Índice general
Exponiendo justamente la Palabra de la verdad
Autor: C. I. Scofield 1 (revisado, adaptado y abreviado por Bibliquest)
Temas: Las diferentes dispensaciones Exponiendo justamente la Palabra de Dios
Nota bíblica sobre el interés de este folleto: 10 esquemas de temas de la Biblia que son esenciales para una correcta comprensión de la Biblia en general: 1. Los judíos, los gentiles y la Iglesia de Dios. 2. Las dispensaciones. 3. Las 2 venidas de Cristo. 4. Las 2 resurrecciones. 5. Los 5 juicios diferentes. 6. La Ley y la gracia. 7. Las 2 naturalezas del creyente. 8. La posición y el estado práctico real del creyente. 9. La salvación y las recompensas. 10. Los (verdaderos) creyentes y los (meros) profesos).
El apóstol Pedro advierte del peligro de tergiversar la Escritura (2 Pe. 3:16). Los cristianos de Berea son alabados por el cuidado con que cotejaban lo que se les predicaba con la Escritura. Es deseable que cada uno estudie la Escritura cuidadosamente por sí mismo, pero es fácil desviarse groseramente al comienzo de dicho estudio. Este folleto, apoyado en numerosas citas bíblicas, pretende ofrecer una base para evitar este peligro.
2 Timoteo 2:15: «Procura con diligencia presentate a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, exponiendo justamente la palabra de la verdad».
1 - Introducción
En 2 Timoteo, el creyente es presentado bajo siete caracteres diferentes. Se le ve como un niño (v. 1); un soldado (v. 3); un atleta (v. 5); un labrador (v. 6); un trabajador (v. 15); una vasija (v. 21); y un siervo (v. 24):
- Como niño, Timoteo es exhortado a fortalecerse en la gracia. La gracia va con el estado de hijo, mientras que la ley va con el de la servidumbre (Gál.),
- como soldado, Timoteo es exhortado a sufrir y a no molestarse con las cosas de la vida; estos son los elementos de un buen soldado,
- como vasija, debe ser purificado, separado;
- como siervo, debe ser amable, paciente y dócil; y así sucesivamente con respecto a cada uno de estos siete aspectos de la vida como cristiano,
- como obrero (2 Tim. 2:15): «Procura con diligencia presentate a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, exponiendo justamente la palabra de la verdad». Necesidad de ver las distintas partes, o divisiones de la Biblia, de lo contrario poco provecho, confusión y estudio aburrido.
El propósito de este folleto es señalar diez cosas a distinguir, las distinciones más importantes de la Palabra de Dios (= la Palabra de la Verdad). Que el que estudia la Palabra haga como los habitantes de Berea (Hec. 17:11), que noblemente examinaba cada día las Escrituras para ver si las cosas eran como se decían.
2 - Los judíos, los gentiles [1] y la Iglesia de Dios
[1] La palabra «gentil» significa «no judío». Las expresiones «los gentiles» y «las naciones» tienen el mismo significado.
Texto clave «No deis ocasión de tropiezo, ni a judíos, ni a griegos, ni a la iglesia de Dios» (1 Cor. 10:32).
Más de la mitad del contenido de la Biblia se refiere a una nación, el pueblo de Israel. Tienen un lugar muy especial en los caminos y consejos de Dios. Separados del resto de la humanidad, entraron en un pacto con Jehová, que les hizo promesas especiales, como nunca hizo a ninguna otra nación. Su historia ocupa la mayor parte del Antiguo Testamento (relatos y profecías), y las demás naciones solo se mencionan en relación con Israel.
Las comunicaciones de Jehová a Israel como nación se refieren a la tierra. Si permanecían fieles y obedientes, la grandeza terrenal, la riqueza y el poder les estaban asegurados; si eran infieles y desobedientes, la nación sería dispersada por toda la tierra (Deut. 28:64).
La Escritura menciona otro cuerpo, la Iglesia, que también tiene una relación especial con Dios y ha recibido promesas especiales de Él. Pero es muy diferente de Israel:
- Israel se compone únicamente de los descendientes naturales de Abraham, pero en la Iglesia ya no existe la distinción entre judíos y gentiles,
- La relación de Israel con Dios es una relación de pacto, mientras que la Iglesia es una relación por nacimiento,
- Para Israel, la obediencia es una fuente de grandeza y riquezas terrenales; la Iglesia aprende a contentarse con comida y ropa, y a esperar la persecución y el odio;
- Así como Israel está apegado a las cosas temporales y terrenales, la Iglesia está apegada a las cosas espirituales y celestiales.
Ni Israel ni la Iglesia han existido siempre. Israel comienza con el llamado a Abraham. La Iglesia aún no existía durante la vida terrenal de Cristo (o antes), pues Cristo habla de su Iglesia como algo futuro: Mateo 16:18: «sobre esta Roca edificaré mi Iglesia» (el verbo edificar está en tiempo futuro).
Según Efesios 3:5-10, la Iglesia nunca se menciona en las profecías del Antiguo Testamento (entonces era «un misterio oculto en Dios»). El nacimiento de la Iglesia se encuentra en Hechos 2, y el final de su carrera terrenal en 1 Tesalonicenses 4.
En la distribución de los seres humanos según la Escritura, otra categoría, distinta en todos los aspectos tanto de Israel como de la Iglesia, son las naciones (= no judíos o «gentiles»). Para comparar la posición relativa de los judíos, de los gentiles (naciones) y de la Iglesia, se pueden observar brevemente los siguientes pasajes:
- Los judíos: Romanos 9:4-5; Juan 4:22; Romanos 3:1-2
- Los gentiles: Efesios 2:11-12; 4:17-18; Marcos 7:27-28
- La Iglesia: Efesios 1:22-23; 5:29-33; 1 Pedro 2:9
Comparando, por tanto, lo que se dice en las Escrituras sobre Israel y la Iglesia, encontramos un completo contraste en cuanto a origen, vocación, promesas, culto, principios de conducta y destino futuro.
2.1 - El llamado (comparación del llamado de Israel y el de la Iglesia)
2.1.1 - De Israel
«Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Gén. 12:1).
«Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes… ni te faltará nada en ella» (Deut. 8:7-9).
«Entonces dijo: Yo soy criado de Abraham. Y Jehová ha bendecido mucho a mi amo, y él se ha engrandecido; y le ha dado ovejas y vacas, plata y oro, siervos y siervas, camellos y asnos» (Gén. 24:34-35).
«Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas» (Deut. 28:13).
2.1.2 - De la Iglesia
«Por lo cual, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra confesión, Jesús» (Hebr. 3:1).
«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo» (Fil. 3:20).
«Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas… pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza» (Mat. 8:20).
«Para una herencia incorruptible… reservada en los cielos para vosotros» (1 Pe. 1:4).
«Hasta esta hora padecemos hambre y tenemos sed, estamos desnudos… andamos errantes» (1 Cor. 4:11).
«¡Cómo difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!» (Marcos 10:23).
«Oíd, amados hermanos míos: ¿No eligió Dios a los pobres según el mundo, para ser ricos en fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?» (Sant. 2:5).
«Así que cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos» (Mat. 18:4).
Esto no quiere decir que un judío devoto, al morir, no vaya al cielo. La diferencia está en lo que le animaba a ser piadoso: eran las bendiciones terrenales, no las celestiales.
En la presente dispensación, ni los judíos ni los gentiles pueden salvarse sino por la fe en el Señor Jesucristo, y pasando por el nuevo nacimiento (Juan 3:3, 16); en la Iglesia ya no hay distinción entre judíos y gentiles (1 Cor. 12:2, 13; Gál. 3:28; Efe. 2:11, 14).
2.2 - Las reglas de conducta
El contraste entre Israel y la Iglesia sigue siendo evidente en sus respectivas normas de conducta:
2.2.1 - De Israel
«Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra a la que vas a entrar para poseerla, y expulse a muchas naciones de delante de ti… las destruirás por completo como una maldición; no harás pacto con ellas, ni les mostrarás misericordia» (Deut. 7:1-2).
«Ojo por ojo, diente por diente» (Éx. 21:24-25).
2.2.2 - De la Iglesia
«Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen» (Mat. 5:44).
«Insultados, y bendecimos; somos perseguidos, y [lo] soportamos; somos difamados, y suplicamos» (1 Cor. 4:12-13).
«Pero yo os digo: No resistáis al malvado; antes bien si alguno te hiere en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mat. 5:39; vean Lucas 15:20-23 y Filemón 10-11, 16).
2.3 - Los lugares de adoración (culto)
Israel solo podía adorar en un lugar (el tabernáculo o templo de Jerusalén) y a distancia de Dios, acercándose a él solo a través de intermediarios, los sacerdotes. La Iglesia, en cambio, adora allí donde se reúnen dos o tres en el nombre del Señor Jesús; tiene libre acceso a Dios, y todos los que la componen son sacerdotes (presbíteros) (comp.: Lev. 17:8-9 con Mat. 18:20; Lucas 1:10 con Hebr. 10:19-22; Núm. 3:10 con 1 Pe. 2:5).
2.4 - El futuro
En la profecía, la distinción entre Israel y la Iglesia es clara. La Iglesia será tomada de la tierra, mientras que el Israel restaurado gozará de poder y esplendor terrenal.
2.4.1 - El futuro de la Iglesia (celestial)
«En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Porque voy a prepararos un lugar… Vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:2-3).
«Porque esto os lo decimos por palabra del Señor: … el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:15-17)
«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de humillación en la semejanza de su cuerpo glorioso» (Fil. 3:20-21).
«Amados, ahora somos hijos de Dios; y aún no ha sido manifestado lo que seremos. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).
2.4.2 - El futuro de Israel (terrenal)
«He aquí que concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el SEÑOR Dios le dará el trono de su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y su reino no tendrá fin» (Lucas 1:31-33). (De estas siete promesas a María, cinco ya se han cumplido literalmente. ¿Cómo podríamos decir que los dos restantes no se cumplirán)?
«Simón ha referido cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de entre ellos un pueblo para su nombre. Con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito: Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y reconstruiré sus ruinas, y lo volveré a levantar» (Hec. 15:14-16).
«Digo pues: ¿Rechazó Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera! Porque yo también soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín… por su transgresión [vino] la salvación a los gentiles, para provocarles a celos… no quiero que ignoréis este misterio: que endurecimiento parcial ha acontecido a Israel hasta que entre la plenitud de los gentiles» (Rom. 11:1, 11, 24-26).
«Acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo… y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra» (Is. 11:11-12).
«Porque Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra» (Is. 14:1).
«No obstante, he aquí vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres» (Jer. 16:14-15).
«He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y éste será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra» (Jer. 23:5-6).
«He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios» (Jer. 32:37-38).
2.5 - La conclusión sobre la distinción entre Israel y la Iglesia
Podemos decir, sin equivocarnos, que la judaización de la Iglesia (es decir, la adaptación de la Iglesia de la Escritura a las prácticas de la religión judía) ha hecho más para retrasar su progreso, pervertir su misión y destruirla espiritualmente, que todas las demás causas combinadas. Dejando el camino de la separación del mundo en la estela del Señor y según su vocación celestial, ha utilizado los textos judíos (del Antiguo Testamento) para justificar sus esfuerzos de civilización del mundo, sus adquisiciones de riqueza, sus ritos imponentes, sus magníficos edificios eclesiásticos, sus bendiciones a los ejércitos en guerra y su disociación de los fieles en «clero» y «laicos».
3 - Las 7 dispensaciones
La Escritura divide el tiempo (desde la creación de Adán hasta el «cielo nuevo y una tierra nueva» de Apoc. 21:1) en una serie de períodos desiguales, que generalmente se denominan “dispensaciones” (traducidas en la versión francesa de J.N. Darby como «administración» en Efe. 1:10 y 3:2); también se denominan “economías”, “edades” o “siglos” (Efe. 2:7) o “días” («día del Señor», etc.). Hay siete de estos períodos o dispensaciones.
Estos períodos se distinguen entre sí en la Escritura por los cambios en el trato de Dios con la humanidad, o con una parte de la humanidad, en lo que respecta al pecado y a la responsabilidad de la humanidad. Cada una de estas dispensaciones puede ser vista como una prueba más del hombre natural, pero cada una termina en juicio, mostrando el completo fracaso del hombre natural en cada dispensación.
