Envió un varón delante de ellos; a José, que fue vendido por siervo. Afligieron sus pies con grillos; en cárcel fue puesta su persona. Hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de Jehová le probó. Envió el rey, y le soltó; el señor de los pueblos, y le dejó ir libre. Lo puso por señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones.
Dios también ha enviado a un Varón delante nuestro: su propio Hijo. Se nos dice que “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. ¡Qué triste es la forma en que fue tratado! Cristo fue vendido por 30 piezas de plata, el precio de un esclavo (cf. Éx. 21:32). Los sufrimientos de José en la prisión no fueron nada comparados con los sufrimientos de Cristo cuando estuvo colgado en la cruz. Allí sufrió el amargo oprobio y persecución de parte de las criaturas que él mismo había creado. Más aún, soportó la agonía de ser desamparado por Dios, soportando el juicio debido a nuestros pecados durante tres horas de absoluta oscuridad. Ciertamente, su alma fue puesta “en cadenas” (v. 18 NBLA).
“Hasta la hora que se cumplió su palabra”. Esto es mucho más cierto de Cristo que de José. ¿Qué había dicho Cristo? “Se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará»” (Lc. 18:31-33).
La maravillosa resurrección del Señor Jesús de entre los muertos está ilustrada en lo que se dice de José: “Envió el rey, y le soltó”. Dios desató al Señor Jesús de las ataduras de la muerte. Y no solo eso. Porque, así como José fue exaltado y puesto en una posición de autoridad en Egipto, el Señor Jesús ha sido exaltado y se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre. Bien podemos darle ahora el honor y la gloria que se debe a su glorioso nombre.
L. M. Grant