Y los hijos de Israel… celebraron la pascua a los catorce días del mes, por la tarde, en los llanos de Jericó. Al otro día de la pascua comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día espigas nuevas tostadas.
Esta Pascua en Canaán es la misma fiesta que el pueblo había celebrado en Egipto; y, sin embargo, ¡cuán diferente es la una de la otra! Allá, Israel era un pueblo consciente de su culpabilidad, acosado por el enemigo, protegido por la sangre del cordero, deseando huir, protegido por la sangre del cordero pascual en medio de las tinieblas y del juicio. En Canaán, el pueblo está a salvo; se encuentra libre del oprobio de Egipto; es un pueblo resucitado que ha pasado a través de las aguas de la muerte, peo que vuelve, en perfecta paz, al punto inicial para sentarse en torno al recuerdo del cordero que fue sacrificado por ellos. La Pascua celebrada en Canaán, corresponde a lo que la Cena del Señor representa para los cristianos. En su sentido espiritual es un alimento permanente. Aún en la gloria nuestra Cena no cesará, pero, no será más el recuerdo de la muerte del Señor celebrado en su ausencia, pues veremos en medio del trono al Cordero mismo.
Pero hay otro manjar de la mesa celestial. Dios les brindó un alimento desconocido para ellos en Egipto: los frutos de la tierra prometida, el trigo del país de Canaán –un Cristo celestial, glorioso, pero un Cristo hombre, quien en esa humanidad inmaculada (figurada en los panes sin levadura), sufrió el fuego del juicio de Dios, cual las espigas tostadas lo simbolizan.
Además, Cristo está en el cielo, no solo como nuestro Abogado para con el Padre, sino que nos lleva al cielo como uno con él, el Hombre en la gloria. Veo a este Hombre y puedo decir: «Este es mi lugar; estoy en ti, Señor Jesús. Por mí bajaste, por mí fuiste clavado en la cruz; has ido a la gloria, y me has introducido allí como uno contigo en esa posición gloriosa, antes de que esté contigo para siempre en un cuerpo glorificado como el tuyo». ¡Qué gozo tan maravilloso y qué poder se halla en estar ocupado con un Salvador como Cristo!
Henri Rossier