5 de estas dispensaciones, o períodos de tiempo, ya se han completado; estamos viviendo en la sexta, probablemente hacia su final, y tenemos ante nosotros la séptima y última, el Milenio.
3.1 - Primera dispensación – El hombre inocente
Esta dispensación comienza con la creación de Adán (Gén. 2:7) y continúa hasta su expulsión del Jardín del Edén. Adán, creado inocente e ignorante del bien y del mal, fue colocado en el Jardín del Edén con su esposa, Eva. Dios le había dado la responsabilidad de abstenerse del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. La dispensación de la inocencia terminó con el primer fracaso del hombre, tan cargado de consecuencias. Terminó con la sentencia: «Echó… al hombre» (Gén. 1:26; 2:16-17; 3:6; 3:22-24).
3.2 - Segunda dispensación – El hombre bajo la conciencia
A través de la caída, Adán y Eva adquirieron y transmitieron a su raza, la raza humana, el conocimiento del bien y del mal. Esto dio a la conciencia la capacidad de hacer juicios morales, como resultado de lo cual la raza humana recibió la responsabilidad de hacer el bien y evitar el mal. El resultado de esta dispensación de la conciencia, desde el Edén hasta el Diluvio (durante esta dispensación no hubo gobierno ni ley) «y se corrompió la tierra delante de Dios», y que «que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal». Entonces Dios terminó esta segunda prueba del hombre natural con un juicio: el Diluvio (Gén. 3:7, 22; 6:5, 11-12; 7:11-12, 23).
3.3 - Tercera dispensación – El hombre con autoridad en la tierra
Dios salvó a 8 personas del terrible juicio del Diluvio, y después de que las aguas se retiraran, les dio poder y gobierno sobre la tierra. Esto era responsabilidad de Noé y sus descendientes. El resultado de esta dispensación de gobierno humano fue el intento impío de independizarse de Dios (en la torre de Babel), y el juicio de la confusión de lenguas (Gén. 9:1-2; 11:1-4; 11:5-8).
3.4 - Cuarta dispensación – El hombre bajo la promesa
Entre los descendientes dispersos de los constructores de la Torre de Babel surgió la idolatría (Josué 24:2). Entonces Dios eligió a un hombre, Abram, y le hizo promesas a él y a su descendencia. Algunas de ellas eran promesas puramente basadas en la gracia e incondicionales. Estas se han cumplido literalmente, o se cumplirán en el futuro. Otras promesas eran condicionales y dependían de la fidelidad y la obediencia de los israelitas. El resultado de esta dispensación de la promesa fue la violación de estas condiciones, el fracaso de Israel y el juicio de la esclavitud en Egipto.
El libro del Génesis comienza con las sublimes palabras: «En el principio creó Dios», y termina con las palabras: «En un ataúd en Egipto» (Gén. 12:1-3; 13:14-17; 15:5; 26:3; 28:12-13; 50:26; Éx. 1:13-14).
3.5 - Quinta dispensación – El hombre bajo la Ley
La gracia de Dios acudió de nuevo en ayuda del hombre indefenso, y redimió (liberó) al pueblo elegido (Israel) de la mano del opresor. Luego, en el desierto del Sinaí, Dios les ofreció el pacto de la Ley. En lugar de pedir humildemente continuar bajo un pacto de gracia, el pueblo respondió presuntuosamente: «Todo lo que Jehová ha dicho, haremos» (Éx. 19:8). Sin embargo, la historia de Israel en el desierto y en Canaán es una larga historia de violaciones abiertas y continuas de la ley. Después de muchas advertencias, Dios pone fin a esta dispensación de la Ley, a la prueba del hombre por medio de la Ley, mediante el juicio, la deportación a una tierra extranjera y la dispersión entre las naciones. Aunque un pequeño remanente regresó bajo Esdras y Nehemías, y Cristo nació de ellos a su debido tiempo, esta dispensación de la ley terminó con la crucifixión de Cristo, y el pueblo se dispersó por completo (Éx. 19:1-8; Rom. 3:19-20; Hec. 2:22-23; Rom. 10:5; 2 Reyes 17:1-18; Hec. 7:51-52; Gál. 3:10; 2 Reyes 25:1-11).
3.6 - Sexta dispensación – El hombre bajo la gracia
La muerte expiatoria del Señor Jesucristo abre la dispensación de la gracia pura, del favor inmerecido. Dios da la justicia, en lugar de exigirla, como bajo la Ley. Una salvación perfecta y eterna se ofrece ahora gratuitamente tanto a los gentiles como a los judíos, siempre que reconozcan su pecado y se arrepientan con fe en Cristo.
«Jesús respondió: Esta es la obra de Dios, que creáis en aquel a quien él envió» (Juan 6:29).
«En verdad, en verdad os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6:47).
«En verdad, en verdad os digo, que quien oye mi palabra, y cree a aquel que me envió, tiene vida eterna, y no entra en condenación, sino que ha pasado ya de muerte a vida» (Juan 5:24).
«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen; yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:27-28).
«Porque por gracia sois salvos mediante la fe; y esto no procede de vosotros, es el don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efe. 2:8-9).
Este período de prueba del hombre bajo la gracia terminará con:
- El juicio del mundo incrédulo y de la iglesia apóstata (Lucas 17:26-30; 18:8; Apoc. 3:15-16; 2 Tes. 2:7-12).
- El descenso del Señor desde el cielo para llevar a los santos resucitados y a los creyentes aún vivos a su encuentro en el aire (1 Tes. 4:16-17).
Después de eso vendrá el breve período llamado «gran tribulación» (Mat. 24:21-22; Dan. 12:1; Sof. 1:15-18; Jer. 30:5-7), tras el cual el Señor regresará personalmente para reinar en la tierra con poder y gran gloria, y entonces habrá más juicios (Mat. 24:29-30; 25:31-46). Algunos ven una dispensación independiente en estos tiempos entre la 6ª y 7ª dispensación.
3.7 - Séptima dispensación – El hombre bajo el gobierno personal de Cristo
Después de los juicios purificadores que acompañarán el regreso de Jesús a la tierra, Cristo reinará 1.000 años en la tierra sobre el Israel restaurado (un período comúnmente llamado el «Milenio»). La sede del poder de Cristo será Jerusalén, y los santos, incluidos los salvados de la dispensación de la gracia, es decir, la Iglesia, estarán asociados a él en su gloria (Hec. 15:14-17; Apoc. 19:11-21; 20:1-6; Is. 2:1-4; 11, capítulo completo).
Después de este período, Satanás será «desatado por un poco tiempo», volverá a tener acceso al corazón natural del hombre, lo llevará al mal y a la rebelión y a luchar contra el Señor y sus santos; así, esta última dispensación terminará como todas las demás, en juicio. El «Gran Trono blanco» se instalará, los malvados muertos serán resucitados y juzgados finalmente; entonces vendrán «un cielo nuevo cielos y una tierra nueva» y comenzará la eternidad (Apoc. 20:3, 7-15; 21 y 22).
4 - Las 2 venidas
Texto clave: «El cual daba testimonio de antemano de los padecimientos de Cristo y de las glorias que los seguirían» (1 Pe. 1:11).
4.1 - 2 líneas de profecía
Las profecías del Antiguo Testamento muestran claramente dos “líneas” de profecía aparentemente contradictorias sobre el Mesías.
Una de estas líneas de la profecía lo muestra viniendo en debilidad y humillación, un hombre de dolores acostumbrado al sufrimiento, como un vástago que sale de una tierra seca, sin tener ninguna forma o atractivo o belleza que lo haga deseable. Su rostro es un tema de burla, sus pies y sus manos deben ser traspasados. Será abandonado por Dios y por los hombres, y tendrá su tumba con los malvados (vean: Is. 53, capítulo completo; Dan. 9:26; Is. 7:14; Zac. 13:6, 7; Sal. 22:2-19; Marcos 14:27). Esto se vio en la primera venida del Señor, como muestran los Evangelios.
La otra línea de profecías nos presenta a un magnífico Soberano, al que nadie podrá resistirse, que purificará la tierra con terribles juicios, que reunirá al Israel disperso, que restaurará el trono de David y le dará un mayor esplendor que el de Salomón, y que introducirá, finalmente, un reino de profunda paz y perfecta justicia (vean: Is. 11:1-2, 10-12; Dan. 7:13, 14; Deut. 30:1-7; Mic. 5:1; Is. 9:5-6; Mat. 1:1; Is. 24:21-23; Mat. 2:2; Is. 40:9-11; Lucas 1:31, 33; Jer. 23:5-8). Esto es lo que ocurrirá con su segunda, aunque futura, venida.
4.2 - Las 2 venidas
El cumplimiento de las profecías mesiánicas comenzó con el nacimiento del Hijo de la Virgen, según Isaías, en Belén, según Miqueas, y continuó literalmente hasta el cumplimiento completo de todas las profecías relativas a la humillación del Mesías, pues el pecado tenía que ser eliminado primero antes de que el reino pudiera ser establecido. Pero los judíos no quisieron recibir a su Rey en esta forma «he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna»; lo crucificaron (Zac. 9:9; Mat. 21:1-5, etc.; Juan 19:15-16).
La maldad de los hombres no frustró los planes de Dios, pues sus planes incluían una segunda venida de su Hijo en relación con las profecías de la gloria terrenal del Mesías. Estas se cumplirán de la misma manera precisa y literal que las profecías de sus sufrimientos terrenales (Oseas 3:4-5; Hec. 1:6-7; Lucas 1:31-33, el v. 31 ya se ha cumplido; Hec. 15:14-17; Mat. 24:27-30).
4.3 - La incredulidad frente a las profecías sobre la venida del Señor
Los judíos fueron lentos de corazón para creer todo lo que los profetas dijeron sobre los sufrimientos de su Mesías; y nosotros somos lentos de corazón para creer todo lo que dijeron sobre su gloria. Ciertamente somos nosotros los que merecemos la mayor culpa, pues debería ser más fácil creer que el Hijo de Dios vendrá «sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mat. 24:30), que creer que vendría como el niño pequeño de Belén y como el carpintero de Nazaret. Naturalmente, creemos este último punto porque se ha cumplido, pero no porque los profetas lo predijeran, y ya es hora de dejar de reprochar a los judíos su incredulidad. Si uno se pregunta cómo fue posible que estuvieran ciegos al significado obvio de tantas profecías inequívocas, respondemos que estaban ciegos al igual que muchos cristianos están ciegos al significado igualmente obvio de muchas más profecías relativas a su gloria terrenal, y están ciegos por el proceso de “espiritualización” de las Escrituras. En otras palabras, los escribas de antaño enseñaban al pueblo que las profecías relativas a los sufrimientos del Mesías no debían interpretarse literalmente, y exactamente del mismo modo los escribas modernos enseñan al pueblo que las profecías relativas a la gloria terrenal del Mesías tampoco deben interpretarse literalmente.
4.4 - La segunda y futura venida del Señor
4.4.1 - 2 fases en esta venida
La segunda venida del Señor, sin embargo, tiene una primera fase en la que los creyentes cristianos serán arrebatados al cielo por el Señor como él prometió en Juan 14:1-3 (los detalles se dan en 1 Tes. 4:14-18); la segunda fase de este regreso es su aparición en gloria en la tierra para ejecutar los terribles juicios (Apoc. 19:11-21) y establecer su reino. Los pasajes de la Escritura que anuncian la segunda venida del Señor enfatizan tanto la bendita esperanza de los creyentes que esperan que el Señor ser llevados a él, como la gloria de su aparición para el juicio y el reinado.
Juan 14:1-3 nos da algunas de las últimas palabras de ánimo y exhortación que nuestro Señor dirigió a sus perplejos y angustiados discípulos antes de hacer el sacrificio de la cruz: «No se turbe vuestro corazón; ¡creéis en Dios, creed también en mí! En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, yo os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis».
4.4.2 - La venida del Señor será personal y corporal
El Señor habla aquí exactamente en los mismos términos de su regreso y de su partida. Este último, como sabemos, era personal y corpóreo. No se nos permite decir que su regreso será impersonal y “espiritual”, pues en general no se nos permite hacer interpretaciones forzadas de textos simples en cuanto a las expresiones que utilizan, a menos que nos veamos obligados a hacerlo por otros pasajes categóricos y absolutos de la Escritura. No hay ningún pasaje de este tipo sobre el tema que nos ocupa.
