Conversión a Dios
Autor:
Notas de una predicación sobre 1 Tesalonicenses 1:9-10
«Porque ellos mismos cuentan de nosotros de qué manera nos acogisteis, y cómo os volvisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y para esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de entre los muertos, a Jesús quien nos libra de la ira venidera».
Creo que pocos pasajes de la Escritura nos ofrecen una presentación tan clara y precisa de la conversión cristiana como la que tenemos en esta Primera Epístola a los Tesalonicenses, y en particular en su primera parte. Comparando la Epístola con Hechos 17:1-10, que relata la visita del apóstol a Tesalónica, vemos que hizo poco trabajo allí. Pero su servicio fue claramente bendecido por Dios, sobre todo porque la conversión de los hombres y mujeres de Tesalónica se produjo de forma rápida, clara y eficaz.
La obra no fue lenta; la palabra del Evangelio les llegó irresistiblemente y revolucionó sus vidas y su conducta, de modo que su comportamiento y su actitud llegaron a ser absolutamente diferentes de lo que habían sido antes. El cambio fue tan rápido, e impregnó de tal manera todo su ser, que los ojos de todos no pudieron menos que discernir que se había realizado una obra maravillosa; y así todos se convirtieron en testigos vivientes de lo que el poder del Evangelio de Dios podía hacer en la vida de los hombres. Ninguna doctrina o filosofía había hecho o podría hacer lo que el Evangelio hizo. Estos hombres de los gentiles, sumidos en las tinieblas y la ceguera de los paganos, corrompidos por las contaminaciones del culto pagano, recibieron la visita de un hombre que les predicó la buena nueva sobre Cristo y su obra; el efecto de la predicación fue inmediato, abandonaron su culto ancestral y todas sus prácticas oscuras, y comenzaron a reflejar la luz del cielo.
El efecto fue tal que, como dicen los versículos que hemos leído, la noticia corrió como la pólvora no solo en la ciudad de Tesalónica, sino también en las 2 provincias de Macedonia y Acaya. El Evangelio de Dios estaba actuando en Tesalónica, y personas muy conocidas fueron completamente transformadas por la aceptación de este Evangelio. Cualquiera podía visitar a estos convertidos en Tesalónica y observar su vida diaria. Cualquiera podía escuchar lo que decían y preguntarse: ¿Qué ha provocado esto? ¿De dónde viene este cambio? ¿Cuál es la explicación de este milagro? La gente de toda Macedonia y Acaya se hacía estas preguntas.
De este modo, la Palabra era difundida por los que habían sido convertidos, de modo que el apóstol pudo decir: “Nuestra tarea aquí nos ha sido arrebatada. Ya no es necesario que prediquemos el Evangelio en esta región, porque hay hombres que lo están viviendo. A cada paso del camino, estos hombres dan testimonio de que ahora tienen una relación viva con Dios, y son capaces de ir en dirección contraria a la que habían seguido hasta ahora, por un poder que ha entrado en sus corazones y en sus vidas”.
Queridos amigos, este es un gran testimonio de lo que es la verdadera conversión. Gracias a Dios, seguimos encontrando ejemplos –multitudes de ejemplos– y solo podemos orar fervientemente para que haya más. Otras multitudes observan estos ejemplos. Y deberíamos recordar que no hay testimonio más eficaz para Dios, en esta tierra oscura y manchada por el pecado, que la vida celestial de un hombre, una mujer o un niño en este mundo. Los hombres ven entonces lo que la gracia de Dios puede hacer por una persona pecadora.
Pablo fue llevado a hablar de lo que el Evangelio había hecho en Tesalónica; sabía que lo que había hecho allí, lo podría hacer en otros lugares. Era la gran tarea de su vida ir a las fortalezas de Satanás y dar a conocer allí los caminos de la vida y de la salvación; su corazón se alegraba de ver esas luces brillando en Tesalónica, mostrando las brillantes glorias de Jesús, el Salvador de los hombres.
