Vestiduras para adorar y luz para brillar

Notas de dos meditaciones sobre Zacarías 3 y 4


person Autor: William John HOCKING 35


1 - Introducción

Unas palabras sobre el alcance general de las profecías de Zacarías pueden ser útiles para complementar las notas tomadas en dos predicaciones destinadas a animar a los hijos de Dios que ven dificultades, pero no siempre recursos en la actualidad.

El sacerdote Zacarías (Neh. 12:16) profetizó en Jerusalén a los judíos, a quienes Darío había permitido regresar del exilio a la ciudad de su Dios. El objeto expreso de su regreso era reconstruir la Casa de Dios destruida por Nabucodonosor.

Surgieron dificultades para llevar a cabo esta obra, y el celo del pueblo decayó, de modo que abandonaron la construcción de la Casa de Jehová y edificaron sus propias casas (Hag. 1:2-11). Pero a través del ministerio de Zacarías, precedido y acompañado por el de Ageo, se reavivó el entusiasmo del remanente que había regresado, y la Casa de Dios se completó unos 20 años después de haber regresado de Babilonia (Esd. 6:15).

Zacarías profetizó durante dos años o más. Da las fechas de la mayoría de sus diversas comunicaciones, pero nótese que utilizó la cronología de las naciones y no la de los judíos (1:1; 1:7; etc.).

El relato de sus profecías, pueden dividirse en dos partes, y se pueden distinguir como sigue:

(A) Las visiones proféticas (Zac. 1 al 6)

(B) Los mensajes proféticos (Zac. 7 al 14).

Las profecías concernían a los del pueblo que había regresado de Babilonia a la tierra de Judá, débiles, quebrantados y todavía bajo el yugo persa, pero la palabra de Jehová evocaba también la venida de Cristo, primero para sufrir y luego para reinar, primero para ser rechazado y luego para ser recibido. Se anuncia con precisión la restauración final de todo Israel, así como la de Judá (Zac 1:19; 8:13; 9:1; 11:14; 12:1).

En la primera parte del libro (caps. 1 al 6), se insta a los judíos a abandonar sus malas acciones y volverse a Dios. Para apoyar este llamado urgente al arrepentimiento, el profeta relata 8 visiones* que recibió en una noche. Estas visiones, y una breve indicación de lo que parece ser su significado, son las siguientes:

(1) El caballo rojo y su jinete, con otros 3 caballos (1:7-17): representan a los imperios persa, griego y romano, habiendo sido destruido el imperio babilónico.

(2) Los 4 cuernos y los 4 obreros (1:18-21): representan los juicios retributivos que caerán sobre las potencias vecinas que dispersaron a Israel y Judá.

(3) Las mediciones de Jerusalén (2:1-13): representa a Jehová apropiándose Jerusalén para bendición futura. Compárense mediciones similares en Ezequiel 40 y Apocalipsis 11.

(4) La investidura del sumo sacerdote, al que se ve primero con vestiduras mancilladas (3:1-10): representa la purificación espiritual del pueblo para que se convierta en la nación sacerdotal de Jehová.

(5) El candelabro de oro y los 2 olivos (4:1-14): representan la restauración de la nación al lugar de testigo de Dios en la tierra bajo los descendientes de la casa de David.

(6) El rollo volador (5:1-4): representa los juicios decretados por Dios que estallarán en la tierra santa a causa de la culpa moral del pueblo.

(7) La mujer y el efa llevados a la tierra de Sinar (5:5-11): representan el regreso a Babilonia (idolatría) del pueblo que abandona totalmente el culto a Jehová.

(8) Los 4 carros y los 4 caballos (6:1-8): representan las grandes potencias mundiales cuyas acciones se ven en la visión como estando bajo el control del Señor de toda la tierra.

[1] Algunos comentaristas identifican 7 visiones, contando la visión del rollo volador y la visión de la mujer y el efa como una sola. Ambas hablan de juicio, pero el profeta «levanta» los ojos sucesivamente para ver ambas visiones (5:1, 5).

 

Esta sección concluye refiriéndose al Mesías como Rey y Sacerdote que construirá el templo de Jehová. Como sacerdote en su trono, ejercerá el sacerdocio de Melquisedec e introducirá la gloria milenaria a la tierra (6:9-15).

La segunda parte del libro (caps. 7 al 14) comienza con la palabra de Jehová dirigida a Zacarías 2 años después de las visiones nocturnas (comp. 1:1; 7:1). Las últimas comunicaciones muestran que el Mesías vendrá ciertamente para acabar con la supremacía de los gentiles y restaurar el reino de Israel, pero que primero será rechazado con desprecio por los judíos.

En los capítulos 7 y 8 se acusa a los judíos de hipocresía en sus ayunos, pero sin embargo Jehová promete que, al final, habrá plenitud de bendición para Israel y Judá, y sus ayunos se convertirán en fiestas.

En el capítulo 9 comienza un «oráculo» en el que Dios promete someter a los pueblos enemigos vecinos, y una profecía del Rey ungido viniendo a Sion, humilde y montado en un asno (v. 9). No obstante, el Mesías será justo y traerá la salvación; es con este carácter que liberará a su pueblo de sus opresores y apartará la impiedad de Jacob. El tema de la restauración general de todo Israel se desarrolla hasta el final del capítulo 10.

En el capítulo 11, se anuncia claramente la venida del Mesías a los pobres del rebaño como su pastor. Contrasta fuertemente con el pastor insensato o Anticristo que recibirán los judíos. El desprecio de la nación por el Buen Pastor será tal que no ofrecerán más de 30 monedas de plata por traicionarlo.

Una vez introducido el Anticristo en el mensaje profético (cap. 11), los 3 últimos capítulos (12-14) están dedicados a los acontecimientos de los últimos días que terminan con el establecimiento del reino de Israel bajo el Gran Rey.

Estos impactantes mensajes dados por Zacarías animaron al débil y abatido residuo a esperar la consumación del propósito divino, cuando Jerusalén, aunque entonces en ruinas, será la metrópoli reconocida del mundo, y cuando todas las naciones subirán al monte Sion para adorar a Jehová de los ejércitos, que será Rey sobre toda la tierra.

Pero antes de ese final feliz, Jerusalén se arrepentirá de sus pecados con gran lamentación, pues la casa de David mirará a Aquel a quien traspasaron (12:10), y se abrirá una fuente por su pecado e impureza (13:1).

En los últimos días, las naciones se unirán y Jerusalén volverá a ser asediada. Pero en aquel día Jehová aparecerá para la liberación de su pueblo y la derrota total de sus enemigos (14:1-3).

De este rápido resumen se desprende que el gran propósito de las profecías de Zacarías era animar a los judíos de la época de Esdras a llevar a cabo la obra de reconstrucción que tenían ante sí sobre la base de que Jehová cumpliría sus promesas a Abraham, a David y a otros, y de que, cuando viniera el Mesías, el día de debilidad daría paso al día de gloria, a los cielos nuevos y a la tierra nueva donde mora la justicia.

Esto se pone especialmente de relieve en las 2 visiones que son el tema de las 2 predicaciones (Zac. 3:1 al 4:14).

