Las inescrutables riquezas de Cristo.
El amor del Padre y la gloria del Padre eran completamente suyos en la eternidad. Nuevamente, debemos dirigirnos a sus propias palabras para aprender acerca de su gloria eterna. Cuando Jesús pronunció aquella maravillosa oración en la presencia del Padre, pidió lo siguiente: «Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (Juan 17:5). ¡Qué declaración tan simple y clara! Cristo tenía una gloria con el Padre desde antes que el mundo fuese; Él es el resplandor de la gloria del Padre (He. 1:3). Pero ¿quién puede expresar cuál fue esa gloria en realidad? ¿Qué ojo humano podría mirarla en su totalidad? Profetas y videntes antiguos tuvieron visiones de la gloria del Señor; vieron los cielos abiertos y recibieron tenues destellos de su gloria.
¿A quién pertenecía la gloria que estos hombres vieron? Un pasaje del evangelio de Juan nos da la respuesta. «Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de Él» (Juan 12:41). El profeta Isaías vio al Señor y contempló su gloria, y el Nuevo Testamento nos dice que esa era la gloria del Unigénito Hijo de Dios. ¡Qué lugar tan glorioso debió haber sido el lugar donde Él estuvo durante toda la eternidad! Cuando estuvo en esta tierra, Cristo llamó a este lugar «la casa del Padre». Y Él estaba en el centro de aquella gloria. Para poder entender esto con precisión, debemos esperar hasta que entremos a aquel lugar en lo alto, cuando, junto con todos sus redimidos, estemos con el Señor Jesús donde Él está. Entonces nos mostrará toda su gloria.
No nos atrevemos a añadir ni una sola palabra a lo que hemos escrito. La Escritura no nos da más detalles de sus riquezas eternas que las que hemos visto: riquezas de posesiones y riquezas «inescrutables» en gloria.
A. C. Gaebelein
El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. (Apocalipsis 5:12)