Ahora quisiera presentarles 1 o 2 aspectos de estos versículos. Observen cuán completos son estos versículos acerca de la verdadera conversión. En primer lugar, el apóstol habla de lo que el Evangelio ha hecho por ellos. Dice: (1) «Os volvisteis de los ídolos a Dios». Eso era importante, pero no era toda la historia. Ya he hablado de sus vidas pasadas. Ese cambio no era suficiente; necesitaban que alguien se hiciera cargo de sus vidas. Por eso dice (2) que servían al «Dios vivo y verdadero». Pero hay un tercer elemento. No solo se han apartado de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, sino que, en cuanto a su futuro, esperan «a su Hijo de los cielos». Así que en este breve pasaje se puede ver que todos los aspectos de la vida cristiana están, por así decirlo, descritos, pasado, presente y futuro. Y esto se dice de aquellos que encajan extraordinariamente bien en la descripción de la verdadera conducta cristiana: los recién convertidos de Tesalónica.
Debemos esforzarnos por seguir la norma que nos da la Palabra de Dios, y seguir el sorprendente ejemplo de los tesalonicenses que practicaban esa norma.
En primer lugar, el apóstol habla de que se convirtieron definitivamente de los ídolos a Dios. Apenas podemos imaginar la revolución que esto supuso para aquella gente. Imaginemos por un momento cómo eran antes de escuchar el Evangelio. Habían entregado su espíritu, la parte más elevada y noble de su naturaleza –el espíritu que le fue dado al hombre para estar en relación con Dios– a la adoración de los ídolos. Pero los tesalonicenses se inclinaban ante dioses de oro, plata y piedra, ídolos detrás de los cuales estaba el poder del diablo para alejarlos de Dios. Se entregaban a lo que era falso, a lo que afectaba a su moralidad y a toda su naturaleza. Lo que un hombre adora moldea su carácter. El hombre que adora las tinieblas y el mal se vuelve oscuro, malvado y brutal. Así fue en Tesalónica. Y podemos medir el poder del evangelio de Dios al llevar a estos gentiles al conocimiento del Dios vivo y verdadero, y a la esperanza de su Hijo, Jesucristo.
No pensemos solo en aquellos que estaban tan lejos de la luz y cuyo carácter distaba mucho del de la gente entre la que vivimos. Estamos en un país muy favorecido*, donde el conocimiento de Dios se difunde por medios que no existían en tiempos de los apóstoles; y el «conocimiento de Dios», como dice la Biblia (véase Col. 1:10), se da a conocer públicamente, de modo que apenas se puede avanzar en la vida sin estar familiarizado con la mayoría de los relatos de la Biblia. Es terrible que, con semejante privilegio, el corazón siga rindiendo pleitesía a cosas inferiores a Dios. No son más que ídolos, puesto que ocupan el lugar del Dios Supremo. Queridos amigos, ¿ante qué se prosterna la gente de nuestro país? Se entregan a todo lo que hay de mejor en ellos, se adoran a sí mismos, adoran al mundo, solo desean el éxito, la facilidad y el placer en este mundo, y así excluyen a Dios de sus vidas.
* Escrito hacia 1920?
No se engañen, hay muchos ídolos en el mundo. El apóstol Juan, escribiendo a la familia de Dios, dijo: «Hijitos, guardaos de los ídolos» (1 Juan 5:21). Es muy fácil dejar entrar en nuestro corazón una cosa que sustituye a Dios, después de habernos postrado ante ella. Puede ser un niño inocente cuya naturaleza parece intacta, que es tan hermoso que el corazón humano se siente irresistiblemente atraído hacia él. Ustedes pueden poner a su hijo en el lugar de Dios, y así dejar de lado a Dios. Puede negarse a escuchar su Palabra o a obedecer a Su llamado a causa de su ídolo. Cuando un ídolo de cualquier tipo se aloja en el corazón, ¡el resultado es terrible! Los ídolos pueden estar entre los amigos o circunstancias que toman posesión del corazón y se interponen entre el hombre y Dios.