2 - Primera predicación - Vestiduras para la adoración

2.1 - Las vestiduras mancilladas de Josué, quitadas (Zac. 3)

Esta es una de las 8 visiones que tuvo el profeta Zacarías. Todas ellas se referían a las condiciones del pequeño remanente judío recientemente retornado a Jerusalén. Pero estas visiones, aparte de su aplicación local e inmediata, también apuntaban al futuro, a las abundantes bendiciones que vendrán sobre el pueblo terrenal de Dios en un día aún futuro, porque, en esto como en todas las cosas, la palabra de Jehová se cumplirá, y no volverá a él sin efecto.

Aunque la aplicación directa de esta visión concierne al pueblo terrenal de Dios, podemos sacar provecho de ella en la medida en que se encuentra una analogía con el estado actual de las cosas en la cristiandad. Por ello, nos proponemos examinar algunos de los aspectos más destacados de este capítulo.

2.2 - La nación quebrantada

Quisiera comenzar recordando la condición del pueblo al que se dirigió por primera vez esta profecía. Por haberse apartado del Dios vivo que los había sacado de Egipto, la nación de Israel se había quebrantado tristemente. Habían caído en la idolatría de los pueblos circundantes, por lo que Dios había mostrado su desagrado con su conducta mediante su acción gubernamental. Como nación, el pueblo de Israel era el guardián de su Ley. Pero habían perdido la fe en él. Ya no eran dignos de su lugar al frente de las naciones de este mundo, y uno de los 2 reinos en que se había dividido el pueblo en tiempos de Roboam fue derrocado. Las tribus del norte fueron llevadas cautivas por Asiria y deportadas. En los días de Zacarías las 10 tribus estaban perdidas en la tierra, todavía están perdidas en la tierra y estarán perdidas hasta que el Gran Pastor de Israel vaya a buscarlas a los montes gentiles donde están dispersas, y con alegría las traiga de vuelta a su herencia.

2 tribus quedaron en la tierra. Ellas también fracasaron y fueron invadidos por una potencia gentil. Nabucodonosor se apoderó del reino y del pueblo de Judá, destruyó la ciudad de Dios y demolió el templo de Jehová en el monte Moriah.

La tierra de Judá fue devastada durante muchos años, y Dios apartó su rostro de su pueblo elegido. Languidecieron en Babilonia durante muchos años, hasta que Dios se volvió de nuevo hacia ellos y los liberó de su cautiverio, dándoles favor a los ojos del poder gentil. ¡Pero verlos volver! ¿Cuántos eran? En total 50.000 del poderoso ejército de Israel; en realidad no eran más que una pequeña compañía comparada con los 2 millones o más que habían cruzado el mar Rojo, una pobre multitud miserable que regresaba de Babilonia a su propio país, para encontrar la ciudad de Dios desolada, y la santa casa del Señor yaciendo en vergonzosa confusión en el monte Moriah.

¿Qué iba a hacer este puñado de personas ante los poderosos y activos enemigos que les rodeaban? Había muchos corazones valientes, hombres y mujeres fieles; se dieron cuenta de que se les traía de vuelta a Jerusalén para restablecer una casa para Dios, para reintroducir el culto del Señor en la tierra. Durante el cautiverio judío, no había ningún lugar en la tierra dedicado al culto de Dios, como estaba ordenado en tiempos del Antiguo Testamento. Estos pocos hombres fueron llamados a regresar del cautiverio para reconstruir lo que el poder gentil había destruido.

Se pusieron manos a la obra con presteza y se echaron los cimientos del templo. Unos se regocijaban, otros lloraban; estos últimos se afligían al comparar el estado de cosas que tenían ante sus ojos con el de la época del reinado de Salomón, cuando esta casa era entonces espléndida. ¿Qué era esta piedrecita del monte Moriah, y las pocas personas que la rodeaban, en comparación con la dedicación de la antigua casa? Estaban desanimados, recordando el pasado.

Sin embargo, se pusieron los cimientos del templo, y entonces un poder se opuso a esta obra de Dios. Satanás, el gran enemigo de Dios y del hombre, se oponía a la restauración del culto de Dios en Israel, e instó a los samaritanos a disuadir a esta gente débil de continuar la obra.

Pero otro enemigo muy serio intervino en la obra de edificación, y este enemigo, más eficaz que cualquier otro, surgió en su propio seno. Dijeron: “¿Qué pasa con nuestras propias casas, nuestros alojamientos y nuestra posición en Jerusalén? Debemos cuidarnos y volver a establecer nuestras pequeñas propiedades en esta tierra”. Así que dieron la espalda a la obra de Dios y empezaron a construir sus propias casas. Durante años la obra de la casa de Dios estuvo suspendida, hasta que Dios envió a los profetas Ageo y Zacarías para que tocaran sus corazones, les instaran a buscar primero el reino de Dios y su justicia, a abandonar sus propias casas, a dar a Dios su culto, a dar un lugar al sacerdocio para que sirviera según las prescripciones de Moisés. Este testimonio dio sus frutos. Consideremos algunas de las profecías de Zacarías que hemos seleccionado.

2.3 - La edificación de la Iglesia

Usted dirá: ¿Qué tenemos que ver ahora con esta visión de Zacarías? Ahora no tenemos casa, ni catedral, ni arquitectura humana que construir. Eso es absolutamente cierto. Dios no debe ser adorado en tal o cual lugar, o en tal o cual montaña. La adoración se rinde por el Espíritu de Dios; el Padre busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. La base del culto se encuentra en el adorador. La adoración ahora brota de lo que una vez fue una fuente de maldad, del corazón del hombre natural del cual provienen los malos pensamientos y toda mala acción; y es de ese corazón, engendrado del Espíritu y habitado por él, que la adoración y la alabanza a Dios se elevan como un olor fragante.

Sin embargo, se está construyendo una casa, la Casa de Dios que siempre está aquí abajo. Un templo santo está creciendo para el Señor, invisible pero real. Me dirijo a las personas de fe que creen que las cosas más grandes, mejores y duraderas de este mundo son aquellas que están más allá de nuestros sentidos naturales, que resultan de la obra del Espíritu de Dios en los hombres, a través de su Palabra. Este es el rasgo característico, la esencia de la enseñanza del Nuevo Testamento. Ilustra el contraste absoluto entre el Nuevo y el Antiguo Testamento. En este último todo era material y carnal; el Nuevo pone de manifiesto lo que es espiritual; se aprehende por la fe, y es agradable a Dios en cuanto que los hombres guardan su Palabra.

Hay, por lo tanto, una obra que se está llevando a cabo en este mundo en el momento presente en relación con la erección de la Casa de Dios; porque esta consiste en aquellos que están siendo edificados juntos para ser una morada de Dios por el Espíritu (Efe. 2:22). Es el Espíritu de Dios quien construye la Casa, pero nosotros tenemos una responsabilidad en ella. Somos colaboradores en esta gran obra, y el Espíritu nos dice a través de la Palabra cuál es nuestra parte en este servicio.

