiada porque el Hijo ha sido enviado por el Padre para llevarlos a esta posición con él. El mundo que ha rechazado el testimonio del Hijo conocerá que es el Hijo, enviado por el Padre, quien ha venido al mundo para dar a los creyentes esta posición de gloria con él como fruto de su obra.

Pero el mundo sabrá también que los discípulos del Hijo de Dios, cuyo testimonio rechazaron y a quienes despreciaron, están donde está el Hijo, compartiendo su gloria. ¿Qué significa esto, sino que son amados por el Padre con el mismo amor con que ama a su Hijo? Esta gloria manifiesta el amor del Padre por el Hijo y por los que comparten el lugar del Hijo en el afecto del Padre.

13 - La manifestación de la gracia

Cuando Dios se hizo cargo de su pueblo Israel en Egipto, actuó con gracia hacia él. Hirió a los primogénitos de Egipto, pero redimió a los suyos con la sangre del cordero, que los protegía de la espada del destructor. También con gracia los hizo cruzar el mar Rojo y les proporcionó maná y agua día tras día. En el Sinaí, Dios les proporcionó la Ley como medio de bendición, y el pobre Israel la aceptó rápidamente, sin saber lo que había en sus corazones. Pero nunca estuvieron bajo la Ley pura, de lo contrario todos habrían perecido al pie del Sinaí cuando hicieron el becerro de oro. Con sabiduría divina, Moisés rompió las tablas de piedra antes de entrar en el campamento; y todas las ordenanzas de los sacrificios mostraron los recursos de Dios hacia un pueblo pecador.

La longanimidad y compasión de Dios, así como su justicia, bondad y severidad, se muestran en su trato con Israel. Pero Dios no podía ser conocido plenamente hasta que fuese revelado en la persona del Hijo, como escribe el apóstol Juan: «Y vimos su gloria, gloria como del [Hijo] único del Padre, lleno de gracia y de verdad». El Verbo hecho carne reveló a Dios en el amor de su naturaleza y en su disposición misericordiosa hacia los hombres; y Juan añade: «de su plenitud nosotros todos hemos recibido, y gracia sobre gracia» (Juan 1:14-16).

Pablo, escribiendo a los santos de Éfeso, habla también de la rica gracia de Dios. En el capítulo 1, habla de «las riquezas de su gracia», «la gloria de su gracia» y en el capítulo 2 escribe 2 veces «por gracia sois salvos». En su gracia soberana, Dios intervino para salvar a los pobres pecadores entre los judíos y las naciones. Estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero Dios nos dio su propia vida, vivificándonos de nuestro estado muerto y resucitándonos para sentarnos juntos en los lugares celestiales en Cristo Jesús.

Nada puede superar esta maravillosa gracia de Dios. Nos muestra con qué clase de Dios estamos tratando: un Dios «rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó». En nuestro corazón, no había ningún movimiento hacia Dios cuando nos acogió. De hecho, éramos enemigos de Dios, en un estado de muerte moral y espiritual. Nuestros pecados nos habían alejado de Dios y, sin la intervención misericordiosa de su gran amor, habríamos permanecido eternamente desterrados de su presencia.

No contento con sacarnos de nuestro estado de perdición y ruina, Dios nos ha dado en Cristo la más brillante posición en los lugares celestiales, a la espera de colocarnos en la proximidad de Cristo en el mismo cielo. Ha hecho de nosotros hijos suyos y herederos con Cristo, y mostrará lo que ha hecho por nosotros en los siglos venideros. Los hombres siempre han tenido una falsa idea de Dios, llamándolo un Dios duro, sin conocerlo como un Dios de amor y de gracia. Pero Dios mostrará al vasto universo qué Dios es, cuando nos lleve a estar manifestados con Cristo.

En la inmensa compañía de los redimidos en la gloria con Cristo, cada uno se lo deberá todo a Dios y a Cristo. El más grande de los pecadores estará allí, nosotros estaremos allí, como trofeos de la gracia de Dios. Por la gracia, Dios se rebajó para acoger a los despreciados de la tierra, a aquellos por los que los hombres de este mundo no tenían ninguna consideración; pero, por la obra de Cristo y de la nueva creación, los ha hecho aptos para ser compañeros y herederos de Cristo en los siglos venideros.

14 - La manifestación de la multiforme sabiduría de Dios

El poder eterno y la divinidad de Dios se manifiestan en la creación desde el principio, dejando al hombre sin excusa ante Dios. Los que consideran los caminos de Dios, deseando que Dios los enseñe, exclaman con el apóstol Pablo: «¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Rom. 11:33). Pero Dios ha desplegado su poder y su sabiduría no solo para iluminar a la humanidad, sino para permitir que seres de orden superior conozcan a su Creador por sus actos y sus caminos.

En respuesta a Job, Dios le pregunta: «¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? … ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?» (Job 38:4-7). Es evidente que tales seres eran espectadores inteligentes que se regocijaban en la obra de Dios cuando creó el mundo. A lo largo de los siglos, los ángeles a menudo han tenido que maravillarse y aprender sobre los caminos de Dios con la humanidad al verle actuar con ellos.