¿Es este su caso, queridos amigos? ¿Tienen un ídolo? ¿Hay algo en su corazón que se interpone entre ustedes y Dios, y apaga la luz del glorioso Evangelio de Dios, la gloriosa verdad de su Palabra? Huyan de tal ídolo. Dejen que la luz de la verdad de Dios brille en su corazón y le muestre que no hay nada como su Hijo y su Espíritu Santo.
La obra de conversión mencionada en nuestro texto es tan necesaria hoy como lo era entonces. Los tesalonicenses se convirtieron de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero. Queridos amigos, eso requiere esfuerzo. Observen que estos hombres se volvieron. Hubo una verdadera revolución en sus negocios. Seguían una dirección; se dieron la vuelta para ir en la dirección contraria y la luz de Dios brilló en sus corazones.
Es un gran logro tener el corazón vuelto hacia Dios. En este mundo, es muy reconfortante saber que este gran Dios celestial es omnipotente y que desempeña una función en mi vida cotidiana. ¡Cuántos hombres que han estado al borde de la tentación, en el umbral mismo de una mala acción, han sido detenidos pensando en Dios!
Queridos amigos, no excluyan nunca a Dios de vuestra vida. El malhechor en la cruz dijo al otro malhechor que insultaba a Aquel que sufría: «¿Y tú no temes a Dios?». No había temido al hombre durante su vida, pero ahora dijo: «¿Ni siquiera temes tú a Dios?» (Lucas 23:39). Este hombre, afligido por su arrepentimiento, sintiendo el horrible pecado que había cometido contra Dios, fue llevado a confesar su pecado y a saber que Jesús era el único Salvador.
Y ustedes, queridos amigos, ¿se han convertido? ¿Se han vuelto a Dios? ¿Los santos poderes celestiales iluminan su camino en lo que dicen y hacen, y en las cosas que pasan por vuestra mente? ¿Todo lo que les concierne, está sometido al Señor del cielo?
Un hombre convertido es alguien que se ha vuelto hacia Dios. Había dado la espalda a todo lo que es santo y bueno, y ahora ha dado media vuelta, como el hijo pródigo que se fue a un país lejano y luego dijo: «Me levantaré, e iré a mi padre» (Lucas 15:18). Se levantó, fue a ver a su padre y, al hacerlo, se convirtió. Se alejó de su camino de libertinaje apara volverse hacia el padre contra el que había pecado.
Para todo hijo de Dios ha habido un momento en el que se ha producido un cambio, en el que ha pasado de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. ¿Ocurre lo mismo con ustedes? En el caso de los tesalonicenses, su conversión les cambió tanto que la gente lo vio y se sorprendió de qué ahora se guiaban por motivos nuevos que les eran desconocidos. Antes, su modo de vida alentaba sus malas pasiones; el culto a los ídolos enseñaba que lo que un hombre codiciaba era justo, y que podía hacer lo que quisiera. La conversión cambió todo eso.
Incluso hoy en día, el pecado es “normal”. ¿No pensamos hoy que podemos hacer lo que queramos y que, si intentamos hacer lo que debemos, al final todo irá bien? Queridos amigos, pecando, ¿el hombre está haciendo realmente lo mejor que puede; el borracho que se tambalea en la cuneta, ¿se tambalea hacia el cielo? Este pensamiento es contrario a la enseñanza de la Santa Palabra de Dios. No, debemos apartarnos del mal camino y seguir el camino de la luz y de la santidad.
Pero no solo hay que apartarse, la conducta debe seguir; esto se resume en una hermosa frase: se apartaron de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero. Cuando dice: «para servir al Dios vivo y verdadero», no creo que estos tesalonicenses hicieran algo especial, o que dedicaran su vida a Dios de una manera particular. No creo que abandonaran su vocación y se lanzaran exclusivamente al servicio de la difusión del Evangelio. No creo que la expresión implique un servicio separado de las actividades ordinarias. Al contrario, la Epístola da a entender que continuaron con su trabajo y vocación habituales. Seguían donde estaban, en las circunstancias en las que habían sido criados, pero ahora trabajaban para Dios. Habían encontrado a un Dios vivo y verdadero, y hallaban la manera de servirlo en medio de sus tareas ordinarias.