No se nos dejó en duda sobre este punto vital, ni se nos dejó a las conclusiones de la razón, por irresistibles que fueran.
En el momento en que nuestro Señor desapareció de la vista de sus discípulos, «dos varones con vestiduras blancas se pusieron junto a ellos, y les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, volverá del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo» (Hec. 1:10-11).
1 Tesalonicenses 4:16-17 va en la misma dirección: «Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor».
«Aguardando la bendita esperanza y la aparición en gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tito 2:13). En vista de esta «bendita esperanza» se nos exhorta a «velar» (Marcos 13:33, 35, 37; Mat. 24:42; 25:13); a «esperar» (1 Tes. 1:10) y a estar «preparados» (Mat. 24:44). La última oración de la Biblia es por el pronto regreso de Cristo (Apoc. 22:20).
«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de humillación en la semejanza de su cuerpo glorioso, conforme a la eficacia de su poder, con el que también puede someter todas las cosas a sí mismo» (Fil. 3:20-21).
«Amados, ahora somos hijos de Dios; y aún no ha sido manifestado lo que seremos. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).
«He aquí vengo pronto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según es su obra» (Apoc. 22:12).
4.4.3 - Contrastes entre las 2 venidas del Señor, la pasada y la futura
Los siguientes textos nos muestran de manera aún más amplia el contraste entre las dos venidas de nuestro Señor. Comparad:
4.4.3.1 - Primera venida (pasada)
«Dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada» (Lucas 2:7).
«Pero ahora, una sola vez en la consumación de los siglos, él ha sido manifestado para la anulación del pecado mediante su sacrificio» (Hebr. 9:26).
«Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10).
«Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:17).
«Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo; porque no vine al mundo para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo» (Juan 12:47).
4.4.3.2 - Segunda venida (futura)
«Entonces, aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo; y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria» (Mat. 24:30).
«Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos, y aparecerá la segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que le esperan» (Hebr. 9:28).
«… y [daros] a vosotros, que sois afligidos, descanso con nosotros cuando se revele el Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles, en llamas de fuego, ejerciendo venganza sobre los que no conocen a Dios, y sobre los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús» (2 Tes. 1:7-8).
«Por cuanto fijó un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por un Hombre que él ha designado, dando prueba ante todos al resucitarlo de entre los muertos» (Hec. 17:31).
Estos contrastes se podrían multiplicar casi de forma interminable. Sin embargo, hemos dado suficientes pruebas para demostrar que las promesas a Israel y a la Iglesia requieren imperativamente el regreso futuro de nuestro Señor.
4.5 - No interpretar la venida del Señor de forma simbólica
Dado que la segunda venida será personal y corporal, como demuestran estos numerosos textos de la Escritura, esta no representa la muerte del creyente, ni la destrucción de Jerusalén, ni el descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, ni la propagación gradual del cristianismo, sino la “bendita esperanza” de la Iglesia, es decir, ese momento en el que los santos que están “dormidos” resucitarán y, junto con los santos vivos que serán «cambiados» (1 Cor. 15:51-52), irán al encuentro del Señor en el aire; entonces los que ahora son hijos de Dios serán como él, y los santos hallados fieles serán recompensados por sus obras de fe hechas por causa de su nombre, después de haber sido salvados.
Creemos que es útil considerar brevemente las muchas teorías que se proponen aquí y allá contra la doctrina bíblica del regreso personal y corporal, o segunda venida, de Cristo: esto lo haremos en lo que sigue.
4.5.1 - No confundir la venida personal del Señor con meros atributos de la Divinidad
Está muy claro que los pasajes de la Escritura que hablan de su aparición visible y corporal al final de esta dispensación deben distinguirse de los que se refieren a sus atributos divinos de omnisciencia y omnipresencia, por los que conoce todas las cosas y está siempre presente en todas partes; Mateo 18:20 y 28:20 son ejemplos de tales pasajes.
Es una bendita verdad que, en este sentido, el Señor estará siempre con nosotros, hasta «el fin del siglo» (= el fin de nuestra era). Pero el hombre Cristo Jesús está ahora personal y corporalmente a la derecha de Dios, como dice claramente Hechos: «Y habiendo dicho esto, fue elevado viéndolo ellos; y una nube lo recibió y lo ocultó a su vista. Mientras ellos seguían mirando fijamente al cielo y veían cómo se alejaba, dos varones con vestiduras blancas se pusieron junto a ellos, y les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, volverá del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo» (1:9-11).
«Pero él, lleno del Espíritu Santo, miraba fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios; y dijo: Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (Hec. 7:55-56).
«El cual (el Hijo)… habiendo hecho la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Hebr. 1:3).
«Si, pues, fuisteis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios» (Col. 3:1).
Una imagen imperfecta puede ayudar a hacer más claro este hecho de que el Señor se presenta tanto como presente en medio de los suyos como situado en el cielo a la derecha de Dios, de donde volverá personalmente. Durante las guerras, el Estado Mayor está presente en cada campo de batalla por medio de las telecomunicaciones, aunque solo está presente visible y personalmente en el cuartel general. Así, nuestro Señor, en virtud de sus atributos divinos, está realmente con su Iglesia ahora, pero estará visible y personalmente en la tierra en su segunda venida.
4.5.2 - Algunos acontecimientos que han sido tergiversados como cumpliendo la venida del Señor
Las profecías sobre el regreso del Señor no se cumplieron con el descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, ni con su manifestación en poderosos avivamientos o benditas reuniones de oración.
En efecto:
- Esta interpretación prácticamente anula la doctrina de la Trinidad, haciendo del Espíritu Santo una mera manifestación de Cristo.
- En la promesa de Cristo de enviar el Espíritu Santo, habla claramente de él como «otro Consolador» (Juan 14:16); y en Juan 16:7 Cristo dice: «Os conviene que yo me vaya. Porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré».
- Los autores inspirados de los Hechos, las Epístolas y el Apocalipsis mencionan el regreso del Señor más de 150 veces después de Pentecostés y siempre como algo próximo.
- Ninguno de los acontecimientos predichos que acompañarían a la segunda venida de Cristo se produjo en Pentecostés: ni la resurrección de los santos dormidos (1 Cor. 15:22-23; 1 Tes. 4:13-16), ni el “cambio” de los creyentes vivos en ese momento, por el que se revestirán «de incorrupción» (su “cuerpo corruptible” será “hecho semejante a su cuerpo de gloria” e irá al encuentro del Señor en el aire – 1 Cor. 15:51-53; 1 Tes. 4:17; Fil. 3:20-21), ni las lamentaciones de todas las tribus de la tierra cuando vean venir al Hijo del hombre con poder y gran gloria (Mat. 24:29-30; Apoc. 1:7).
Se trata de fenómenos asociados al acontecimiento del regreso de nuestro Señor. Cuando él venga, estos fenómenos tendrán lugar. Ninguno de estos acontecimientos ocurrió en Pentecostés ni en ninguna manifestación del Espíritu Santo.
4.5.3 - La conversión de un pecador no es la venida del Señor
Parece demasiado infantil proponer tal teoría como explicación seria de tan numerosas y detalladas profecías en cuanto a las circunstancias. Simplemente diremos que:
- Según las Escrituras, es exactamente lo contrario. La conversión es la venida de un pecador a Cristo, no la venida de Cristo a un pecador (Mat. 11:28; Juan 5:40; 7:37; 6:37).
- Ninguno de los acontecimientos anteriores, que han de ocurrir al regreso del Señor, acompañan a la conversión de un pecador.
4.5.4 - La muerte de un cristiano no es la venida de Cristo
porque:
- Cuando los discípulos comprendieron que el Señor decía que uno de ellos permanecería hasta que él viniera, se corrió la voz entre los hermanos «que aquel discípulo no moriría» (Juan 21:22-24).
- Los escritores sagrados siempre hablan de la muerte del creyente como su partida. En ninguna parte se relaciona el regreso del Señor con la muerte de un cristiano (vean Fil. 1:23; 2 Tim. 4:6; 2 Cor. 5:8). Esteban, al morir, vio el cielo abierto y al Hijo del hombre, no viniendo, sino «De pie a la derecha de Dios» (Hec. 7:55-56).
- Ninguno de los eventos predichos que sucederán en el regreso del Señor acompañan a la muerte de un cristiano.
4.5.5 - La destrucción de Jerusalén por los romanos no era la segunda venida de Cristo
en efecto:
- En Mateo 24 y Lucas 21:20-24 se predicen tres acontecimientos: la destrucción del templo, la venida del Señor y el fin de esta era (vean Mat. 24:13). Fue la confusión innecesaria de estos eventos, cuando son perfectamente distintos, lo que dio lugar a la noción de que el cumplimiento de uno era el cumplimiento de todos.
- El apóstol Juan escribió el Apocalipsis después de la destrucción de Jerusalén, pero sigue hablando de la venida del Señor como un acontecimiento futuro (Apoc. 1:4, 7; 2:25; 3:11; 22:7, 12, 20). La última promesa de la Biblia es: «Sí, vengo pronto»; la última oración, «Ven, Señor Jesús».
- Ninguno de los acontecimientos que se predijeron para el regreso del Señor tuvo lugar en la destrucción de Jerusalén (vean 1 Tes. 4:14-17; Mat. 24:29, 31; 25:31, 32, etc.).
4.5.6 - La difusión del cristianismo no es la segunda venida de Cristo
En efecto:
- La difusión del cristianismo es gradual, mientras que las Escrituras nos dicen que el regreso del Señor será repentino e inesperado (Mat. 24:27, 36-42, 44, 50; 2 Pe. 3:10; Apoc. 3:3).
- La difusión del cristianismo es una secuencia de acontecimientos, o un proceso. La Escritura habla invariablemente del regreso del Señor como un acontecimiento.
- La difusión del cristianismo trae la salvación a los malvados, mientras que se dice que la venida de Cristo les traerá, no la salvación, sino la «destrucción repentina» (1 Tes. 5:2-3; 2 Tes. 1:7-10; Mat. 25:31-46).
4.5.7 - ¿Hay acontecimientos que deben preceder a esta venida del Señor?
A veces se dice que esta segunda venida no puede tener lugar hasta que el mundo se haya convertido por la predicación del Evangelio y se haya sometido al reino espiritual de Cristo durante 1.000 años.
Este punto de vista es completamente erróneo, porque:
- Las Escrituras describen claramente la condición de la tierra en la segunda venida de Cristo –no como disfrutando de las bendiciones milenarias, sino como estando en gran perversidad (comp. Lucas 17:26-32 con Gén. 6:5-7 y Gén. 13:13; Lucas 18:8; 21:25-27).
- Las Escrituras describen todo el curso de esta dispensación, desde el principio hasta el final, en términos tales que excluyen cualquier posibilidad de un mundo convertido (Mat. 13:36-43, 47-50; 25:1-10; 1 Tim. 4:1; 2 Tim. 3:1-9; 4:3-4; 2 Pe. 3:3-4; Judas 17-19).
- El plan de Dios en esta dispensación se presenta como siendo, no para la conversión del mundo, sino «para tomar… un pueblo para su nombre» (Hec. 15:14). Después de esto él «volverá», y solo entonces, no antes, los gentiles, sobre los que es invocado su nombre, se convertirán (vean Hec. 15:14-17; Mat. 24:14, «para testimonio»; Rom. 1:5, «entre», no “de todas las naciones”; Rom. 11:14, «algunos», no “todos”; 1 Cor. 9:22; Apoc. 5:9, «de todas las tribus», no “todas las tribus de”).
- Sería imposible «vigilar» y «esperar» un acontecimiento que sabemos que no ocurrirá hasta dentro de 1.000 años.
5 - Las 2 resurrecciones
Según las Escrituras está claro y seguro que todos los muertos resucitarán. Ninguna doctrina de la fe se apoya en la autoridad de tantos pasajes de la Escritura. Es una doctrina vital para el cristianismo: «Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha sido resucitado; y si Cristo no ha sido resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana es también vuestra fe» (1 Cor. 15:13-14).
5.1 - Varias resurrecciones
La Escritura no enseña una única resurrección para todos al mismo tiempo. Además, ya se ha producido una resurrección parcial de los santos: «Los sepulcros se abrieron; y muchos cuerpos de santos, que habían dormido, resucitaron; y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, vinieron a la ciudad santa, y aparecieron a muchos» (Mat. 27:52-53).