Al comienzo de los Hechos, en Pentecostés, cuando se colocó la primera piedra del templo espiritual, la situación era muy distinta de la actual. En los corazones de los hombres operaba un espíritu de amor y poder que hoy no se encuentra. El carácter general de los seguidores de Cristo en la actualidad es muy diferente del de los primeros tiempos. La diferencia es tan grande como la que existía entre el pueblo de Israel como nación, unido para bendición de sí mismo y del mundo, y el pueblo roto, disperso e impotente cuando el remanente regresó de Babilonia a Jerusalén.

2.4 - Vestiduras puras para una obra santa

Los enemigos colocados en el camino de los judíos les disuadieron de construir el templo y obstaculizaron su progreso. Pero en este capítulo, en esta cuarta visión de Zacarías, no se trata de un obstáculo exterior, como el poder de los samaritanos, sino interior. Se elimina una de las causas que obstaculizaban su labor: era la condición moral del propio pueblo.

¿Cuál era la dificultad? Construir una Casa para Dios es obviamente una obra santa. Trabajar directamente para Dios requiere un corazón puro y unas manos puras. No cualquiera puede venir a echar una mano a la obra de Dios. No todo el mundo está capacitado para participar en un gran servicio a Dios. Esta era la dificultad en Jerusalén. El pueblo no había estado en Babilonia sin daño espiritual. Allí habían aprendido cosas que no habían aprendido en Sion. Ahora bien, ¿qué es la idolatría? Es algo que se infiltra en el corazón y ocupa el lugar de Dios. Todos somos susceptibles de caer en esta trampa: tener un pequeño altar en nuestro corazón para algo o alguien que no sea Dios. Este debe haber sido el caso de estas personas que habían regresado de Babilonia. Aunque exteriormente habían abandonado las formas más groseras de idolatría, a los ojos de Dios estaban vestidos con ropas mancilladas.

No creo estar exagerando el sentido de la visión; ¿qué dice la Escritura? El profeta ve a Josué, el sumo sacerdote, de pie ante el ángel de Jehová, y a Satanás de pie a su derecha para oponerse a él. Dice: «Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel» (v. 3). En el ritual de la nación de Israel, el sumo sacerdote tenía una doble función. En algunas ceremonias se presentaba ante el pueblo como representante de Dios. Por ejemplo, cuando se acercaba a ellos en nombre de Dios para decirles que la propiciación era completa y darles a conocer la ley y el testimonio, era para ellos como Dios. En tales ocasiones era la voz de Dios para el pueblo. Pero en otros ritos actuaba como representante del pueblo, como en el gran día de las propiciaciones. La suerte designaba uno de los dos machos cabríos para ser sacrificado como ofrenda a Jehová, y la sangre de este macho cabrío se llevaba al Lugar Santísimo (véase Lev. 16:8-26). El macho cabrío vivo Azazel, tenía otro papel en este rito. Esta función se cumplía cuando el sumo sacerdote, vestido con sus ropas blancas, ponía las manos sobre la cabeza del animal y confesaba todos los pecados del pueblo. Confesaba estas iniquidades y transgresiones como portavoz de todas las tribus de Israel, y eran transferidas en figura a la cabeza de este animal puro, que luego era llevado a un lugar deshabitado.

El sumo sacerdote, en esta ocasión, era el representante del pueblo. También era el representante del pueblo en la visión de Zacarías. Como representante del pueblo elegido para la obra de Dios, debía vestirse con ropas de lino inmaculadas, pues estaba en un lugar santo ante el ángel de Jehová. Pero a Josué no se le ve con vestiduras blancas, sino sucias.

2.5 - Purificar nuestras conductas

¿Cómo debemos aplicarnos esta figura a nosotros mismos? En cuanto al resto de Israel, a los ojos de Dios no estaban preparados en absoluto para emprender la gran obra de restaurar el templo. Pero preguntémonos. ¿Qué significa estar vestido con ropas sucias? La ropa es lo que se ve exteriormente en nuestra vida: nuestras palabras, nuestra conducta. Sabemos que a los ojos de Dios el corazón es impuro, y que es purificado por la Palabra del Señor con poder vivo, de modo que el Señor puede decir de tal hombre, como dijo de sus discípulos: «Ya estáis limpios por medio de la palabra que os he dicho» (Juan 15:3). Los creyentes, pues, tienen un corazón puro.

Pero hace falta otra cosa: ropa limpia. Las acciones, las palabras, los hábitos, las frecuentaciones, todo debe ser puro, limpio de toda mancha, para ser el representante en este mundo que Dios desea. Una vez vestido con la librea del cielo, Dios dice a su siervo: “Ahora ve y haz mi obra”. El mundo verá entonces a alguien vestido de blanco, con una conducta intachable, una palabra sin mancha, un propósito sin astucia, ropas no manchadas por el mundo. A veces olvidamos que trabajamos con un Dios que es santo.

Es una gran cosa creer y saber, por fe en la Palabra de Dios, que en lo que respecta a mi anterior estado de pecador, Dios me limpia de toda mancha. La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, purifica de todo pecado. Pero no debemos olvidar la ropa. Cuando el leproso era purificado, en el día de su purificación, la purificación en el sentido ceremonial se completaba cuando terminaba el sacrificio. Se tomaban 2 aves puras y vivas, madera de cedro, escarlata e hisopo. Se sacrificaba un ave sobre agua viva, se sumergía el ave viva en el agua mezclada con la sangre del ave sacrificada, luego se soltaba y el sacerdote declaraba limpio al hombre (Lev. 14:4-7).

Nadie podía discutir la palabra del sacerdote, pero las instrucciones continuaban especificando cómo debía purificarse el hombre. Debía afeitarse todo el pelo decolorado por los estragos de la lepra, lavar sus ropas con agua y quedar alejado del campamento durante 7 días; era su responsabilidad personal. Volviendo al antitipo, es igualmente cierto que, en las cosas de Dios, Dios exige que los siervos tengan ropa limpia. Y la purificación de las vestiduras es nuestro trabajo. «Purifiquémonos de toda impureza de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Cor. 7:1).

Estas dos caras de la verdad se ven también en la obra del Señor en la tumba de Lázaro. El Señor dijo: «¡Lázaro, ven fuera!». El muerto salió, pero seguía atrapado en sus ropas funerarias. Entonces el Señor dijo: «Desatadlo y dejadlo ir» (Juan 11:43-44). Desatarle fue obra de otro. El hecho de que el Señor hablara a Lázaro no le quitó las ropas que le ataban y le impedían seguir con sus antiguas ocupaciones. Hasta que el hombre resucitado no esté desatado, no será libre para servir a Dios activamente en el trabajo diario de este mundo. En nuestras relaciones espirituales se dan condiciones similares. Dios está haciendo su obra; no dejemos de hacer nuestra parte en la purificación, ya sea la nuestra o la de otro.

2.6 - El abogado celestial

Pero usted dirá: “No sigue el texto, vas más allá de lo que dice la Escritura”. La visión de Zacarías nos dice explícitamente que fue otro quien le quitó la ropa a Josué. «Habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala» (v. 4).

