Detente tú un poco – 1 Samuel 9:27
26 de diciembre de 2025
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1954, página 326
1 - Detenerse y examinar sus caminos
Al llegar al final de un año en el que la misericordia del Señor no solo no ha cesado, sino que se ha renovado cada mañana, es bueno detenernos un momento para escuchar, para hacer, como se dice, nuestro examen de conciencia, para escudriñar «nuestros caminos» (Lam. 3:40). En primer lugar, individualmente, eso va sin decir.
2 - La disciplina divina, un medio de santificación
Cada uno de nosotros tiene su propia experiencia personal, y cada uno está sometido, en primer lugar, a la disciplina en la que «todos han participado» (Hebr. 12:8), disciplina que es más a menudo motivo de tristeza que de gozo, porque nos cuesta comprender que se nos dispensa «para nuestro provecho, para que participemos de su santidad» (Hebr. 12:10). ¿Entendemos cada uno de nosotros esta disciplina? ¿Comprendemos sus objetivos y motivos?
3 - Los riesgos de una actitud pasiva
¿O hemos sufrido los acontecimientos, atravesado las vicisitudes de la vida confiando sin duda en el Señor, pero sin aprender las lecciones de estas circunstancias? Y seguimos nuestro camino, compadeciéndonos de nuestros hermanos y hermanas que sufren, orando a veces por ellos, pero sin grandes resultados prácticos, sin que nuestra conciencia se vea profundamente conmovida, sin que nos demos cuenta de la seriedad de estas palabras: «Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él» (1 Cor. 12:26).
4 - La compasión hacia nuestros hermanos y hermanas en la fe
Sí, a menudo nos conmueve conocer las penosas circunstancias por las que atraviesan algunos de nuestros hermanos en las Antillas, China, etc. o la noticia de los accidentes ocurridos a tal o cual amigo de nuestro vecindario. Pero ¿cuántas veces hemos experimentado que esta emoción, por sincera y verdadera que sea, no resiste el paso del tiempo? Quizás sea difícil orar cada día por cada caso, por cada uno de nuestros hermanos y hermanas en la fe, cuando ya tenemos que recordar ante el Señor a todos nuestros seres queridos e interceder por muchos de ellos. Y Dios me libre de juzgar a quienes no lo hacen, pero conocí a un anciano creyente que cada día llevaba ante el Señor, sin falta y nombrándolos a todos uno por uno, a sus setenta descendientes. El ejemplo de Job (1:5) es relevante para meditar.
5 - El examen colectivo en la vida de la Asamblea
«Escudriñemos nuestros caminos» (Lam. 3:40), hagámoslo también en común, en Asamblea. Es sobre esto sobre lo que debemos detenernos un poco. Por la gracia de Dios, un gran número de asambleas llevan una vida apacible y tranquila, sin todos los problemas molestos enumerados en 2 Corintios 12:20. Tienen relaciones fraternas sin nubes con las congregaciones vecinas, y se sorprenden mucho cuando oyen hablar de graves dificultades que han surgido en lugares lejanos y que amenazan la paz y la unidad. A primera vista, y con frecuencia, les parece que eso no les concierne; ¿cómo saber cuál es la situación de tal asamblea en Estados Unidos de América o en Nueva Zelanda?
6 - El principio de la unidad del Cuerpo
Pero no perdamos nunca de vista este gran principio que fue la base del testimonio de los hermanos hace casi 200 años: la unidad del Cuerpo. «Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo». «Hay muchos miembros, pero un solo Cuerpo». «Vosotros sois Cuerpo de Cristo» (1 Cor. 12:12, 20, 27). No podemos, no debemos desinteresarnos por los miembros del Cuerpo, del que formamos parte. No nos equivoquemos, si un miembro sufre sin que los demás miembros se den cuenta, es porque algo no va bien en las relaciones entre los miembros; no se percibe la acción de la Cabeza, centro de todo el Cuerpo como intermediario.
7 - El peligro de la indiferencia
Y, además, si los miembros no sienten el sufrimiento del miembro que sufre, a pesar de saber que existe, eso demuestra que no se dan cuenta de su posición, ni de la comunión que debe derivarse de ella. Pero además de todo eso, está el hecho de que seguimos siendo demasiado indiferentes, casi indiferentes a nuestro propio estado.
8 - La sutil infiltración del mundo
El mundo se insinúa en nuestras costumbres, en nuestras vidas; nada muy grave, como se suele decir, pero la puerta, entreabierta al principio, acaba rápidamente abierta de par en par y la fuerza que habría bastado al principio para cerrarla ya no basta al final, porque no hemos utilizado la que Dios nos proporciona.
9 - La negligencia doctrinal
Luego se plantea la cuestión de la doctrina. ¿Qué saben las nuevas generaciones de las doctrinas por las que nuestros antepasados tuvieron que luchar y que tan a menudo expusieron y enseñaron, esa doctrina mencionada más arriba de la unidad del Cuerpo, las relativas a la Asamblea, incluso la del retorno del Señor, del tribunal de Cristo, etc.? ¡Ah! Podemos confesar que nuestro estado es muy bajo. El emotivo llamamiento que algunos hermanos han sentido en su corazón de dirigirnos recientemente no debe quedar sin respuesta, si es que ha producido algún eco en nuestras conciencias.
10 - El llamamiento a la humillación ante un estado espiritual tan bajo
Nuestro lugar está en la humillación, en la confusión de rostro, como decía Daniel, a los pies del Señor, y todos juntos. “Volvamos al Señor. Elevemos nuestros corazones con nuestras manos hacia Dios en los cielos. Hemos desobedecido y hemos sido rebeldes”. El profeta añadía: «Tú no perdonaste» (Lam. 3:42). Y, en efecto, el juicio y un terrible castigo cayeron sobre el pueblo infiel y rebelde.
11 - La gracia y la fidelidad de Dios
Pero nosotros, por gracia, por pura gracia, podemos decir: «Por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad» (Lam. 3:21-23). Sí, el Señor es fiel; su amor no cambia; perdona abundantemente. Pero sepamos buscarlo con verdadera y sincera humildad.
12 - La espera del Señor en su comunión
Será bueno comenzar este nuevo año con estos pensamientos. Quizás no veamos su fin, y ¿no es nuestro ardiente deseo oír el grito de llamada y ver a nuestro Señor? Pero si hay que esperar aún, esperar aún, que él nos dé a todos la paciencia para hacerlo, permaneciendo constantemente en su comunión para aprender a conocerlo mejor, a comprender sus pensamientos y a discernir su voluntad; para practicar también el verdadero amor fraternal, que no consiste solo en saludar amablemente a nuestros hermanos al salir de las reuniones o en preguntarles por sus familias, sino en actuar en todas las cosas como miembros de un mismo y único Cuerpo.
13 - Un verdadero amor fraternal que hay que vivir estando unidos a la Cabeza
Si realmente amamos al Señor Jesús, amaremos a todos los que son miembros de su Cuerpo; y comprenderemos que, a menos que mantengamos los ojos y los pensamientos fijos en la Cabeza, a menos que permanezcamos en Él, no seremos más que miembros secos e inútiles. Esto es muy serio y merece toda nuestra atención.
¡Oh! Que el tiempo que nos queda sea bendito, habiendo aprendido que el lugar de la bendición está en la humillación y la humildad. Esto es lo que deseamos de todo corazón a cada uno de nuestros queridos lectores.
A. Rossier