El centurión… mandó que los que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra; y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.
Los últimos capítulos del libro de los Hechos describen detalladamente el viaje de Pablo a Roma. Al seguir las etapas de este viaje en barco, vemos en ellas una figura de la decadencia del testimonio cristiano, desde su brillante comienzo en Pentecostés, cuando los corazones estaban unidos en un mismo corazón y alma, hasta el momento en que la embarcación –el testimonio público– se rompe por completo. Pablo, atado con cadenas, iba a comparecer ante las autoridades de este mundo. Se destaca como instrumento de Dios, dando testimonio de la verdad, la gracia y el poder de Aquel que está por encima del mundo.
Pablo, el prisionero, toma el mando. Dios le había revelado su pensamiento. “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas…” (vv. 23-24). Dios le dio la seguridad de que todos se iban a salvar. Incluso añadió: “Confío en Dios que será así como se me ha dicho” (v. 25).
Hoy vemos que la Iglesia, como testigo o candelero en este mundo, se está rompiendo, y a pesar de los grandes esfuerzos por salvar el «barco», se está partiendo en pedazos. Todo lo que se ha confiado a los hombres acaba en fracaso. Sin embargo, la verdadera “Arca” de salvación (véase He. 11:7), en la que están aseguradas todas las promesas de Dios –su verdad, su amor, su fidelidad– continúa su camino, tan fresca y perfecta como siempre. Nadie que confíe solamente en el Señor Jesucristo será decepcionado.
Los recursos de Dios que sostenían a la Iglesia en el principio siguen estando disponibles hoy en día: su Palabra, su Espíritu y su presencia. Su Palabra es la revelación divina para guiarnos. El Espíritu Santo es el poder divino que nos capacita y fortalece. La presencia divina de nuestro Señor, que permanece fiel a sus promesas, satisfará toda necesidad en nuestro camino hacia la Casa del Padre.
Jacob Redekop