En la visión, es obvio que la purificación externa la hace otro. Seguramente ha experimentado lo impotente que es para deshacerse de los malos hábitos y actitudes de su vieja naturaleza. Ellas son obstinadas, aunque luche por liberarse de ellas. Quiere hacer el bien, pero el mal está presente y predomina en usted. Tiene los mejores deseos, pero los peores resultados. Lo intenta una y otra vez, pero siempre fracasa; se da cuenta de que no puede salir de ella. Puede que diga (como muchos cristianos que se han instalado en los malos hábitos tras muchos intentos infructuosos de abandonarlos): “Incluso así iré al cielo; lo he intentado, pero no puedo”. Es simplemente aceptar que uno está inevitablemente atado de pies y manos, y dejarlo así.

Encontramos en Romanos 7 un cuadro sorprendente de una lucha feroz contra las propensiones interiores del mal. Y parece que la derrota es inevitable, pero al final del capítulo hay un glorioso grito de victoria. El apóstol dice: «¡Doy gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor!» (v. 25). Aquí aprendemos que es el Señor quien da el poder para vencer.

En su visión, el profeta Zacarías miraba al cielo. Allí, se encontraba el ángel de Jehová, así como Satanás que le mostraba con desprecio al pequeño pueblo que Dios había traído de Babilonia, contaminado por costumbres paganas. En el cielo, también hay quien nos acusa, y dice cosas verdaderas de nosotros. Él conoce nuestras vidas, y cuenta nuestros errores e imperfecciones allá arriba. Hay otro allí también, el que no vemos en esta visión. «Si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2:1). Este es el que vino, el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo, para oponerse y anular sus actividades. Así que no debemos temer lo que pueda decir el acusador, por muy ciertas que sean sus acusaciones, porque hay Uno que alega Su propia muerte y por su poderosa gracia nos limpia de esa mancha y así vence al gran acusador.

Usted dirá: Pero, ¿cómo se hace la purificación? Desde el cielo, el Señor Jesús examina los detalles de nuestra vida y conducta y, por el poder de su Espíritu misericordioso, nos da a conocer sus palabras purificadoras, para que, avergonzados de nuestra mala conducta, le confesemos nuestros pecados en secreto. Y él es fiel y justo para quitar nuestras vestiduras sucias y darnos un sentimiento de nuestra posición real e inmutable ante él.

Así que vemos que esta purificación práctica, que es nuestra responsabilidad, es realmente hecha efectiva por el Señor Jesús.

Satanás podía acusar a Josué, pero Dios le dijo: «Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda» (v. 2). Somos lo que somos porque Dios nos ha elegido. Algunas personas tienen temor de decir que Dios tiene el poder de elegir, tienen temor de apropiarse de las gloriosas palabras de Efesios. ¿Por qué se menciona la elección si los creyentes humildes no pueden glorificarse de ella y dar gracias a Dios? Está escrito para nosotros, si tan solo lo queremos creer.

¿Por qué Jehová trajo de vuelta al remanente desde Babilonia? Porque prometió a Abraham que la bendición del mundo pasaría por su descendencia, y esta palabra debe cumplirse. ¿Y qué tenía que decir Satanás? Nunca ha cumplido su palabra; es mentiroso y asesino desde el principio (Juan 8:44); su propósito es engañar y destruir a los hijos de los hombres, pero la Palabra de Dios permanece para siempre. Bienaventurados aquellos cuyos corazones y pies descansan sobre el fundamento inmutable de la santa Palabra del Dios vivo y verdadero.

«¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?» (v. 2) dice Jehová a propósito del residuo de Jerusalén que ha regresado. También nosotros hemos estado en el fuego; hemos estado en el horno del pecado que contamina y cuyas huellas llevamos. El pecado, por así decirlo, ha escrito su nombre en nosotros, y solo el poder y la gracia de Dios pueden borrar sus marcas.

Aquí, en la visión, vemos que se lleva a cabo la obra de restauración. En esta ocasión, las vestiduras manchadas fueron quitadas y Jehová dijo: «Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas» (v. 5). Las vestiduras dadas eran apropiadas para la obra que ahora se iba a realizar; eran «ropas de gala» (v. 4)

En la segunda mitad de este capítulo, se añade una comunicación a la visión. Es lo que el ángel de Jehová dijo a Josué como representante del pueblo. Esta palabra le confiere una gran responsabilidad. «Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre estos que aquí están te daré lugar» (v. 7), lo que presumiblemente significa que tendría acceso especial a la presencia de Dios. Este privilegio sería el resultado de la obediencia a la Palabra de Dios, y creo que este principio se aplica a nosotros.

Alguien me preguntó una vez por qué Dios no responde más a nuestras plegarias. Se trata de una pregunta muy práctica, porque todo creyente en Cristo tiene un derecho innegable de acceso a la presencia de Dios a través de la oración, y ¿qué no puede hacer la oración?

¿Por qué entonces no hay mayores respuestas a la oración? La oración más eficaz es la de un hombre justo. Los que obedecen la Palabra de Dios pueden ir a su presencia, tienen derecho de acceso. No estoy limitando el hecho de que todo creyente en Cristo pueda orar a Dios y saber que será escuchado, pero algunos tienen poder en la oración, prevalecen. ¿No cree usted que Dios se fija en mi conducta, en mi atención a su Palabra, en mi celo en su servicio? Si no presto atención a lo que él dice, ¿cómo puedo acudir a él con confianza y pedirle esto o aquello para los demás o para mí mismo? No, creo que, con el indudable privilegio de todo creyente de orar a Dios, se vincula una responsabilidad de santidad práctica. Tengamos cuidado de no dejar de recibir respuesta a nuestras oraciones a causa de la infidelidad personal y la iniquidad de nuestros caminos.

2.7 - El templo erigido para el Mesías

Pero no debemos pasar por alto lo que sigue, pues en el versículo 8 está la clave de la restauración del pueblo de Israel. Con el debido respeto al pueblo judío como nación, y ciertamente son una nación notable en muchos aspectos, no podemos ver realmente nada en ellos que explique por qué Dios los habría elegido.

¿Qué eran más que los persas o cualquier otro pueblo? Su restauración de Babilonia no se debió a ninguna de sus cualidades; no había ningún mérito en ellos. El remanente fue liberado del cautiverio porque la Palabra de Dios tenía que cumplirse, especialmente su promesa concerniente a su Cristo. Para que apareciera la Simiente prometida, la casa de David tenía que ser restaurada.

¿Dónde debe aparecer el Señor? En el templo (Mal. 3:1). ¿Cómo aparecerá en el templo si no hay templo en el monte Sion? Por eso había que construir el templo, para que el Mesías apareciera en el templo en su venida. Por eso, al principio del Evangelio, encontramos el relato de que el niño Jesús fue llevado al templo a una hora determinada, y Simeón fue guiado al mismo tiempo por el Espíritu Santo (Lucas 2). ¿Por qué? Al encuentro del Germen, del Oriente de lo alto, de Aquel que fue prometido hace mucho tiempo. Cuando Simeón ve al niño, lo toma en sus brazos y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Soberano Señor, despide en paz a tu siervo conforme a tu palabra; porque mis ojos han visto tu salvación» (v. 27-30).