Los ángeles no son meros espectadores, también participan en los tratos de Dios con la humanidad. Cuando el hombre fue expulsado del Edén, los querubines, espada en mano, guardaban el camino hacia el árbol de la vida; la Ley fue dada por disposición de los ángeles; y a lo largo del Antiguo Testamento se les ve como mensajeros de Dios y ejecutores de sus juicios.

Cuando el Hijo de Dios vino a la tierra, los ángeles anunciaron su llegada con gozo. Sirvieron al Señor después de la tentación en el desierto y después de su agonía en Getsemaní. Debieron de asombrarse al ver a su Creador en forma de hombre, y su asombro debió de ser aún mayor al verle soportar los insultos con paciencia. Con qué gozo debieron anunciar su resurrección a las mujeres privilegiadas, mostrándoles el sepulcro vacío, mientras otro, sentado sobre la piedra desafiaba a los poderes de este mundo.

También las huestes celestiales presenciaron la maravillosa escena del triunfo de Dios y de Cristo, cuando el Hijo de Dios venció a Satanás y, «despojado a las autoridades y a las potestades, las exhibió en público» (Col. 2:15). Los ángeles tuvieron el privilegio de decir a los discípulos, mientras veían a Jesús desaparecer entre las nubes: «Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo» (Hec. 1:11). Los ángeles han visto muchas cosas, pero en cuanto a las cosas predichas por los profetas acerca de la salvación que Dios nos procuró, «los ángeles desean mirar de cerca» (1 Pe. 1:12). Hay un misterio en todo esto que los ángeles no conocen.

Ahora Dios muestra a las autoridades celestiales algo de su sabiduría por medio de la Asamblea. Los ángeles miran desde el cielo y aprenden, a través de la Asamblea, un carácter de la sabiduría divina distinto del que se ve en la creación o del que está manifestado en el trato de Dios con los hombres. Esta es la diversa sabiduría de Dios, vista en aquellos que una vez fueron pecadores alejados de él, pero que ahora están formados en un vaso de la nueva creación, para que un día manifieste Su gloria.

La multiforme sabiduría que ideó el propósito de Dios está ahora manifestada, pero no a los hombres. Los hombres un día mirarán hacia arriba y verán la gloria y el amor de Dios en la Asamblea, pero los ángeles ahora miran hacia abajo y ven su diversa sabiduría en la Asamblea de hoy. Quien forma parte de la Iglesia es fruto de la obra de la nueva creación de Dios, y está sostenido por Dios en un ambiente adverso mientras espera el día de la gloria. Los ángeles tienen en cuenta a los santos, como escribió Pablo a los santos de Corinto: «Por tanto, la mujer debe tener una señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles» (1 Cor. 11:10).

Los ángeles ven en toda la Iglesia, en las asambleas locales, en el modo en que Dios las ha formado, en la actitud de los reunidos, algo muy distinto de lo que existe en este mundo; ven lo que lleva el sello divino. Si la sabiduría de Salomón tuvo tal efecto en la reina de Saba que vio su casa, ¿qué efecto debe tener la diversa sabiduría de Dios en los ejércitos celestiales?

15 - La manifestación de la gloria de Dios

Al contemplar el despliegue de la diversa sabiduría de Dios en la Asamblea, Pablo dice: «según el propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro». Lo que Dios hace en el tiempo fue concebido y planeado en la eternidad, siendo Cristo de quien todo depende y en quien todo está centrado. Todos los designios eternos de Dios deben ser vistos en relación con Cristo, el Hombre de su consejo, en quien ahora tenemos acceso a Dios mediante la fe en él. Esto es lo que llevaba al apóstol a doblar las rodillas y orar al «Padre, de quien toda familia en los cielos y en la tierra es nombrada» (Efe. 3:11-14).

El propósito eterno de Dios para la Iglesia no es solo para su estancia en la tierra y la manifestación de su gracia en el Milenio, es para la eternidad. En la eternidad, la gloria de Dios se manifestará “en la Asamblea en Cristo Jesús”. La Iglesia es el vaso que Dios ha formado para su complacencia, el fruto de su sabiduría, el designio de su inteligencia infinita, la corona de su obra en la que mostrará ante el universo, en la eternidad, lo que él es en su gloria. La gloria de la redención brillará intensamente, porque la Iglesia fue comprada «con su sangre»; será manifestada la naturaleza misma de Dios, porque allí todos son sus hijos, sus niños, sus coherederos en Cristo el heredero de todo.

Este es el gran propósito en el que Dios trabaja desde la ruina de la vieja creación por la entrada del pecado en el mundo. El pecado ya existía en el universo antes de que entrara en el mundo, pues el diablo peca desde el principio. Dios aprovechó la oportunidad del mayor pecado del hombre –el asesinato de su Hijo, para tratar el pecado de una vez por todas en la cruz. Lo

Extraído de «An Outline of Sound Words», Vol.  81-90.