Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto… Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos.
(Génesis 22:2, 6)
¿Quién puede leer Génesis 22 sin discernir, tanto en el que ofrece como en quien es ofrecido, a otro Padre que no es Abraham, y a otro Hijo que no es Isaac? Es lo que vemos en el evangelio de Juan, que nos muestra este aspecto de la cruz, en donde todo es entre el Padre y el Hijo. El Padre es el que entrega; el Hijo también se entrega a sí mismo. No hay palabra de desacuerdo o queja de parte de Isaac; y no sucede nada que enturbie la preciosa representación de Aquel que no escatimó ni a su propio Hijo, el cual vino expresamente para hacer la voluntad del Padre.
Este relato se detiene en cada aspecto de la prueba del padre durante el viaje de tres días hasta el lugar designado; tres días con las palabras divinas en su corazón, las cuales le habían requerido que sacrificara a su único hijo, a quien él amaba. Mesuradamente, toda la extensión de su sacrificio le es revelada, punto por punto: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas». Es inexpresable el consuelo de saber que Dios conoce cada ingrediente que hay en la copa de la prueba, la cual Él mismo prepara para nosotros.
¿Acaso no le pesó a Dios el ofrecer a su Hijo amado, su único? ¿Acaso fue todo el sacrificio de parte del Hijo, y no hubo nada de parte del Padre? ¿Lo llamaremos «Padre», y no le atribuiremos el corazón de un Padre? ¿Acaso nuestro Dios se nos ha revelado como un Dios apático que no siente nada? Ser conscientes de lo que le significó al Padre el sacrificio de su Hijo, no es atribuirle debilidad o imperfección humana, sino simplemente reconocer el amor que había en su propio corazón. Es de gran bendición poder conocer tal corazón de amor y entender que lo que el Hijo de su amor sufrió, el Padre también lo sintió. «Y fueron ambos juntos».
F. W. Grant