Piénsenlo, ¡en eso consiste la vida! Servir al Dios vivo y verdadero. De hecho, hacer la voluntad de Dios, hacer cada día lo que él quiere que hagamos, ¿no es eso el A B C? Sin embargo, aunque es tan sencillo, a mucha gente no se le ha ocurrido este pensamiento; incluso algunos que son piadosos no comprenden que el Dios vivo y verdadero tiene un servicio para cada uno. En este mundo, hay un camino trazado para cada uno de nosotros (me refiero ahora a los que están convertidos). Tenemos cosas que hacer, cosas que decir, obras que realizar. Nadie puede hacerlas en nuestro lugar, y si no las hacemos, la gente de este mundo que nos rodea sufrirá. Dios obra a través de sus siervos, y sus siervos son hombres y mujeres que han sido salvados de la ira venidera. Son aquellos en quienes él pone una nueva naturaleza y su Espíritu Santo, y a quienes coloca en este mundo para Su alabanza y gloria.
Queridos amigos, es una noble vocación y un gran privilegio servir a Dios en este mundo. ¿Acaso el nombre y la voluntad de Dios no son generalmente despreciados a nuestro alrededor? ¿Vivimos en una época en la que la gente busca sistemáticamente conocer la voluntad de Dios, cumplirla y honrarla? Tenemos que reconocer que, en este momento, en todas partes se da la espalda a Dios y a su Palabra. Invocar nuestros límites y nuestra debilidad ante un Dios tan grande y santo no nos excusa. El hombre desprecia a su Dios.
Tomemos, por ejemplo, el día del Señor. ¿Por qué debemos honrarlo? Porque es el día del Señor, porque su nombre está vinculado a él, porque es el día que ha llamado suyo. ¿Tenemos miedo de lo que le es debido? ¿No es cierto que cuando una gran empresa publica un nuevo periódico dominical, su difusión aumenta inmediatamente a más de 1.000.000 de ejemplares? ¿Existe el respeto por la Palabra de Dios, por su nombre y por lo que se le debe, que uno esperaría en un país cristiano?
Queridos amigos, servir a Dios es algo grandioso, pero ¿qué significa? Significa que lo que yo hago y emprendo debe ser enteramente guiado y dirigido por Dios, debe tener la sanción de su Palabra, y que debo temer a Dios, reverenciar su nombre y darle lo que le es debido, en todas mis acciones.
Procuremos, cada uno en su medida, servir a Dios en nuestra vida. Y si la gente nos pregunta: “¿Por qué no lo hace?”, respondamos: “Sirvo a Dios, le temo. Tengo su Palabra, temo desobedecerla y perjudicarla. Conociendo su voluntad, temo no respetarla”. Y así debe ser. Estos tesalonicenses habían encontrado al Dios vivo y verdadero, y lo servían. No piensen en ello como servidumbre. Es el gozo de la libertad. El hombre que, por gracia, tiene ante sí al Dios verdadero, siente que nunca puede hacer bastante, que cualquier renuncia es indigna de mención, que la gracia de Dios es tan grande, que el sacrificio de la cruz en su favor era tan infinito, que cualquier cosa a la que pueda renunciar no es nada comparable.
¿Vive para Dios o se sirve a usted mismo? ¿Tiene un ídolo? Tal vez ya se haya comprometido en el nuevo camino; solo le queda afirmar lo que profesa y servir al Dios vivo y verdadero. Nuestro versículo nos da una razón para no relajarnos en nuestro servicio a Dios y tomarnos unas vacaciones, por así decirlo. ¿Qué razón es esa? El apóstol decía a los tesalonicenses que la esperanza del regreso del Hijo de Dios desde el cielo debía iluminar el resto de sus vidas. ¡Qué revelación debió de ser para ellos enterarse de que el Hijo de Dios iba a volver!