En su vida entre los hombres, el Señor estuvo especialmente asociado al templo. A la edad de 12 años se encontraba en el templo con los doctores de la ley, haciendo y respondiendo preguntas. Estaba allí, como dijo, por asuntos de su Padre. Más de una vez entró en el templo y expulsó a los vendedores de animales para el sacrificio, que cambiaban dinero. Él fue allí como el Siervo ungido para testificar que la Casa de su Padre se había convertido en una casa de tráfico.

Por lo tanto, el Señor Jesús tenía que venir al templo, por lo que el pueblo elegido tenía que ser restaurado a la tierra santa y el templo reconstruido. A su debido tiempo, la humilde virgen de ascendencia real fue encontrada (no en Belén, sino en Nazaret, aunque era verdaderamente de la casa y linaje de David) para dar a luz al santo niño que sería para la salvación de los hombres. Los propósitos de Dios a este respecto permanecen firmes, por lo que los judíos de la época de Zacarías no tenían por qué temer a sus enemigos.

En nuestro tiempo, se construye en este mundo un templo invisible: las piedras vivas se acercan cada día más a Aquel que es verdaderamente la Piedra viva, y se edifican en un templo santo para el Señor. Pronto se añadirá la piedra angular del edificio, se completará todo, y el Señor mismo vendrá a tomar a su esposa para sí. El trabajo continúa. Un servicio evangélico solo da fruto si es para gloria de la Persona del Señor Jesús. ¿Por qué es tan operativa la Palabra de Dios en este momento? Porque el templo de Dios está siendo construido y modelado para el Señor. Cuando se complete y se manifieste en gloria, la ciudad celestial y el templo se convertirán en uno (Apoc. 21:10-22).

2.8 - La piedra de los 7 ojos

«Porque he aquí aquella piedra que puse delante de Josué; sobre esta única piedra hay 7 ojos» (v. 9). La piedra de fundamento del templo se colocó en Jerusalén. Daba testimonio de que la obra se había iniciado; se había iniciado en el nombre de Jehová, y lo que se inicia en su nombre se completará ciertamente en su nombre. Dios nunca ha dejado una obra sin terminar. Muchas veces el hombre ha abandonado su obra porque no era capaz de terminarla. Ninguna obra humana está realmente acabada. A menudo se dice de las grandes obras de ingeniería del mundo que están acabadas, pero en cuanto lo están, un ejército de trabajadores se pone en marcha para mantenerlas y evitar su deterioro. Pero la obra de Dios permanece intacta para siempre; él completa lo que empieza y no tiene que cambiarlo.

Pero una cosa más: «En aquella piedra… hay siete ojos», dice. Se trata, por supuesto, de una figura que se desarrollará con más detalle en el próximo capítulo. Pero cuando los «ojos de Jehová» aparecen en el lenguaje profético, suele apuntar al hecho de que Dios está sentado en el trono del universo y sus ojos recorren toda la tierra, observando el bien y el mal. Y aunque los hombres no den crédito a la omnisciencia de Dios, no deja de ser verdad. Aquí, el hecho de que esta piedra fundamental tenga 7 ojos, significa que el gobierno perfecto de Dios en este mundo, tal como se manifestará en el reino venidero, estará asociado con la piedra de Israel.

El profeta recordó al pueblo el gobierno perfecto de Dios para animarlo. Les dijo, por así decir: “Id y trabajad; edificad el templo; el Mesías, el Príncipe, está cerca”. Y se pusieron a trabajar. Dios está hablando de la misma manera ahora. Tenemos que ser impulsados a un mayor celo, especialmente en la obra del Señor. La gran verdad que debe impulsarnos a trabajar con valentía y abnegación es que Dios ha puesto las riendas del gobierno en manos de Aquel que fue crucificado, pero que ahora está glorificado.

En el último libro de la Biblia, vemos 7 ojos asociados con el Cordero que fue inmolado (Apoc. 5:6). Él tiene todos los poderes de gobierno: el poder de discernir, de controlar y gobernar, de disponer las cosas para la paz y la santidad, todo llevado a la perfección en nuestro Señor Jesucristo.

Los 7 ojos del cielo están operando para nosotros ahora. A menudo nos sentimos desanimados y perplejos ante los acontecimientos de la vida cotidiana; este mundo parece tan confuso. Pero todo lo que parece inexplicable, sobre todo en lo que se refiere a los creyentes colectivamente, está totalmente controlado por Aquel que lo ve y lo sabe todo.

Su sello, la marca de Dios, estaba grabado en la piedra angular que ellos habían despreciado y descuidado (v. 9). Dios había puesto su marca en esa piedra que iba a ser un memorial en este mundo de la venida del Mesías. Por esta razón tuvieron que levantarse y actuar. Compárese el sello de 2 Timoteo 2:19 y la responsabilidad que conlleva en los versículos siguientes.

Hay aquí grandes lecciones para nosotros en la vida y las relaciones cristianas, especialmente en cuanto a las cosas de Dios que conciernen a los creyentes colectivamente; porque estamos hablando, no de la vida y la formación del carácter de una persona, sino de la gran compañía de los que son de Cristo, tomados en conjunto. Los creyentes están vinculados a Cristo y, por tanto, tienen una responsabilidad mutua.

¿Qué anteponemos: nuestros asuntos o los de Cristo? En nuestras oraciones, pedimos: “Señor, muéstrame ¿qué quieres que haga para ayudar y consolar a mis hermanos que, como yo, han sido salvados por la gracia y esperan tu venida del cielo?”

Tenemos nuestra propia conducta individual y necesitamos ayuda. Pero no debemos olvidar a los que están emparentados con nosotros, pues todos estamos emparentados con Cristo. Si hay serias dificultades en la asamblea, no desespere, el poder de Dios está de nuestro lado. Trabajemos, pues, con celo y diligencia, sin considerar nada demasiado grande para renunciar al servicio –servicio de renuncia, por Aquel que amó a la Asamblea y se entregó por ella.

3 - Segunda predicación

3.1 - El candelabro, los olivos y el aceite (Zac. 4; 1 Pe. 2:4-9)

El capítulo 4 contiene otra de las 8 visiones que tuvo el profeta Zacarías; completa la del capítulo 3. La cuarta y la quinta visiones forman un par, y corresponden por analogía a dos verdades correlativas del Nuevo Testamento. En el capítulo 3, el tema era que Dios podía hacer que el pueblo judío profanado, que había sido restaurado a su patria, fuera hecho apto y competente para trabajar por la restauración del culto en el templo de Jerusalén. El sumo sacerdote, al principio vestido con vestiduras mancilladas, había sido revestido con vestiduras cualificadas para su santa misión.

