Él estaba en la popa, durmiendo… y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?
Mientras que los hombres fallaron en reconocer a su Creador cuando este se encarnó y habitó entre nosotros, la creación reconoció su presencia y poder. Cansado de su trabajo, el Salvador dormía, una prueba conmovedora de cuán real era la humanidad que había tomado. Mientras descansaba, una tormenta repentina se levantó contra la pequeña embarcación, al punto de que los discípulos (algunos de ellos experimentados pescadores) estuvieron a punto de desmayar. Con total debilidad, olvidaron quién era Aquel que viajaba con ellos. ¿No habían considerado que Él era el Creador del universo?
Marcos nos relata que los discípulos despertaron raudamente a su Señor, clamándole: «Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?» Es doloroso transcribir estas palabras. ¡Con qué crueldad debieron perforar el tierno corazón del Salvador! «¿No tienes cuidado?» Si no hubiese tenido cuidado de los hijos de los hombres, se hubiese quedado en la gloria, y el pesebre de Belén, la barca galilea, y la cruz del Calvario no se hubiesen cruzado en su camino.
Su voz bastó para calmar la tormenta: «Calla, enmudece». Mucho tiempo antes, el salmista había escrito lo siguiente acerca de Él: «Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas» (Sal. 89:9). Al tomar forma de siervo, hecho semejante a los hombres, Él no dejó de lado ni un solo atributo de la Deidad. La omnipotencia y la omnisciencia resplandecieron en Él siempre que fue necesario que se manifestaran. Este milagro llevó a los discípulos a asombrarse y postrarse a sus pies. «¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?» La respuesta es simple y evidente. Era Dios manifestado en carne, y se hallaba en su camino a la muerte para la eterna bendición de todos los que en Él creen. Tiene poder para disipar todo peligro que pueda caer sobre su pueblo. Tormentas de diverso tipo pueden soplar sobre nosotros durante nuestra navegación por este mundo, pero a nosotros nos corresponde confiar en Él.
W. W. Fereday