Hay 2 resurrecciones por venir; difieren en cuanto al tiempo y a las personas que son objeto de esta resurrección. Se llaman, entre otras cosas, «la resurrección de vida» y «la resurrección de condenación» (Juan 5:29), o «resurrección de los justos y la de los injustos» (Hec. 24:15); «primera resurrección» (Apoc. 20:5-6); la «resurrección de los muertos» (Hebr. 6:2), etc.
Aquí están los textos sobre este tema:
«Viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán; los que hicieron bien, para resurrección de vida, y los que hicieron mal, para resurrección de condenación» (Juan 5:28-29).
¿La palabra «hora» implicaría una resurrección simultánea de estas dos clases? No, porque la «hora» del versículo 25 ya ha durado cerca de 2.000 años (vean también «día» en 2 Pe. 3:8; 2 Cor. 6:2; Juan 8:56).
5.2 - La primera resurrección
«Pero cuando des un banquete, llama a pobres, a mancos, a cojos y a ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no tienen con qué recompensarte; y serás recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:13-14).
«Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su propio orden: las primicias, Cristo; después los que son de Cristo, a su venida» (1 Cor. 15:22-23).
«No queremos que ignoréis, hermanos, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron con Jesús. Porque esto os lo decimos por palabra del Señor: Que nosotros los que vivimos, los que quedemos hasta el advenimiento del Señor, de ninguna manera precederemos a los que durmieron; porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tes. 4:13-16).
Esta «resurrección de vida», «de los justos», de los «muertos en Cristo» es de la que habla Pablo en Filipenses 3:11: «si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos». No dice “de los muertos”. Si dijera resurrección de los muertos, implicaría una resurrección simultánea de todos los muertos. «De entre los muertos» implica necesariamente una selección, es decir, que quedan algunos «de entre los muertos». Si el apóstol había pensado en una resurrección de todos los muertos, ¿cómo podría haber hablado de conseguirla «si es posible», ya que le era imposible no participar?
En Apocalipsis 20:4-6, las 2 resurrecciones se mencionan de nuevo juntas, pero con la importante adición del tiempo que transcurrirá entre la resurrección de los que se salvan y de los que no.
«Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos a quienes fue dado juzgar; y vi las almas de los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a los que no adoraron a la bestia, ni a su imagen, y no recibieron la marca en sus frentes ni sobre su mano; y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los 1.000 años. Esta es la primera resurrección. ¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él 1.000 años» (Apoc. 20:4-6).
5.3 - La resurrección de condenación
Los versículos 12 y 13 de Apocalipsis 20 describen la segunda resurrección, la del «juicio».
«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie delante del trono; y libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida; y los muertos fueron juzgados por lo que había sido escrito en los libros conforme a sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno conforme a sus obras» (Apoc. 20:12-13).
El testimonio de las Escrituras establece así claramente que los cuerpos de los creyentes son resucitados de entre los cuerpos de los incrédulos, y que se encontrarán con el Señor en el aire 1.000 años antes de la resurrección de estos últimos.
5.4 - La resurrección de los cuerpos
Hay que sostener firmemente que la doctrina de la resurrección se refiere a los cuerpos de los que han muerto. Los espíritus que se desprenden de los cuerpos llegan instantáneamente a un estado consciente de dicha o de tormento (Fil. 1:23; 2 Cor. 5:8; Lucas 16:22-23).
6 - Los 5 juicios
La expresión “juicio general”, tan frecuentemente utilizada en la literatura religiosa, no se encuentra en la Escritura, ni, lo que es más importante, la idea que se pretende expresar con estos términos. Lo mismo ocurre con “el juicio final”, y Marta habló de forma vaga y general de «la resurrección, en el día postrero» (11:24).
Es una costumbre deplorable del mundo cristiano hablar del Juicio como un gran acontecimiento del fin del mundo, con la comparecencia de todos los seres humanos, santos, pecadores, judíos y gentiles, vivos y muertos, ante el «Gran Trono blanco» para ser juzgados. Nada más lejos de la enseñanza de las Escrituras.
La Escritura habla de 5 juicios que pueden dividirse en 5 categorías, que se distinguen por:
- las personas sujetas a la sentencia,
- el lugar del juicio,
- en el momento de la sentencia,
- los resultados del juicio.
6.1 - El juicio en relación con los creyentes
- Sus pecados han sido juzgados.
- ¿Cuándo?: En el año 30.
- ¿Dónde?: En la cruz.
- Resultado: La muerte para Cristo, la justificación para el creyente.
«Él, llevando la cruz, salió al [lugar] llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; donde lo crucificaron» (Juan 19:17-18).
«Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero» (1 Pe. 2:24).
«Cristo padeció una vez por los pecados, [el] justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pe. 3:18).
«Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldición por nosotros –porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero–» (Gál. 3:13).
«Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor. 5:21).
«Pero ahora, una sola vez en la consumación de los siglos, él ha sido manifestado para la anulación del pecado mediante su sacrificio» (Hebr. 9:26).
«Habiendo hecho la purificación de los pecados» (Hebr. 1:3).
«No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús» (Rom. 8:1).
«En verdad, en verdad os digo, que quien oye mi palabra, y cree a aquel que me envió, tiene vida eterna, y no entra en condenación, sino que ha pasado ya de muerte a vida» (Juan 5:24). La misma palabra traducida como «juicio» se encuentra en Mateo 10:15, Hebreos 9:27 y 2 Pedro 2:4. Una palabra completamente diferente se utiliza en 2 Corintios 5:10 donde se trata de la manifestación de nuestras obras como creyentes.
6.2 - El juicio del pecado en el creyente
- ¿Cuándo?: A cualquier hora.
- ¿Dónde?: En cualquier lugar.
- Resultado: Castigados por el Señor si no nos juzgamos a nosotros mismos.
«Pero si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero siendo juzgados, somos educados por el Señor, para no ser condenados con el mundo» (1 Cor. 11:31-32).
«Si soportáis [la] disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿cuál es el hijo a quien su padre no disciplina?» (Hebr. 12:7).
Vean también: 1 Pedro 4:17; 1 Corintios 5:5; 2 Samuel 7:14-15; 12:13-14; 1 Timoteo 1:20.
6.3 - El tribunal de Cristo, la manifestación de las obras de los creyentes
- ¿Tiempo?: Cuando Cristo regrese.
- ¿Lugar?: Cuando los creyentes han llegado al cielo.
- El resultado para el creyente: «recompensa» o «pérdida» –«pero él mismo se salvará».
Es un pensamiento solemne que, aunque Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero, y Dios nos asegura que no se acordará más de ellos (Hebr. 10:17), toda obra debe salir a la luz, manifestarse y recibir su recompensa. La vida y las obras del creyente deben ser examinadas por el Señor.
«Por lo que también procuramos, sea presentes o ausentes, serle agradables; porque es necesario que todos nosotros seamos manifestados ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho en el cuerpo, sea bueno o malo» (2 Cor. 5:9-10).
«¿Por qué juzgas a tu hermano? Y también tú ¿por qué desprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo» (Rom. 14:10).
Hay que señalar que ambos pasajes, tomados en su contexto, limitan la aparición a los creyentes. En la primera, el apóstol habla de nosotros como si estuviéramos en este cuerpo y alejados (físicamente) del Señor, o como si hubiéramos dejado este cuerpo y estuviéramos con el Señor: este lenguaje no podría usarse para los incrédulos. «Por lo que también procuramos» en agradarle, «porque es necesario que todos nosotros seamos manifestados», etc. (2 Cor. 5:8-9).
En el otro pasaje (Rom. 14:10-11), las palabras «nosotros» y «hermanos» también muestran que este pasaje se limita a los creyentes. El Espíritu Santo nunca mezcla a los que se salvan con los que no. Si habla de comparecer ante el tribunal de Cristo, no contradice a Juan 5:24 que dice que no hay juicio de las personas de los que creen en Jesús. Ante este tribunal, es una manifestación de todo el pasado, con retribuciones. El apóstol cita un pasaje de Isaías para demostrar que «toda rodilla se doblará» (etc., y añade: «cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios» Rom. 14:11-12).
El siguiente pasaje nos da la base para juzgar las obras.
«Porque nadie puede poner otra base diferente de la que ya está puesta, la cual es Jesucristo. Pero si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno será manifestada; porque el día la descubrirá, porque con fuego se revelará, y el fuego probará cómo es la obra de cada uno. Si permanece la obra que alguno sobreedificó, recibirá recompensa; si la obra de alguno se consume, él sufrirá pérdida; aunque él mismo será salvo, si bien como a través del fuego» (1 Cor. 3:11-15).
Los siguientes pasajes establecen el momento de esta aparición en el tribunal de Cristo.
«Porque el Hijo del hombre va a venir en la gloria de su Padre con sus ángeles; y entonces dará a cada uno conforme a sus hechos» (Mat. 16:27).
«Y serás bienaventurado, porque ellos no tienen con qué recompensarte; y serás recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:14; vean 1 Cor. 15:22-23).
«Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; entonces, para cada uno, la alabanza vendrá de Dios» (1 Cor. 4:5).
Qué reconfortante, entonces, aprender que, en vista de esta inevitable revisión y manifestación de nuestra pobre y miserable obra, el Señor, en su paciente amor, está dirigiendo y actuando de tal manera en nosotros ahora que puede encontrar entonces algo por lo que alabarnos.
«He aquí vengo pronto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según es su obra» (Apoc. 22:12).
«Me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día» (2 Tim. 4:8).
6.4 - El juicio de las naciones
- ¿Cuándo?: La aparición gloriosa de Cristo (Mat. 25:31-32; 13:40-41).
- ¿Dónde?: En el valle de Josafat (Joel 3:1; 2:12-14).
- Resultado: Unos se salvan, otros se pierden (Mat. 25:46).
Base: El tratamiento de aquellos a quienes Cristo llama aquí «mis hermanos» (Mat. 25:40, 45; Joel 3:3, 6-7). Creemos que estos «hermanos» son el remanente judío, aquellos que buscarán a Jesús como su Mesías durante la «gran tribulación» que seguirá al arrebato de la Iglesia, y que terminará con la gloriosa aparición de nuestro Señor (Mat. 24:21, 22; Apoc. 7:14; 2 Tes. 2:3-9). La demostración de esta afirmación es demasiado larga para detallarla aquí. Es obvio, sin embargo, que estos «hermanos» no pueden ser creyentes de la dispensación de la Iglesia, pues no saben que los actos de bondad hechos a los creyentes son, en realidad, hechos a Jesús mismo.
Como este juicio de las naciones vivas se confunde a veces con el del «Gran Trono blanco» de Apocalipsis 20:11, vale la pena señalar los siguientes contrastes entre las 2 escenas:
| De las naciones vivas | El Gran Trono blanco |
| No hay resurrección | Una resurrección |
| Las naciones vivas juzgadas | Los muertos en el juicio |
| En la tierra | El cielo y la tierra se han ido |
| No hay libros | Los libros fueron abiertos |
| 3 clases: ovejas, cabras, «hermanos» | Una clase: «los muertos» |
| ¿Cuándo? En la aparición de Cristo | Después de su reinado de 1.000 años |
Los santos estarán asociados con Cristo en este juicio y, por lo tanto, no pueden ser objeto de este (comp. con 1 Cor. 6:2 con Dan. 7:22 y Judas 14-15).
De hecho, el juicio del Gran Trono blanco y el juicio de las naciones solo tienen una cosa en común: el Juez.
6.5 - El juicio de los muertos que nunca han tenido la vida de Dios
- ¿Cuándo?: Después del Milenio (Hec. 17:31; Apoc. 20:5, 7).
- ¿Dónde?: Ante el «Gran Trono blanco» (Apoc. 20:11).
- Resultado: Apocalipsis 20:15.
Algunos pueden sentirse confundidos por la palabra «día» en pasajes como Hechos 17:31 y Romanos 2:16. Vean los siguientes pasajes en los que «día» significa un período prolongado: 2 Pedro 3:8; 2 Corintios 6:2; Juan 8:56. La «hora» de Juan 5:25 ya ha durado unos 2.000 años.
