Sígueme tú.
Pedro había negado a su Maestro, y cuando el Señor lo restauró, lo llamó por el nombre que había recibido al nacer (vv. 15-17), tal como lo había hecho en su primer encuentro: “Tú eres Simón, hijo de Jonás” (Jn. 1:42). Fue entonces cuando Jesús le dio un nuevo nombre, el que hacía referencia a su nueva relación: Pedro, una piedra puesta sobre la Roca, es decir, el Señor. Pedro necesitaba volver a vivir esta relación con el Señor, para seguirlo, como había hecho con su hermano Andrés cuando Jesús les había dicho: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19), y ellos inmediatamente lo siguieron –algo que todos debemos hacer.
En otra ocasión, cuando los recaudadores del templo le preguntaron a Pedro si su “Maestro” había pagado el impuesto, él lo defendió con firmeza, como buen judío. Pero el Señor Jesús lo instruyo tranquilamente, preguntándole si los hijos les pagan impuesto a sus padres. Pero, para no escandalizar a los recaudadores, el Señor le proporcionó la cantidad correspondiente, la cual encontró en la boca de un pez. Entonces le dijo a Pedro: “Dáselo por mí y por ti” (Mt. 17:24-27). ¡Qué maravillosa conexión entre ambos!
En Getsemaní, Pedro también acude en ayuda del Señor, solo para escucharlo decir: “Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). Pedro lo seguía “de lejos” (Lc. 22:54), lo que solo podía causarles tristeza a ambos. Y lo hizo: Pedro lo negó tres veces. ¿Era este el fin del camino? ¡No! El Señor ya le había dicho: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc. 22:31-32).
Después de negarlo por tercera vez, el Señor Jesús se vuelve hacia él y lo mira. Pedro salió y lloró amargamente, y tenía razones para hacerlo. Pero lo que pudo ver del amor de Jesús en esa mirada, lo traería de vuelta (Lc. 22:59-62) y le permitiría apacentar los corderos del Señor y pastorear sus ovejas (vv. 15-17). ¡Qué maravilloso es nuestro Señor!
Simon Attwood