Él ya había visitado el mundo, con humildad y gracia. El Todopoderoso, el Santo, había descendido y tomado forma humana en la tierra. ¡Qué visita! Él, el Príncipe de paz, el Señor de la gloria, había estado en la tierra como un hombre. Los hombres vieron “la gloria de la divinidad brillando bajo el velo de la humanidad”. Simeón pudo decir: «Ahora, Soberano Señor, despide en paz a tu siervo conforme a tu palabra; porque mis ojos han visto tu salvación» (Lucas 2:29). ¡Qué maravillosa visita hizo el Hijo de Dios! Anduvo por este mundo sin tener un lugar donde reclinar la cabeza, ¡hasta que la reclinó sobre el madero del Calvario en el momento de su muerte! ¡Qué maravillosa visita!
Pero igual de maravilloso es saber que Aquel que vino una vez, vendrá de nuevo. Aquellos discípulos estaban llamados a esperar la venida del Hijo de Dios desde el cielo. Él iba a volver. ¿Cómo lo sabían? ¿Quién puede saber lo que sucederá mañana? Tenían la verdad del mejor de todos los testigos; la tenían del propio Hijo. Antes de dejar este mundo, hizo una promesa a los que dejaba atrás. Cuando estaba en el aposento alto con el pequeño grupo de discípulos, sus corazones se entristecieron al oír que el que amaban estaba a punto de irse. El Señor se dio cuenta de que estaban tristes porque le amaban; se dio cuenta de que añoraban su presencia y querían que volviera. Por eso les dijo: «Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo» (Juan 14:3).
Queridos amigos, ¡qué promesa! A los discípulos les infundió gozo y esperanza. También los tesalonicenses la oyeron de boca del apóstol. Sintieron su dulzura y su consuelo, y podían decir: “¡Qué glorioso será cuando vuelva aquí desde lo alto de su gloria!”. La esperanza de que el Señor vendría y los llevaría consigo les hacía olvidar, por decirlo así, las dificultades y pruebas del camino en este mundo.
Los discípulos escucharon también el testimonio de los ángeles cuando estaban en el monte de los Olivos y miraron al cielo, donde su Amado había desaparecido ante sus ojos. Les dijeron: «Varones galileos, ¿por qué estáis aquí mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, volverá del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo». «¡Este Jesús!» Es el que vendrá, el que lleva la marca de los clavos en las manos y en los pies. Este es el que esperaban los tesalonicenses, y que nosotros también esperamos. Este mismo Jesús vendrá –no es una visión brillante reservada para tu lecho de muerte, no es algo para tu imaginación– ¡no! Esta misma Persona que sufrió en la tierra volverá. No podemos negar que esta promesa sea verdadera, porque es el Señor quien la ha pronunciado. ¿Es posible que un hombre cuyos pecados han sido lavados por la preciosa sangre de Jesús –ese alguien por quien Jesús murió en el madero– no abrigue la esperanza de su regreso?
Algunos piensan que esta es una doctrina para los que están bien instruidos en la Palabra de Dios; que es especialmente para los que han estudiado, por ejemplo, las visiones del libro de Daniel. Pero los tesalonicenses no sabían nada de las profecías de Daniel. ¿Sabían siquiera algo acerca de Daniel? De hecho, estas personas idólatras que se habían vuelto a Dios ignoraban la revelación divina. Se habían vuelto de una vida desprovista de la verdad celestial, y habían aprendido del siervo del Señor que Cristo vendría del cielo.
Nosotros también tenemos esa Palabra. Permítanme preguntarles: ¿Qué están esperando? ¿Están esperando su venida? Creo que esperar significa aguardar a que llegue pronto. Recuerden que las vírgenes que salieron a esperar al Esposo se adormecieron y finalmente se durmieron. ¿Podemos decir que esperaban al Esposo? ¿Cómo iban a hacerlo si no estaban preparadas para recibirlo?
