A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades.
(Amós 3:2)
¿Cuál es el terreno sobre el cual Dios hace esta declaración? Es evidente que está hablando de Israel, y que no lo involucra con las naciones gentiles. Pero la conclusión es profundamente solemne. Debido a que ellos fueron separados de tal manera para el conocimiento de Jehová, y fueron la única familia reconocida como «su pueblo», Él les dice: «por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades». La responsabilidad siempre será directamente proporcional a la medida de la relación. Cuanto más cerca estamos, más fuerte es el terreno, y más elevado el carácter al que debemos estar conformados según las exigencias divinas, en obediencia.
Esta es una verdad moral invariable. No es diferente en las relaciones humanas. Un hombre siente más dolor por lo que su esposa haya hecho en su contra que lo que haya hecho alguien más. En relación a los hijos, él puede exigir con razón un grado de sumisión e identificación con los pensamientos e intereses de la familia, lo cual jamás exigiría de un niño que no fuera su hijo. Las faltas de un trabajador de confianza son mucho más graves que las de un trabajador ocasional.
Es por eso que, bajo la ley, la maldad de un gobernante era mucho más condenable que la de la gente común; el pecado de un sumo sacerdote tenía consecuencias mucho más solemnes que la de cualquier otra persona en Israel. Encontramos esta distinción cuando Dios especifica las diversas ofrendas por el pecado (ver Lev. 4). Por lo tanto, es erróneo pensar que todas las personas están exactamente al mismo nivel, y que, por lo tanto, todos los pecados tienen la misma criminalidad, sin importar quien los haya cometido. Este pensamiento está en directa oposición con la Palabra de Dios. El hecho es que nos hallamos en diversas relaciones; y entre más elevada sea la relación, o mayores los privilegios, tanto más deplorable es la infidelidad en esa relación y en relación con tales privilegios.
W. Kelly