Nos gozaremos y alegraremos en ti; nos acordaremos de tus amores más que del vino.
El frescor de una nueva fe puede traer una alegría tan viva que nos eleva por encima de nuestras circunstancias. Después de ser llevados al Señor Jesús y encontrar en él esa dulce seguridad del perdón y la perfecta aceptación, todo a nuestro alrededor parece estar vivo y lleno de alabanzas a Dios
Sin embargo, por muy desbordante y real que sea esta alegría, no siempre permanece tan profunda y entusiasta como en nuestra conversión. Su fervor pronto se desvanece y nos preguntamos qué ha pasado. ¿Por qué no conservamos ese inmenso gozo que era tan valioso para nosotros y que deseábamos profundamente no perder jamás?
La respuesta se halla en el bello versículo de hoy. El gozo es un elemento profundamente importante en la vida cristiana, pero no puede sostenerse por sí mismo. Si hacemos del gozo nuestro objetivo, lo perderemos. El gozo no puede alimentar nuestras almas. Solamente puede ser el resultado de algo más importante. “Nos gozaremos y alegraremos en ti”. El Hijo del Dios, que murió y resucitó por nosotros, es el único Objeto que puede llenar verdaderamente nuestro corazón de gozo profundo y perdurable. Debemos alimentarnos de él y del alimento sólido de su Palabra. Entonces podremos decir como Jeremías: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16).
El versículo de hoy dice: “Nos acordaremos de tus amores más que del vino”. El vino simboliza el gozo, aquello que trae emoción. Es mucho más importante recordar el amor del Señor Jesús que el gozo de nuestras propias experiencias. Su gozo, su amor y él mismo permanecen igual, mientras que nuestro gozo viene y va. No puede permanecer constante.
Hagamos del amor del Señor, de su Palabra y de su Persona, los objetos de nuestra meditación. Entonces tendremos un gozo puro y precioso.
L. M. Grant