En el capítulo 4, la pregunta a la que responde la visión no es tanto la construcción de la Casa de Dios para que pueda restaurarse el culto, sino la capacidad de dar testimonio en la tierra del nombre de Jehová de los ejércitos. El candelabro visto en visión es una figura manifiesta de la difusión de la luz. Es, por tanto, un medio de testimonio. Hay que recordar que, en los tiempos del Antiguo Testamento, solo una nación tenía el conocimiento del Dios verdadero. Dispersad a este pueblo entre las naciones, y el testimonio de Dios desaparece, ya no existe. Dios dice en realidad en esta visión: Sacaré a mi pueblo del cautiverio y lo pondré en la tierra que prometí a Abraham, Isaac y Jacob, y volverán a ser los guardianes de mi Ley. Este era el estricto significado espiritual del candelabro que vio Zacarías.

3.2 - La piedra viva

En el pasaje de la Primera Epístola de Pedro, los dos servicios indicados en Zacarías 3 y 4: adoración y testimonio, respectivamente, se atribuyen a los creyentes de hoy. Pedro habla de los que se han acercado a la Piedra viva. En Zacarías 3, bajo la figura de la Piedra del Antiguo Testamento, se hacía referencia al Señor Jesús. Pero en el Nuevo Testamento se revela una nueva característica en relación con esta figura del Señor Jesús. Se muestra no solo como una piedra, sino como una piedra viva, lo que en sí mismo es una contradicción en la naturaleza.

Cuando consideramos las figuras en la Palabra de Dios, debemos recordar siempre que se refieren a cosas espirituales que no pueden ser representadas adecuadamente por cosas materiales; no tienen una contraparte exacta en la naturaleza. Una piedra se refiere a lo que está muerto, a lo inanimado. Normalmente carece de movimiento o poder; pero cuando se dice que es una piedra «viva», se advierte algo sobrenatural. Se convierte en una figura apropiada del Señor Jesús, que no tiene igual entre los hijos de los hombres, ni en el universo. Él era la Vida: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14:6). Toda vida, en su origen y mantenimiento, se adquiere en él; él es, pues, la Piedra viva.

En tiempos de Pedro, como ahora, las almas acuden a Cristo como a la Piedra viva, rechazada por los hombres y tenida por nada en sus consejos, pero elegida por Dios. Creemos desde el fondo de nuestras almas que era el enviado de Dios. Confesamos que él es el Hijo del Dios vivo y reconocemos esta verdad ante todos los hombres. Es el elegido de Dios, y es precioso para nosotros porque satisface nuestras necesidades más profundas. Enfrentados a la culpa de nuestros pecados, no teníamos esperanza en la tierra, y ¿qué podíamos esperar del cielo contra el que habíamos pecado? Cuando la luz del Evangelio brilló sobre nosotros, acudimos a Jesús para encontrar en él la respuesta a todas nuestras necesidades. Por eso es tan valioso para nosotros.

3.3 - Un sacerdocio santo para adorar

En relación con nuestro acercamiento a esta Piedra viva, Pedro menciona en su Primera Epístola, entre otros, 2 hechos: la adoración y el testimonio.

Los que vienen como piedras vivas son llamados «sacerdocio santo» (v. 5), y «sacerdocio real» (v. 9). La función especial del santo sacerdocio es ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo; esto corresponde a la verdad, presentada en la visión de Zacarías 3, de que los hijos de Dios en el mundo son purificados con un propósito específico, a saber, cantar las alabanzas de la nueva creación de Dios. En la antigua creación, los pájaros de las copas de los árboles cantan a su manera para gloria del Dios que los creó. Pero también hay una nueva creación. Los nacidos de nuevo, arrancados de los caminos del pecado y hechos nuevos en Cristo Jesús, están ante el Dios vivo. Están capacitados para ofrecer himnos de alabanza. Cantan a Dios, y lo hacen con un corazón nuevo. Cantan un nuevo cántico que comienza aquí en la tierra y resonará en la eternidad.

3.4 - Un sacerdocio regio para testimoniar

La primera calificación, entonces, es que estas piedras vivas vienen al Señor Jesús para adorar a Dios en santa magnificencia. Pero en el versículo 9, es un sacrificio real, no un sacrificio santo. Este sacerdocio tiene un lado regio. Este lado representa el gobierno de Dios; se describe más detalladamente en la visión de Zacarías 4.

El deber y la responsabilidad del sacerdocio real es dar a conocer las virtudes «del que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe. 2:9). Este es el testimonio que hay que dar en el mundo, probando la obra espiritual de Dios en nuestras vidas. Por ejemplo, un malhechor que cree en el Evangelio sale de la condición miserable en la que estaba; es un hombre nuevo que vive en el mundo para la gloria de Dios. Los hombres que le conocieron se preguntan cómo es posible. Dicen que se ha vuelto piadoso, pero el gran hecho subyacente que ha cambiado su vida es que ha sido transformado, y dondequiera que vaya es un testigo vivo de lo que ha hecho el poder de Dios. De hecho, forma parte del candelabro de oro del que habla Zacarías 4.

3.5 - El candelabro

No es necesario repetir lo que se ha dicho sobre Zacarías 3. Estas visiones no se aplican directamente a la Iglesia, sino que se refieren a lo que Dios ha hecho y hará a su antiguo pueblo, los judíos, cuando los traiga de vuelta a su tierra. Pero podemos tener en cuenta ciertos hechos que, si bien eran ciertos para el pueblo de la época de Zacarías y para el pueblo judío venidero, también lo son para nosotros ahora. Existe el gran hecho de que los que confiesan a Cristo son luces en este mundo para brillar por Él; lo que era verdad entonces es verdad ahora.

El candelabro que vio el profeta tenía una conexión obvia con el candelabro hecho según las indicaciones divinas e instalado por Moisés y Aarón en el tabernáculo, y luego reproducido en el templo de Salomón. Cuando el rey de Babilonia destruyó el templo, se llevó el candelabro con los cautivos, junto con otros objetos. Fue llevado de vuelta a Jerusalén, pero no pudo ser colocado sobre la piedra de fundamento. Por eso dice el profeta: “Edificad, porque llegará el día en que el candelabro brillará en su lugar, y la luz del testimonio ante el Señor revivirá”.

3.6 - No por fuerza, ni por poder, sino por el Espíritu de Dios

Me gustaría llamar la atención sobre la respuesta del ángel al profeta en relación con el significado del candelabro y los olivos. «El ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (4:5-6). Está claro que con estas palabras el ángel no responde directamente a la pregunta del profeta. El profeta quería saber qué significaba exactamente ese candelabro con sus 7 brazos, el cuenco de aceite sobre él y los tubos que transportaban el aceite en sus brazos, así como los 2 olivos a derecha e izquierda; y el ángel responde: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos».

¿Cómo entender esta extraña respuesta? El profeta debía saber que se refería a la restauración del testimonio de Dios por Israel a todo el mundo. ¿Pero qué más había en la mente de Zacarías? Su dificultad era cómo se llevaría a cabo esta gran obra. ¿Cómo debía construirse el templo? ¿Cómo se arreglaría la escena desoladora de Jerusalén? ¿Cómo se despejaría el lugar para reconstruir el templo? ¿Cómo pudo lograrlo la pequeña compañía de judíos? La garantía divina contra esta perplejidad fue: «Ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos».

