Toma a los levitas… y purifícalos… Rocía sobre ellos el agua para la purificación; luego haz que pasen la navaja sobre todo su cuerpo y que laven sus vestiduras.
(Números 8:6-7 RVA-2015)
En la consagración de los levitas, estos eran rociados con agua, y luego debían afeitar todo su cuerpo y lavar sus vestiduras. Debían presentarse ante el tabernáculo de reunión, y todos los hijos de Israel se reunían allí para imponerles las manos. De este modo, toda la congregación se unía a ellos en su servicio. Los levitas representaban a toda la congregación de Israel y servían en lugar de ellos (véase Nm. 3:40-51). La aspersión del agua representa el lavamiento de los pecados, lo cual no podían hacerlo ellos mismos, alguien tenía que hacerlo por ellos.
También debían pasar una afilada navaja sobre su piel para eliminar cualquier vello corporal; en este caso, la vellosidad es figura de lo que la carne, la vieja naturaleza, produce. También debían lavar sus ropas, el agua simboliza en este caso a la Palabra aplicada a nuestras costumbres y a nuestro caminar. Las aplicaciones espirituales son muchas. Todo cristiano activo en el servicio (como levita) debe, pues, utilizar constantemente la afilada navaja del juicio propio para quitar todo lo que emana de la carne.
El periodo de servicio de los levitas era definido. Comenzaba a los 25 años y finalizaba a los 50. El hecho de que pudieran retirarse del trabajo más duro a los 50 años era una disposición de la gracia divina. No hay contradicción con lo que se nos dice en el capítulo 4, pues los levitas entre 25 y 30 años podían hacer las tareas más livianas, al igual que los levitas mayores de 50 años estaban exentos de las tareas más pesadas, pero ayudaban a “hacer la guardia” (v. 26). El Señor sigue estableciendo el período durante el que sus siervos han de servirlo, al mismo tiempo que también se encarga de su bienestar (cf. Jn. 21:12, 18-19).
A. C. Gaebelein