El Señor Está Cerca

Miércoles
4
Octubre

Les dijo: Paz a vosotros. Cuando hubo dicho esto, les mostró sus manos y su costado.

(Ezequiel 40:5)

La resurrección de Cristo nos da la paz

¿Cómo sabemos que todos nuestros pecados han sido expiados y que la obra de Cristo cumple con los más altos requisitos de la infinita justicia de Dios? Es porque Dios resucitó de entre los muertos al que murió por nuestros pecados. Fue “crucificado en debilidad” (2 Co. 13:4), pero fue resucitado “por la gloria del Padre” (Ro. 6:4). Nuestros pecados están ligados a la cruz de Cristo, nuestra justificación está ligada a su resurrección (Ro. 4:25). La justicia de Dios requería que nuestros pecados fueran plenamente condenados; Dios infligió el juicio a Cristo por nosotros, y él sufrió todo lo que merecíamos. Así que Jesús exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Pero cuando el Señor cumplió su obra, Dios lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar en su trono, en el cielo. Y ahora Dios nos declara: ¡Paz a vosotros por Jesucristo!

Reunamos las palabras del Señor: “¿Por qué me has desamparado?” – “¡Consumado es!”– “¡Paz a vosotros!”. ¡Vemos como ellas nos presentan el evangelio! Jesucristo fue desamparado porque murió por nosotros; llevó la ira de Dios, la obra está hecha, la terminó él mismo. Por lo tanto, en la plenitud de los resultados de esta obra, él dice: “¡Paz a vosotros!”. Sí, nuestro Señor salió de la tumba y con sus propios labios anunció la buena noticia de la paz a sus discípulos afligidos.

Victorioso del combate, se pone en medio de ellos y proclama la “paz”, resultado de su angustia, fruto de su sufrimiento y muerte. Los torbellinos se habían desatado sobre él, la tormenta había caído sobre él con todo su poder. Luego la espada fue puesta de nuevo en su vaina. Y cuando salió victorioso de la tumba, exclamó: “Paz”. Esta paz, asegurada para la eternidad, se produjo en el poder de su resurrección. Entonces, habiendo anunciado la paz, Jesús presenta la prueba divina de ello: sus manos y su costado.

H. F. Witherby

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