Este texto se cita tan a menudo hoy en día que conviene observar atentamente el contexto en el que se utilizó originalmente. No se puede trocear un pasaje y esperar entender cada parte por separado. La Escritura ha sido elaborada por su autor divino en un orden divino, por una razón divina.

A lo que Jehová responde es a que Dios obrará eficazmente para cumplir su propio propósito. El pueblo de Israel tenía una historia especial como nación. Jehová los había sacado de Egipto con mano firme. Cuando empezó a trabajar para ellos, desplegó su poder de forma maravillosa. Las plagas que siguieron sobre Egipto mostraron su poder de tal manera que tanto el rey en el trono como el súbdito más débil se vieron obligados a reconocer la acción de Dios. Todo fue hecho por el poder manifiesto de Dios, y cuando los primogénitos fueron muertos, ya no se podía negar su poder, todos los padres que habían perdido un hijo se levantaron apresuradamente para expulsar al pueblo de Israel.

Estas visitas públicas hablaban con fuerza a todos los hombres. Dios desplegaba su brazo para que todos lo supieran. Cuando descendió en el monte Sinaí, la voz que se oyó fue tan terrible que el pueblo tembló. Dios actuó de forma manifiesta a lo largo de la travesía de los israelitas por el desierto y también cuando entraron en la tierra, como podían atestiguar el Jordán y las murallas de Jericó. Toda su historia está llena de actos de fuerza y poder, de modo que todos entre las naciones veían que Dios estaba obrando milagrosamente en favor de su pueblo Israel.

La cuestión ahora era si Dios volvería a hacerlo. ¿Haría milagros por aquellos 50.000 exiliados que habían regresado a su patria? ¿Se repetirían estas cosas grandes y maravillosas? ¿El candelabro volvería a su sitio por un poder milagroso? La respuesta fue inequívoca: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos».

Si Dios hubiera hecho milagros por las dos tribus, ¿qué habría pasado con las diez? Dios podía obrar de otra manera que por la fuerza y el poder. Podía sacudir la tierra y los cielos; podía utilizar a los hombres para mostrar su poder; pero en aquel día de desmoronamiento de la nación, cuando la ruina había caído sobre las doce tribus esparcidas sobre la faz de la tierra, ¿pondría Dios en honor a un pequeño fragmento de Israel, y obraría milagros entre ellos?

De ser así, pondría su sello de aprobación solo en una parte muy pequeña de la nación. Ese no era la forma de obrar de Dios entonces, ni lo es hoy.

3.7 - Ahora no hay milagro como en Pentecostés

Dios está trabajando ahora en la Iglesia por su Espíritu, y el Espíritu de Dios está trabajando de una manera que los hombres no pueden entender; el Espíritu de Dios obra en secreto, en silencio, sin ruido. Pero usted dirá: “Cuando el Espíritu de Dios descendió en Pentecostés, hubo signos externos de su presencia; ciertamente, la gente sintió entonces que se estaba produciendo ante ellos un fenómeno extraordinario. Pescadores se levantaron y predicaron con un poder irresistible. Hombres hablaban en lenguas y profetizaban, y sucedían cosas maravillosas, de modo que el temor de Dios se apoderó de los habitantes de Jerusalén”.

Indudablemente había poder en la Iglesia en ese momento, pero era entonces en su gloria original, y Dios estaba manifestando su presencia allí de una manera que era visible para todo el mundo. Dios dio el poder de las lenguas para que sus siervos pudieran ir sin demora hasta los confines de la tierra con el Evangelio. En Pentecostés se produjo un gran cambio de dispensación; Dios mostró que no limitaba su atención a un pequeño pueblo de la tierra.

Hoy, en un día de debilidad, no necesitamos buscar poder o fuerza, sino dejar que el Espíritu de Dios actúe libremente. «El viento sopla donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo el que es nacido del Espíritu» (Juan 3:8).

La gente a veces busca ansiosamente evidencias visibles de la obra del Espíritu de Dios; pero siempre debemos recordar que hay manifestaciones sobrehumanas de poder. Pueden estar más allá del poder del hombre y, sin embargo, no ser el poder de Dios. ¡Existe un mundo espiritual, instancias espirituales, poderes malignos! Los hombres que claman por pruebas externas, por milagros, por algo que llame la atención, sin duda obtendrán lo que buscan, no del Espíritu Santo de Dios, sino de espíritus malignos que imitan lo que viene de Él.

«No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». Esta afirmación es tanto más notable cuanto que en el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios no actuaba como actúa en el Nuevo. Pienso, por supuesto, en las palabras del Señor Jesús, que dijo que cuando él se fuera, enviaría otro Consolador. Él mismo lo había sido, pero su estancia en la tierra fue limitada. En pocos años terminó su servicio, pero prometió que cuando se sentara a la diestra de Dios, enviaría al Espíritu Santo que permanecería para siempre. Permanecería aquí eternamente, es decir, mientras el pueblo de Dios pasara por el desierto hacia la Casa del Padre en lo alto.

El Espíritu Santo ya actuaba en el Antiguo Testamento, pero no de la misma manera que después de Pentecostés. Dios se manifiesta como quiere, y hay que tener cuidado con cómo se manifiesta. Según Zacarías, el Espíritu pondría en los judíos tal energía, tal valor, tal sabiduría, tal confianza, tal poder para resistir a sus enemigos, que la construcción del templo se llevaría a cabo. Si tan solo se pusieran a trabajar sin descuidarse, como lo habían hecho durante 14 años, el templo estaría terminado, la piedra del pináculo colocada y toda la obra terminada.

Así, este versículo anuncia la gran verdad de que Dios obra y continuará obrando en los días de debilidad a su manera, pero no será un espectáculo externo para magnificar a aquellos a través de quienes él obra.

Si un hombre puede hablar en lenguas, las usará todas para glorificarse a sí mismo. Cree que se debe a sus esfuerzos y no olvidará hacer saber que los posee.

Una prueba infalible de la obra del Espíritu de Dios es que siempre obra para la glorificación del Señor Jesús. «Él me glorificará» (Juan 16:14), dijo el Señor; y cuando un hombre habla por el Espíritu, es para exaltar a Cristo. Si dice: “No me miréis a mí, sino a Aquel que me salvó”, podéis estar seguros de que el hombre habla por el Espíritu de Dios. El hombre se exalta a sí mismo, pero el Espíritu de Dios exalta al Señor Jesucristo.

3.8 - La gran montaña

El profeta dice: «¿Quién eres tú, oh gran monte?» (4:7). Creo que se refería a la gran montaña de escombros del monte Sion, donde el templo había sido demolido. Esta gran montaña era como un obstáculo, pero ¿qué era para el poder de Dios? «¿Quién eres tú?»

Podemos hacer una aplicación espiritual de esta imagen. «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta montaña: Pásate de aquí allá, y sería trasladada» (Mat 17:20). Una persona que ora para que se quite una colina que obstruye su vista desde su propiedad, por supuesto, se encontrará con que no será así; ha tomado las palabras del Señor al pie de la letra y, además, su petición es egoísta.