6.6 - Otros juicios
La Escritura también habla de un juicio de ángeles (1 Cor. 6:3; Judas 6; 2 Pe. 2:4). Lucas 22:30 probablemente se refiere a los jueces que existían bajo la teocracia, un cargo administrativo más que judicial (vean Is. 1:26).
7 - La Ley y la gracia
7.1 - Distinguir los principios de las dispensaciones
Otra distinción importante en la Palabra de Dios es la que existe entre la Ley y la gracia. Estos 2 principios contrapuestos caracterizan las 2 dispensaciones más importantes, la judía y la cristiana: «Porque la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Juan 1:17).
Esto no significa, por supuesto, que no hubiera ley antes de Moisés, ni que no hubiera gracia y verdad antes de Jesucristo. La prohibición de Adán de comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gén. 2:17) era una ley; y la gracia se manifestó con la mayor ternura cuando el Jehová Dios buscó a sus criaturas pecadoras y las vistió con ropas de piel (Gén. 3:21), un bello tipo de Cristo que «nos fue hecho justicia» (1 Cor. 1:30). La ley, en el sentido de alguna revelación de la voluntad de Dios, y la gracia en el sentido de alguna revelación de la bondad de Dios, siempre han existido, y la Escritura proporciona abundantes pruebas de ello. Pero «la Ley», de la que la Escritura habla sobre todo, fue dada por Moisés; domina y caracteriza el período que va del Sinaí al Calvario. Asimismo, la gracia domina y da su carácter especial a la dispensación que comienza en el Calvario; termina, como característica de la dispensación, en el arrebato de la Iglesia.
7.2 - En qué se diferencian la Ley y la gracia
Sin embargo, es de vital importancia observar que la Escritura nunca confunde estos 2 principios en ninguna dispensación. La Ley siempre tiene un lugar y una obra muy distinta a la de la gracia. La Ley es Dios que prohíbe y exige. La gracia es Dios que busca y da. La Ley es un ministerio de condenación; la gracia, un ministerio de perdón. La Ley maldice; la gracia redime de esa maldición. La Ley mata; la gracia da vida. La Ley cierra toda boca ante Dios; la gracia abre toda boca para alabarlo. La Ley pone una gran distancia entre el hombre culpable y Dios; la gracia acerca al hombre culpable a Dios. La Ley dice: «Ojo por ojo, diente por diente» (Éx. 21:24); la gracia dice: «No resistáis al malvado; antes bien si alguno te hiere en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mat. 5:39). La Ley dice: «Aborrecerás a tu enemigo»; la gracia dice: «Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen» (Mat. 5:43-44). La Ley dice: «Haz esto y vivirás»; la gracia dice: «Cree y vivirás». La Ley nunca ha tenido misioneros; la gracia debe ser predicada a toda criatura. La Ley condena absolutamente al mejor hombre; la gracia justifica libremente al peor (Lucas 23:43; Rom. 5:5; 1 Tim. 1:15; 1 Cor. 6:9-11). La Ley es un sistema de prueba; la gracia, un sistema de favor. La Ley apedrea a la adúltera; la gracia dice: «Yo tampoco te condeno; vete; y en adelante no peques más» (Juan 8:11). Bajo la Ley, la oveja muere por el pastor; bajo la gracia, el pastor muere por la oveja.
La Escritura presenta en todas partes la Ley y la gracia en marcado contraste.
El hacho de mezclar de las 2, tan común en la enseñanza actual, altera ambas; la Ley pierde su efecto de terror y la gracia pierde su carácter inmerecido.
7.3 - ¿Qué se entiende por «la Ley»? Los tipos que hay en ella
El término «Ley» en el Nuevo Testamento casi siempre significa la Ley dada por Moisés (Rom. 7:23 es una de las pocas excepciones); a veces significa toda la Ley (tanto la llamada ley moral, o Diez Mandamientos, como la ley ceremonial; Rom. 6:14; Gál. 2:16; 3:2), a veces son solo los mandamientos (Rom. 3:19 y 7:7-12), y a veces es solo la ley ceremonial (Col. 2:14-17).
Sin embargo, en la ley ceremonial hay tipos maravillosos, los símbolos magníficos de la Persona y la obra del Señor Jesucristo como Sacerdote y Sacrificio, especialmente en el Tabernáculo (Éx. 25 al 30), y los sacrificios del Levítico (Lev. 1 al 7), que siempre serán la maravilla y el deleite del hombre espiritual.
Lo mismo ocurre con ciertas expresiones de los Salmos, que serían bastante inexplicables si se entendieran solo como procedentes de un «ministerio de muerte grabado con letras en piedras» (2 Cor. 3:7), pero que se aclaran bastante cuando las relacionamos con Cristo o con los redimidos:
«En la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche» (Sal. 1:2).
«Vengan a mí tus misericordias, para que viva, porque tu ley es mi delicia» (Sal. 119:77).
«¡Oh!, ¡cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación» (Sal. 119:97).
7.4 - El uso indebido de «la Ley»
A la Iglesia 3 errores la han perturbado sobre la verdadera relación de la Ley con la gracia.
1. El laxismo, o el rechazo de cualquier regla de vida para el creyente (= antinomianismo); se trata de la afirmación de que, puesto que los creyentes están salvados gratuitamente por la gracia, sin ningún mérito personal, no están obligados a vivir una vida santa.
«Profesan conocer a Dios, pero lo niegan con sus obras, siendo abominables, desobedientes y descalificados para toda buena obra» (Tito 1:16).
«Porque han entrado con disimulo ciertos hombres, los cuales desde hace tiempo estaban destinados para este juicio, impíos [que] convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro único Soberano y señor, Jesucristo» (Judas 4).
2. El ritualismo o apego a las ceremonias. En su forma más primitiva, consistía en el requisito de que los creyentes observaran las ordenanzas levíticas.
«Algunos que habían descendido de Judea enseñaban a los hermanos: A menos que os circuncidéis, según la costumbre de Moisés, no podéis ser salvos» (Hec. 15:1).
La forma moderna de este error es la enseñanza de que la observancia de los sacramentos es esencial para la salvación.
3. El error de los gálatas, o la mezcla de la Ley y de la gracia. Esto consiste en enseñar que la justificación se obtiene en parte por la gracia y en parte por la Ley, o en otras palabras, que la gracia sirve para hacer al pecador capaz de cumplir la Ley.
Contra este error, el más extendido de todos, Dios respondió con las solemnes advertencias, la lógica convincente y las afirmaciones positivas de la Epístola a los Gálatas.
«Solo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por el oír con fe? ¿Tan insensatos sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?» (Gál. 3:2-3).
«Me asombro de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente; no que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el Evangelio de Cristo. Pero si incluso nosotros o un ángel del cielo os predicara un evangelio diferente del que nosotros os hemos predicado, ¡sea anatema!» (Gál. 1:6-8).
Lo siguiente nos dará una visión general de lo que la Escritura enseña sobre este importante tema. En los pasajes citados, se trata principalmente de la ley moral.
7.5 - Características de la Ley
«La ley es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (Rom. 7:12).
«Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido al poder del pecado» (Rom. 7:14).
«Porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior» (Rom. 7:22).
«Pero sabemos que la Ley es buena, si uno la usa legítimamente» (1 Tim. 1:8).
«Pero la Ley no es por fe» (Gál. 3:12).
7.6 - Efectos de la Ley – ¿Por qué la Ley?
«¿Qué diremos, pues? ¿Es la Ley pecado? ¡De ninguna manera! Pero no hubiera conocido el pecado si no hubiera sido por [la] ley; pues no habría conocido la codicia si la ley no dijera: No codiciarás» (Rom. 7:7; vean también 7:13).
«Por tanto, por las obras de la ley nadie será justificado ante él; porque por [la] Ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3:20).
«¿Por qué, pues, la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones» (Gál. 3:19).
«Mas sabemos que todo lo que dice la Ley, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca sea cerrada, y todo el mundo sea culpable ante Dios» (Rom. 3:19).
(La Ley solo tiene un lenguaje: “Todo lo que dice, solo lo dice para condenar”).
«Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición; porque está escrito: ¡Maldito todo el que no persevera en todo lo que está escrito en el libro de la ley, para hacerlo!». (Gál. 3:10).
«Porque el que guarda toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace culpable de todos» (Sant. 2:10).
«Pero si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras» (2 Cor. 3:7).
«El ministerio de la condenación…» (2 Cor. 3:9).
«Yo sin [la] Ley vivía en otro tiempo; pero cuando vino el mandamiento, el pecado tomó vida, y yo morí» (Rom. 7:9).
«El poder del pecado es la Ley» (1 Cor. 15:56).
El propósito de Dios al dar la Ley a la raza humana, que había vivido sin ella durante 2.500 años (Juan 1:17; Gál. 3:17), era, en primer lugar, dar al hombre culpable el conocimiento de su pecado y, en segundo lugar, mostrarle su total impotencia frente a las justas exigencias de Dios. Así, la Ley era pura y simplemente un ministerio de condenación y muerte.
7.7 - Lo que la Ley no puede hacer
«Por tanto, por las obras de la Ley nadie será justificado ante él; porque por [la] Ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3:20).
«Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la Ley; porque por las obras de la Ley nadie será justificado» (Gál. 2:16).
«No anulo la gracia de Dios; porque si [la] justicia fuese mediante [la] Ley, entonces en vano murió Cristo» (Gál. 2:21).
«Y que por Ley nadie es justificado ante Dios, es evidente, porque: El justo vivirá por la fe » (Gál. 3:11).
«Porque lo imposible de la Ley, ya que era débil por la carne, Dios, enviando a su mismo Hijo en semejanza de carne de pecado, y [como ofrenda] por el pecado, condenó al pecado en la carne» (Rom. 8:3).
«Y de todo lo que no pudisteis ser justificados por la ley de Moisés, por él es justificado todo aquel que cree» (Hec. 13:39).
«Porque hay abrogación del mandamiento anterior, a causa de su debilidad e inutilidad (porque la Ley no perfeccionó nada), y la introducción de una mejor esperanza, mediante la cual nos acercamos a Dios» (Hebr. 7:18-19).
7.8 - El creyente no está bajo la Ley
7.8.1 - Romanos 6
El capítulo 6 de Romanos comienza estableciendo la doctrina de la identificación del creyente con Cristo en su muerte, de la que el bautismo es el símbolo (6:1-10); una vez hecho esto, define a partir del versículo 11 los principios que deben regir el caminar del creyente, su norma de vida. Este es el tema de los últimos 12 versículos de este capítulo; el versículo 14 nos da el gran principio de su liberación –liberación, no de la culpa del pecado, que se obtiene por la sangre de Cristo, sino del dominio del pecado, de la esclavitud al pecado.
«Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo [la] Ley, sino bajo [la] gracia» (Rom. 6:14).
Pero para que esto no dé lugar a un laxismo (o: antinomianismo = rechazo de todas las reglas) insinuando que una vida santa no tiene, por tanto, ninguna importancia, el Espíritu se apresura a añadir: «¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo [la] ley sino bajo [la] gracia? ¡De ninguna manera!» (Rom. 6:15). A lo que todo corazón regenerado responde sin duda: Amén, Amén.
7.8.2 - Romanos 7
El capítulo 7 de Romanos introduce otro principio de liberación de la Ley:
«De manera que vosotros también, hermanos míos, habéis muerto a la Ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que fue resucitado de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Porque cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que son mediante la ley obraban en nuestros miembros, a fin de producir fruto para muerte. Pero ahora hemos sido liberados de la Ley, habiendo muerto a aquello que nos tenía cautivos; de modo que servimos en novedad de espíritu, y no en vejez de letra» (Rom. 7:4-6; del v. 7 vemos que esto no se refiere a la ley ceremonial).
«Porque yo mediante [la] Ley he muerto a [la] Ley, a fin de vivir para Dios» (Gál. 2:19).
«Pero antes de que llegara la fe, estábamos guardados bajo la Ley, encerrados para la fe que debía ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro conductor hacia Cristo, para que por [la] fe fuésemos justificados. Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo el conductor» (Gál. 3:23-25).
«Sabemos que la Ley es buena, si alguien la usa legítimamente… que la Ley no es para el justo» (1 Tim. 1:8-9).
7.9 - ¿Cuál es la regla de vida del cristiano?
