Para la dedicación del muro de Jerusalén, buscaron a los levitas… para traerlos a Jerusalén, para hacer la dedicación y la fiesta con alabanzas y con cánticos, con címbalos, salterios y cítaras… Y sacrificaron aquel día numerosas víctimas, y se regocijaron, porque Dios los había recreado con grande contentamiento; se alegraron también las mujeres y los niños; y el alborozo de Jerusalén fue oído desde lejos.
(Nehemías 12:27, 43)
Una vez terminado el muro, se intentó repoblar una décima parte de Jerusalén, la “santa ciudad”, pues allí se encontraba el templo de Dios, con su debido muro de separación para proteger la ciudad. El pueblo bendijo a los que se ofrecieron a vivir allí. Muchos tenían una responsabilidad en relación con el culto en el templo. Siempre es una bendición vivir cerca de un lugar de adoración.
Se celebró entonces una fiesta especial para celebrar la dedicación del muro de Jerusalén. Las misericordias del Señor son nuevas cada mañana, ¡cuán grande es su fidelidad! (Lam. 3:23). Hoy en día, Dios también nos concede misericordias especiales para nuestra bendición. ¡Qué alegría poder celebrar, públicamente, su bondad junto a los suyos! Busquemos tales ocasiones para expresarle nuestra gratitud.
Durante la dedicación del muro, Nehemías estableció dos grandes coros de alabanza. Los sacerdotes y los levitas se purificaron y también purificaron al pueblo, así como a las puertas y el muro. Los coros hicieron una procesión sobre el muro en dirección opuesta, cantando y tocando “con los instrumentos musicales de David varón de Dios”. Esdras dirigía uno de los coros; Nehemías iba detrás del otro; entonces se reunieron en la Casa de Dios. Los cantores “cantaban en alta voz”. La alegría de Jerusalén se escuchó a lo lejos. Hombres, mujeres y niños se alegraron. Ese día ofrecieron grandes sacrificios. Dios los alegró con “grande contentamiento”. Y Dios señaló entonces que el pueblo ofreciera, en ese momento, lo que le correspondía, para satisfacer así las necesidades de sus siervos.
Eugene P. Vedder, Jr.