Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis.
El hecho de que hemos sido «llevados a Dios» (1 P. 3:18) le otorga a nuestras almas un descanso maravilloso. Cuando lo comprendemos, se abre ante nosotros una nueva perspectiva de las cosas espirituales. Los hijos de Israel habían gemido y llorado a las orillas del mar Rojo. Pensaban que Dios los había llevado a las fronteras de su tierra de esclavitud para prepararles una gran tumba en el mar; pero la tumba que temían era para sus enemigos, para ellos era la puerta de la libertad. “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros”. Ellos “caminaron en seco por en medio del mar” (v. 29). En estas mismas aguas fueron tragados los carros de Faraón y su ejército, y sus capitanes se ahogaron. “Los abismos los cubrieron; descendieron a las profundidades como piedra” (Éx. 15:5).
Satanás puede perseguir –puede infundir miedo y temblor– como lo hizo Faraón hasta el mar Rojo; pero así como el poder de Faraón fue quebrantado para siempre, el poder de Satanás halló su eterno final en la resurrección de Cristo. El pueblo de Dios está a salvo, y la salvación de Dios es grande. El Señor resucitó. Pasó por la muerte por nosotros y, sin embargo, la misma muerte aplastará al enemigo. Su poder se detiene en la tumba de Cristo. Satanás no puede alcanzar el terreno de la resurrección. La sangre del Cordero de Dios es nuestra redención: la resurrección de Cristo es nuestra libertad. Nos beneficiamos de ambas; y hemos sido reconciliados a Dios en Aquel que murió y resucitó (2 Co. 5:18).
La tumba de Cristo es nuestra puerta a la libertad. Los poderes de las tinieblas no pueden perseguir al creyente más allá de los límites de la tumba de Jesús. Hemos sido redimidos cuando estábamos en el mundo; pero ahora somos llevados fuera del juicio de este mundo; en Cristo, hemos sido llevados a Dios.
H. F. Witherby