«El que dice permanecer en él, también debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6).
«En esto conocemos el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Juan 3:16).
«Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que guerrean contra el alma» (1 Pe. 2:11; vean también v. 12-23).
«Os exhorto a que andéis de manera digna del llamamiento con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos unos a otros en amor» (Efe. 4:1-2).
«Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados; y andad en amor, como también Cristo nos amó y sí mismo se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de olor fragante» (Efe. 5:1-2).
«Porque en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz» (Efe. 5:8).
«Mirad, pues, con diligencia cómo andáis; no como necios, sino como sabios; aprovechando el tiempo, porque los días son malos» (Efe. 5:15-16).
«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no deis satisfacción a los deseos de la carne» (Gál. 5:16).
«Porque os he dado ejemplo, para que vosotros también hagáis como yo he hecho con vosotros» (Juan 13:15).
«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor» (Juan 15:10).
«Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado» (Juan 15:12).
«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama» (Juan 14:21).
«Todo cuanto pidamos lo recibimos de él; porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que es agradable ante él. Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros, como él nos lo mandó» (1 Juan 3:22-23).
«Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el SEÑOR: Pondré mis leyes en sus corazones, y también en sus mentes las escribiré» (Hebr. 10:16).
El amor de una madre es una buena ilustración de este principio. Las leyes civiles del país obligan a los padres a cuidar de sus hijos y castigan a quienes los descuidan intencionadamente. Pero el país está lleno de madres felices que cuidan tiernamente a sus hijos, sin saber siquiera de la existencia de esa ley. La ley está en sus corazones.
Es bueno, en este sentido, recordar que el lugar asignado por Dios a las tablas de la Ley estaba en el arca del testimonio. Con ellas estaban «el vaso de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que floreció» (tipos, el uno de Cristo como nuestro pan en el desierto, el otro de la resurrección, ambos hablando de la gracia) mientras que estaban ocultos a la vista por el propiciatorio de oro sobre el que se rociaba la sangre de la expiación. El ojo de Dios solo podía ver su Ley quebrantada a través de la sangre que había satisfecho completamente su justicia y aplacado su ira (Hebr. 9:4-5).
A los “legalistas” modernos les correspondía quitar estas tablas santas y justas, pero “mortíferas”, de debajo del propiciatorio y de la sangre de la expiación, y establecerlas en las iglesias cristianas como norma de la vida cristiana.
7.10 - ¿Qué es la gracia?
«Pero cuando la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor hacia los hombres aparecieron, nos salvó, no a causa de obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino según su misericordia» (Tito 3:4-5).
«Para mostrar en los siglos venideros la inmensa riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús» (Efe. 2:7).
«Pero Dios demuestra su amor hacia nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8).
7.11 - ¿Cuál es el plan de Dios en la gracia?
«Porque por gracia sois salvos mediante la fe; y esto no procede de vosotros, es el don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efe. 2:8-9).
«Porque la gracia de Dios que trae salvación ha sido manifestada a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos sobria, justa y piadosamente en el presente siglo, aguardando la bendita esperanza y la aparición en gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tito 2:11-13)
«Para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos, según la esperanza de la vida eterna» (Tito 3:7).
«Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Rom. 3:24).
Ppor quien también tenemos acceso, por la fe, a esta gracia en la que estamos firmes» (Rom. 5:2).
«Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para edificaros y daros herencia entre todos los santificados» (Hec. 20:32).
«Para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos colmó de favores en el Amado; en quien tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados, según las riquezas de su gracia» (Efe. 1:6-7).
«Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia, para que recibamos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro» (Hebr. 4:16).
¡Qué completa y omnipresente es la gracia! La gracia salva, justifica, edifica, hace aceptable, redime, perdona; da una herencia, una posición firme; prepara un trono al que podemos acercarnos con confianza para obtener gracia y misericordia; nos enseña de qué manera debemos vivir, y nos da una bendita esperanza.
7.12 - La Ley y la gracia no pueden ser confundidas
«Y si es por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no sería gracia» (Rom. 11:6).
«Mas al que no hace obras, pero cree en el que justifica al impío, su fe [le] es contada como justicia» (Rom. 4:4-5; vean también Gál. 3:16-18; 4:21-31).
Finalmente:
«Por lo cual, hermanos, no somos hijos de la sirvienta, sino de la mujer libre» (Gál. 4:31).
«Porque no os habéis acercado a un monte palpable: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de la trompeta y voz que hablaba, [la cual,] los que la oían, suplicaron que no se les hablara más; porque no soportaban lo que se les mandaba: Si aun una bestia toca el monte, será apedreada; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: ¡Estoy aterrado y tembloroso! Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a miríadas de ángeles, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús, mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel» (Hebr. 12:18-24).
No se trata de dividir lo que Dios dijo desde el Sinaí en una «ley moral» por un lado y una «ley ceremonial» por otro. El creyente no se acerca a esta montaña en absoluto.
Como decía el buen Bunyan:
“Por medio de la fe en el Señor Jesús, el creyente está ahora a salvo bajo una justicia tan perfecta y santa que esta estruendosa Ley del Monte Sinaí no puede encontrar la más mínima falta o incumplimiento. Esto es lo que se llama la justicia de Dios sin Ley”.
Si estas líneas se presentan ante los ojos de un incrédulo, les exhortamos afectuosamente a que se someta a la verdadera sentencia de esa santa y justa Ley que ha violado: «No hay diferencia; puesto que todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Rom. 3:23). En Cristo encontrará la salvación perfecta y eterna, como está escrito: «Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom. 10:9); «porque [el] fin de [la] Ley es Cristo para justicia, a todo el que cree» (Rom. 10:4, 8-9).
8 - Las 2 naturalezas del creyente
La Escritura enseña que toda persona regenerada tiene 2 naturalezas; una, la del nacimiento natural, es total y desesperadamente mala; la otra, la nueva naturaleza, del nuevo nacimiento y de Dios mismo, es totalmente buena.
8.1 - La vieja naturaleza
Los siguientes pasajes demostrarán suficientemente lo que Dios piensa de la vieja naturaleza, o la naturaleza de Adán:
«He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre» (Sal. 51:5).
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jer. 17:9).
«No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda; no hay quien busque a Dios; todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno» (Rom. 3:11-12).
Dios no dice que los no generados nunca sean refinados, o cultos, o competentes, o gentiles, o generosos, o caritativos, o incluso de carácter religioso; pero sí dice que nadie es justo, nadie tiene entendimiento sobre Dios, y nadie lo busca.
Una de las pruebas más dolorosas de la fe es aceptar la estimación que Dios hace de la naturaleza humana; admitir que nuestros amigos, cualquiera que sea su moralidad y distinción, a menudo escrupulosos en el cumplimiento de sus deberes, llenos de simpatía por los males y las aspiraciones de la humanidad, ardientes defensores de los derechos del hombre, –todos ellos, sin embargo, tienen un perfecto desprecio por los derechos de Dios, son insensibles al sacrificio de su Hijo, cuya divinidad niegan con indecible insolencia, y rechazan la Palabra con desdén. Una señora así, de cultura refinada y de buena familia, se horrorizaría ante la grosería que pone en duda la palabra del prójimo, y he aquí que cada día hace a Dios mentiroso (1 Juan 1:10; 5:10). Y esta dificultad es aún mayor cuando, desde los púlpitos de la cristiandad, hay una continua efusión de alabanzas a la humanidad.
¡Qué contraste tan sorprendente había entre las apariencias y la realidad en la época anterior al Diluvio! «Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre» (Gén. 6:4). A los hombres les parecía que el mundo mejoraba constantemente, y el resultado aparente de las uniones seculares entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres, entre los piadosos y los mundanos, era llevar la naturaleza humana a niveles superiores. Fue aquí donde «vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Gén. 6:5).
Vuelven a ver:
«Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen malos pensamientos, inmoralidades sexuales, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaño, lascivia, ojo maligno, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas estas cosas malas, de dentro salen y contaminan al hombre» (Marcos 7:21-23).
«Pero el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede conocer, porque se disciernen espiritualmente» (1 Cor. 2:14).
«Por cuanto el pensamiento de la carne es enemistad contra Dios, porque no se somete a la Ley de Dios, ni tampoco puede; y los que están en la carne no pueden agradar a Dios» (Rom. 8:7-8).
«Todos nosotros vivíamos en los deseos de nuestra carne, cumpliendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, así como los demás» (Efe. 2:3).
De estos pasajes de la Escritura vemos que el hombre inconverso tiene una triple incapacidad. Puede ser talentoso, culto, amable, generoso o religioso. Puede pagar lo que debe, ser confiable, trabajador, un buen esposo y padre, o incluso todas estas cosas juntas; pero no puede entender a Dios, obedecer a Dios o complacerlo.
8.2 - La nueva naturaleza
El creyente, en cambio, aunque sigue teniendo su vieja naturaleza inmutable e inalterable, ha recibido una nueva naturaleza, creada según Dios en verdadera justicia y santidad (Efe. 4:24).
Los siguientes textos muestran el origen y el carácter del nuevo hombre.
Se verá que la regeneración es una creación, no una mera transformación: la introducción de una cosa nueva, no el cambio de una cosa vieja. Así como recibimos la naturaleza humana a través del nacimiento natural, también recibimos la vida divina, participamos de la naturaleza divina a través del nuevo nacimiento.
«Jesús le contestó: En verdad, en verdad te digo: A menos que el hombre nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3).
«Sin embargo, a todos cuantos lo recibieron [es decir], a los que creen en su nombre, les ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no fueron engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios» (Juan 1:12-13).
«Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gál. 3:26).
Obsérvese la fuerza de estos pasajes de la Escritura frente a la especiosa y encantadora idea (pero totalmente contraria a la Escritura, aunque popular en nuestros días) de una “paternidad universal de Dios y hermandad universal del hombre”, palabra tanto más peligrosa cuanto que contiene una verdad a medias en la segunda frase. No todos los que nacen son hijos de Dios, sino todos los que nacen de nuevo.
«… os vistáis del nuevo hombre, que es creado según Dios en justicia y santidad de la verdad» (Efe. 4:24).
«Si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron, he aquí que todas las cosas han sido hechas nuevas» (2 Cor. 5:17).
Y este “hombre nuevo” está vinculado a Cristo:
«Con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en [la] carne, lo vivo en [la] fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y sí mismo se dio por mí» (Gál. 2:20).
«A quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria» (Col. 1:27).
«Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, quien es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col. 3:3-4).
«Mediante las cuales nos ha dado grandes y preciosas promesas, para que por estas llegaseis a ser partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe. 1:4).
«Y si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu es vida a causa de [la] justicia» (Rom. 8:10).
«Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1 Juan 5:11-12).
8.3 - La liberación del poder del pecado
8.3.1 - La existencia de la carne
Pero esta nueva naturaleza, de origen divino, coexiste en el creyente con la vieja naturaleza. El mismo Pablo que pudo decir: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gál. 2:20), también dijo: «Porque sé que en mí (es decir, en mi carne) no habita el bien» (Rom. 7:18) y, «hallo, pues, esta ley, que queriendo yo hacer el bien, el mal está presente en mí» (Rom. 7:21). Job, «el hombre perfecto y recto», es llevado a decir: «Me aborrezco» (Job 42:6).
8.3.2 - El conflicto entre las 2 naturalezas
Hay un conflicto entre estas 2 naturalezas. Estudien detenidamente el conflicto entre los 2 yo en Romanos 7:14-25. Esta experiencia desconcierta y deja perplejos a los jóvenes conversos. Una vez que el gozo inicial de la conversión se ha apagado, su expectativa recibe un chaparrón: el nuevo converso se desconcierta al encontrar en su interior la carne con sus antiguos hábitos y deseos como antes de su conversión, y llega a dudar de su aceptación por parte de Dios. Este es un tema de desaliento y gran peligro. El creyente, en esta crisis, clama por la liberación, llamando a su vieja naturaleza «cuerpo de muerte». La Ley solo agrava su angustia (aunque es un hombre convertido), y encuentra la liberación de «la carne», del poder del pecado, no esforzándose, ni luchando por cumplir la Ley, sino en Cristo Jesús nuestro Señor (Rom. 7:24-25).