Pero tenemos nuestras montañas. En nuestra vida espiritual, a menudo nos enfrentamos a una gran montaña que no podemos superar. ¿Qué solemos hacer? ¿Nos dedicamos, como deberían haber hecho los discípulos en este caso concreto, a orar y ayunar? ¿Creemos que la montaña, por grande que sea, será removida? A veces, en nuestras vidas, cosas muy pequeñas pueden parecer montañas muy grandes. Son más de lo que podemos manejar, más de lo que podemos escalar. Puede ser un duelo, un problema doméstico, cuestiones de trabajo; sea cual sea la montaña, su formidable naturaleza desaparecerá en respuesta a la oración.

Pero en el texto, se trata de la construcción del templo. «Delante de Zorobabel (el representante en Jerusalén de la casa de David) serás reducido a llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones de: Gracia, gracia a ella» (v. 7), es decir, el fundamento había sido puesto antes, y si se confiaba en Dios y continuaba la obra, se colocaría la piedra de remate, y todos clamarían: Gracia, gracia sobre ella, es decir, exclamarían: “En qué hermoso edificio se ha convertido el templo».

La obra de Dios está destinada a prosperar. De hecho, en algunos casos no prospera porque no creemos que sea obra de Dios. Dios nunca falla. Puede que tarde en hacer su trabajo, pero siempre lo hace. A veces el verano tarda mucho en llegar, pero llegará porque Dios lo ha ordenado; forma parte de su plan; podemos adoptar la misma actitud también en los asuntos espirituales. Si hay que hacer algo, y Dios me ha enviado a hacerlo, ese trabajo tendrá éxito; lo que está en la mente de Dios se cumplirá, y ningún poder podrá vencerlo. Si creemos y esperamos, veremos colocada la piedra de remate y nos maravillaremos ante el hermoso resultado.

3.9 - El día de las pequeñas cosas

Entonces Dios pregunta: «¿Quién es aquel que desprecia el día de las cosas pequeñas?» (4:10). Al fin y al cabo, era un día de pequeñas cosas. Los persas que permitieron que los judíos empezaran a construir probablemente pensaron así, despreciando lo que los judíos estaban haciendo: estaban construyendo para un Dios invisible; no habría ídolos en ese edificio; no habría signos visibles de Dios en ese templo. Qué absurdo les parecía esto a los persas, y si los judíos escuchaban la filosofía de los gentiles, o la incredulidad de sus mayores, despreciarían el día en que todo parecía tan pequeño y poco prometedor.

La obra de fe es siempre necia a los ojos de los hombres, y porque parece pequeña y necia, son muchos los que la desprecian. Se predica el Evangelio, y parece que nada pasa; se proclama la Palabra de Dios, ¿y qué pasa con lo que se puede ver u oír? Parece que no hay ningún resultado, pero debemos creer que la Palabra de Dios está viva, que es semilla de vida, y que produce algún resultado, tal vez invisible para nosotros ahora, pero cuyo fruto se manifestará un día.

No despreciemos el día de las pequeñas cosas, de la pequeña audición tal vez, de los pequeños resultados de largas jornadas de trabajo. Había gente que despreciaba la obra de Dios en los días de Zacarías, pero a pesar de ello el templo fue terminado; pues el ángel dice: «Los tales se regocijarán, viendo la plomada (es decir, la herramienta utilizada en la terminación del edificio) en la mano de Zorobabel». El número «7» se refiere a la visión anterior (3:9), a saber, los 7 ojos en la piedra de fundamento colocada ante Josué. Estos 7 ojos serán vistos de nuevo en la piedra de remate de Zorobabel, es decir, que el gobierno de Dios que ahora se estaba llevando a cabo en secreto será manifestado en gloria cuando el Señor complete su Iglesia.

3.10 - Ojos que escudriñan la tierra

«Son los ojos de Jehová que recorren toda la tierra». Esto sigue siendo cierto. Los ojos de Jehová escudriñan toda la tierra, no solo para observar todas las cosas, esto es necesariamente siempre cierto de la omnisciencia; la Escritura enseña más que eso. Los Ojos no se limitan a escrutar de forma global, sino que miran con detalle lo que sucede, no solo a los que le pertenecen, sino a los hombres de toda la tierra.

El creyente sabe que los ojos de Jehová escudriñan toda la tierra. En los consejos secretos de los imperios del mundo y dondequiera que estén los hombres, todos sus secretos son conocidos por él. Lo que se proponen hacer está ante los ojos de Jehová, y él está de nuestro lado, y si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en nuestra contra? Las naciones pueden levantarse unas contra otras, pero la vida de cada creyente está en manos del Buen Pastor, y ni uno solo de su rebaño puede perecer, ni puede acontecer mal alguno a los que son suyos. Él sabe lo que nos va a pasar, igual que sabe lo que nos está pasando ahora.

Es un gran consuelo saber esto y saber que en este mundo un poder que retiene protege y preserva a aquellos que se confían en el Señor Jesús. Las actividades de Dios son secretas; no obstante, son reales y obran para el bien de los suyos. Es una cuestión de fe en lo que Dios ha dicho. No sabemos cómo se configuran los asuntos de hoy para nuestro bien. A medida que se desarrollan las cosas, no somos capaces de discernir el resultado final; solo que las Escrituras dejan claro que al final todas las cosas obran para nuestro bien, incluidos los grandes movimientos mundiales y las poderosas fuerzas que influyen en nuestras vidas.

Sus ojos están puestos en nosotros, y eso para nuestro bien. El Espíritu de Dios actúa en el mundo para gloria del Señor Jesús y para bendición de los que creen en él.

Somos sus testigos. El Espíritu de Dios se deleita en obrar a través de los creyentes, y algo hará de mí un medio competente a través del cual el Espíritu de Dios podrá obrar. Acabamos de recordar que el gran oficio del Espíritu de Dios es glorificar a Cristo. Por tanto, si en mi corazón tengo un verdadero deseo de glorificar a Dios en mi cuerpo, en mi mente, en mi vida, en todo lo que me concierne; si mi fuerte deseo es glorificar a Dios en todo lo que hago, entonces el Espíritu de Dios encuentra en mí un instrumento adecuado a través del cual puede obrar. Soy, por así decirlo, un conducto de oro por el que puede fluir el aceite y convertirse en una luz en el candelabro, que brilla en la tierra para gloria de Dios. Somos luces en el mundo, destinados a brillar en las tinieblas para nuestro Señor Jesucristo.

Esteban dio testimonio de su Maestro ausente, y levantando la vista, vio el cielo abierto y a Jesús de pie a la diestra de Dios, y su rostro resplandeció de amor por Cristo. Los que estaban a su alrededor vieron la plenitud de su corazón reflejada en su rostro. Era demasiado para ellos, este testimonio de Cristo era demasiado fuerte. Se parecía demasiado a su Maestro, así que tomaron piedras y le quitaron la vida.

La luz que brilló en Esteban, brillará en nosotros. El Espíritu de Dios está ahí para hacerlo. Él puede tomar personas débiles y fracasadas y llenarlas con su poder, y usarlas, no para su propia gloria, sino para el honor y la gloria del Señor Jesús. Que esto sea verdad para cada uno de nosotros.