Dicen ustedes: “Mi Señor tarda en venir”, o están afectados por los burlones que dicen: «¿Dónde está la promesa de su advenimiento?» (2 Pe. 3:4). Esa promesa se hizo hace casi 2.000 años; ¡así que estamos casi 2.000 años más cerca de su cumplimiento! Queridos amigos, si aman al Señor Jesucristo, ciertamente aman su Palabra; Él dice: «Sí, vengo pronto». Así que espérenle. Busquen la brillante Estrella de la mañana. «Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:16-17). ¡Qué esperanza tan consoladora! ¿Está esperando al Hijo del cielo, Jesús, que nos liberará de la ira venidera?
El futuro revelado en estas palabras tiene un lado triste. Si el Hijo viene del cielo, también viene la ira. «Porque la ira de Dios está revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen con injusticia la verdad» (Rom. 1:18), y el ejecutor de esa ira no es otro que Jesús, nuestro libertador. Él nos ha liberado de la ira venidera. El creyente espera que el Señor Jesús lo reciba en las mansiones de arriba, pero el Señor también viene para ejecutar juicio sobre todos. «Dios… ahora ordena a los hombres que todos, en todas partes, se arrepientan». ¿Por qué? «Por cuanto fijó un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por un Hombre que él ha designado, dando prueba ante todos al resucitarlo de entre los muertos» (Hec. 17:30-31).
Queridos amigos, este mundo tiene ante sí una oscura perspectiva, y no puede esperar otra cosa que la ira de Dios. La injusticia, el desprecio de la santa Palabra y voluntad de Dios, caerán bajo el juicio de Dios en cualquier momento. Dios es santo, y espera con misericordia longánime, no queriendo que nadie perezca; pero esta longanimidad tiene sus límites. Este mundo culpable en el que vivimos está manchado con la sangre del Hijo de Dios. Es verdad que esta sangre habla mejor que Abel. Habla de misericordia y salvación para el pecador, pero la justicia y la santidad de Dios exigen que la crucifixión de este Jesús justo y santo sea vengada. El mundo es culpable. Queridos amigos, todo debe resolverse en un día venidero. Pero Dios ha provisto un refugio, y les toca a ustedes acudir a él ahora, creer en su Hijo y esperar a su Hijo, para que puedan ser sacados de este mundo antes de que los juicios de Dios caigan sobre ustedes. Cuando los hombres dirán: «¡Paz y seguridad!» (1 Tes. 5:3), una destrucción repentina vendrá sobre ellos. Será lo mismo en los días del Hijo del hombre que en los días de Noé.
Queridos amigos, estos hechos son ciertos, y su veracidad descansa en la santa Palabra de Dios. Ahí están. Examinen las Escrituras para ver si estas cosas son ciertas. Si lo son, considérelas en su vida. Deje que su luz ilumine su camino; entonces su recompensa será grande ahora, mayor aún en el día venidero.
Les pregunto: ¿de qué lado están? ¿Cuál es su norma de vida en este mundo? ¿La dirige el Hijo de Dios? ¿Están dispuesto a dejarlo todo por el nombre de Cristo? Tengan cuidado de no rechazar la voluntad de Dios si la conoce. El que se vuelve de los ídolos a Dios debe tomar una decisión. Debe obedecer a Dios y dejarlo todo para hacerlo. Puede que tenga que romper un vínculo de afecto a causa de Dios. Esto es a menudo una gran lucha; debe enfrentarse a la verdad y preguntarse: “¿A quién obedeceré?”. ¿Debemos obedecer a Dios, o a alguien que tal vez nos es más querido que cualquier otra cosa en el mundo?
Queridos amigos, para tomar la decisión correcta en una cuestión semejante, deberían mirarla desde el punto de vista correcto. Esten del lado de Dios. Esten del lado de la verdad. Que este santo Libro sea para ustedes la norma, a la que se remitan y que les guíen cada día en la obediencia. Que Dios bendiga la verdad y la luz de su santa Palabra. ¡Que la Escritura que hemos examinado pueda tener un efecto más profundo y pleno que nunca en los corazones y en las vidas de todos!