La presencia de la carne no es, sin embargo, una excusa para caminar según la carne. Se nos dice que «nuestro viejo hombre ha sido crucificado con él», y que en este sentido estamos «muertos», y se nos pide que traduzcamos este hecho en una experiencia constante considerándonos «muertos» (Rom. 6:6, 11), mortificando («dando muerte») a nuestros miembros que están en la tierra (Col. 3:5-7).
8.3.3 - El poder para vencer a la carne
El poder que se nos da para ello es el del Espíritu Santo que mora en cada creyente (1 Cor. 6:19), y cuyo bendito oficio es vencer la carne.
«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no deis satisfacción a los deseos de la carne. Porque lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne; pues estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que deseáis» (Gál. 5:16-17).
«Si vivís según la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Rom. 8:13).
En lugar de oponerte a las solicitaciones de la vieja naturaleza con el poder de la voluntad, o con buenos propósitos, hay que apelar al Espíritu de Dios que habita en cada creyente.
El capítulo 7 de Romanos contiene la historia del conflicto entre un hombre regenerado y su viejo yo (su vieja naturaleza), por lo que es intensamente personal. «Quiero», «no quiero», «no quiero», «sí quiero»: esta es la triste confesión de derrota que resuena en tantos corazones cristianos. En el capítulo 8 ya no hay tormento, porque el creyente se da cuenta de su posición como «hombre en Cristo», y de que no está condenado en cuanto a ese principio de pecado activo en él que es «la carne»; el conflicto es ahora entre «la carne» y el Espíritu Santo. El «hombre en Cristo» está en paz y victorioso.
(Se entiende que se trata de victorias sobre la carne, sobre las solicitaciones interiores al mal, como la lujuria, el orgullo, la ira, etc. (Sant. 1:13-15); las tentaciones exteriores (Sant. 1:2; Hebr. 2:18) se vencen recurriendo a Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote.
8.4 - La vida cristiana normal
Consideren cuidadosamente los siguientes pasajes:
«Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Rom. 6:6).
«Porque nosotros somos la circuncisión, los que damos culto por el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne» (Fil. 3:3).
«Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3).
«Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom. 6:11).
«Revestíos del Señor Jesucristo, y no prestéis atención a la carne para [satisfacer sus] deseos» (Rom. 13:14).
«Así pues, hermanos, deudores somos, no de la carne, para vivir según la carne» (Rom. 8:12).
9 - La posición y el estado práctico real del creyente
Una distinción de gran importancia para una correcta comprensión de las Escrituras, y especialmente de las Epístolas, debe hacerse entre la posición del creyente, y su estado práctico real, o el caminar. La posición es el resultado de la obra de Cristo; es perfecta y completa desde el momento en que se recibe a Cristo por la fe. Nada en la vida posterior del creyente agrega algo a su derecho de estar en el favor de Dios, o a su perfecta seguridad. Esta posición ante Dios se adquiere solo por la fe; y ante Él la persona más débil, en la medida en que es un verdadero creyente en el Señor Jesús, tiene exactamente el mismo derecho que el santo más ilustre.
9.1 - La posición del creyente
Los siguientes pasajes muestran brevemente en qué consiste este derecho, esta posición:
«A todos cuantos lo recibieron [es decir], a los que creen en su nombre, les ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12).
«El que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios» (1 Juan 5:1).
«Si [somos] hijos, también [somo]s herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Rom. 8:17).
«Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, 5 que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo postrero» (1 Pe. 1:4-5).
«En él, en quien también fuimos hechos herederos» (Efe. 1:11).
«Amados, ahora somos hijos de Dios; y aún no ha sido manifestado lo que seremos. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).
«Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa» (1 Pe. 2:9).
«Al que nos ama, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre» (Apoc. 1:5-6).
«Estáis completos en él, quien es la cabeza de toda autoridad y potestad» (Col. 2:10).
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos acceso, por la fe, a esta gracia en la que estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Rom. 5:1-2).
«Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
«Estas cosas os he escrito, a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna» (1 Juan 5:13).
«Teniendo, pues, hermanos, plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús» (Hebr. 10:19).
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efe. 1:3).
«Para alabanza de la gloria de su gracia, con la que nos colmó de favores en el Amado» (Efe. 1:6).
«Pero Dios, siendo rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en nuestros pecados, nos vivificó con Cristo (por [gracia] sois salvos), y nos resucitó con él, y nos sentó con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (Efe. 2:4-6).
«Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que antes estabais lejos, habéis sido acercados a él por la sangre de Cristo» (Efe. 2:13).
«Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Efe. 1:13).
«Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo» (1 Cor. 12:13).
«Porque somos miembros de su Cuerpo, de su carne y de sus huesos» (Efe. 5:30).
«¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros?» (1 Cor. 6:19).
Cada una de estas cosas maravillosas es verdadera para cada creyente en el Señor Jesucristo. Ni un solo elemento de este glorioso inventario puede ser ganado por la oración, o por el celo en el servicio, o por la asistencia a la iglesia, o por la limosna, o por la abnegación, o por la vida santa, o por cualquier otro tipo de buenas obras. Todo es un don de Dios, dado por Cristo a la fe, y por tanto pertenece por igual a todos los creyentes. Cuando el carcelero de Filipos creyó en el Señor Jesucristo, se convirtió en ese momento en hijo de Dios, heredero conjunto con Cristo, rey y sacerdote, y tuvo derecho a la herencia incorruptible, inmarcesible e incontaminada. Desde el momento en que creyó en su corazón y confesó a Jesús como Señor con su boca, fue justificado en todas las cosas, tuvo paz con Dios, una posición de gracia y una esperanza segura de gloria. Recibió el don de la vida eterna; fue aceptado en la misma medida plena en que Cristo mismo fue aceptado; fue revestido del Espíritu Santo, sellado por él, por el cual también fue bautizado en el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Dios. Al mismo tiempo fue revestido de la justicia de Dios (Rom. 3:22), vivificado con Cristo, resucitado con él, y sentado con él en los lugares celestiales.
9.2 - La posición real y la situación práctica
El estado práctico real del carcelero es una cuestión totalmente distinta; ciertamente estaba muy por debajo de la posición exaltada que ocupaba a los ojos de Dios. No se volvió de inmediato tan real, sacerdotal y celestial en su andar como lo había sido instantáneamente en su posición.
Los siguientes pasajes muestran cómo estas 2 cosas se diferencian constantemente en la Escritura (las primeras citas se refieren al mismo pueblo, los corintios, por un lado, en cuanto a su posición y por otro en cuanto a su estado práctico real):
9.2.1 - La posición ante Dios
«A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados santos, con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, [Señor] de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Doy siempre gracias a mi Dios por vosotros, por la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús; porque en todo habéis sido enriquecidos en él, en toda palabra y en todo conocimiento; así como el testimonio de Cristo ha sido confirmado en vosotros; de manera que no os falta ningún don, esperando la revelación de nuestro Señor Jesucristo, quien os guardará hasta el fin, irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por quien fuisteis llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1 Cor. 1:2-9).
«Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor. 6:11).
«¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor. 6:15).
«Jesús, respondiendo, le dijo: Bendito eres, Simón hijo de Jonás; porque no te lo ha revelado carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mat. 16:17).
«Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; quien nos liberó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col. 1:12-13).
9.2.2 - El estado práctico real
«Porque he sido informado en lo que os concierne, hermanos míos, por los de Cloe, que hay disensiones entre vosotros» (1 Cor. 1:11).
«Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido; porque no lo podíais [soportar], y ni aun ahora lo podéis, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos y contiendas, ¿no sois realmente carnales y os comportáis como hombres?» (1 Cor. 3:1-3).
«Algunos están envanecidos» (1 Cor. 4:18).
«Y vosotros estáis llenos de orgullo; ¿no debierais más bien estar tristes, para que fuera quitado de entre vosotros el que ha hecho tal cosa?» (1 Cor. 5:2).
«Ya, en verdad, es una culpa grave que tengáis pleitos entre vosotros» (1 Cor. 6:7).
«¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré entonces los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera?» (1 Cor. 6:15).
Pero, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Apártate de mi vista, Satanás! ¡Me eres de tropiezo!; porque no piensas en lo que es de Dios, sino en lo que es de los hombres» (Mat. 16:23).
«Pero ahora renunciad, vosotros también, a todo lo que es: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras obscenas de vuestra boca. No mintáis unos a otros, habiendo despojado el viejo hombre con sus prácticas» (Col. 3:8-9).
9.3 - Las exhortaciones prácticas para el creyente basadas en su posición
Bajo la gracia, el orden divino es dar primero la posición más alta posible, y luego exhortar al creyente a mantener una conducta, una manera de ser, acorde con esa posición. El hombre necesitado es sacado del estercolero, luego se sienta con los nobles (1 Sam. 2:8); entonces se le exhorta a comportarse como un noble. Vean los siguientes ejemplos:
9.3.1 - La posición ante Dios
«Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Rom. 6:6).
«Vosotros sois la luz del mundo» (Mat. 5:14).
«Quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y la gracia que nos dio en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Tim. 1:9).
«Nos resucitó con él, y nos sentó con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (Efe. 2:6).
«Cuando Cristo, quien es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col. 3:4).
«Porque en otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor» (Efe. 5:8).
«Porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas» (1 Tes. 5:5).
«Porque Dios no nos ha destinado para la ira, sino para obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros, para que, ya sea que estemos despiertos, o que estemos dormidos, vivamos juntos con él» (1 Tes. 5:9-10).
«Por esta voluntad hemos sido santificados, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo [hecha] una vez por todas» (Hebr. 10:10).
«Pero por él estáis vosotros en Cristo Jesús; el cual nos fue hecho sabiduría por parte de Dios, y justicia, y santificación, y redención» (1 Cor. 1:30).
«Porque con una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14).
«En esto ha sido perfeccionado el amor con nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio: como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4:17).
9.3.2 - La exhortación para caminar
«Si moristeis con Cristo a los elementos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis aún en el mundo, os sometéis a decretos tales como: No tomes, ni gustes, ni toques?» (Col. 2:20-21).
«Así resplandezca vuestra luz delante de los hombres; de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat. 5:16).
«Por tanto, amados míos, como habéis obedecido siempre, no solo como en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor» (Fil. 2:12) [3].
[3] Fil. 2:12: En este texto tan abusado, la salvación de la que se habla no es la del alma, sino la de una salvación de las trampas y obstáculos que podrían impedir al cristiano hacer la voluntad de Dios.
«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios» (Col. 3:1).
«Mortificad, pues, vuestros miembros terrenales» (Col. 3:5).
«Andad como hijos de luz» (Efe. 5:8).
«Así, pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios» (1 Tes. 5:6).
«Por lo cual, exhortaos unos a otros, y edificaos unos a otros, como también lo hacéis» (1 Tes. 5:11).
«Santifícalos en la verdad; tu palabra es [la] verdad» (Juan 17:17).
«El mismo Dios de paz os santifica por completo» (1 Tes. 5:23).
«No que ya lo haya alcanzado, o que ya sea perfecto» (Fil. 3:12).
«Por tanto, dejando los rudimentos de la doctrina de Cristo, sigamos adelante hacia la perfección» (Hebr. 6:1).
«El que dice permanecer en él, también debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6).
Sería fácil extender esta lista comparativa de pasajes que muestran la distinción que la Escritura hace entre la posición y el estado práctico real del creyente. El creyente no es probado en cuanto a si es digno de una posición infinitamente alta; pero, comenzando por confesar su absoluta indignidad, recibe de inmediato una posición que es enteramente el resultado de la obra de Cristo. En cuanto a su posición, es: «Perfeccionó para siempre» (Hebr. 10:14), pero si mira dentro de sí mismo, es decir, a su estado práctico real, debe decir: «No que ya lo haya alcanzado, o que ya sea perfecto» (Fil. 3:12).
Se podría decir que toda la obra posterior de Dios respecto al creyente, la aplicación de la Palabra a su caminar y a su conciencia (Juan 17:17; Efe. 5:26), los castigos infligidos por la mano del Padre (Hebr. 12:10; 1 Cor. 11:32), el ministerio del Espíritu (Efe. 4:11-12), todas las dificultades y pruebas de la travesía por el desierto (1 Pe. 4:12-14), y la transformación final cuando Él aparezca (1 Juan 3:2; Fil. 3:21), todo está diseñado para llevar el carácter del creyente a la perfecta conformidad con la posición que le corresponde desde el momento de su conversión. Porque crece en la gracia, pero no a la gracia.
