Le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó… Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.
Una de las características distintivas de la Biblia, que confirma su carácter e inspiración divina, es que no oculta los defectos de sus héroes. En los Evangelios leemos continuamente acerca de los defectos de los discípulos, y nuestro texto de hoy es un testimonio de este hecho. ¡Ellos reprendieron a los padres que trataban de llevar a sus hijos al Señor Jesús!
Esto nos muestra claramente que los discípulos no se preocupaban de los niños y que no les daban importancia. Tal vez esto se debía a una costumbre cultural en la que los niños debían «ser vistos, pero no escuchados». Sin duda alguna, los discípulos estaban bastante ocupados cuando estaban con el Señor, lidiando con las multitudes y ministrado a sus necesidades. Por esto, quizás sintieron que estaban haciéndole un favor al Maestro, «protegiéndolo» de la insistencia de los padres. A ojos de los discípulos, no valía la pena gastar tiempo y fuerzas en los niños, pues tenían cosas más importantes que hacer.
¡Pero qué diferente es el comportamiento del Señor Jesús hacia los niños! De hecho, Él se indignó por la actitud de sus discípulos. El Señor utilizó esta oportunidad, este lapsus, para enseñarles una lección valiosísima. «Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios» (v. 14). La inocencia, la humildad, la dependencia, la fe sencilla y la confianza de los niños proporcionaron un excelente ejemplo de los rasgos de quienes habitan el reino de Dios. Entonces el Señor Jesús tomó a los niños y, «poniendo las manos sobre ellos, los bendecía». La fe de aquellos padres fue recompensada en gran manera aquel día por las manos de Cristo.
Brian Reynolds