Un príncipe, siendo todavía un niño, no es menos voluntarioso e ignorante que otros niños pequeños. A veces puede ser obediente, dócil y afectuoso, y entonces es feliz y aprobado. Otras veces puede ser rebelde, voluntarioso y desobediente, y entonces es infeliz; incluso puede ser castigado, pero no es menos príncipe en ese día que en cualquier otro. Es de esperar que, con el paso del tiempo, aprenda a someterse de buen grado y de buena gana a todo buen camino. Así se comportará más como un príncipe, pero no será más verdaderamente un príncipe. Nació como príncipe.
En lo que respecta a cada verdadero hijo de Dios, la meta final está asegurada: al final, la posición y el estado práctico real, el carácter y la posición estarán en el mismo nivel. Pero la posición no es la recompensa por el carácter que ha mejorado: es el carácter que se desarrolla a partir de la posición.
10 - La salvación y las recompensas
El Nuevo Testamento contiene enseñanzas sobre la salvación para los perdidos, para los pecadores, –y sobre las recompensas por el servicio fiel de los que se salvan. Es de suma importancia para una correcta comprensión de la Palabra que el cristiano distinga claramente entre ambos. Los siguientes contrastes ponen de manifiesto esta distinción.
10.1 - La salvación es un don gratuito
«Jesús le respondió: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le habrías pedido a él, y él te hubiera dado agua viva» (Juan 4:10).
«A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche» (Is. 55:1).
«Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y el que oye, diga: ¡Ven! Y el que tiene sed, venga. Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apoc. 22:17).
«Porque la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna, en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom. 6:23).
«Porque por gracia sois salvos mediante la fe; y esto no procede de vosotros, es el don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efe. 2:8-9).
10.2 - Las obras que agradan a Dios tendrán su recompensa
Pero en contraste con el carácter gratuito de la salvación, Dios tiene en cuenta las obras:
«Cualquiera que dé a uno de estos pequeños tan solo un vaso de agua fría, en calidad de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa» (Mat. 10:42).
«He combatido la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe; por lo demás, me está reservada la corona de justicia» (2 Tim. 4:7-8).
«He aquí vengo pronto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según es su obra» (Apoc. 22:12).
«¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos corren en verdad, pero solo uno recibe el premio? ¡Corred de forma que lo obtengáis! 25 Y todo aquel que lucha se impone un estricto régimen. Ellos en verdad por una corona corruptible, pero nosotros por una incorruptible» (1 Cor. 9:24-25).
«Y su señor le contestó: Bien, buen siervo; porque en poco fuiste fiel, te doy autoridad sobre diez ciudades» (Lucas 19:17).
«Porque nadie puede poner otra base diferente de la que ya está puesta, la cual es Jesucristo. Pero si sobre este fundamento alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada uno será manifestada; porque el día la descubrirá, porque con fuego se revelará, y el fuego probará cómo es la obra de cada uno. Si permanece la obra que alguno sobreedificó, recibirá recompensa; si la obra de alguno se consume, él sufrirá pérdida; aunque él mismo será salvo, si bien como a través del fuego» (1 Cor. 3:11-15).
«No temas lo que vas a padecer. Mira, el diablo va a echar a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados y tengáis tribulación durante diez días. Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida» (Apoc. 2:10). No se trata de recibir «vida». Los santos que sufrían en Esmirna tenían vida, vida eterna, y sufrían por la justicia, pero se les prometió una corona de vida.
Las coronas son un símbolo de recompensa, de distinciones ganadas. Observe que se mencionan 4 coronas: la del gozo o regocijo, la recompensa por el ministerio (Fil. 4:1; 1 Tes. 2:19); la de la justicia, la recompensa por la fidelidad en el testimonio (2 Tim. 4:8); la de la vida, la recompensa por la fidelidad en la prueba (Sant. 1:12; Apoc. 2:10); y la de la gloria, la recompensa por la fidelidad en el sufrimiento (1 Pe. 5:4; Hebr. 2:9).
10.3 - La salvación es una posesión presente
«El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3:36).
«En verdad, en verdad os digo, que quien oye mi palabra, y cree a aquel que me envió, tiene vida eterna, y no entra en condenación, sino que ha pasado ya de muerte a vida» (Juan 5:24).
«En verdad, en verdad os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6:47).
«Quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y la gracia que nos dio en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Tim. 1:9).
«Y dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Lucas 7:50).
«Nos salvó, no a causa de obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino según su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo» (Tito 3:5).
«Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo» (1 Juan 5:11).
Pero:
10.4 - Las recompensas serán concedidas en el futuro
«Porque el Hijo del hombre va a venir en la gloria de su Padre con sus ángeles; y entonces dará a cada uno conforme a sus hechos» (Mat. 16:27).
«Y serás recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:14).
«He aquí vengo pronto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según es su obra» (Apoc. 22:12).
«Y cuando aparezca el Pastor supremo, recibiréis la corona inmarcesible de gloria» (1 Pe. 5:4).
«Me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día» (2 Tim. 4:8).
«Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos y ajustó cuentas con ellos» (Mat. 25:19).
El propósito de Dios al prometer recompensar el servicio fiel de sus santos con honores celestiales y eternos es (a) apartarlos de la búsqueda de placeres y riquezas terrenales; (b) sostenerlos a través del fuego de la persecución; y (c) alentarlos en la práctica de las virtudes cristianas (vean: Hebr. 11:8-10, 24-27; Col. 3:22-24; Hebr. 12:2-3; Mat. 5:11-12; Lucas 14:12, 14; Juan 4:35-36; Mat. 10:41-42; Dan. 12:3; Hebr. 6:10; Lucas 12:35-37; 2 Tim. 4:8).
Por último, prestemos atención a la advertencia de Apocalipsis 3:11.
11 - Los (verdaderos) creyentes y los (meros) profesos
Desde que Dios tiene un pueblo apartado para Él, los que forman parte del pueblo se han visto dolorosamente perturbados por la presencia en su medio de personas que también profesan pertenecer a él, sin ser realmente de él. Esta situación continuará hasta que «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y recogerán de entre su reino a todos los que causan tropiezo, y a los que hacen iniquidad… Entonces resplandecerán los justos, como el sol, en el reino de su Padre» (Mat. 13:41-43).
La Escritura habla clara y repetidamente de esta mezcla de cizaña y trigo, de meros «profesos» entre los verdaderos creyentes (vean Gén. 4:3-5; Mat. 13:24-30, 37-43; Éx. 12:38; 2 Cor. 11:13, 15; Núm. 11:4-6; Gál. 2:4; Neh. 13:1-3; 2 Pe. 2:1-2; Neh. 7:63-65).
Los estudiantes de la Biblia a menudo han aplicado erróneamente a los verdaderos hijos de Dios las advertencias y exhortaciones reservadas a los que se engañan a sí mismos, incluso a los hipócritas.
Es imposible, en una rápida lectura de la Biblia, citar todos los pasajes que distinguen entre los verdaderos cristianos y la masa de los que son meros profesos, formalistas, posiblemente hipócritas, o legalistas errantes, que trabajan para adquirir su propia salvación, en lugar de trabajar porque ya la han recibido como un don gratuito (vean Fil. 2:12-13 y Efe. 2:8-9).
Sin embargo, lo siguiente indicará suficientemente las líneas divisorias:
11.1 - Los creyentes están salvados, los meros profesos están perdidos
Compárense:
11.1.1 - Los verdaderos creyentes
«Y dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz» (Lucas 7:50).
«Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hec. 2:42).
«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen; yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio es mayor que todos; y nadie es poderoso para arrebatarlas de la mano de mi Padre» (Juan 10:27-29).
«Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá; y al que viene a mí, de ninguna manera lo echaré fuera» (Juan 6:37).
«Y esta es la voluntad de aquel que me envió, que de todo lo que me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero» (Juan 6:39).
«Mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las preparadas entraron con él al banquete de bodas; y fue cerrada la puerta» (Mat. 25:10).
«Justicia de Dios mediante [la] fe en Jesucristo, para todos los que creen» (Rom. 3:22).
«¡Alegrémonos y regocijémonos, y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado. Y a ella le fue dado estar vestida de lino fino, resplandeciente [y] puro; porque el lino fino son las acciones justas de los santos» (Apoc. 19:7-8).
«Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas, y mis ovejas le conocen» (Juan 10:14).
«Pero el sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos» (2 Tim. 2:19).
«En verdad, en verdad os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna» (Juan 6:47).
«Padre, deseo que donde yo estoy, también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria que me has dado, porque me amaste desde antes de la fundación del mundo» (Juan 17:24).
«Estando convencido de esto, que el que comenzó en vosotros una buena obra, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús» (Fil. 1:6).
«Pero nosotros no somos de los que se retiran para perdición, sino de los que tienen fe para salvación del alma» (Hebr. 10:39).
11.1.2 - Los que dicen ser creyentes
«El mismo Simón también creyó; y tras ser bautizado, no se apartaba de Felipe… Pedro le dijo… No tienes parte ni herencia en este asunto; porque tu corazón no es recto delante de Dios» (Hec. 8:13-21).
«Salieron de [entre] nosotros, pero no eran de los nuestros; porque si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que fuese manifestado que no todos son de los nuestros» (1 Juan 2:19).
«Pero hay algunos de vosotros que no creen. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién era aquel que le había de entregar. Y dijo: Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no le ha sido dado del Padre. Por esto muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban más con él» (Juan 6:64-66).
«Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos! Pero él respondiendo dijo: De cierto os digo: No os conozco» (Mat. 25:11-12).
«Así también vosotros a la verdad por fuera parecéis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad… ¡Serpientes, engendros de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehena?» (Mat. 23:28, 33).
«Pero cuando entró el rey a ver a los comensales, vio allí a un hombre que no llevaba traje de boda; y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí sin traje de boda? Y él enmudeció. Entonces el rey dijo a los sirvientes: Atadlo de pies y manos, y echadlo a la oscuridad de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes» (Mat. 22:11-13).
«Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchas obras poderosas? Entonces les declararé: ¡Nunca os conocí! ¡Apartaos de mí, obradores de la iniquidad!» (Mat. 7:22-23).
«¿Cuál es el provecho, hermanos míos, si alguno dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso tal fe puede salvarlo?» (Sant. 2:14).
«Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean renovados para arrepentimiento» [4] (Hebr. 6:4-6).
[4] Este pasaje, probablemente más que cualquier otro de la Biblia, ha sido tergiversado en detrimento de los hijos de Dios, cuando entre ellos y esta clase de «aficionados» no hay nada en común. Este texto nos dice hasta dónde se puede llegar tratando de profesar el cristianismo, sin entregarse plenamente a Cristo, que es lo único que constituye la verdadera conversión. El versículo 9 debería salvar a los verdaderos creyentes de esta perversión del texto, pues afirma claramente que «las cosas» que acompañan a la salvación son «mejores» que estas.
«Pero el justo vivirá por fe; y si alguno se vuelve atrás, mi alma no se complacerá en él» (Hebr. 10:38)
11.2 - Los creyentes son recompensados, los que solo tienen la pretensión están condenados
Comparen Mateo 25:19-23 con Mateo 25:24-30; Lucas 12:42-44 con Lucas 12:45-47; Col. 3:24 con Mateo 7:22-23.
Algunos textos no están exentos de dificultad, pero la luz vendrá seguramente si uno ora y estudia cuidadosamente lo que la Escritura dice realmente, y es cuidadoso y absolutamente cuidadoso de no usar un pasaje dudoso u oscuro para contradecir uno que es claro y positivo. No use un «si» para contradecir un «en verdad», ni Hebreos 6:6 para contradecir Juan 5:24.
Los casos de Judas Iscariote y Pedro no deberían presentar ninguna dificultad. Judas nunca fue creyente (vean Juan 6:68-71), Pedro nunca dejó de serlo (Lucas 22:11, 32).
Por último, debe recordarse siempre que estos principios son solo para guiarnos en la presentación de la Palabra de Dios, pero no para juzgar el estado de las personas vivas. El juicio de los meros profesos no nos ha sido confiado; está reservado al Hijo del hombre (vean Mat. 13:28-29 y 1 Cor. 4:5).